María Mamani
Capítulo 2: María Mamani
.
Al inicial sentimiento de sorpresa al verse de pronto en medio de un gigantesco basural, le acompañó la justa queja de sus fosas nasales.
¡Qué peste! No pudo evitar que le dieran ganas de vomitar, se tapó la nariz con los dedos y trató de salir de ese sitio que creyó que era el infierno, el problema era que el basural se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
Puesto que estaba desnuda, las plantas de sus pies resintieron la podredumbre filosa puesta a modo de una alfombra en moquete, no pudo evitar tropezar y caer de bruces, rodar y de paso que la toga se le desprendiera de su núbil cuerpo que pronto se ensució y llenó de moretones.
—¡Eso dolió! No entiendo qué es este lugar, ¿será el infierno? —dijo al cielo y comprobó por lo pacífico que se veía, que esa suposición no podía ser la correcta.
Distinguió gaviotas y otras aves de presa, su intención fue ir tras ellas, pero eran tantas y estaban por todas partes, que supo que no lograría orientarse al seguirlas.
Vio muchas cosas extrañas y desconocidas, no pudo distinguir nada de nada, ni las cosas enormes que consistían en carcasas de refrigeradores o cosas pequeñas como tostadoras de pan. Agarró algunas con manos temblorosas.
«¿Qué es esto? Parece metal, pero se dobla fácil. Y esta cosa, no es vidrio, no sé que pueda ser», pensó al sentir la textura y dureza de una freidora y una batidora con su plástico chamuscado.
Inmersa en sus pensamientos, no notó como unos jóvenes de su edad la miraron boquiabiertos.
Uno tosió y Morgana se dio la vuelta. Recuperada de la sorpresa inicial reparó en sus ropas que en nada se asemejaron a lo que la gente de su mundo usaba, le llamó mucho la atención una polera estampada con la imagen de Pokemon.
—¡Una loca, una loca! —gritaron los muchachos y huyeron cuando Morgana quiso acercarse para preguntarles dónde diablos se encontraba.
—¡Esperen, no se vayan! ¡No voy a hacerles daño!
Pese al dolor en su cuerpo y la planta de sus pies, pese al hecho de su desnudez, fue renqueando en la dirección que huyeron los jovencitos. Al doblar en una esquina chocó de pronto con una rara aparición.
—¡Un demonio del infierno! —gritó al ver a un empleado de la compañía de aseo urbano, vestía un traje de protección para ese tipo de ambientes, era de color anaranjado y chillón, lo mismo que sus botas y casco, solo la máscara de gases de color gris rompía el conjunto monocromático y le daba a ojos de Morgana, un aspecto aterrador.
El trabajador quiso tomarla de los brazos y pedirle explicaciones, pero la máscara ocultó su tono humano y le confirió un sonido perturbador.
Gritando por la salvación de su alma, logró zafarse del agarre y salió huyendo a toda carrera.
El pánico dio velocidad a sus piernas y tuvo que correr más al saber que más de esos desconocidos demonios la perseguían, incólumes al dolor debido a las extrañas botas que llevaban.
Una montaña de basura orgánica casi la sepulta y cuando elevó la mirada al cielo, vio una bestia demoniaca de gran tamaño, era de color entre el amarillo y el anaranjado, tenía una extraña boca y por patas tenía enormes ciempiés que se enrollaban para soportar ese peso que parecía provenir del metal.
«¡Más demonios, qué horror!», pensó y para su espanto, demonios que vio antes, salieron de esas extrañas bestias metálicas que trataron de rodearla.
Viéndose perdida, escaló una montaña de basura, arrojó varias cosas a los demonios que escalaron la podredumbre y le dio a uno matándolo en el acto.
Los otros demonios le quitaron la máscara a su compañero y Morgana vio que se trataba no de un demonio, sino de un ser humano como ella.
El hecho de enterarse que mató a otro ser humano la congeló, cosa que hizo que varias personas la derribaran. Una le dio un puñetazo y perdió la conciencia.
.
.
Enmanillada, la condujeron a la comisaría, un sitio extraño para ella, pero que pudo reconocer gracias a que las figuras de autoridad actuaban de forma similar que en su mundo.
Cubrieron su desnudez con extrañas prendas: una polera sucia con una imagen desgastada de Diego Armando Maradona y unos jeans gastados y sucios, unas zapatillas deportivas cubrieron sus pies, hubiera apreciado la suavidad que envolvió la planta de sus pies de no ser por el hecho que aquellas eran dos números menores a su talla.
Quiso hablar, pedir perdón por haber matado a una persona inocente, pero la barrera del lenguaje fue infranqueable.
Era domingo en plena Semana Santa y un notario de la policía, pasado de copas, tuvo que rascarse la cabeza al no entender nada de nada a la pobre de Morgana.
—Nombre de la acusada... María Mamani. Séllese y archívese. Listo, ya pueden meterla en la carceleta.
Los policías la tomaron por los brazos, pero no la zarandearon, después de todo Morgana no forcejeó y se dejó guiar con mansedumbre.
«¿Qué me irán a hacer? ¿Me quemarán?», pensó de forma fatalista y resignándose a su destino.
Reconoció el ambiente propio a un calabozo, pero en el ófrico lugar algo le llamó la atención: el foco de la carceleta.
—¡¿Qué clase de vela es esta?! Daña los ojos, no es como una lámpara de aceite —exclamó. Otras mujeres le miraron extrañadas y se alejaron de ella por considerarla una loca peligrosa ante su actitud desconcertante y palabras raras.
Pasó las festividades y el largo feriado en la carceleta sin poder hablar con nadie, no le importó, de todas formas no podía darse a entender ni comprender el extraño lenguaje de los demás.
Pudo reconocer el pan que le dieron, pero se asombró con el color, aroma y sabor del café desabrido que le ofrecieron.
«¿Adónde vine a parar?».
.
.
El Estado le asignó un defensor de oficio, su abogada fue muy hábil, pese a que su cliente no tenía ningún documento o seña que atestiguara su identidad, logró que la tomaran por menor de edad, cosa que no era en su mundo porque cumplió los dieciséis. El hecho de no poder dejarse entender por medio de las palabras o el hecho de que no podía leer la escritura de aquel nuevo mundo, hizo que la declararan como alguien salvaje, ajena a las leyes y costumbres de la civilización y por tanto, inimputable. Su pena fue la de pasar un tiempo en un reformatorio juvenil por un lapso indeterminado de años.
—¡¿Qué es esto?! ¡Es agua y cae de esa cosa! —exclamó a nadie en particular al ver por primera una ducha eléctrica.
La ducha estaba quemada y no había agua caliente, algunas chicas a base de señas le indicaron que podía asearse en ese lugar.
—¡No así, primero quítate la ropa! —le dijeron.
Intuyó lo que debía hacer y lo mismo tuvo que hacer con otras cosas como el uso del lavamanos e inclusive el inodoro.
Un día, una trabajadora social le devolvió su bolso, salvo Morgana, nadie más podía usar las capacidades mágicas del bolsón. Fue a un sitio alejado de miradas indiscretas y pudo comprobar que la "miel" que introdujo en el bolsón seguía adentro.
Comió de la ambrosía y fue como si se le abrieran los ojos, la boca y los oídos por primera vez. Pudo entender el lenguaje de los hombres del mundo desconocido al cual hubo llegado y comprender su escritura.
Fue grande la sorpresa de las otras internas, creyendo que debido a un trauma, la joven que creían era María Mamani, olvido como hablar castellano, empleando raras palabras que sonaban como si fuera un idioma desconocido.
La trabajadora social le recomendó no dar a conocer tal recuperación a las autoridades o podría irle muy mal.
Morgana comprendió que un internado pese a ser un sitio muy descuidado y triste, era preferible a una cárcel y por lo que escuchó, en la parte del mundo donde se encontraba, los panópticos dejaban mucho que desear.
«Así que me llamo María, María Mamani. Bueno, ese va a ser mi nombre desde este momento, al fin y al cabo, llegué a un nuevo mundo», pensó y decidió que trataría de informarse de este nuevo mundo y hacer las preguntas necesarias para saber su nueva realidad, eso sí, con el cuidado necesario, no quería que la tomaran por una loca y que le pasara algo desagradable.
.
.
No pudo echar mano a muchos libros y periódicos en el reformatorio, pero prestó mucho interés a una maravilla tecnológica que la dejó pasmada la primera vez que la vio: la televisión.
«Así que los actores ambulantes aparecen en esta cosa llamada televisión, lo mismo que las baladas de los bardos; sus dramas se centran en cómo las mujeres están encadenadas a enamorarse de su primer amor, sin importar que tan malo las traten y de paso mostrar mucha carne con esas ropitas escasas que llevan», pensó, pero a lo que más le puso atención fue a los noticieros, veía tantas cosas que cada noche le dolía la cabeza por toda la información que su cerebro debía absorber.
Le puso mucho empeño a instruirse de esa forma respecto al nuevo mundo, sin embargo, no estaba tan ensimismada como para no notar como la veían algunos trabajadores del reformatorio, eran las típicas miradas lujuriosas que tenían los caballeros con las pobres campesinas o peor aún: la fría evaluación de los tratantes de esclavos.
Los temores de María no fueron en vano, era un secreto a voces que de vez en cuando una de las chicas "se escapaba" del reformatorio cuando la realidad era que era secuestrada y vendida como prostituta a un alejado campamento minero.
«Tengo que salir de aquí. tengo que hacer algunos preparativos, solo espero que no sea demasiado tarde», pensó, por desgracia, su intención de fuga fue de hecho muy tardía.
—¡¿Qué diablos es eso?! —gritó a eso de las tres de la mañana. El estruendoso sonido de las balas se hizo notar con pavorosa claridad.
Un comando guerrillero asaltaba el pueblo donde estaba el reformatorio.
CONTINUARÁ...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro