
En busca del fantasma
El velo del hiperespacio
Capítulo 19: En busca del fantasma
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En los espacios comunales, bajo los amplios paneles ahumados que eran una pobre imitación de las soberbias cúpulas holográficas de otras naves, los hombres rumiaban una nueva desgracia, otro hermano se rindió ante la falta de propósito en la vida, decidió internarse en las entrañas laberínticas de la nave para nunca más salir, el suicidio por inanición amenazó con convertirse en una constante.
En aquel ambiente, dos amigos cuidaban un huerto. Se dice que el trabajo aleja los pensamientos azarosos, pero solo uno estaba concentrado.
—¿Sucede algún problema? Te quedas mirando a las plantas, perdido en tus pensamientos.
—Perdón, lo que sucede es que no es tan fácil tratar de emular el sistema Caronte.
—¿Tan difícil es? Seguro puedes lograrlo, tengo plena confianza en ti.
—Gracias, trataré de apresurarme. Solo necesito concentrarme, esto del...
—¿Qué sucede?
—Es algo ridículo que escuché, algunos dicen que los que desaparecieron no se suicidaron, sino que fueron raptados.
—¿Raptados?, ¿por quién?
—Es tonto, no tiene lógica. Unos cuantos dicen haber visto al almirante de la flota aquí.
—¿En el Roosevelt? ¿Qué podría hacer el almirante en este lugar?
—No podría hacer nada porque es ridículo pensar que vino a la nave, más absurdo aún como fantasma.
—No te entiendo.
—Según lo que escuché, el almirante se pasea por la nave, o, mejor dicho, su fantasma ronda por los alrededores.
—¿Fantasma? No creo en esas cosas —dijo, pero un interés golpeteó dentro del pecho—. ¿Qué otras cosas dicen?, me refiero a eso de los raptos.
—Que vieron al fantasma del almirante en los alrededores de donde los obreros desaparecieron. Claro que no hay tal cosa, solo es poner una excusa por esto de los suicidios.
—Tal vez de esa manera se sienten más tranquilos, digo, tener una causa sobrenatural en vez de aceptar lo de los suicidios.
—Creo que es agravar más las cosas. Solo añade tensión al asunto de por sí tenso.
—¿Qué dice el doctor Caine?
—Que es el estrés, que es eso lo que causa que algunos vean un fantasma, incluso sugirió que se filtran gases peligrosos en la nave.
—Pues sí, viéndolo de esa forma, suena lógico. ¿Qué planean hacer al respecto?
—Mandar un grupo para ver si la teoría de los gases es cierta.
—Supongo que los que harán eso estarán la mar de contentos, estarán ocupados con un trabajo.
—Tendría que ser así, pero hay un problema: pese a que los chicos son duros, también son supersticiosos, no hubo voluntarios para el trabajo, se los tuvo que asignar. Espero poder avanzar en lo del software para que podemos dejar este problema.
—Seguro lo harás, ¿qué te parece si por hoy te tomas un descanso? Uno verdadero, haz como Jacques, nada de leer o estar en la computadora jugando, solo échate y vejeta como solo los gatos saben hacerlo. —Jacques movió la cola, nada contento ante lo que dijo Irena.
—Tal vez tengas razón, los gatitos son maestros para relajarse y creo que es justo eso lo que necesito.
La rubia le aseguró lo cierto de aquellas palabras, prometiéndole a Timmy que estaría a cargo del huerto, recolectar la comida de las máquinas expendedoras y preparar la comida. El joven mostró un rostro dubitativo, pero la interlocutora tenía razón, estaba agotado y necesitaba descansar mente y cuerpo.
Al ver que entró en la cabaña, quien decidió dejar el continuo descanso fue Jacques, se acercó a Irena y le comentó sus inquietudes:
—¿Un fantasma?
—No creo en esas cosas, pero si hay un cielo de gatitos, bien podría haber fantasmas, ¿cierto?, por favor, dime que me equivoco.
—Mis palabras no bastarían, lo mejor será comprobarlo por nosotros mismos.
—¿Qué quieres decir? No estarás...
—Primero lo primero: la comida, después seremos detectives.
—No soy buena en esto de ser detective amateur.
—Tranquila, tienes tu poder isekai de buscar pistas y me tienes a mí.
—No lo sé, no estoy muy convencida de esto, pero quizá hallemos algo —dijo, sacando valor, no era que creyera en fantasmas, pero le daban miedo los zombis, no quería encontrarse con uno en un corredor de la nave.
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Daba igual la hora del día, dentro de los corredores de la Roosevelt todo estaba iluminado; el perpetuo zumbido, una vez incómodo, ahora era bienvenido, menos mal que los espacios eran amplios, de lo contrario, estaba segura que desarrollaría claustrofobia.
—Por favor, Jacques, no camines tan rápido.
—¿Qué pasa? Andas más lento que de costumbre, ustedes los humanos tienen un paso más amplio por sus piernas largas, pero no le sacan provecho.
—Pero ¿y los zombis? No quiero toparme con uno a la vuelta de la esquina, podré tener muchos vestidos, pero la ropa interior no me sobra.
—Tranquila, con mis sentidos gatunos, podré advertirte con antelación de la presencia de cualquier zombi.
—De acuerdo, igual no vayas muy rápido, tengo que consultar el mapa que dibujé, veamos... Este es el recorrido de los que desaparecieron.
—Estás tan acostumbrada a este sitio que ya no te pierdes.
—La buena de Sexta tenía razón, solo hay que seguir los carteles y todo saldrá bien. A ver... Tomemos el corredor de la izquierda, después descenderemos dos niveles.
Siguieron el plan y las indicaciones, cada vez que lo veía oportuno, Irena usaba el poder isekai, no obstante, la función de hallar pistas no le reveló nada en absoluto.
—Creo que es justo lo que dijo Timmy, esto del fantasma es solo una excusa, aunque sea contraproducente.
—Tampoco huelo nada raro, así que lo del gas, se descarta.
—Mejor volvamos, no encontramos pistas, pero nos distrajimos lo suficiente para llamarlo un buen día.
Ambos retomaron sus pasos, confiaron en la seguridad de un mundo cartesiano; resultó que la ironía muerde como una perra: vieron al fantasma.
El rostro estaba demacrado, parecía que la lepra quitaba jirones de piel, siendo lo único que preservaba la dignidad un largo bigote de candado que le dio la apariencia de un vampiro.
«¡Qué horror! ¡Parece salido de los juegos de Castlevania!», pensó Irena, puso esfuerzo en los músculos de las nalgas para controlar la vejiga y no ponerse a orinar de miedo. Jacques quiso sisear, pero la rubia lo abrazó atrayéndolo hacia sus senos turgentes. Era imperioso ocultarse del espectro que no reparó en la chica y el gato por una gran suerte.
En efecto, el traje del almirante era de estilo retro, muy bien podría tomárselo por un uniforme militar del siglo XIX. El cuerpo traslúcido emanó luz espectral.
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Si bien le encantaba los viajes cortos por el funicular de la cascada, nunca estuvo tan enojada como lo estaba en aquel preciso momento a causa del lento ascenso.
—¡Tenemos que contarle a Timmy de esto! Y pensar que el tampoco creía en lo del fantasma, pero es cierto, ¡es verdad, me quiero morir! Menos mal que pude controlar mi vejiga y no me oriné encima como una niña pequeña, eso me pasó algunas veces, ¿sabes?, incluso en el colegio.
—¿Te calmas, por favor? Corriste como loca después de verlo, y pensar que antes te dije que caminabas como una tortuga. Sé paciente, escucha lo que tengo que decirte.
—Pues habla, pero no me digas que me calme —dijo y dio saltitos de lo nerviosa que estaba—. Como el ángel que eres, seguro confirmarás que la cosa que vimos era el fantasma del almirante. Nunca vi una foto, pero no puede ser alguien más, pese a que se veía pavoroso, tenía la apariencia digna que solo un almirante podría tener.
—Escúchate, mujer, eso lo que dices es el efecto halo y es tan mala onda, en fin, no cambiemos de tema. Pues no, no puedo confirmarte que lo que vimos haya sido un fantasma.
—¿Por qué lo dices? Entonces, ¿no existen los fantasmas?
—No existía la cosa que vimos.
—No te entiendo.
—Puede que lo haya visto, lo mismo que tú, pero no pude olerlo, ergo, no existe.
—¿Seguro que no era un fantasma? De hecho, ¿los fantasmas huelen a algo?
—No te desconcentres, aquí hay un misterio y no se trata de una aparición funambulesca, grotesca, que rapta a la gente, así que no le digas a Timmy lo del fantasma, es tarde y solo vas a importunarlo.
Ante la seguridad expresada por el compañero gatuno, que Irena tuvo que cejar en el intento de entrar y causar un escándalo.
Quien causó un escándalo fue Timmy, apenas se abrió la puerta, corrió hacia Irena y la zarandeo:
—¡Lo tiene! ¡El fantasma del almirante lo tiene!
—¡Tranquilo! ¡¿Qué es lo que sucede?! No entiendo lo que dices, ¿quién tiene a quién?
—¡Brendan! ¡El fantasma se llevó a Brendan!
El llanto histérico que siguió hizo que Irena se diera cuenta de muchas cosas, puede que Jacques le asegurara que no era ninguna tonta, pero en aquel momento no se sintió la mujer más lista de la flota espacial, recién que se dio cuenta de la causa de las fricciones de algunos habitantes de la Roosevelt con Timmy. No fue que le hicieron la vida imposible por su idea de la cascada y el huerto, sino por sus preferencias sexuales, Timmy era homosexual.
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La idea inicial de aprovechar la estadía en el Roosevelt para juntar los componentes necesarios para convertir el receptor/transmisor que le diera Óbolo en un comunicador con funciones de videollamada tuvo que dejarla de lado a causa del rapto de Brendan. No pudo explicarle muchas cosas a Timmy, pero prometió encontrar el paradero de su novio, el problema que era más fácil decirlo que hacerlo, un fantasma no era algo que se podía ver todos los días.
Con la excusa de ofrecerse de voluntaria para buscar al pobre de Brendan, aprovechó para ir sola por los corredores de la nave fábrica en busca de cualquier indicio que le llevara donde el novio de Timmy.
Esta vez no hubo miedo de los probables zombis ocultos tras las esquinas, listos para sorprenderla. Volvió a invocar la pantalla isekai, no obstante, nada indicó que estuviera siquiera cerca de hallar alguna pista.
Tanto caminó de aquí para allá, que sintió dolor en los talones; cansada, se rindió y retomó los pasos cabizbaja, no sabía que cara iba a poner al encontrarse con Timmy.
En medio de las cavilaciones, vio a la distancia a Morgan, se lo veía muy sospechoso, trababa de caminar sin hacer ruido y de no ser visto.
«Aquí hay algo que no cuadra», pensó y luego de cruzar miradas con Jacques, decidió que ambos siguieran al hombre de avillanada testa.
Tal vez se dio cuenta que alguien le seguía, tal vez fuera que la rubia todavía no era una experta en moverse entre tantos corredores que parecían un laberinto, el caso fue que el par perdió el rastro del hombre.
—Usa tu poder, tal vez no esté muy lejos. Rápido, antes de que ponga mayor distancia.
—Sí... Espera, ¡veo algo!, es el resplandor azul, creo que lo encontramos, a volver a seguirlo.
Apresuraron los pasos, cuidaron de no causar mucho ruido, agradeciendo por el incesante zumbido de los corredores que opacaba cualquier sonido de pasos apresurados.
Si bien al principio el temor era que algún zombi la sorprendiera tras una esquina, fue un humano quien lo hizo, no era Morgan, sino el doctor Kevin Caine.
—Vaya susto que me diste, ¿qué haces aquí, Irena?
—Fue usted el que me asustó, doctor, digo, Kevin —dijo al recordar como el hombre pidió tutearle—. Seguía a Morgan.
—¿Morgan? ¿para qué lo estabas siguiendo?
—Su actitud era muy sospechosa, no creo que buscaba a Brendan.
—Vaya problema el de Brendan; en cuanto a Morgan, sí, lo noté un tanto extraño estos días. No quise preguntar el motivo de su actitud meditabunda, por lo general, la gente aquí cree que las preguntas personales son algo innecesarias.
—Le perdí el rastro, si lo ve, tenga cuidado.
—No tengo motivos para desconfiar de Morgan, pero eso sí, le preguntaré con respecto a sus recorridos por la nave, no te preocupes.
Aliviada, regresó a la cascada. Al abrir la puerta que daba al amplio espacio abierto, creyó que alguien la observaba.
Sintió un atisbo de miedo al ver a Jacques, su olfato felino le reveló algo al tiempo que encrespó la cola.
No pudo formular pregunta alguna con respecto a tal actitud de alarma; algo la noqueó, un golpe en la nuca la tendió en el piso para luego perder el conocimiento.
CONTINUARÁ...
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