La pesadilla de novicia y gato
El velo del hiperespacio
Capítulo 41: La pesadilla de novicia y gato
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Todo murmullo cesó, tanto las monjas como las novicias bajaron las escobas y los cucharones para mirarse unas a otras. Solo Irena seguía metiendo escándalo, pidiendo que no le vieran la ropa interior, mientras trataba de cubrir ambas piernas con su hábito de monja, la cuerda que la suspendía boca abajo, la atrapó por la cintura.
Tanto se movió, que empezó a dar vueltas y aquello añadió más confusión y quejas por parte de la rubia bronceada y pechugona de piernas esbeltas.
—¡Por favor, que alguien me ayude! Me estoy mareando y creo que voy a vomitar.
La madre superiora, con profusión, negó con la cabeza para sacarse la sorpresa:
—Todas, ayúdenme a bajar a la hermana —dijo y las religiosas, solícitas, ayudaron a bajar a Irena.
—Muchas gracias, ya no aguantaba más. ¡Jacques! Espera un momento mi gatito —dijo y se apresuró en bajar a su amigo peludo.
—¿Quién es usted, hermana? —preguntó una de las monjas.
—¿Yo? Este, soy la hermana Irene Dubón. Este gatito se llama Jacques y la novicia al lado mío, bueno, parece que ya la conocen, es la hermana Stephanie Robert.
—Bienvenida al convento Bien venida sea la paz, de la orden de Acadia de Loup-garou, una orden de Luisiana.
—Muchas gracias. ¿No es maravilloso, hermana Stephanie? Estas buenas personas te conocen...
Se dio la vuelta y vio una escena patética. La pobre de Stephanie colgaba de una pierna, su rostro rojizo por la sangre que se le fue a la cabeza, combinaba a la perfección con el cabello de la pelirroja de ojos verdes, aunque aquellos no podían verse del todo, porque estaban blancos, la pobre novicia se desmayó.
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Era una niña, las pecas cubrían su cara, el único aspecto que le daba algo de dulzura al rostro, porque todo el resto del conjunto hacía ver a una pequeña marimacho nada dispuesta a tomar un baño.
Se acercó al árbol y trepó hasta las ramas. Sin miedo alguno, caminó por aquellas hasta dar con lo que buscaba: rojizas manzanas que se veían apetitosas.
Arrancó unas cuantas, las tiró al suelo y se puso a bajar del manzano.
Posó sus delgaduchas piernas en el suelo y fue por las manzanas, al alzarlas, estas le hablaron:
—No nos comas, soy muy bonita para que alguien me coma. Dame una mordidita si quieres, pero no una mordidota. No entiendo a los hombres, siempre me dicen que solo quieren darme una mordidita, pero acaban dándome mordidotas —le dijo la manzana que tenía la voz y rostro de Irena.
—Ni siquiera lo pienses, pingüino —le bufó la cara de Jacques en la manzana.
—¡Por un demonio! —gritó a la vez que se despertaba, estaba sentada y se descubrió tapándose la boca con las manos como una reacción automática para no decir groserías.
«¿Dónde estoy?», pensó y vio que estaba sobre una cama de duro colchón. «¿Irena? ¿Jacques? ¿A dónde se fueron?».
Se levantó y avanzó como un gatito temeroso al cual mudaron a nueva casa. Abrió la puerta y vio un pasillo interior.
«Las paredes son blancas y no hay muebles ni cuadros. ¿Un hospital?», pensó al reconocer lo espartano en mobiliario debido a su estadía en la clínica de la Edward Jenner, la nave hospital de la flota. Su cerebro todavía no se conectaba del todo y no recordaba con exactitud que estaba en la Edith Cavell, la nave cementerio.
«¿Y eso?». Escuchó una conversación. «¿Son esas risas?», pensó y siguió adelante, hacia una puerta labrada cuyo relieve era el de un lobo al pie de una cruz puesta como humilladero a la entrada de un pueblo.
Abrió la puerta y la escena que vio la despertó por completo.
Una rubia pechugona y bronceada, charlaba de manera muy animada nada más ni menos que con las monjas del convento y la madre superiora, se notaba que la estaban pasando en grande.
—Pero, ¿qué es todo esto? —preguntó a la vez que traspasaba la puerta.
—¡Stephanie!, digo, hermana Robert, que bien que haya despertado —dijo la madre superiora, a la novicia le pareció que la anciana forzó una sonrisa, es más, las otras mujeres bajaron la mirada y suprimieron una risa; en cuanto a Irena, amplió su sonrisa y empezó a rascarse la nuca.
—Usted, ¿me conoce usted? ¿Sabe quién soy?
—Mi pobre niña —dijo la madre superiora. Se levantó y fue hacia Stephanie a quien abrazó—. Tu amiga me lo explicó todo.
—¿Eh? ¿De veras?
—Me contó como ambas se conocieron en la Edward Jenner y fuiste capturada por un psicópata, que por su culpa perdiste la memoria. También me relató como los de la nave las expulsaron y vinieron a dar aquí, a la Edith Cavell. Me, nos tenías tan preocupadas; apenas caímos en el velo del hiperespacio que desapareciste sin dejar siquiera una nota, nunca nos imaginamos que pudieras estar en otra nave, de no ser por el corte del sistema Caronte, que te hubiéramos buscado por toda la flota.
—Yo... —Empezó a recordar algo, el aroma, era el típico aroma a mujer anciana, pero no le disgustó, los recuerdos iban a cuenta gotas.
—Menos mal que en todo momento te cuidó la hermana Dubon y su gatito.
—¿Qué? —dijo, no prestando atención a la puerta de atrás, donde se veía como las novicias perseguían al pobre de Jacques en su afán de escapar de las mujeres que querían abrazarle y cubrirle de besitos.
—La pobre hermana Dubon, lo mismo que tú, perdió la memoria. No te preocupes, Stephanie, ¡digo, hermana Robert!, ambas recuperarán la memoria en el convento y retomarán sus labores eclesiásticas con normalidad.
—¡Espere un momento, madre...!
—Maggie McGonagall, ese es mi nombre, hermana Robert, no se preocupe, pronto, con la ayuda de Dios, lo recordará, lo mismo que el de las otras monjas y novicias.
Se separó del abrazo de la anciana, lo hizo con brusquedad, pero no le importó en ese momento, miraba con ojos como platos a las mujeres.
—Un momento, dice, me dice que usted, todas, ¿creen que Irena es una monja? ¡Miren cómo va vestida!
—Ara, ara, gracias por alabar mi hábito de monja, hermana Robert.
—¡No lo estaba alabando! Oye, ¿por qué hablas así?
—¿Cómo que así? Ara, ara.
—¡Justo así! ¿Por qué usas esa muletilla al hablar? Otra cosa, ¿por qué sonríes todo el tiempo y entrecierras los ojos? Te ves ridícula.
—Ara, ara, tan arisca como siempre, hermana Robert, yo siempre he hablado de esta manera y siempre he tenido la misma expresión —dijo poniendo la palma de su mano sobre el pecho, causando que los senos copa doble D dieran un buen rebote—. ¡Ara, ara!, que traviesas estas chicas, ara, ara.
La pelirroja estuvo segura que se le hinchaba una vena en la frente, pero lo peor estaba por venir.
—Bueno, admito que es un hábito poco ortodoxo —dijo la priora del convento—, pero se ve muy bonito, en California tienen una estética de la moda muy libre. No lo sé, hermanas, tal vez deberíamos cambiar de hábitos y adoptar el estilo de la hermana Dubon.
En menos de un segundo la pobre de Stephanie cayó de espaldas al suelo, dándose tremendo costalazo, sus piernas apuntaban al techo.
—¡Ara, ara! Hermana Robert, ¿se encuentra bien?
—Esto debe de ser una pesadilla, en serio, no puede ser que crean que Irena sea una...
En marabunta, Jacques y las novicias entraron al recinto, empujando a la pobre de Stephanie.
El gato, a diferencia de las otras veces, no le importó ser cobijado por los enormes senos de Irena, lo que sea con tal de buscar refugio.
—¡Umnya! Que gatito tan travieso, ara, ara.
—Que gato tan lindo, no se permiten los animales domésticos en esta nave, en ninguna otra salvo la Pasteur y la Edward Jenner —dijo la madre superiora—. Hermana Robert, tomando en consideración su estado, he decidido que la hermana Dubon y usted, compartan celda, seguro con esto, ambas lograrán recuperar la memoria, ¿qué le parece?
—Se puso tan contenta que quedó tiesa como una estatua, ara, ara.
Tanto las monjas como las novicias suprimieron la risa. La abadesa dio un par de fuertes palmadas, dos monjas tomaron por los brazos a Stephanie y la arrastraron hacia su nueva habitación.
«No jodan, esto debe de tratarse de una broma, una pesadilla. Sí, eso es, es solo un mal sueño. Señor mío, Dios mío, haz que despierte y que siga colgada del peral».
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A diferencia de la madre superiora, Irena se despertó mucho después de que el holograma en la cúpula de la nave mostrara el sol del nuevo día.
—Buen día, Jacques, ¿cómo durmió, el gatito? —le preguntó al ángel, el cual dormitaba entre los senos de la rubia, traumatizado por el día anterior en que una marabunta de novicias querían ahogarlo en un tsunami de besos y abrazos. Los detestados senos copa doble D transmutaron a un cubil donde podía hallar refugio y seguridad.
—Ag, buen día, Irena... Oye, pingüino, te ves igual que como me siento.
Al parecer, Stephanie permaneció sentada toda la noche al borde de la cama sin poder dormir.
Un golpe se escuchó en la puerta antes de que una monja entrara:
—A despertarse, dormilonas —dijo la novicia con un alegre tono de voz. Jacques volvió a sumergirse entre los senos de Irena—. Hermana Robert, veo que está lista para comenzar sus labores. —Solo Irena notó como la monja suprimió una risa—. Coja la escoba y barra los pasillos junto a los jardines, también debe limpiar las ventanas.
—Aja, ¿y la hermana Dubon?
—La madre superiora dijo que como no pertenece al convento, como huésped, puede relajarse para no forzar su memoria.
—¡Eso también puede aplicarse a mí!
—Nada de eso, la madre superiora cree que el arduo y duro trabajo obrarán maravillas en su memoria, vístanse, por favor —dijo y cerró la puerta.
—Que buena es la madre superiora, ara, ara.
—¿Por qué sigues...? Olvídalo —dijo al ver el rostro de maternal sonrisa y ojos entrecerrados de Irena—. Lo mejor será tener la mente ocupada en el trabajo para no pensar en todo este absurdo. Sé que me dijiste que una debe estar vestida según el lugar que frecuenta, pero creo que disfrutas mucho de este teatro. Cambiando de tema, ¿te comunicaste con Sexta? ¿Qué hay de Herman?
—Sí, lo hice y le expliqué toda la situación, esto del descanso en el convento me vendrá de perlas para investigar cómo ir a la nave del almirante...
—Bien por ti, mira como salto de la alegría.
—En cuanto a Herman, el bueno de Jacques lo visitó ayer, le dijo que sería un buen chico y que se quedaría en el cementerio, ara, ara.
—Que bueno, lo mejor será asearnos, hay que ir a la ducha comunal, por suerte aquí tenemos una letrina... ¡Oye, espera!
Ambas corrieron a la puerta del baño, ninguna quería ceder a la otra ser la primera en entrar, se dieron de empujones y codazos para tal efecto, el pobre de Jacques cayó al piso, no tenía ganas de moverse y se limitó a ver al par de mujeres.
«Dicen que es un convento, pero para mí es el infierno».
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Pocos hombres se quedaron en la Edith Cavell, entre ellos los enterradores, uno de ellos manejaba una pala de tractor para cavar una fosa común para los zombis que fueron ultimados, esta vez, de forma definitiva, por una amenaza desconocida.
Entre los asistentes estaba Maggie McGonagall, la madre superiora del convento. Rezaba una oración por los cadáveres, con la esperanza de que no volvieran a levantarse una segunda vez para el tormento de los vivos.
Una vez terminado el entierro comunal, regresó al convento, en ningún momento notó que un par de ojos la miraba a la distancia.
La imagen de la anciana se acercaba, pero lo que fuera que seguía a la monja cambió de decisión a último momento, se dio la vuelta y fue a la fosa común. Algo rasgaba la tierra, cavaba con furia para acceder a la carne putrefacta.
CONTINUARÁ...
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