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Mentiras blancas

El velo del hiperespacio

Capítulo 32: Mentiras blancas

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A menos que este iluminado, un parque en la noche se antoja a un sitio lóbrego, todo el mundo en la Edward Jenner, la nave hospital de la flota, estaba en las clínicas.

—Dejen de pelear —decía Irena que creyó le vendría una migraña—. No puedo creer que la noche haya llegado tan pronto, es como dicen: la noche cayó, y nunca mejor dicho.

—Es por el holograma de la cúpula, la transición entre día, tarde y noche, es más abrupta, al menos lo es en esta nave, no recuerdo cómo será en las otras —dijo Stephanie, obligándose a no mirar al gato para no iniciar otra pelea.

—¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos aquí? —le preguntó Jacques a Irena.

—No lo sé.

—Vente conmigo —dijo la novicia, sorprendiendo a chica y gato—. Tranquila, ya no estoy enojada, como te lo sugerí, iremos donde el doctor Hafez y le diremos que tienes amnesia como yo. En cuanto al gato este, pues, lo llevaremos donde están las otras mascotas de terapia.

—¿Crees que funcione? No sé, tal vez sea mejor quedarme aquí, mientras tenga comida...

—Ni lo pienses, no podría abandonarte a tu suerte. Sé que tienes a Herman para protegerte, pero sería muy incómodo permanecer aquí.

—Estoy preocupada por Herman, ¿y si los zombis lo descubren?

—¿Zombis? ¿Te refieres a los monstruos? Descuida, algo me dice que tu amigo se las puede arreglar solito. La cosa es nosotras, ya es de noche y los monstruos que llamas zombis, vienen en las noches.

—Déjame adivinar, ¿vienen para reponer las existencias de las máquinas expendedoras?, ¿me equivoco?

—No lo haces, por lo general vienen de noche, pero hay veces que lo hacen de día. Sé que suena muy raro, pero por más loco que parezca, eso es justo lo que hacen esas cosas —dijo Stephanie, negando con profusión con la cabeza al recordar algo—. ¡Perdón por llamarles cosas! Antes eran gente de la flota —dijo con pena y se santiguó.

»De todas maneras, habrá que pensar en una buena historia para contarle al doctor Hafez. Lo mismo va para el gato, hay que idear algo.

—No creo que sea necesario que nos exprimamos el coco, se supone que tengo amnesia y Jacques no puede hablar.

—Cierto, pero mejor no pecar de despreocupadas, un poco de esfuerzo no viene mal a nadie.

«Stephanie tiene razón, con mi poder isekai puedo convencer a quien sea de cualquier historia que cuente, pero no es un ciento por ciento fiable, debo ponerle empeño a lo que diga».

—¿Puedo dejarte eso? Recién llegué a la Edward Jenner y no sé cómo están las cosas en este lugar.

—De acuerdo, pensaré en una historia para ambos. No te preocupes, te pondré al corriente de lo que sucede en la nave hospital, al menos la parte que recuerdo; hasta el momento no puedo recordar cómo vine aquí en primer lugar y cómo perdí la memoria.

—Gracias por toda tu ayuda.

—Seré yo la que te lo agradezca si resuelves este lio en el que nos encontramos. Por culpa de este velo del hiperespacio, no podemos comunicarnos con el exterior.

—Lo haré, no te preocupes, puede que me tome tiempo, pero junto con Jacques y Herman, resolveremos este caso.

—Mi agradecimiento vendrá más pronto si comienzas sacándome de este agujero.

—¡Claro! Por favor, Herman, sácanos de aquí —pidió. El gigante, como la otra vez, tomó la cintura de la caderona y la subió hasta que pudo asirse con sus manos a la barandilla del puente.

Abrió mucho las piernas y pasó una sobre la baranda... Se le vio hasta el alma.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —gritó Stephanie desde abajo, quiso cubrirse los ojos con la palma de las manos, pero los dedos estaban abiertos.

—¿Qué pasa? ¿Hice algo mal?

—¿Qué si hiciste algo mal? ¡Esto hiciste mal! —gritó y señaló la sonrisa pervertida de Herman.

—¡Nooo! —gritó tratando de bajar la falda de enfermera y cubrir sus bragas, una tarea imposible por lo corto del uniforme y porque estaba sentada en la barandilla.

—¡Al menos deja de gritar y pasa al otro lado de una buena vez!

La novicia trató de tapar los ojos de Herman cuando Irena alzó la torneada pierna, pero no hubo caso, apenas los dedos le llegaban a la barbilla.

—Mi turno, señorita pingüino —dijo Jacques, saltó sobre la cabeza de la monja, luego sobre el hombro de Herman y de allí hacia el puente de madera.

—¡Serás! Escucha, tú, Herman, súbeme por favor, pero no abras los ojos.

El gigante obedeció, cerró los ojos y tomó a Stephanie por la cintura, luego la elevó hacia el puente; el problema: hizo que chocara su cabeza contra el techo.

—¡¿Qué pasa ahí abajo?! —preguntó Irena, recuperándose del rubor al escuchar la queja de dolor de la pelirroja.

—¡Abre los ojos! ¡Ahora súbeme, pero ten más cuidado, por favor!

La falsa enfermera ayudó a Stephanie quien se sostenía la cabeza.

—¿Estás bien? ¿Qué te pasó?

—Me di un golpe en la cabeza, me hizo ver estrellas —dijo, sus ojos lagrimeaban—. Ayúdame a pasar al otro lado.

Aunque supo que no se le vería nada a diferencia de Irena, apresuró el pasar las piernas sobre la barandilla. Una vez sobre el piso del puente se sostuvo la cabeza.

—¡Qué daño! Creo que me va a salir un chichón.

—Déjame ver, ¿puedes sacarte el traje de pingüino? ¡Digo!, el vestido de monja —Irena se tapó la boca con una mano por sus desacertadas palabras.

—¿Qué no ves que todavía no soy una monja? Este es mi hábito de novicia.

—Perdón, ¿puedo verte la cabeza?

—Está bien, me quitaré el velo.

—Tu pelo es muy rojo, nunca había visto a una pelirroja tan de cerca en mi vida. Tu cabello es muy bonito... Uy, se ve feo, estas sangrando, sí, te va a salir un feo chichón.

—Lo sabía —se lamentó y miró por la baranda. Frunció el ceño no porque la torpeza de Herman la lastimó, sino porque el gigante se veía algo decepcionado.

«¿Esperaba verme la ropa interior?»; pensó y sacó de su bolsillo un pañuelo que puso sobre su chichón.

—Nos vemos mañana. Recuerda ser un buen chico y no pasear por ahí —le recordó la rubia. Herman se despidió moviendo la mano y retornó bajo el puente.

—Perdón por decirte pingüino —dijo Irena mientras ayudaba a Stephanie a caminar—, estaba pensando en cómo te llamaba Jacques. Y eso de que eres novicia, pues sí, tu traje es bonito, no es tan cerrado como el de las monjas, me gustan tus mangas largas, se ven muy limpias, veían.

La novicia miró su vestido, estaba sucio por caer por la pendiente cubierta de hojas.

—¿Podrás lavarlo?

—No lavo mi ropa, de eso se encarga el personal de la clínica, seguro les voy a causar muchos problemas.

—Perdón, por mi culpa te caíste y ensuciaste tu bonito traje de novicia.

—Primero, no fue tu culpa, sino la mía; segundo, pides mucho perdón aquí y allá, eso es malo, creo.

—Perdón —volvió a disculparse, poniendo cara de puchero.

—En fin, mejor pasemos antes por una farmacia, necesito unas aspirinas para el dolor de cabeza.

—No tengo dinero.

—Yo sí, es dinero de emergencia. El doctor Hafez me dio un poco en caso de que tenga migraña, según él, te vienen fuertes dolores cuando tratas de forzar recuerdos.

—¿Crees que ese doctor también me dé un poco?

—¿En qué lo gastarías? Solo finges tener amnesia.

—Así ya no tendría que robar de las máquinas expendedoras.

—No te preocupes por eso, en la nave nadie pasa hambre, eso sí, no esperes restaurantes de lujo y comida condimentada, todo lo que te dan es comida blanca para enfermos.

—Que mal, pasé una semana comiendo eso en la otra nave, ¿no hay otras alternativas? ¿Stephanie?

—Ya que lo mencionas, nunca vi al personal de la clínica u a otros doctores comer otra cosa que no fueran las raciones que recibimos los pacientes.

«Todos reciben su ración sin falta, al menos no escuché quejas respecto a eso. ¿Tendrá la nave bodegas, frigoríficos donde se guardan las raciones? Pero ya estamos varios meses sin contacto con las otras naves y me dijeron que aquí no se procesa la comida para los enfermos y puede estropearse por estar tanto tiempo en el congelador. No es que puede, ya tendría que estar mal», pensó. Su rostro de preocupación fue notorio porque Irena interrumpió sus pensamientos:

—¿Te encuentras bien? Pusiste una cara muy seria.

—No te preocupes, quizá descubrí un sitio donde podamos ocultar a Herman, luego lo verificamos, antes vayamos a la farmacia.

Caminaron un buen trecho, tenían expresiones de miedo, temían ver a algún zombi saliendo tras un árbol.

—No tengan miedo, con mi olfato les puedo avisar de antemano si una de esas cosas se acerca, además, sus pasos son torpes, los oiría a la distancia.

—Que gatito más confiable eres, ¿verdad? —le preguntó Irena, esperando limar asperezas entre los dos.

—Sí, supongo, mira, ya llegamos. Tú espera aquí.

—¿Por qué? Da un poco de miedo estar aquí.

—Pues a mí me da vergüenza que me vean a tu lado, ese traje de enfermera es muy escandaloso.

—A mí me parece muy bonito —dijo, causando que la novicia se estampara la palma de la mano contra el rostro.

—No seas niña, no hay nada de qué temer, el sitio está iluminado, enseguida regreso.

La novicia entró a la farmacia, una estructura de dos pisos, solitaria junto al paseo, una estética que se repetía mucho en la nave. Irena se puso a contemplar los alrededores nocturnos, reconociendo que su traje no abrigaba mucho y agradeciendo al sistema de calefacción de la nave.

Una patita de gato insistía en llamar su atención.

—¿Qué pasa? ¿Viste un ratón o algo? Por favor, trata de llevarte mejor con Stephanie, ¿por qué le tienes tanta bronca?

—Es obvio, ¿no?

—Ni idea a qué te refieres.

—Ustedes, los humanos, crean muchos templos para rezar y encima declaran la guerra a otras religiones. Neko Kamisama no necesita que lo adoren ni lo otro, solo que reconozcan el milagro de la vida dentro de ustedes. No creo poder llevarme bien con alguien como la pingüino.

—Deja de llamarla así, no viste un traje de monja. Vamos, haz un esfuerzo.

—Esta bien, lo haré, solo por ti. Quería decirte otra cosa: te olvidaste comunicarte con Sexta esta tarde.

—¡No jodas! ¡Es cierto! La pobre seguro se puso muy angustiada.

—Mañana estará muy enojada.

—Lo sé, que tonta fui al olvidarme, pero con todo esto de Stephanie que mi mente se distrajo.

—Yo también tengo la culpa, debí recordártelo. Mañana nos viene tremenda bronca.

Estaban cabizbajos, el prospecto de comunicarse con Sexta no se veía apetecible.

—¿Qué le voy a decir a Stephanie?

—¿Decirle qué cosa?

—Me refiero a Sexta, omití mencionarla, ¿no prestaste atención a lo que decía?

—Estaba ocupado con el entrenamiento de Herman.

—Pasándotelo muy bien, querrás decir. No puedo contarle lo de Sexta porque en ese caso tendría que decirle respecto al espacio dimensional que tengo, y si le cuento eso, tendré que revelarle lo de tu jefe.

—Sí, veo a dónde quieres llegar, no sería buena idea. El doctor Shelley fue una excepción porque era ateo y también un hombre peculiar, fue raro lo que dijo, no me refiero a cuando le conté respecto al cielo, sino cuando se enteró que venían los iracundos campesinos de la Pasteur. Dijo algo respecto a su hijo..., no recuerdo.

»No importa, solo dile que es una tecnología muy avanzada del futuro, de tu universo, que te lo dieron en la policía para atrapar al criminal.

—¿Y en cuanto al criminal? ¿Qué le digo?

—Dile que no puedes, que fue una orden estricta del jefe de la policía intergaláctica.

—Mentira tras mentira, odio mentir, más en este caso a Stephanie que es una monja.

—Todavía no es una monja, le falta decidir si lo será o no.

—Cierto. Es bonita, ¿no? Le falta un poco más de grasita en el cuerpo, pero tiene un rostro muy agradable...

»¿Quiere ser monja? ¡Que desperdicio!

Esta vez no se contuvo, Stephanie que escuchó la última parte, consideró que una patada sería cometer un pecado, así que decidió darle un puñetazo al ridículo peinado de la rubia.

Su puño quedó atrapado en esa colmena peluda. Ambas forcejearon y se quejaban. El farmacéutico, sorprendido por el barullo del exterior, estiró lo más que pudo el cuello para ver qué pasaba.

CONTINUARÁ...

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