Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Una amenaza al acecho

El velo del hiperespacio

Capítulo 42: Una amenaza al acecho

.

La luz blanquecina parpadeó antes de expulsar todas las umbrías de los rincones. La pared se recorrió a un lado y por aquella entró una nave gracias al sistema Caronte, se notaba que no era de naturaleza civil, sino militar. Las puertas se abrieron y multitud de zombis ingresaron a paso lento, luego de un momento salieron para hacer lugar a los que vendrían, tal operación se repitió varias veces.

Ninguno de los entes se quejó, no podían hacer tal cosa, esclavizadas sus mentes por una programación siniestra que los obligaba a realizar labores de patrulla; para los pobres desgraciados, todo era tan similar y a la vez tan diferente.

Formaron sobre el césped, justo frente a una de las entradas, esperando la orden pertinente que se materializaría sobre sus ojos con una tipografía helvética, eran una combinación pavorosa de máquina y carne.

Lo que sea que fueron a buscar, se les adelantó. Una sombra, enorme, cayó sobre la formación de no muertos y empezó la labor de destazar, despanzurrar lo que fuera tuviera forma bípeda.

Los zombis, con su programación e instintos básicos de atacar lo que fuera se mostrara agresivo, intentaron dar pelea, pero nada pudieron hacer sus brazos extendidos y piernas espasmódicas que iban con lentitud; seres aptos para meter miedo, pero aparte de aquello, no eran la gran cosa ante el remolino de furia que acabó por triturarlos a todos.

La cúpula de la nave desplegaba un holograma acorde a la escena de violencia sobre el césped, la noche era lóbrega.

.

.

Estaba fastidiada, cada mañana, la vida real era como se supone siempre lo fue: injusta.

Debía despertarse muy temprano, asearse rápido, comer de manera frugal y trabajar duro; mientras, su compañera en la celda monacal se saltaba toda incomodidad como si nada.

Sudaba mucho por la labor de tener que limpiar los pasillos con agua, debía acuclillarse y avanzar hacia adelante sosteniendo con fuerza un trapo húmedo, lo mejor era hacerlo poniendo fuerza en las piernas y simular correr en tan incómoda pose.

«Tan temprano y ya apesto a sudor», pensó Stephanie, tratando de no doblar los codos, no quería irse de cara contra el suelo mojado. «Me gustaría darme una ducha en este momento, no importa que sea con agua fría», recordó que las duchas comunales del convento no tenían agua caliente, lo más que una podía esperar era que fuera templada.

Otra memoria vino a su mente, no fue un recuerdo bonito por lo que frunció el ceño, bastante ocupado el par de cejas en evitar que el sudor fuera a sus ojos y los irritara poniéndolos rojos y llorosos.

Ella, Irena, alta, escultural, perfecta, por alguna razón siempre ponía poses raras al tomar la ducha. A Stephanie le parecían algo provocativas, escandalosas, indecentes, pero no opinaban lo mismo las otras, la miraban con adoración y murmuraban la palabra ángel.

Se levantó y puso sus manos sobre su espalda baja, le dolía por el esfuerzo. Miró al patio interior y vio a Irena, paseando, oliendo las flores y degustando bocadillos al son del canto de los pajarillos matutinos; como en la Edward Jenner, no eran reales, solo reproducciones sonoras por medio de parlantes ubicados de forma estratégica por toda la nave cementerio.

Parecía una reina abeja en vez de monja, uno hasta podría decir que le bastaba estirar la mano y un grupo de novicias, salidas de algún recóndito lugar, se aproximaban para ver en que podían servir a la religiosa recién llegada.

«¡Suficiente, es el colmo!», pensó con furia, arrojó el trapo húmedo al suelo y fue hacia el jardín del claustro.

Holis, hermana Robert, ¿no es una hermosa y pacífica mañana?, ara, ara.

—Pacífico tienes el culo de tanto estar sin hacer nada, ¿acaso crees que estás de vacaciones en un crucero?

—Es una lástima, me hubiera gustado ir a los casinos de la Maverick, pero tuve que seguir a Sexta esa vez, ara, ara.

—¡Me refiero...! —gritó, pero luego se dio cuenta que habían oídos cerca y decidió hablar en susurros—. Quiero decir, ¿qué hay de tu misión de ir a la nave del almirante? Y a todo esto, ¿dónde está el flojo de tu gato?

—No seas mala, no he estado de vaga, hablé con Maggie y me dijo que no hay ningún alcalde en esta nave, que todos los cementerios tienen personal administrativo en su lugar. Lo que todos llaman aquí cementerio municipal, es administrado desde la Oscar Niemeyer.

—Entonces, sin alcalde, tampoco hay una tarjeta llave que puedas darle a Sexta, ¿qué es lo que vas a hacer?

—Estoy pensando en eso, caminar me ayuda, por eso estoy aquí. Maggie me dijo que fue al entierro de varios de los monstruos que encontramos al llegar aquí, no tenía la menor idea de que llegaron, nadie la tuvo.

—Muy raro, ¿alguna suposición?

—No estoy segura, pero el doctor Hafez pudo insistir en que los monstruos fueran a su nave para capturar a Konrad, pero...

—Nunca vinieron, prefirieron venir aquí. La pregunta es: ¿a qué? ¿Qué era más importante aquí que ir a la otra nave y atrapar al lunático de Konrad?

—No lo sé, pero lo que sea que estaban buscando, fue lo bastante capaz para matarlos a todos, otra vez.

—El peligro ronda, lo mejor será no salir del convento.

—Lo sé, por eso que Jacques se encarga de averiguar todo lo posible por su cuenta, incluso será él quien visite al pobre de Herman, seguro se siente solito todos los días.

—Cielos, mujer, te preocupas por cosas sin sentido —dijo, elevando la voz, terminó la plática que iba en susurros.

—Hermana Robert, sea más compasiva ara, ara.

Tuvo el impulso de quitarle el velo de monja a la rubia y arrojarlo al suelo como hizo con el trapo de limpieza, pero en eso vinieron dos monjas, tomaron por los brazos a Stephanie y la arrastraron para que siguiera trabajando.

Ara, ara, ara, ra —dijo mientras veía con ojos entrecerrados y una sonrisa maternal la cara de consternación de su amiga que se alejaba. Un par de novicias la distrajeron de ver a la pelirroja y le acercaron unos bocadillos en una bandeja.

.

.

Bajo el cielo azul del holograma, los ánimos no eran de los mejores, algunos hombres se rascaban la cabeza, movían nerviosos las manos y cruzaban miradas tratando de obtener una respuesta que sabían de antemano no vendría.

¿Quién o qué cavó en la fosa común donde enterraron a los zombis? Nadie lo sabía, pero sin duda era una señal aciaga, nada bueno podía venir de los hoyos excavados.

—Una cosa sé, no fueron los perros guardianes del cementerio, porque para empezar no tenemos animales aquí.

—¿Alguien quiere bajar para ver si los cuerpos siguen ahí dentro? —dijo uno. Fue obvio que todos desviarían la mirada.

—A volverlos a tapar, no queda de otra.

—Hagámoslo rápido, todo esto me pone la piel de gallina.

—Mejor no hablar de esto con nadie —concluyó otro y los hombres tomaron las palas y volvieron a cubrir el terreno irregular con la esperanza de que nada volviera a perturbar el descanso de los muertos.

Sin que alguno lo notara, unos ojos ferales les observaban a la distancia.

«¿Qué hacen, tontos humanos? Lo están arruinando todo», pensó Jacques tras un árbol, se notaba que se encontraba molesto. Su intención era la de acercarse para encontrar alguna pista, pero la intervención de los sepultureros daría al traste con sus esperanzas de descubrir lo que fuera pudiera ayudar a Irena y a él a completar su misión. «Borrarán todas las huellas y ni que decir del olor, no podré olisquear nada de nada, ¡son como la mosca en la sopa!».

Decidió quedarse en el sitio solo por si acaso. Transcurridas un par de horas, comprobó que no lograría descubrir nada y a la par de los hombres, se retiró del lugar.

No fueron ni sus ojos ni sus orejas ni su nariz lo que le advirtieron de que algo pasaba, fue su pelaje, empezó a encresparse por un motivo desconocido.

«Alguien me sigue, pero ¿quién o qué es? Se supone que en esta nave no hay animales domésticos, tampoco aves», pensó. Se detuvo y oteó en todas direcciones, sus orejas rotaban como si fueran platos de satélite, en cuanto a su naricita: nada. Sus bigotes proyectados hacia adelante y lengua un poco salida, tampoco lograron descubrir la gran cosa.

Su instinto siguió insistiendo en que algo le acechaba.

Decidió confiar en aquel y apresuró el paso para visitar a Herman.

Los topiarios, en otras circunstancias, maravillosos, se antojaban desde la perspectiva del gato como entidades predadoras dispuestas a despertar de su letargo y lanzarse sobre Jacques a la menor oportunidad, como si fueran serpientes que, inmóviles, esperaban que la anhelada presa pasara por el frente de sus fauces.

«¿¡Qué fue eso!?», pensó con alarma, su cola estaba encrespada, como corroborando la amenaza.

Nada, aquel paso quedo, ajeno al caminar de Jacques, cesó apenas las orejas del felino rotaron hacia la fuente del sonido, corrió hacia la cripta.

La mirada se centró en el gato con manchas de guepardo, fue tras él, cada vez más rápido. Con cada paso se acercaba al felino sin que aquel lo advirtiera, ¡estaba sobre él!, faltaba poco para darle una dentellada.

Atravesó el gato la reja de la cripta subterránea y lo que fuera que estaba persiguiendo a Jacques, vio frustradas sus intenciones.

Apartada de la vista de cualquier curioso en las cercanías, la cripta subterránea tenía la ventaja de estar iluminada por el foco. Sentado, inmóvil como si fuera un mobiliario junto a las lápidas en las paredes, estaba Herman ensimismado en unos pensamientos que no exteriorizaba a nadie.

—Hola, grandote, vine a visitarte —dijo como saludo matutino. Herman se movió, girando la cabeza hacia el gato, una pequeña sonrisa apenas se dibujó en su rostro.

»¿Por qué tan meditabundo? —preguntó y se acercó a los pies descalzos.

Como todos los gatos, Jacques se frotó contra las canillas de Herman. Cuando el gigante le acarició el lomo con un dedo, el ángel ronroneó de puro contento.

—No le digas nada de esto a las chicas, ¿entendido? —dijo y Herman asintió dando a conocer que entendió la petición del curtido y duro agente celestial.

»No te vayas a decepcionar, pero ni Irena ni Stephanie podrán venir a verte. Te explico —se apresuró a decir al ver la tristeza en ojos de la criatura—, hay algo, algo peligroso allá afuera y no sabemos qué pueda ser. Acabó con todos los zombis que pisamos la noche que llegamos aquí, ¿entiendes? Es muy riesgoso salir del convento, apenas Irena descubra algo, trazaremos un plan y vendremos a sacarte de aquí.

No supo con certeza si el gigante le entendió, supuso que aquel fue el caso porque Herman volvió a acariciarle, algo que no rehusó, la criatura del doctor Shelley, a diferencia del incordio que representaban monjas y novicias, respetaba su espacio personal, nada de besos o abrazos que le incomodaban mucho.

Le dio un breve resumen de lo acontecido hasta la fecha con la esperanza de que le comprendiera o quizá solo lo hizo para charlar con alguien, aunque su interlocutor fuera tan callado como una pared. Una vez finalizó, se despidió y subió las graderías.

Cuando estuvo por salir, de nuevo su instinto le advirtió que algo estaba mal, afuera la muerte le esperaba al acecho.

La mirada que antes persiguió al gato, trataba de penetrar la oscuridad, sabía que el felino estaba cerca, solo era cuestión de esperar.

Ningún maullido, lo que vino fue toda una sorpresa: el grito bronco de un hombre.

La amenaza desconocida se asustó y se alejó de la reja de la cripta a toda velocidad.

—Gracias, Herman, sea lo que sea que haya sido, ya no está aquí. No te preocupes, estaré bien; tú, cumple la promesa que le hiciste a Irena y no salgas de aquí, nos vemos mañana.

Olisqueando una última vez, Jacques apuró el paso, no sentía el menor atractivo de ponerse a pasear por el cementerio, debía hallar la seguridad de los muros del convento e informarle a Irena respecto a todo lo que vio y presintió, en especial, lo de la amenaza acechante.

CONTINUARÁ...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro