La chica con amnesia
El velo del hiperespacio
Capítulo 3: La chica con amnesia
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No podía entenderlo, incluso levantó los brazos y se olfateó las axilas. Nada de mal olor, la peste provenía de los niños y pocos adolescentes que recogían la basura; no había motivo, ninguno, para que se alejaran y no quisieran dirigirle la palabra.
—Oye, tal vez se trate de tu ropa —le dijo Jacques, señalándola con la patita—. Míralos, sus ropas están sucias y tú te ves muy pulcra.
—¿Será eso? Creo que me veo como la secretaria de un CEO. Ni modo, no hay de otra, no cogí otra ropa de la tienda, debí haberlo hecho.
—¿Cómo te ganarás la confianza de estos niños? Se ve que son muy recelosos de los extraños.
—No tan alto, ¿no ves que te pueden escuchar? No creo que un gato parlante sea algo común en cualquier mundo paralelo.
—En algunos lo son, bueno, son más bien androides multipropósito, incluso ejercen de tutores de niñas traviesas, pero no nos vayamos por la tangente, no hay ningún problema con que me oigan, después de todo en tu pantalla isekai tienes una función que anula la incredulidad.
—Ya recuerdo, presiono el ícono y la gente va a creer cualquier cosa que le diga.
—Sí, pero debes ponerle empeño a lo que dices, tampoco te inventes cualquier absurdo.
—¡Ya sé! Se me ocurre algo para obtener información —dijo, miró a los lados para ver si no era observada e invocó su pantalla isekai. De su espacio interdimensional sacó el traje de campesina que le pusieron en el cielo y buscó en un bolsillo: sacó un pastelillo.
—¿Guardaste esa cosa?
—Tal vez como alma no tenía necesidad de comer, pero todo sabía tan delicioso en el cielo. No importa, con esto y los otros postres lograré que alguien me de pistas de qué diablos pasa aquí.
Presionó el ícono del foco sobre un camino sinuoso y un resplandor les indicó a ambos la dirección correcta.
Encontraron a un jovencito.
Estaba en el limbo entre ser un niño y pasar a la adolescencia, quizá se trataba que vio cosas horribles y su rostro era más duro que el habitual para su edad, difícil decirlo con aquel peinado que le cubría el ojo derecho y parte del rostro.
—¿Vienes de la oficina de la alcaldesa? Creí que todos los que trabajaban allí murieron —dijo el niño luego de escuchar el relato de Irena.
—No recuerdo, lo último que recuerdo es que alguien me arrojó por una especie de túnel, supongo que era para la lavandería, no debió haber nada de ropa sucia en la canastilla porque me di tremendo golpe y perdí la memoria. Mi amiguito aquí al lado es un gato androide multipropósito me dijo que me llamo Irena, pero no puede darme más datos. —Semejante absurdo, solo podría ser tomado por cierto por un niño, por lo que el poder isekai de Irena funcionó a la perfección.
—Hola que tal, esta humana me puso Jacques por nombre.
—En fin, creo que tenía que dar comida a los niños, pero no recuerdo, ¡aquí tienes!
La pantalla isekai solo era visible para Irena y Jacques. El ícono de anular la incredulidad se veía como la silueta de dos cabezas hablando, una llevaba unos anteojos con patrones de espiral en los lentes, por lo visto, cumplió su función a la perfección porque el niño le creyó, tomó el pastelito con algo de recelo y a medida que deglutía el rico postre, sus defensas bajaron:
—¿Así que perdiste la memoria?, que mala onda. Me llamo Ricky. ¿Tienes más comida?
—¿Tienes mucha hambre?
—No, las máquinas expendedoras por alguna razón siguen trabajando, supongo que los robots las llenan de comida, pero estos pastelillos son lo más rico que probé en toda mi vida.
—¿Cuesta mucho dinero pedir comida de esas cosas? —pregunto esta vez el gato.
—No mucho, lo que pasa es que trabajamos para las fichas de los arcades. La red dejó de funcionar, ¿sabes?
—Ya te dije que perdí la memoria, ¿no puedes ayudarme? Si me dices todo lo que sabes, tal vez recuerde algo.
—Claro, este, bueno, no sé la gran cosa, solo sé que un día vinieron los monstruos esos. Los adultos trataron de resistir, pero muchos murieron, perdí a mis padres esa vez. ¡Pero estoy bien! Soy un chico fuerte, como los demás, hago dinero recogiendo la basura y entregando comida en los departamentos, la mayoría de la gente no quiere salir por miedo a los monstruos.
—No es mucho lo que nos dices. Es raro lo de la comida, y por lo que veo, tampoco les cortaron la luz, ¿qué hay del agua?
—Todo funciona bien, menos lo de la red. Los robots de limpieza fueron desactivados, creo que es porque en el ataque, la gente los usó en contra de los monstruos. ¡Ya sé a dónde pueden ir! Vayan al bar, es el único abierto porque casi todos están muy asustados para salir. Este, ¿puedo acariciarte? Te ves como un gato real, en la nave no hay mascotas, todos los animales están en otras naves, creo que les dicen embriones para cuando lleguemos a un planeta.
El gato no se puso muy contento que digamos, pero fue el precio a pagar para que los guiara al bar, de paso, les contó más cosas para que Irena se pusiera al corriente.
El niño se sabía las calles de memoria y con su ayuda sortearon el patrullaje de diversos zombis hasta que llegaron al bar.
—Esta zona casi no ve a los monstruos cerca, pero igual, son pocos los que vienen. Suerte —se despidió, miró a ambos costados del camino y se perdió tras una esquina.
—Bueno, entremos —dijo la rubia con algo de recelo—. Menos mal que la pantalla isekai es invisible para los demás, creo que tendré que hacerle mucho uso ahí dentro.
—Más conmigo a tu lado. Espero que no pidan acariciarme ni cargarme, pero ni modo si con eso logramos averiguar que pasó en esta nave y las otras.
Tomando aire, entraron al bar.
El local era temático, imitando lo que sería un bar en Europa Oriental a mediados del siglo XIX. Pese a lo pintoresco, el lugar se veía depresivo con los pocos rostros de marcadas ojeras por las noches de insomnio y preocupación.
«Recién me doy cuenta que no llevo nada de dinero conmigo. Ni modo, no es momento de acobardarse, chica», pensó y fue hacia el mesón del bar donde el barman limpiaba los vasos, listos para una clientela que no era mucha.
Un par de hombres con marcadas ojeras, mal encarados y una anciana de nariz pronunciada eran los únicos clientes. En cuanto al barman; su aspecto era más alegre que la de los parroquianos; más joven, de complexión delgada y con una piel de tonalidad un tanto aceitunada.
—Buen día, señorita, ¿qué desea tomar? —preguntó con profesionalismo. Se veía encantado de tener un nuevo cliente que no fueran los acostumbrados beodos de miradas torvas.
—Hola, lo siento, no vine a tomar, es otra cosa lo que busco —dijo y le relató la misma historia que a Ricky.
—Lamento escuchar eso, debe de ser muy difícil, en especial, con todas las cosas raras que suceden aquí, ¿verdad?
—Así es, me asusté al ver a los zombis en las calles.
—¿Zombis? ¿Te refieres a los monstruos? Que cosa más terrible, por fortuna, no atacan a menos que los ataques, patrullan por los alrededores, todo el mundo se queda encerrado en sus departamentos por el miedo.
—¿Y la gente de aquí? ¿No tiene miedo? ¿Qué hay de ti? ¿Por qué sigues abriendo con esos zomb..., monstruos rondando por los alrededores?
—Vivo en el piso de arriba, así que no tengo necesidad de salir salvo para la comida y otras cosas indispensables. Cualquier cosa que necesite me la traen los niños, ¡ojo, no pienses que los exploto! Les doy buenas propinas e incluso les cocino algo, también les recomiendo que dejen de ir de un lado a otro, pero los niños están obsesionados con la red y cuando esta se cortó no pudieron evitar ir a las salas de arcade.
—¿Por qué no solo cierran las salas? Así no correrían riesgos.
—Funcionan con robots, no hay ningún adulto responsable encargado de esos lugares. Escuché que una vez unos hombres trataron de cerrarlas, pero los monstruos vieron eso como un intento de rebelión, muchos murieron, por favor no me hagas hablar más de esas cosas, me da escalofríos.
—Eres muy valiente para seguir trabajando pese a las circunstancias. Yo estaría acurrucada debajo de la cama por el miedo, aunque, no sé, como perdí la memoria, no recuerdo si era alguien valiente.
—Mi trabajo me gusta, es más, aleja toda preocupación de mi mente, y si eso no fuera suficiente, tengo a mis clientes.
—Gente de mucho valor. O suicidas con deseos de morir —dijo Irena.
—No estás muy alejada de la realidad, amiga —dijo el barman, inclinándose para que ningún cliente le escuchara—. Todos tienen montón de problemas, es como si la mala suerte les persiguiera. Problemas económicos, de salud, judiciales, violencia domestica o intrafamiliar, ya sabes, relaciones tóxicas. Pobrecitos, prefieren arriesgarse con los monstruos y pasar aquí el día, que regresar a sus departamentos. No puedo solo cerrar, tengo una responsabilidad con ellos, escucho sus problemas y empatizo con ellos.
—¿Me podrías poner al corriente? no sé nada de lo que sucede en esta nave o las otras. Un niño me dijo algo, pero no fue la gran cosa. Lamento no tener nada con qué pagarte.
—Descuida, será un placer aclarar todas tus dudas. Estamos en cuarta flota de colonización espacial de la Tierra y es el año dos mil ochenta y cinco.
—Tendré que anotar esto para no olvidar lo que me dices.
—Viajar solo con los motores de las naves a nuestro destino, un planeta habitable, tomaría cientos de años, por eso mismo, que los científicos desarrollaron el viaje por el hiperespacio, es complicado, pero con ello se ahorra montón de tiempo. El problema es que se dice que hay un pequeñísimo porcentaje, casi inexistente de que algo salga mal. Pues adivina, justo ese imposible nos sucedió, no solo a esta nave, sino a toda la flota. Desde entonces, no podemos salir del hiperespacio, es un velo que no podemos rasgar para escapar, no sabemos a ciencia cierta en qué parte del universo estamos.
—¿Todas las naves se vieron atrapadas en esta cosa del velo del hiperespacio?
—Todas porque la falla partió de la nave del almirante de la flota, que es la que enlaza el viaje por el hiperespacio con todas las demás.
—¿Qué fue lo que salió mal?
—Fueron datos técnicos incomprensibles, pero resumiendo: había más posibilidades de ganarse la lotería dos veces seguidas que caer presos por una falla en el viaje por el hiperespacio.
—Que mala suerte.
—Ya lo creo, al principio todo el mundo se puso furioso. ¡No sabíamos que las cosas iban ponerse mucho peor! Pese a estar encerrados, éramos felices y no lo sabíamos.
»Un día, toda la intrared de cada nave, incluyendo la de la flota entera se cortó. La gente entró en pánico porque no había comunicación alguna con las otras naves; hay varias naves en la flota, ¿sabes?, no, claro que no sabes, perdón. Fue una cosa muy fea, el sistema Caronte, lo mismo que la red, quedó inutilizable.
—¿Caronte? ¿Qué es eso? —preguntó Irena.
—Es el sistema de autopistas que las naves de transporte de pasajeros y de carga usan para ir de una nave a otra, sin dicho sistema, sería un suicidio viajar entre naves en medio de la operación de hiperespacio. Solo las naves principales de la flota pueden resistir el viaje por el hiperespacio, cualquier otra nave o baliza quedaría desintegrada en el acto.
—Eso es terrible, ¿pudieron hacer algo al respecto?
—Nada y ojalá eso hubiera sido todo el problema, digo, lo de no poder ir a otras naves y la falta de comunicación, pero el sistema Caronte se activó, al menos para esta nave, de las demás no sé nada, por aquel entraron los monstruos que desde entonces patrullan por las noches. Solo el almirante de la flota podía reactivarlo, algo tenebroso pasa en la nave principal.
Tanto Irena como Jacques cruzaron miradas, las cosas no iban a ser nada fáciles en la misión que les asignaron.
CONTINUARÁ...
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