La nave hospital
El velo del hiperespacio
Capítulo 29: La nave hospital
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Si creyó que la disposición arquitectónica de la Edward Jenner, era similar a las últimas naves que visitó, se equivocó. Bajo la amplia cúpula holográfica se situaba un parque gigantesco con sus curvas y pendientes; paseos amplios o estrechos, iban a dar a redondeles, y, entre tantos recorridos, se situaban estructuras que no alcanzaban mucha altura, eran diversos edificios, cada uno albergaba a doctores especializados en una rama en específico de la medicina; las farmacias y similares tampoco desentonaban con todo el ambiente que invitaba al descanso, la relajación y meditar respecto a la vida, incluso se programaron diversos altavoces en los exteriores que reproducían el piar armonioso de las aves.
—De todos los lugares, este es el más concurrido, exceptuando a la Maverick, ni en la Oscar Niemeyer vimos tanta gente. ¿Cómo voy a hacer para esconderme? —preguntó Jacques.
—Lo mismo que en la Oscar Niemeyer, te apuesto que la mayoría está dentro de los edificios. No sé, creo que lo mejor es comprar una bolsa y te escondes ahí.
—¿Sigues con tu idea de buscar al hijo del doctor? Mejor deja esa cosa a un lado, encontremos a quien sea tenga la tarjeta llave para pasarle la información a Sexta y podamos ir a la nave del almirante.
—Lo sé, pero odio dejar las cosas inconclusas.
—No hay más remedio, tenemos prioridades y tu curiosidad no está ni en segundo ni en tercer lugar.
—Tienes razón, ¿por qué atraigo las miradas? Hasta la pregunta es necia —dijo y se acomodó con coquetería uno de los mechones blancos.
—Vámonos, me miran a mí —le susurró.
—Hola, buen día, es solo un muñeco, un robot que me regaló mi padre, funciona a baterías —dijo forzando una sonrisa y tomando a Jacques para luego alejarse.
—Eso estuvo cerca, lo mismo que las otras naves, te apuesto que aquí no se permiten animales.
—Y mi ropa, olvidé cambiarme.
—¡Qué descuido el mío! Debí darme cuenta, mira, allí hay un baño, entra y ponte algo diferente.
Apuró sus pasos y entró al baño público, su diseño era similar a los que se encontraban en Japón.
—¿Hueles a alguien?
—No, solo a desinfectante, entra a una cabina y cámbiate.
Ni corta ni perezosa, entró; cerró la puerta de la cabina, bajó la tapa del excusado e invocó su pantalla isekai para luego desvestirse.
El catsuit estaba pegajoso luego de haber permanecido dentro del power armor que era Herman.
—¿No te vas a dar la vuelta?
—¿Por qué?
—Porque no quiero que me veas desnuda.
—Yo estoy desnudo todo el tiempo y no me avergüenzo para nada.
—¡No quiero que me veas las tetas o la concha!
—Que rara eres, solo soy un gato. Mira, me voy a lamer los testículos y no hago escándalo por ello.
—Ewww, que asco.
—¡Oye, no tengo nada de asqueroso!
—Varios gatos en el cielo están vestidos, ¿por qué tú no lo estas?
—¿Quieres que te explique las complicadas relaciones de jerarquía y demás del cielo?
—Olvídalo, ya empieza a dolerme la cabeza, menos mal que estamos en una nave que tiene cientos de farmacias, buscaré luego unas aspirinas. Tú solo sigue lamiéndote las pelotas, no se te ocurra levantar la mirada.
—Descuida, ya te dije que los gatos no comprendemos eso de la belleza humana. Eres como un chimpancé, pero depilado.
—Woa, gracias por ello —dijo ceñuda y se desvistió.
«Como esta es una nave hospital, creo que este es el traje adecuado. Ya saben: "Si vas a Roma, haz lo que hacen los romanos"».
—Termine, ¿cómo me veo?
—Supongo que bien, yo también terminé.
—Ni se te ocurra preguntarme como quedaste, no pienso verte las bolas peluditas.
Salió y fue a la amplia ventana, abrió el grifo y se lavó la cara y el cuello, esperando alejar el olor a sudor.
—Listo, mi peinado alto se ve genial. Los mechones verdes a los costados se ven raros, pero el doctor Víctor me dijo que eran elegantes.
—No te olvides lo de la bolsa, no puedo ir por ahí caminando a mis anchas.
—Afuera vi una máquina expendedora, creo que vende bolsas de mimbre. Estás son mis últimas monedas, no gané la gran cosa en realidad, me puse a trabajar de voluntaria y solo ganaba propinas.
Suspiró, salió del baño público y fue a la máquina expendedora. Una vez con la bolsa en su brazo, Jacques saltó al interior.
—Ya me siento más tranquila con este traje que me dio la abuela, pasaré inadvertida, ¡seré como un jodido ninja!
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Muchísimo más que al principio, todas las miradas, sin excepción, se clavaban en Irena, el traje de enfermera de color rosa claro destacaba mucho, más considerando que era de tallas mucho menores para alguien de tremendo cuerpazo; los tacones altos, tampoco ayudaban, no obstante, la rubia con peinado alto no se daba cuenta de nada y sonriendo, incluso tarareando una melodía, iba de aquí para allá buscando pistas.
Cansada, fue a un rinconcito y se sentó en el césped.
—Mira, lo mismo que en las otras naves, creo es hierba a la que le modificaron los genes, no necesita que la poden.
—¿Por qué no hicieron lo mismo con los árboles? Hay muchas hojas caídas.
—Supongo que es lo que dijo el doctor Víctor: psicología. La gente no nota el césped, pero se tranquiliza si ve árboles normales con hojas normales. Nos beneficia, ocultan mejor al pobre de Herman debajo del puente, solo espero que no tenga hambre.
—Yo sí tengo hambre. ¿No te quedan más monedas?
—Muy pocas, no serán suficientes. Creo que tendré que forzar las máquinas expendedoras como lo hacía en el Roosevelt.
—¿Será seguro? No tienes a Timmy y a los otros chicos que te cubran las espaldas, pero descuida, yo te protegeré, al menos te avisaré si se aproxima el peligro.
—Cuento contigo, amiguito. —Las tripas le rugieron y se encaminó a buscar comida con el gato dentro de la bolsa.
Tuvo que caminar un buen trecho porque la máquina expendedora del baño público agotó sus existencias y las otras tenían la desventaja de ubicarse en sitios transitados.
«Será mejor que me apresure, no quiero dejar a Sexta colgada, tengo que contarle todo lo que ha pasado, si no lo hago la pobre se va a morir de la preocupación y al día siguiente la voy a encontrar subiéndose a las paredes».
—¿Qué te parece este lugar? No veo a nadie.
—Me da lo mismo, saca algo de comida de esa cosa, mi pancita es mi ama y yo soy su fiel súbdito.
Se acercó y vio su reflejo en el vidrio, si bien tenía un mejor aspecto, todavía no recuperaba su peso ideal. Sabiendo de antemano que no valdría de nada, igual sacó de su bolsillo las escasas monedas, las contempló como si esperara verlas duplicarse como por arte de magia.
Dando un suspiro, pasó la mirada por la lista de precios y volvió a suspirar, en efecto, no le alcanzaba para nada, la bolsa en la que mantenía oculto a Jacques, fue la última adquisición que obtuvo gracias a las propinas en el bar de la Oscar Niemeyer y en la cafetería de la Bahamas.
«Ni modo, voy a tener que hacer esto de nuevo», pensó e invocó su pantalla isekai. Buscó en su espacio dimensional y sacó unas largas pinzas con la que podría sacar comida sin tener que pagar.
Hurtó la mayor cantidad de comida que pudo y la puso en la bolsa, Jacques tendría que ponerse listo para evitar que alguien lo viera.
—Alejémonos a un rincón, solo por si acaso —sugirió el gato, sus orejas rotaron hacia atrás, como si hubiera escuchado algo.
Prestando atención solo al reclamo del estómago, ambos se alejaron y buscaron refugio tras un par de árboles que, lo mismo que los demás, tenían en su base toda una alfombra de hojas café claro puesta en moquete.
—¡Abre, abre, por favor! —suplicó jaques e Irena volvió a sacar de la nada otra cosa, un cortaúñas común y corriente, de esos que incorporan una navaja que no corta nada y otro adminículo, una combinación de abre tapas de botella y corta latas.
—Lo siento, no llevo ningún plato conmigo.
—No te preocupes, no soy melindroso —dijo e Irena le sirvió las sardinas en conserva en el suelo.
—Cuidado —le dijo al ver que su amigo se puso a devorar las sardinas con suma celeridad, le preocupaba que se atragantase de alguna forma.
—Perdón —dijo luego de un sonoro eructo y volvió a comer como puerco sin atisbo alguno de vergüenza.
Quiso darse una tragazón con la comida en conserva, pero lo pensó mejor y decidió contener el prurito de comer como una tragaldabas, no solo por vanidad, sino que recordó las palabras del doctor Shelley que le advirtieron respecto a lo débil que se encontraba su estómago luego de permanecer tanto tiempo en ayunas en la Roosevelt y luego en la cama en la que permaneció decumbente por culpa de la patada de la vaca.
El gato pidió aumento e Irena no pudo negarse.
—¿Agua?
—Por favor, dame un poquito.
La mujer se esforzó para que su amigo pudiera beber sin que se desperdiciase mucho del contenido; en cuanto a ella, bebió agua carbonatada desde un envase sifonado.
—Que delicioso, nunca creí que el agua pudiera saber tan rico. ¿Qué sucede?
—Creí escuchar algo.
—¿Seguro? ¿De dónde venía el ruido?
—De allá. —Chica y gato otearon hacia una fila de arbustos podados de forma que emularan cubos simétricos y equidistantes.
Ambos suspiraron al ver a uno de los robots encargados de limpiar el parque de hojas, su forma chata y circular como una máquina aspiradora de interiores, se acercó al par emitiendo un zumbido.
—Perdona, no fue nada. Creo que desde lo de la última vez que estoy algo paranoico.
—Pues ya somos dos. Sugiero que regresemos donde Herman, el pobre debe de extrañarnos, de paso, tendremos la privacidad suficiente para comunicarnos con Sexta.
—Tienes razón, lo mejor será volver, capaz que, si tardamos, esa cosa saldrá del puente y se pondrá a caminar por los alrededores, aterrorizando a todo el mundo. ¿Dijiste personas con antorchas y tridentes? Que feo, no quisiera ver algo así aquí.
Se consideraba una buena chica, por tanto, no dejó la basura en el lugar, decidiendo llevarla en la bolsa junto con la comida que no consumieron, teniendo la esperanza de hallar un tacho de basura o una cámara de reciclaje.
No pudo hallar tal cosa y no quiso perder tiempo en buscar un sitio para tirar la basura. Se apresuró y llegó al puente donde estaba oculto el traje biomecánico que creó el doctor Shelley.
—Herman, soy yo, Irena, ya vine. Jacques está conmigo.
La enorme figura del hombrón salió de las sombras, alzando los brazos para recibir a la curvilínea de exótico peinado retro.
No queriendo bajar por ninguna de las dos pendientes, tuvo cuidado en subir las piernas y pasar al otro lado de la baranda. Mostró su ropa interior al hacer tal cosa, pero no le importó, después de todo, solo se trataba del cándido Herman.
«Esta cosa, Herman, sonrió de forma rara hace un momento», pensó Jacques, pero no le dio importancia; de un salto ágil, se posó sobre el hombro del gigante de pectorales impresionantes.
Dando un chillido de ratón, Irena saltó hacia los brazos de Herman quien la atrapó sin dejarla caer.
Pidió que la bajara y quiso hablar bajo el resguardo de las sombras protectoras del puente. Gracias a su poder, sacó una linterna manual, de esas con asidero, se notaba que la batería se estaba agotando, pero bastaría.
—¿En serio no te apetece nada? —le preguntó a Herman, luego de ofrecerle varios aperitivos. El gigante membrudo negó con la cabeza, solo parecía interesado en una cosa.
»¿Qué haces?
—Creo que le gusta tu peinado —dijo Jacques al ver cómo, de manera gentil, Herman acariciaba con la yema de su dedo índice los mechones verdes de Irena, uno a cada costado de su cabello peinado en forma de colmena.
—Gracias... Ya es suficiente. Escucha, te voy a presentar a una amiga, se llama Sexta, es un poco gruñona, pero te aseguro que es buena gente.
No supo identificar el tipo de emoción que cruzó por la mente de Herman al indicarle lo de Sexta, así pues, sin más, volvió a invocar su pantalla isekai y sacó el transmisor/receptor que le diera Óbolo, esta vez con una función de videollamada gracias a una pantalla que le instalara el finado doctor Shelley.
De nuevo las orejitas de Jacques rotaron por si solas como si tuvieran mente y voluntad propia. Bajó su cuerpo, pegándolo al suelo lleno de hojas, era como si estuviera al acecho de alguna paloma, pero no podía ser, bien sabía que ningún animal o ave aparte de él estaba en la nave.
CONTINUARÁ...
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