
Fuegos artificiales
El velo del hiperespacio
Capítulo 43: Fuegos artificiales
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La hermana mayor de las Dracma no nació con una cuchara de plata en la boca, no obstante, nunca pernoctó en un cuarto tan humilde. Pasó la vista por la celda monacal que compartían Irena y Stephanie, le sorprendió lo espartano en decoración y la simpleza en color. Aquella breve inspección le sirvió para poner en orden las ideas después del informe que le dieran de la situación en la Edith Cavell, la nave cementerio de la flota.
—Esto me preocupa, supuse que sería más fácil hackear el sistema Caronte de la nave a comparación de las otras, dicha suposición se sustentaba en que no habría tantos monstruos rondando por los alrededores, sin mencionar el hecho de conseguir la tarjeta llave.
—¿Qué es lo que vas a hacer? —preguntó Irena—. ¿No hay otra manera en que puedas acceder al sistema?
—No lo creo, pero trataré de pensar en algo. Mientras, permanezcan dentro de los muros del convento, lo que sea que acabó con los monstruos, bien puede lastimarlas, incluso matarlas.
—¿Qué podría ser? Jacques dijo que algo le siguió cuando fue a visitar a Herman. Eso fue lo que me contaron él e Irena.
—Podría haberme dado una idea, pero los humanos borraron todas las huellas, tampoco pude oler nada.
«¿Y su uso mi poder isekai de buscar pistas?».
—Te haremos caso, no saldremos —dijo Jacques que adivinó lo que pensó la rubia.
—Es lo mejor, por mi parte, buscaré otra manera de hackear el sistema. Cuídense, nos veremos mañana. —El transmisor-receptor de Óbolo se apagó y la videollamada cesó. Las chicas y el gato cruzaron miradas.
—¿Qué hay de ti? ¿Alguna novedad? ¿Recordaste algo de tu pasado?
—Nada, mujer. Las monjas me dijeron que, si trabajaba, podría recordar algo. Supongo que por eso me mandan a realizar más labores que el resto —dijo y por una extraña razón tanto Irena y Jacques desviaron la mirada.
La novicia no era tonta y lo notó, no obstante, antes de que pudiera exteriorizar su extrañeza, vino el llamado vespertino por medio de las campanas.
—Qué pereza, sé que es pecado, pero me vino la flojedad. Ni modo; tú, si vas a estar de vaga, al menos quédate aquí con Jacques y piensen en una manera de ayudar a Sexta, eso sí, sin salir de los muros del convento —dijo y salió de la habitación.
—Pues no creo que podamos hacer la gran cosa aquí dentro —dijo Jacques—. Sé que Sexta lo pidió, pero no veo otra manera que salir y tratar de buscar una pista.
—Puedo acompañarte, utilizaría mi poder y...
—Olvídalo, te dije que hay algo al acecho. Yo puedo huir si hace falta; tú, por otra parte, lo más seguro es que tropezarías.
—Entonces, entonces lo usaré aquí dentro. La otra vez en la nave hospital tuve mucha suerte, quizá la buena fortuna se repita.
—Esperemos que así sea.
—Cambiando de tema, ¿qué crees que hará el almirante una vez se entere que todos sus zombis fueron destruidos?
—Supongo que lo intentará de nuevo, después de todo, es imposible cualquier comunicación entre naves, de eso se encarga la interferencia del viaje por el hiperespacio.
—Pero después de que quedaran atrapados en el velo del hiperespacio, todavía se podían comunicar entre naves, lo mismo ir de un sitio a otro con el sistema Caronte.
—Acabas de decirlo: comunicación entre naves. El almirante solo puede activar la comunicación entre los puestos comando de cada nave, no así entre personas particulares. El comunicador de Óbolo es una excepción de la regla, todo gracias a la inteligencia artificial que nos atacó al principio de nuestra aventura.
La suposición del gato fue la correcta, sin saberlo, en ese preciso momento, el sistema Caronte volvía a activarse, el destino: la Edith Cavell.
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La oscuridad fue absoluta o al menos lo pareció al principio, una silueta difuminada de un color rojizo apenas perceptible, se movió en medio.
Un chasquido de dedos y varias luces de colores dieron luz al recinto, no era una iluminación óptima puesto que venía de botones empotrados en consolas de mando y monitores configurados con el mínimo brillo, aun así, fue suficiente para revelar el puente de mando de la nave principal de la flota. En la silla del capitán, como si fuera un trono, estaba sentado el almirante, rodeado de umbrías tenues.
Se acomodó y con una mezcla de un gruñido y una sonrisa demoniaca, ordenó a las operadoras a comenzar la caza.
No fue solo una bahía de embarque, todas se activaron en la Edith Cavell, los zombis invadirían la nave cementerio por todas las entradas que podía brindar el sistema Caronte.
No era una operación cimentada en el avasallamiento por amplia ventaja numérica, otra era la intención.
Nueve zombis por vez, un pelotón, atravesarían las puertas que daban acceso a los campos santos bajo la cúpula principal de la nave, y, aun así, no todos los accesos verían la presencia de los no muertos al mismo tiempo; solo una por vez, habría un tiempo prudencial entre cada incursión, cada una por una entrada diferente.
El pelotón de zombis era diferente a la infantería de marina que fue masacrada la noche que llegaron Irena y su grupo a la nave. Portaban armas o mejor dicho anticuadas bazucas, tales artefactos obsoletos tenían un fin muy diferente al de matar a un potencial objetivo.
Sin que mediara provocación de algún tipo, los zombis apuntaron las bazucas a un imaginario enemigo en el cielo, con cuidado, no querían destruir la cúpula holográfica. Repitieron tal acción hasta llamar la atención.
En efecto, provocaron la reacción de algo: la sombra que masacró a sus grotescos hermanos de armas la vez pasada.
Nada más, no tenían otras armas o estrategia para combatir al atacante por lo que fueron destruidos en poco tiempo.
Pasado un tiempo que el almirante consideró prudencial, ordenó que otro pelotón entrara por otro acceso en otra parte de la nave y con aquello la escena anterior de violencia se repitió, así una y otra vez. El almirante sonrió en su trono de sombras, todo marchaba según lo planeado.
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No fue necesario tener el oído afinado de un felino, todas las monjas despertaron por el eco de las explosiones.
—Pero ¿qué es ese ruido? —preguntó Stephanie a nadie en particular, se frotaba los ojos con los nudillos.
Una nueva explosión a la distancia la despertó por completo, cruzó miradas con Irena y Jacques. La rubia a diferencia de la novicia, tenía un conjunto de lencería provocativo, ninguna reparó en aquello pues todas las mujeres salieron a la terraza para ver un espectáculo salido de una feria o festival.
—¿Fuegos artificiales? ¿Por qué alguien dispararía fuegos artificiales a estas horas? —dijo una monja en pijamas.
—¿Y con qué objeto? —preguntó una novicia, exteriorizando la duda de sus hermanas.
—Madre superiora, ¿será una especie de aviso o algo? —le preguntó alguien.
—No lo creo, es muy estrafalario para ser cualquier tipo de aviso. Hay otras maneras de comunicar una emergencia.
—¿Qué hacemos, madre superiora?
—No creo que podamos hacer nada. Parece que sea lo que fuere, ya pasó, mejor regresemos a nuestras celdas. Hermana Dubon, tenga cuidado, se va a resfriar.
Recién que las monjas notaron la lencería de Irena, para contrariedad de Stephanie, alabaron lo último en diseño de modas para el buen y cómodo pernoctar.
—Volvamos a dormir —ordenó la madre superiora—. Todas, con orden y no se retrasen, yo tengo un asunto que debo verificar.
Acostumbradas a obedecer, todas volvieron tras sus pasos con la intención de pegar las pestañas y recuperar energías para una nueva jornada de labores religiosas. Irena y Stephanie tuvieron otra idea, lo malo que no podían separarse del grupo principal con la excusa de ir al baño, pues cada celda contaba con letrina privada, de nuevo, recayó en Jacques averiguar lo que pudiera.
La anciana fue al ala oeste, subió al cuarto piso, en todo el trayecto que le provocó fatiga por lo rápido de los pasos, no notó que un gato la seguía.
De un bolsillo del pijama sacó una llave larga que introdujo en una cerradura antigua. Abrió la puerta, sin preocuparse por cerrarla, lo que fuera que estaba tras la entrada, debía ser muy importante.
Como si fuera un pillo, así se asomó Jacques a la puerta para escuchar a escondidas.
—No puede ser, el ángel, no está —dijo la anciana.
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No eran las únicas con ojeras, si bien todas las monjas y novicias tuvieron la intención de ponerse a dormir, el eco de las otras explosiones a la distancia, las mantuvo despiertas y cavilando respecto a lo que podían significar.
Otra era la cavilación que tenían dos mujeres y un gato, temprano en la mañana y después del frugal desayuno.
—Buen día hermana, no es necesario que me acompañe, me basta la compañía de la hermana Robert, quisiéramos discutir respecto a nuestros recuerdos, ara, ara.
Fue la excusa perfecta, pese a que varias mujeres querían revolotear alrededor de la reina abeja que era Irena, comprendían que el asunto de la falta de memoria era serio y, por lo tanto, les dieron la privacidad necesaria.
—Buena esa, me sorprendiste.
—No soy tonta, mujer, tengo buenas ideas aquí y allá. Dime, Jacques, ¿crees que puedes subir hasta la habitación del cuarto piso?
—Hay una enredadera, no hay problema.
—Ten cuidado de no caerte, gatito. No lo sé, Irena, algo me dice que no debemos satisfacer nuestra curiosidad.
—Pero estamos en un callejón sin salida en esto de continuar nuestra misión, capaz que sea la pista que nos conduzca a la nave del almirante.
—Tranquila, pingüino, por lo pronto, iré donde hubo esos fuegos artificiales a ver si averiguo algo, de paso iré a visitar a Herman.
—Ten mucho cuidado —dijo Irena.
—Exacto. Yo regresaré a mis labores, no quiero que vuelvan a reñirme.
—Eso sería un incordio, ara, ara.
—Vuelves a tu papel, en fin, cada una con lo suyo —dijo y se alejó. Jacques se despidió y fue hacia los muros del convento.
Antes de que las otras novicias descubrieran que estaba libre, Irena decidió ir a escondidas al ala oeste, por alguna razón estaba prohibido de frecuentar, orden de la madre superiora.
Al llegar, miró a ambos costados para comprobar que no había alguien cerca.
«Llegó el momento de verificar si este misterio tiene relación con la misión que me encomendaron en el cielo», pensó e invocó la pantalla isekai.
En efecto, el ícono de buscar pistas le reveló que la entrada del ala oeste era imprescindible para la misión.
Se adentró y subió al cuarto piso donde estaba la puerta que tan ansiosa abrió la madre superiora la noche anterior.
Agarró el pomo e intentó abrir la puerta sin éxito. Apoyó el oído contra la gruesa madera para ver si escuchaba algo.
Un gruñido feral seguido de un fuerte ladrido, la asustó tanto que dio un salto como si fuera un gato y salió corriendo.
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El espectáculo le pareció muy similar al que encontró la primara noche que llegó a la nave con la diferencia que los zombis eran pocos, por lo demás, la misma carnicería.
«¡Humanos! Esos tontos de nuevo lo arruinarán todo», pensó y se apresuró a buscar cualquier pista de lo que hubo acontecido la noche anterior.
Una cosa le llamó la atención, pero no tuvo tiempo para verificarlo, puso la mayor distancia entre su pelaje y el andar de los hombres y fue hacia el cementerio donde estaba Herman.
Un consuelo interior le reconfortó al saberse no acechado como la anterior vez, localizó la reja de la cripta y bajó las graderías.
Como se suponía, el foco alumbraba el interior, en especial a Herman quien se puso nervioso.
Sospechando algo, Jacques no saludó al gigante, se acercó e hizo un rodeo.
—No. Herman, ¿qué hiciste? ¿Qué fue lo que hiciste?
El gigante rollizo gimió avergonzado.
CONTINUARÁ...
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