Karateca y aeromoza
Capítulo 9: Karateca y aeromoza
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La sorpresa inicial por haber ingresado a semejante portento tecnológico dio paso al miedo, cerró la cortina de su ventana lo mismo que sus ojos, arrugó el rostro, pero de todas formas sintió como el avión tomaba velocidades de vértigo, todo con tal de elevarse y volar por el cielo celeste y puro.
Pasaron varios minutos para que se tranquilizara, actitud que logró gracias a concentrar su mente en otras cosas como leer los papeles que le pasó Fantasma.
«Así que estos son mis documentos de identidad», pensó, ya algo aburrida de leer los documentos. Guardó su identificación y pasaporte en su cartera, le hubiera gustado contar con su bolsón mágico, pero según Fantasma, en el cielo no le darían más ayuda.
Pasaron una película y le entregaron comida, se distrajo con ello, pero prestó atención a las aeromozas.
Nunca en su vida sintió tanta comodidad, pero el viaje extenso pagó su precio.
«Dios, nunca creí que estaría tan agotada de no hacer nada», pensó y dio gracias cuando las azafatas informaron que pronto llegarían a Japón.
Le pareció curioso el deseo de ir a un hotel y dormir por una semana cuando lo único que hizo fue estar recostada en su cómodo asiento de avión.
Puesto que todavía tenía el poder de Políglota, no tuvo problema alguno en ir a una estación de tren. Su intención era tomar el famoso tren bala, que vio en la televisión, pero por más que comprendía el idioma, no entendió ni papa respecto a las conexiones del tren.
«Es como ver un laberinto en tercera dimensión», pensó luego de ver el mapa de las líneas ferroviarias por enésima vez. Frustrada, dio un suspiro y decidió tomar un taxi, costaba mucho ese servicio, pero ella tenía dinero de sobra gracias a Fantasma.
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Tuvo que hacerse asesorar, pero lo logró, llegó a Kioto y junto a Fantasma, llegaron al dojo donde un hombre de mediana edad y con canas, hacía el kata. Su complexión era la de un occidental, así que se veía exótico con esas prendas japonesas tradicionales para la lucha.
Dorkal reparó en la presencia de los desconocidos y detuvo sus ejercicios, se acercó y dio una reverencia al estilo japonés.
María le vio la nuca, dos hileras blancas, una en cada lado de su cabello, hacían la función de canas y ella supo que esa era la característica que lo delataba como un hombre zorrillo, algo que solo Fantasma y ella sabían.
Luego de las presentaciones, Dorkal le pidió más pormenores de la misión. Analizó la situación en medio de la ceremonia del té, mirando con curiosidad a María y no le importó que la pobre no pudiera sentarse como él lo hacía.
—Por favor, María san, no es necesario que se esfuerce, puede tomar una pose más cómoda. Dígame, ¿qué le parece Kioto?
—Gracias, señor Var san. Japón es un país impresionante, cuando llegué a este nuevo mundo, me impresionó mucho la tecnología y edificios, pero lo que vi es nada en comparación a este país. Me sorprendió encontrar una ciudad tan apacible y tradicional como Kioto, los árboles, creo que les llaman cerezos, todo, parece que estoy en el paraíso
—Por favor, puede llamarme Dorkal.
—¿Añado el san?
—No es necesario —dijo y se rió con un timbre agradable.
—Var san, ¿qué le parece mi plan?
—Fantasma san, es arriesgado, pero en su simpleza radica su efectividad.
—Ni usted ni María correrán con riesgos, de eso me ocupo yo luego de la misión.
—De todas formas, gente inocente va a morir.
—No diré nada que suene a hipocresía.
—Entonces yo tampoco diré nada, que se haga la voluntad de Neko Kamisama. María, tú no tendrás que pelear, pero algo de técnica no te vendría mal para la misión, me temo que no podré enseñarte gran cosa por la falta de tiempo.
—Entiendo Dorkal. Espero que no duela.
—Como dicen en occidente: Sin dolor, no hay honor.
María forzó una sonrisa, esperando que el par de días pasara muy rápido antes de regresar en avión para su misión.
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Marvolous Lord era un hombre con muchas ocupaciones, el montón de dinero que le cayó del cielo no fue gastado en actitudes cacasenas propias de un boxeador derrochador u actor de Hollywood. Vivió en carne propia como su señorío quedó destruido por culpa de un alquimista que prometió muchas cosechas.
Con la hambruna vino el recelo a los aristócratas por parte de la población local, acusándole de acaparar comida. Gracias a su magia y a un hecho afortunado, logró isekearse de manera inversa. Compartió la misma línea temporal de María, sin embargo, vino al nuevo mundo en una época anterior a la sobrina del alquimista.
Como Barón que era, tenía la obligación de velar por su feudo, cosa que no todos los nobles hacían. Fue un shock saber que el mundo al cual llegó no le daba importancia a cosas como el título nobiliario, solo las revistas del corazón se ocupaban de esas cosas.
Era un cronista en su mundo, crítico del estilo hierático y poco detallista de los historiadores clásicos de su mundo, se sentía frustrado, pero en este nuevo ambiente, era su creatividad y deseos de explayarse, bien recibidos.
Tanta fama y popularidad recibió, que incluso pudo darse el lujo de alquilar aviones privados, desechando los vuelos comerciales a diferencia de la mayoría de los mortales.
A Marvolous le encantaba la ropa fina y costosa, llevaba varias maletas las cuales eran cargadas por sus guardaespaldas.
—Bienvenido a su avión, señor —fue el saludo de la aeromoza.
—¿No es usted muy joven para ser sobrecargo?
—Cumplí los veintitrés ayer, señor —mintió con descaro y enseñó una sonrisa perlada que practicó hasta dolerle las mejillas.
—Pues felicidades —dijo y fue a su asiento. Los guardaespaldas se sentaron atrás en asientos muy separados.
Luego de ofrecerle champagne, la azafata fue al baño, dio unos golpecitos y luego abrió la puerta. La figura de una sobrecargo y uno de los guardaespaldas fue lo primero que vio en el piso.
—¿Están muertos?
—Sí, mejor así —le respondió Dorkal.
—¿Ya preparaste el aparato ese que interrumpe la señal de esa cosa?
—Se llama transpondedor. Sí, ya está listo, se activará apenas terminemos la misión, también anulará los otros controles de mando del avión incluyendo la caja negra.
—Bien, vamos allá.
—Tu bufanda —dijo el hombre zorrillo y María se ocultó el moretón del hombro producto del curso acelerado de defensa personal que recibió en Kioto.
«No estés nerviosa, no estés nerviosa», pensó mientras se acercaba a Marvolous.
—¿Otro champagne?
—Esta va por cuenta de la casa —dijo haciendo que el hombre frunciera el ceño.
»La verdad, soy una gran admiradora suya. Leí sus libros, son geniales. ¿Cómo hace para hacer tan vívidas descripciones? Cualquiera diría que vivió en sus mundos de fantasía.
—Es solo cuestión de visualización, por favor, tome asiento a mi lado.
Uno de los guardaespaldas avanzó hacia adelante. Marvolous no le reconoció, intentó reaccionar, pero la joven la tapó la boca y le aplicó una llave para neutralizar cualquier resistencia.
Un guardaespaldas escuchó los gemidos de su cliente, se levantó y le preguntó a su compañero respecto a lo que pasaba. El silencio del hombre que no se dignó a darse la vuelta hizo sospechar a los otros que se levantaron de su asiento.
—¿Es que acaso no me escuchas? —preguntó mientras ponía su mano en el hombro de Dorkal. Por respuesta recibió un fuerte puñetazo, tan potente, que lo arrojó a los otros hombres que cayeron de espaldas, de esa manera empezó la pelea.
Los ojos de Marvolus giraban como locos en sus órbitas, de pronto, como si de pésimos efectos especiales se tratara, el cuerpo del hombre se licuó y se dirigió al techo, pero en vez de embadurnarse en la superficie prístina, desapareció.
—¡El altavoz! —gritó Dorkal que impartía golpes de karate.
—¿Sucede algo?
—Nada, Capitán, no sucede nada. —Se secó el sudor de la frente, apoyó su espalda contra la pared y espero que terminara la pelea.
No tuvo que esperar nada, Dorkal finalizó el combate, se arregló la ropa como si hubiera tenido un simple entrenamiento con uno de sus estudiantes. Luego activó su aparato que interrumpiría todos los sistemas de comunicación y vuelo del avión.
—Tenemos menos de un minuto, vamos —dijo el hombre y junto con María fueron a la parte de atrás, abrieron la compuerta presurizada y saltaron al vacío.
Gritó con todas sus fuerzas, no llevaba paracaídas, tampoco Dorkal; por fortuna, Fantasma cumplió su parte del trato, él y otros felinos voladores les agarraron en pleno vuelo.
María giró la cabeza y vio como el avión se estrellaba en el océano.
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En una habitación de hotel, Fantasma ponía mala cara a cierta joven ambiciosa.
—¿En serio vas a contar tremenda cantidad de plata? ¡Te va a tomar mucho tiempo!
—De acuerdo, confío en ti.
—¡Gracias, que amable!
—¿Qué le pasará a Marvolus?
—Su pena será más grave que tener que sacarle pulgas a los gatos, eso te lo aseguro. No te preocupes por él, recuerda, nuestro trato sigue pendiente: nada de cruzar la línea roja.
—Lo sé, no soy estúpida, verificaré mis estadísticas.
—Hazlo después, que no tengo tiempo, tengo que llenar un informe.
—Pobrecito, pensaré en ti cuando tome, ¿cómo se les llama? ¡Margaritas!
—Chistosita, si te gustan las guasas, aquí te tengo otra: Marco.
Un gato gris se acercó.
—Será tu guardián por un periodo de prueba: el tuyo y el de él.
—Oye, espera un momento.
—Hola, soy Marco, espero que nos llevemos bien.
Cuando María quiso replicarle a Fantasma, vio que el gato desapareció.
—En fin, ¿quieres ordenar caviar o algo? Tengo para gastar un montón, me arden los bolsillos.
—Como tu guardián, debo aconsejarte que no gastes en cosas superfluas.
—¿Eres de esos, verdad? —dijo y alzó los hombros. Miró por la ventana y decidió que viajaría por todo el mundo, después de todo, este era un nuevo planeta y se moría de ganas por explorarlo, dejaría atrás Latam, un final feliz, como Marvolus siempre ponía en sus libros.
FIN
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