Zombis de comida chatarra
El velo del hiperespacio
Capítulo 17: Zombis de comida chatarra
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La bañera era inmensa, tanto, que pensó que fue hecha para toda una familia japonesa. Se estiró a gusto y le satisfizo que la planta de sus pies apenas podía tocar el borde, los senos turgentes se levantaron debido a que arqueó la espalda. Canturreando en el agua caliente, solo faltaba la espuma que cubriera sus vergüenzas, pero de eso se encargaba el denso vapor.
«No, no es correcto», pensó al recordar que vivía con un hombre. «Puede que tenga cara de niña, pero es un chico».
Decidió concentrarse en quitar la suciedad de sus senos y dejar en paz su bajo vientre, no estaba tan necesitada de jugar ella solita.
Luego de secarse con la toalla y vestirse, salió al pequeño comedor que colindaba con la cocina, un modelo híbrido a gas y electricidad. El concepto abierto era inevitable dado a que decidió dormir en la cabaña de su joven anfitrión.
—¿Qué te pareció la ducha? —preguntó Timmy al verla, preparaba un desayuno a base de ensalada, cosas como los huevos, el tocino y la leche eran ausentes en todas las mesas de la Roosevelt—. Perdona lo del champú y el jabón, esas cosas tampoco las elaboramos aquí.
—Descuida, me encantó la bañera. ¿Dónde está, Jacques? Por lo general siempre pide comida en las mañanas.
—Está durmiendo afuera, le gusta estar cerca de las flores.
—Como sabe que no hay desayuno para él, que no se pone insistente.
—No te preocupes, pasaremos por las máquinas expendedoras, seguro encontraremos algo para el gatito —dijo como si fuera lo más normal del mundo ir a un lugar donde aparecían zombis. Irena sintió un escalofrío que le recorrió la columna vertebral.
—¿Es necesario hacer eso? Tengo mucho miedo de acercarme a esas cosas.
—No hay más remedio, la nave no es autosuficiente en cuestión de comida.
—Pero tu huerto...
—Créeme, te aburrirás de tener ensalada por desayuno, almuerzo, hora del té y cena todos los días, además, el huerto no es mágico, la comida no germina cada mañana.
—Tienes razón, también hay que conseguir comida para Jacques. Míranos, tan preocupados por él y está durmiendo junto a las flores, ¿quién no quisiera ser gato? Espera, ¿cómo hay flores aquí si no hay ningún sol?
—Por las luces led. Antes se necesitaba una fuerte irradiación de luz led roja y azul, pero se descubrió nuevas frecuencias y ahora no las vemos, pero están en la cascada.
—¿En serio? Que genial, como perdí la memoria, esto es muy novedoso para mí.
—Gracias. Sabes, fui yo quien modificó las nuevas ondas de frecuencia.
—No lo sabía, eso quiere decir que eres un genio, ¿no decías que solo eras un granjero en una nave fábrica?
—No es para tanto, después de todo, lo de los cultivos sin necesidad de sol van de la mano con la agricultura.
Ambos se sentaron a la mesa y degustaron el desayuno. Al terminar salieron y comprobaron que el gato seguía durmiendo.
«Si no fuera porque Timmy está a mi lado, le reñiría, pero se supone que es un simple gato común y corriente, no un agente. Ni modo, que siga durmiendo».
Fueron al funicular dejando al ángel soñar con pescaditos fritos nadando en leche. El traqueteo fue más intenso de bajada que de subida, pero nada por lo que asustarse.
Penetraron en el laberinto de corredores, esta vez el eterno zumbido procedente de máquinas a la distancia y de la energía que iba de un lugar a otro, no fue notorio gracias a la amena conversación de Timmy, no obstante, su guía le pidió silencio en un determinado punto.
—Fue bueno venir temprano, no hay nadie —dijo luego de abrir una puerta y llegar cerca de una máquina expendedora de alimentos—. Vayamos a ocultarnos tras esos tachos de basura.
Eran varios y estaban vacíos, tenían el propósito de ocultarlos de los sensores de los zombis que pronto vendrían.
—¿Por qué no venimos después de que repongan las existencias?
—Hay que llegar temprano o los otros se llevarán todas las cosas.
—¿Y si viene alguien? ¿No nos abriremos paso a empujones?
—Tranquila, es un acuerdo al que llegamos: el primero en llegar, el primero en servirse. Ante la necesidad y el peligro, lo mejor no es actuar como animales.
No estuvo muy segura de lo que afirmó su amigo, pero confió en lo dicho, después de todo, pasaron meses desde que se cortó el sistema Caronte y Timmy no le mencionó nada de trifulcas entre los de la Roosevelt por cuestiones de comida.
Al cabo de minutos llegaron más hombres, sus gestos eran adustos y las miradas duras, no obstante, saludaron con educación a la recién llegada y al joven de la cascada.
Cuando Irena temió que los tachos de basura no serían suficientes para esconder a todos, que oyeron un sonido perturbador: los pasos renqueantes de los no muertos.
Perturbadora escena, entes de pesadilla fungían como grotesca parodia de empleados que se pusieron a reponer las existencias de la máquina expendedora. Tardaron lo suyo debido a la impericia al coordinar movimientos, pero cumplieron, retirándose una vez finalizada su incomprensible labor.
No hubo orden de ningún tipo, Timmy tocó el hombro de Irena y fueron los primeros en ir a extraer la comida; el resto, empuñaron con más fuerza las improvisadas cachiporras y otras armas cortopunzantes, atentos a la menor señal de peligro y acudir pronto en ayudar al par que fue primero.
No hubo peligro, tampoco para los otros que siguieron. Nadie se retiró, todos se turnaban para vigilar desde los tachos de basura y ayudar en caso de que los zombis regresaran.
Nadie acaparó comida, otro acuerdo entre caballeros, aunque los de la Roosevelt estaban orgullosos de decir que no eran tal cosa. Con lo poco que cargaban, se retiraron en grupo, separándose aquí y allá en cada bifurcación plagada de señalizaciones fijas con remaches.
—¿No es muy poco para todo el mundo? Hay más máquinas expendedoras, ¿cierto?
—No te preocupes, las hay, pero en cuestión de lo otro, pues sí, es muy poco, pero basta para vivir. Tranquila, no tengas esa mirada, ya estamos acostumbrados a no tener grandes banquetes pese al trabajo duro, lo importante es el trabajo honrado... Pero ahora no trabajamos, solo controlamos que todo vaya bien en la nave, eso es lo que más baja la moral en este sitio.
La rubia frunció el ceño, más decidida que nunca de tener lo que le pidió Sexta.
—¿Ya podemos ir donde el doctor Caine? ¿O tenemos que regresar a la cabaña para depositar la comida?
—No es mucho lo que llevamos, podemos meter las cosas en nuestros bolsillos. La comida no se va a desperdiciar, toda es enlatada o envasada al vacío.
Tenía razón, los trajes de mezclilla con sus amplios bolsillos eran útiles para guardar cosas.
Fueron por otros corredores, teniendo que pasar por otros patios iluminados por cielos de cristal ahumado y que cambiaban de color según el curioso huso horario espacial que el almirante fijó de antemano.
Un hecho llamó la atención de Irena, un grupo hombres jóvenes se acercó, llevaban macetas y ofrecían aquellas para la cascada y huerto de Timmy, hubo incluso uno que se disculpó por una falta anterior:
—Perdón por eso de llamarte rarito —dijo con el rostro colorado y esforzándose a mirar de frente.
Como con Morgan, le aseguró que no había nada de qué disculparse, agradeciéndole las palabras y el valioso regalo de la tierra fértil.
Se despidieron y retomaron la marcha, a medida que avanzaban, los corredores ampliaron su tamaño, llegando a vislumbrarse complejos habitacionales que también tenían en los techos altos los paneles ahumados de las zonas comunales.
—Estás son las barracas de los trabajadores, hay más en otras secciones de la nave.
—Lógico, siento la Roosevelt tan gigantesca, ¿aquí vive al doc?
—Sí, en el sector de ingenieros en jefe, un área más lujosa que el resto. El doctor Caine invitó a varios trabajadores a que se mudaran, pero no aceptaron.
—¿Por qué no lo hicieron? ¿Acaso no tienen miedo ir separados y que les ataquen los zombis?
—¿Zombis? ¿Te refieres a los monstruos? Pues no, no tienen miedo, ya te dije que los de la Roosvelt son tipos duros, los que se marcharon fue por orden del doctor Caine luego de que quedáramos atrapados en este velo del hiperespacio, sin comunicación con el exterior, lo mejor era que todos fueran a la nave ciudad, la Oscar Niemeyer.
«Debe de ser un protocolo que puso el almirante, pero es raro, no vi tanta gente cuando llegué a la flota. ¿Se escondían en los departamentos? No, ese no puede ser el caso, si los de la Roosvelt son tan tipos duros como dice Timmy, la ciudad debería estar más habitada... Seguro fueron los que murieron como me dijo Ricky cuando le ofrecí el pastelillo», pensó, atando cabos con toda la información que sabía hasta el momento.
—Nunca creí que extrañaría esos días de estar atrapados, éramos felices y no lo sabíamos. Lo malo recién empezó al cortarse la intrared y el sistema Caronte; lo peor: los monstruos.
»¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? —pregunto al ver la enigmática sonrisa de Irena.
—Nada, no es nada —dijo recordando la vez que Simón, el camarero y dueño del bar le dijo lo mismo—. ¿Por dónde es?
—Por aquí, tomemos el ascensor. —Eso hicieron y llegaron a un piso pulcro, solo el olor a contaminación estaba presente, pero no tan acentuado.
El rostro adusto de Morgan les recibió, no obstante, Timmy le saludó con educación, gesto que el hombre correspondió.
«Debe de ser muy duro haber nacido con esa cara», pensó Irena y también saludó.
Les invitó a esperar al doctor y fue a prepararles un café instantáneo, cortesía de los zombis en su labor inexplicable de reponer las existencias de las máquinas expendedoras de comida. Dentro del departamento, el aire estaba puro gracias al purificador automático de aire.
—Que agradable compañía nos trae el nuevo día —saludó Kevin Caine. Sin la ayuda de Morgan, se acercó a Timmy para darle la mano; en cuanto a Irena, le tomó de la mano, besándole el dorso.
«Vaya, Sexta tenía razón, este tipo era un galán, lástima lo de su accidente», pensó sin poder evitar ruborizarse ante el hombre cubierto de vendajes.
—Veo, doctor, que mejoró su voz esta mañana.
—Cierto —dijo con cierta incomodidad a Timmy—, a veces viene y va lo de mi voz aguardentosa.
Una vez el café listo, los invitó a acompañarlo, Morgan tuvo que excusarse.
—No, no lo tengo como mi mayordomo —le explicaba el hombre a la bronceada pechugona de copa doble D—. Morgan solo me ayuda cuando tengo que ir a lugares un tanto inaccesibles como tu maravillosa cascada, Timmy, toda una obra de arte, ¡y muy útil!
—Muchas gracias doctor, pero es nada en comparación con todo lo que diseñó.
—Tonterías, si hubiera sido un buen ingeniero estructural, no tendría que necesitar la ayuda de Morgan, además, me centré solo en la fabricación de implementos para la flota, debí tener la mente más abierta, como tú, mi buen Timmy. Tú si eres un genio, yo solo soy un viejo acabado como puedes ver —dijo y dio golpecitos a las ruedas de su silla.
Tanto Irena como Timmy levantaron las cejas mostrando pena y forzaron sonrisas. Luego de tomar un sorbito de su café instantáneo para darse valor, que Irena formuló su petición a Caine.
—Claro, no tengo problema alguno, espera un momento —dijo y fue a buscar el pase llave.
Dio un suspiro de alivio y Timmy la felicitó, al poco tiempo, Caine regresaba, sobre sus fornidos muslos estaba la llave de la ciudad que le diera el mismo almirante de la flota.
Era de color café oscuro, a Irena por un momento le pareció que le pedía que la tomara de los recios muslos de Kevin Caine. Algo no cuadraba, pero el deseo de tomarla venció cualquier observación que un buen detective, amateur o profesional, hubiera tenido en ese momento.
—Me hubiera gustado una más colorida, tal vez una que combinara con sus preciosos ojos, señorita Dubon, ¿me permitiría el atrevimiento de tutearla?
—Claro, doctor, no se preocupe, ¿me la puede prestar hasta mañana? Prometo que se la devolveré sin falta.
—No hay problema alguno. Espero de todo corazón que te ayude con tu problema de memoria, al menos eso, puesto que es inútil para todo lo demás. Salvo la bahía de embarque que conduce a la Bahamas y que es usada solo por los monstruos, todas las otras se encuentran inutilizadas.
Sintió como el alma se le caía a los pies, ¿significaba que la llave pase que pedía Sexta era inútil después de todo? Ese parecía ser el caso.
CONTINUARÁ...
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