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Trabajando duro o durando en el trabajo

Capítulo 5: Trabajando duro o durando en el trabajo

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Dejó el conjunto impresionante de ropa de motorista profesional y casco dentro de su bolsón mágico, observó los compartimientos y sonrió complacida con las cosas que compró en su estadía, también se encontraban varias cosas que sustrajo de los maleantes que quisieron emboscarla y matarla.

«Bien, ya estoy lista. Según la revista, estas ropas son lo que usa la gente normal», pensó y dio una mirada de desprecio a las revistas de moda europea, de telenovelas y de corte erótico que compró para instruirse más del nuevo mundo al que arribó.

Guardó la revista que daba consejos útiles para vestir y salió del hotel.

«Morgana, digo, María, no te pongas nerviosa, esta cosa solo es un autobus», pensó para darse valor y junto a otras personas, esperó en la parada.

El sol castigaba a quien sea no tuviera su cabeza protegida por un sombrero u algo similar. Estuvo tentada a pedir un helado de una vendedora ambulante, pero tuvo miedo de que su estómago o vejiga la traicionaran a medio camino; preguntó con anterioridad si el viaje a la capital le tomaría días, ese no sería el caso, pero igual desconfió debido al nerviosismo.

Pagó el boleto, ocupó su asiento numerado y miró por la ventanilla sucia las nucas de los transeúntes sudorosos.

«Que maravilla, esta cosa llamada bus es como un carruaje pero muy largo. Los asientos son tan acolchonados, ni en mi mundo los carruajes eran tan cómodos».

Si creyó que la comodidad de los sucios y gastados asientos eran notables, se sorprendió con el efecto de los muelles del vehículo, solo los baches hacían que los pasajeros se quejaran, pero el resto del camino le pareció como andar sobre una nube.

La experiencia hubiera sido placentera, pero tuvo que soportar una larga sesión de tortura auditiva.

Mi anaconda no, mi anaconda no, mi anaconda no...

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«¡Qué es esto! ¡Todo es enorme!», pensó al ver los edificios tan altos como catedrales y castillos, de hecho, eran mucho más altos.

«Con razón llaman a estas cosas rascacielos, ya los vi en la televisión, pero igual sorprende verlos en persona».

—¿Primera vez en la ciudad, linda? —le preguntó una anciana con una sonrisa que reveló el duro camino de la experiencia plasmada en incontables arrugas.

—Sí, señora. Es increíble.

—No te pongas nerviosa, ¿tienes dónde quedarte?

—¿Podría recomendarme algún lugar?

—Depende de lo que busques.

María se vio en una decisión difícil, su lado aventurero le pidió ir a un sector céntrico de la ciudad para no perderse de nada, sin embargo, otra voz insistió con su petición de ir a un lugar más sosegado y tradicional.

—Quisiera ir a un lugar barato. Es la primera vez que estoy en un lugar tan grande y quisiera verlo todo, pero como me voy a quedar varios días, creo que lo mejor es estar en un sitio tranquilo.

—Ya veo, bueno si de sitios tranquilos hablas, hay el casco viejo de la ciudad, es un poco sucio, pero está cerca del barrio de vendedores de electrodomésticos. Hay otros barrios tranquilos y limpios, pero están alejados, en ambos puedes encontrar hospedaje a bajo precio.

—Me interesa lo del casco viejo, ¿me puede decir más? —preguntó ansiosa de llegar a un lugar con vistas más similares a su mundo.

Anotó en su mente las recomendaciones de la anciana y se despidió de ella al llegar a la terminal. El sitio era enorme y tuvo que recriminarse a ella misma porque no dejaba de deambular y se estaba haciendo tarde.

No quiso tomar otra movilidad para llegar a su destino, tuvo que caminar bastante, pero el cansancio de las piernas no se hizo presente, seguro por ser su cerebro bombardeado con tantas cosas nuevas que veía.

Llegó a la posada, se hizo pensionar con el restaurante y aunque creyó que deambularía por las calles de la ciudad, el cuerpo le pidió descansar hasta un nuevo día.

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Estuvo de curiosa por el barrio donde le dijeron que se vendían electrodomésticos y se alegró al ver una calle colindante: El barrio chino, donde era un secreto a voces que era el lugar al que uno iba para vender o comprar material hurtado.

Juntó valor y vendió todo lo que consideró innecesario llevar. En una tienda improvisada fuera de la calzada, descubrió que alguien podría enseñarle a navegar por internet a cambio de la bolsa de revistas porno que hurtó de los maleantes que quisieron matarla.

«Fue una buena idea no haberme desecho de estas cochinadas, si la tenían esos bribones seguro valía algo».

—Esto debes por el cargador para tu laptop —le dijo el vendedor y le dio a María un curso acelerado de computación y navegación por internet.

»Si tienes dudas, vienes aquí, pero no te preocupes, te instalé un libro de computación fácil. Tienes lo básico: Word e internet.

Contenta con lo obtenido, fue a un café para probar la aromática bebida que tanto le gustó en el reformatorio, comprobando para su placer, lo diferente que era un café como debe ser servido.

«Tengo dinero, pero no me va a durar para siempre. ¿Qué hago?, en la televisión dicen que en este país hay una grave crisis económica y social, es muy difícil encontrar trabajo y yo no sé hacer la gran cosa».

Decidiendo que conllevaría mejor las preocupaciones en su alojamiento que en la calle con tantas distracciones a la mente, decidió regresar tras sus pasos, tomar una ducha para despejar la mente y consultar sus problemas con la almohada.

«Podría dedicarme a lavar ropa, ser eso que llaman empleada doméstica, pero seguro me van a pedir documentos y otras cosas», pensó frustrada; para relajarse, accedió a la laptop de los maleantes y aplicó los consejos del vendedor.

Decidió ir a un sitio donde cualquiera podría escribir sus historias: Wattpad. Se entretuvo bastante gracias a su poder de políglota, viendo el muro del sitio web y enterándose de la angustiosa necesidad de varios autores acerca de la imposibilidad de traducir sus obras a otros idiomas.

—¡Eso es! —exclamó para sí.

Esa era la respuesta a sus problemas, si tenía el poder mágico de hablar y escribir todos los idiomas del mundo, podría ganar dinero traduciendo libros.

Buscó más información en el sitio y consideró que lo más apropiado sería poner sus servicios en los avisos clasificados del periódico.

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—Esto no funciona para nada —le dijo al periódico que arrugó.

Pasó un mes y nadie se puso en contacto con ella para iniciar su trabajo como traductora de manuscritos.

Plasmó sus preocupaciones por escrito gracias al milagro de la computación y decidió ir a la universidad para promocionar sus servicios en persona.

Imploró a los dioses de su mundo para que su excursión a la universidad funcionara, mientras, debía ver el modo de ganar algo de dinero. Para alguien como ella, sin educación y sin papeles, el trabajo de ayudante de albañil le vino de perlas, más considerando su fuerza aumentada gracias a las trampas de la comida y bebida del nuevo mundo.

No era novedad que madres solteras se dedicaran a tan ardua labor, pero los contratistas tuvieron sus reparos al ver la figura de María, no parecía ser apta para tal esfuerzo físico.

—Que carajos, bueno, estás contratada, me faltan manos, te subes al camión que vamos a la avenida principal para cavar el nuevo alcantarillado. Oigan, denle ropa de trabajo a esta María.

Se cambió de ropa y recibió una picota, luego fue al camión y junto a otros trabajadores fueron a abrir una vía.

El contratista no mintió, era un trabajo duro, menos mal que ella era fuerte y tenía resistencia gracias a las trampas. Cuando se sentía desfallecer, tomaba un sorbito del yogurt que llevaba y de nuevo sus estadísticas relativas al cansancio, dejaban de estar en rojo.

Pasó un buen tiempo de esa manera y se le pegó una mala costumbre de sus compañeros de trabajo: robarse cosas como cemento, clavos, alambre de amarre y otras cosas de diversos sitios de construcción como ser casas particulares.

Amplió el tiempo en su hotel y la pensión del restaurante gracias a todo lo que ganó y vendió en el barrio chino, pero supo que el tiempo se le estaba acabando.

Una noche, mientras navegaba por el internet, le llegó una notificación pidiéndole por sus servicios de traducción. Sin demora alguna se puso en contacto con su cliente y arregló cosas como el pago y otras.

Combinó su trabajo de albañil con el de traductora y sus esfuerzos dieron frutos.

«Esto es mucho dinero», pensó feliz y lo estuvo más cuando tuvo más pedidos, su cliente llevó su trabajo a un profesor de inglés y este no tuvo queja alguna, hizo correr la voz y el resto fue ganancias.

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La vida fue buena para la viajera de otro mundo, pequeños lujos como pedir platos a la carta en restaurantes familiares e ir al cine los días de estreno fueron una realidad. La primera vez la sacaron del cine por hacer escándalo, pero se acostumbró a las escenas de acción en la pantalla grande.

Comía en el restaurante de su predilección, cuando dos sujetos se autoinvitaron a sentarse junto a ella. Creyó al principio que eran los típicos idiotas queriendo invitarle un trago, pero vio con preocupación cómo uno le puso el cañón de una pistola en su costado.

—¿Dónde está la computadora, maldita?

CONTINUARÁ...

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