El hombre invisible
El velo del hiperespacio
Capítulo 21: El hombre invisible
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No vieron ojos, pero se vieron escrutados; no vieron una boca, no obstante, supieron que la sonrisa sardónica se burlaba de ellos. En una localización desconocida de la Roosvelt, la maquinaria daba paso a la locura de un hombre que hasta hace unos días se veía inofensivo.
—Doctor, ¿qué fue lo que le pasó? —dijo Morgan. Curioso que el lacónico del grupo, fue el que exteriorizó la pregunta en la mente de todos, por un momento quiso avanzar para palpar al que consideraba su adorado jefe, pero sintió como el cuerpo de Irena se le pegó, buscando por instinto protección ante la grotesca aparición de un hombre sin cabeza.
—Lo sabes bien. No tema señorita Irena, se lo expliqué en mi departamento, no soy ningún fantasma —dijo mientras siguió quitándose las vendas para revelar la nada—. Claro que esta forma..., no me veo muy material que digamos. Todo fue por culpa de la explosión.
—¿La vez cuando quiso construir algo que nos sacara del velo del hiperespacio? —preguntó Timmy sin dejar de abrazar a Brendan.
—Sí, así fue. Los positrones me golpearon de lleno, no morí, pero todo mi cuerpo fue capaz de desviar cualquier haz de luz. Comprenderán que no podía ir por ahí sin tomar medidas, la gente de la Roosvelt es tan estrecha de mente.
—Fingió estar inválido —dijo Brendan—. ¿Quién estaría en apronte a su lado? Fue el disfraz perfecto, nadie hubiera sospechado de usted en esto de las desapariciones.
—En efecto, es tal como dices, soy un genio, en cuestión de una fracción de segundo lo planee todo, pero lo mismo que con mi accidente, perdón, mi error garrafal, suelo dejarme llevar por el ego.
»Por favor, Timmy, seguro comprendes mi situación. ¿Acaso la estúpida gente de aquí no te hizo la vida imposible? Comprenderás que tuve que tomar medidas para volver a mi estado anterior.
—¿Medidas? ¿A eso le llama el hecho de matar personas? Doctor, lo que hizo está mal. ¿No lo comprende?
—Veo que también me juzgas. No he cometido ningún pecado nefando, no merezco que me mires así. Quería que comprendieras, buscaba que me amaras, a mí, el único que te apoyó en todo momento de los brutos de esta nave. —Brendan estrechó su abrazo y Timmy le correspondió, ambos, mirando ceñudos a Caine.
—Ya veo, ya entiendo, no me dejas opción, Timmy, tengo que hacer lo que debo hacer. Me debo a mis fans.
—Doctor...
—¿Qué es lo que va a hacer con nosotros? —preguntó Irena al ver que las palabras de Morgan murieron en una simple intención de inquirir o suplicar algo.
Presionó un botón de la consola que tenía al lado. Un fuerte ruido sonó a las espaldas del grupo, causando que se dieran la vuelta, pero no vieron nada.
La risa de Caine resonó al mismo tiempo que el vendado huía por un corredor.
Fueron los reflejos felinos los que reaccionaron antes. Jacques, corrió hacia el doctor, no podía decir nada, por fortuna, Irena comprendió en el acto.
—¡Quédate aquí, Morgan! ¡Cuida de los chicos! —El hombre no supo qué hacer, pero al ver que tanto Brendan como Timmy casi se caen por tener las piernas débiles, decidió permanecer con ellos.
Una rápida persecución por corredores claustrofóbicos se llevaba a cabo, el único rastro de Caine eran las vendas que dejaba por el camino, aquello y la risa infernal del demente.
—¡¿Qué vamos a hacer?! A este paso lo vamos a perder de vista y ya no lo veremos más —dijo Irena consciente de lo irónico en sus palabras—. ¿Crees que puedas olfatearlo? Dime que sí, por favor.
—Seguro, la otra vez me tomó desprevenido, pero puedo reconocer su aroma sin las vendas.
Encontraron la última venda en la base de una escalera de evacuación en caso de incendios.
—¡Deprisa! Subamos antes de que se vaya, seguro esta es la única salida, creo que el ruido que escuchamos antes fue el de una compuerta cerrándose —dijo el gato.
—Lo siento, pero tienes que subir otra vez a mis senos.
—Mejor no, iré en tus espaldas. —De un salto subió hasta los hombros de la rubia.
—Sujétate, pero no tan fuerte con esas garras —dijo y comenzó a subir.
Fue una trampa, Irena sintió como alguien la sostuvo con fuerza del tobillo, empujándola y haciéndola caer.
¡Cuánto dolor! Apretó los dientes para combatirlo, pero expectoró un grito agudo. Jacques, con sus reflejos felinos, cayó sobre sus cuatro patas y fue donde su amiga para darle ánimos. Cesó al escuchar a Caine:
—No sé qué diablos eres tú, gatito, pero veo que puedes hablar, no puedo dejar que salgas de este lugar. Sería malo que des alguna entrevista dándome la contraria.
«Desgraciado, puedo olerlo, pero no sé dónde está con exactitud. Irena no puede decir el comando, ¡rápido, amiga, antes de que ataque!».
Vano fue su deseo, una mano invisible le agarró del lomo, supo que lo arrojarían al piso e impactaría con una fuerza que le destrozaría los huesos.
En el segundo fatal, una fuerza embistió a lo que parecía el vacío, era Morgan.
—¡Pare, doctor! ¡Deténgase, por favor!
Forcejearon hasta ubicarse cerca de unas tuberías, aquellas que transportaban el agua caliente a modo de calefacción y producían en toda la nave el eterno silbido que reinaba perenne por todos los corredores.
Aunque el plástico se veía grueso e irrompible, la superficie se resquebrajó con espantosa facilidad. Chorros de dolor impactaron en el par y los aullidos, más propios a los gañidos animales, rasgaron las tinieblas.
El felino tuvo piedad y se acercó a Morgan que se abrazaba a sí mismo en el suelo, crispando los puños con fuerza y enclavijando los dientes para no emitir queja alguna de dolor lacerante. Era costumbre en la nave no mostrar debilidad sin importar la situación.
Más allá, el espectáculo que brindó Caine fue pavoroso.
Su figura invisible dio paso a uno de esos maniquíes en las escuelas que mostraban el interior del cuerpo humano.
Demasiado para cualquiera, Caine se vio los brazos y el abdomen, una risa maniática, diferente a la que lanzó antes, reverberó en los alrededores, tan fuerte, que opacó el sonido de los pasos.
Angustiándose por su amiga, Brendan y Timmy fueron hacia Irena para ver si estaba bien.
La risa cesó y Caine miró al grupo. La mirada de Timmy le dolió en el alma.
Viéndose desnudo y escaldado, que recién se dio cuenta de su locura. Arrepentido, huyó hacia la negrura con la intención de perderse en las oscuras entrañas de la Roosevelt para no salir nunca más.
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Tenía los brazos vendados, lo mismo que una porción del rostro. Morgan barría el departamento del doctor Caine. Se detuvo para contemplar su labor, sabiendo que venía una tarea triste: puso sábanas blancas sobre el mobiliario a modo de despedida.
Antes de salir, dio un último vistazo y se despidió con una sonrisa.
En el pasillo le esperaba Irena y Jacques.
—¿Estás bien?
—Sí, aquí tienes —dijo y le entregó la tarjeta llave del doctor.
—Gracias. Este..., respecto a Jacques.
—Prefiero olvidar esa parte. No sé, como decía el doctor, bien pudo ser una filtración de gases. Te dejé algo en la silla de ruedas.
Un maullido de parte del gato fue el agradecimiento por no revelar su secreto. Morgan le brindó la sonrisa más calurosa que diera hasta ese momento y se fue con paso calmo.
—Espero que no le queden graves cicatrices —dijo Jacques—. Ya tienes la llave de la ciudad, es hora de ponerse en contacto con Sexta.
—¿Crees que regresará? ¿Crees que...?
—No.
—Pero se va a morir, morirá de hambre.
—No pienses en ello. Morgan y los otros ya le buscaron, no hay nada que hacer.
—Tienes razón —dijo entristeciendo la mirada, pero luego se mostró firme. Aprovechando que tenía privacidad, entró al departamento e invocó su pantalla isekai, sacando el transmisor/receptor de Óbolo.
Puso al corriente a Sexta respecto a la tarjeta llave, dándole la clave alfanumérica.
—Lamento no haber podido reunir las cosas para convertir lo que nos dio tu hermana en un aparato de comunicación tipo video llamada.
—Tranquila, lo sé, estuviste ocupada buscando con los demás a Caine, pobre diablo. ¿Cómo te encuentras? ¿Ya no te duele?
—Estoy mejor, la caída no fue tan grave, no siento ningún dolor, es más...
—¿Qué pasa? ¿Estás llorando? ¿Irena? Jacques, ¿estás ahí? ¿Qué sucede?
—Tranquila, sucede que Morgan nos dio una última cosa, un regalo de despedida.
»Creo que son los componentes para convertir lo que tenemos en un aparato de video llamada. Eso está escrito en un papel.
—¿Cómo lo supo? Nunca le dije nada de nuestra misión —dijo Irena, secándose las lágrimas.
—Yo se lo dije, no todo, no me quedó opción, me escuchó cuando estábamos luchando con Caine. Perdón por decir esto, pero era más avispado de lo que su rostro sugería.
—Mira, incluso viene con instrucciones, ¡qué atento! Estoy conmovida.
—Por algo trabajaba aquí. Como todos es muy listo, y hablando de genios, regresemos con Timmy.
—Sí, está tan ocupado con esto de emular el software que no se alimenta como debe.
—¿Vamos a las máquinas expendedoras? ¿No tienes miedo de los zombis?
—Contigo a mi lado, no. —Guardó las cosas en su espacio interdimensional y salió del departamento.
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Los días transcurrieron con calma, por fin Timmy pudo completar su trabajo de emular el complicadísimo software del sistema Caronte, se veía ansioso, pero confiado en que su esfuerzo rendiría frutos.
—Solo hay un problema, seguro en la nave del almirante detectarán lo que hice.
—Tranquilo, mi amiga Sexta tiene el mejor plan —dijo Irena, no tuvo más remedio que revelarle a su amigo parte de su misión.
—Es buena tu amiga. Tranquila, todo va ir bien.
—Pero ¿y tú? ¿No querías ir a la nave granja, el Pasteur?
—No se puede, alguien tiene que quedarse para mantener el sistema el tiempo suficiente para que llegues a la otra nave.
—Lo lamento tanto.
—No tienes que sentirte así, sé que tendrás éxito con tu misión, además, no me sentiré solo, tengo a Brendan.
—Te prometo que resolveré el misterio de la nave del almirante y los liberaré a todos de este velo del hiperespacio.
—Gracias, no te angusties. Iré a vivir al Pasteur cuando todo haya regresado a la normalidad, pero volveré aquí seguido, quiero darle al Roosevelt el verdor del que una vez me alabó el doctor Caine.
—Sí, seguro le hubiera gustado.
La pausa que vino después fue interrumpida por la alarma.
—Cuídate mucho, lo mismo para ti, gatito —dijo y Jacques contestó con un maullido, la parte que era un gato parlante no le fue revelada por Irena. Se abrazaron una última vez.
Ambos, chica y gato se apresuraron en ir a una de las pequeñas naves de transporte de suministros.
—¡Despídeme de Brendan! ¡Dile que se cuide y que...!
La puerta se cerró de golpe, impactando contra la coronilla de la rubia pechugona.
«¡Uy!, eso debió doler, pobrecita», pensó Timmy y se puso a manipular la computadora portátil.
Lo mismo que la otra vez, la nave estaba encapsulada en un tubo translúcido que reflejaba rayos iridiscentes, el velo del hiperespacio encapsulaba a toda la flota.
—¿Nerviosa?
—Un poco.
Una mole de metal se acercó al Sistema Caronte que fue activado sin autorización. Los cañones láser apuntaron hacia donde estaban Irena y Jacques, disparando a continuación.
Algo explotó, pero no fue la nave, sino la serie de cabinas de teleférico que vinieron después. El plan de Sexta funcionó a la perfección, todo gracias a la ayuda de Timmy, quien respiró tranquilo sabiendo que su amiga llegaría sana y salva a la nave.
«Listo, ya no puedo hacer más», pensó Timmy y se alejó con rapidez.
Sabia decisión, la nave del almirante disparó a la bahía de embarque destruyéndola. El sistema Caronte de esa sección colapsó, pero no hubo problema, la nave de Irena atracó antes en la bahía de carga del Pasteur a salvo de la sombra que proyectaba muerte.
CONTINUARÁ...
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