El antiguo galán
El velo del hiperespacio
Capítulo 16: El antiguo galán
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Tanto la cascada artificial como el hombre en silla de ruedas eran visiones que rompían con el ambiente de los alrededores. La primera, una flor en medio de unas entrañas sin espacio para otra cosa que los tubos y cableados que alimentaban una bestia gigantesca; el hombre, vendas conformaban una silueta violenta en un remanso de paz.
—Veo que tienes compañía —dijo el hombre de la silla de ruedas, su tono de sorpresa no fue aguardentoso—. Chicos, mejor discutir ciertas cosas al interior. Puede que la cascada disimule charlas, pero mejor tener privacidad.
—Claro, doctor Caine —dijo Timmy, invitando a Irene y su gato a pasar.
Lo mismo que el funicular, la cabaña era hogareña, los tintes de pinturas estaban ausentes, de todas maneras, lo colorido formaba un arcoíris, algunas veces calmo, otras veces, chillón.
Vinieron las presentaciones y resultó que el hombre de al principio era Morgan, un esforzado trabajador de la Roosevelt, pero de carácter intratable y estrecho de mente, no obstante, vino a la cabaña a limar asperezas con Timmy a quien le hizo la vida imposible por un tema que no quiso tratar enfrente de Irena.
—Una pena lo de su amnesia, señorita Dubon —dijo Kevin Caine, un hombre que tenía un doctorado en ingeniería y construcción espacial. No se dio cuenta en las contradicciones de la historia de la rubia porque no le contaron todos los detalles y hubiera sido descortés insistir en preguntas—. Timmy, espero que pongas a tu invitada al corriente de todo lo que sucede en la flota.
—Doctor, seguro que Timmy sabrá ponerla al tanto. ¡Mire la hora que es! La comida...
—Extraño la buena cocina. La comida rápida no alimenta, es más, perjudica a la concentración, algo de lo cual puedo hablar de primera mano —dijo el inválido señalando su cuerpo vendado con un amplio movimiento de su mano, gesto dramático, pero atenuado por la sonrisa que se asomaba detrás del vendaje—. En fin, tienes razón. Señorita, Timmy, con permiso.
—Doctor, antes de que se vaya, permítame obsequiarle esto, también tengo uno para ti, Morgan.
Corriendo, salió de la cabaña y regresó rápido, cargando dos sandías. Morgan, por poco se pone a llorar.
—Ya, chico, tranquilo, deja que cargue las dos sandías. Timmy, muchas gracias.
—De nada, doctor, tengo más. Llevaré un par para la reunión con los trabajadores.
—Seguro les encantará. Seca tus lágrimas, Morgan, no quiero caerme de la silla.
El otro hombre se limpió los párpados con los duros nudillos y le aseguró que tendría cuidado.
Tanto el gato como Irena vieron por la ventana como el par ingresaba al funicular para luego descender a las entrañas laberínticas de la nave fábrica.
Contento con su papel de huésped, Timmy le ofreció un traje de mezclilla a Irene, luego se puso afanoso en servir la comida.
—¿Cómo me veo? Este traje no es algo que alguna vez pensé probarme, ni siquiera como juego —preguntó en lo que Timmy habilitó como una especie de cuarto de invitados y especiero.
—No sé, ya te dije que no comprendo muy bien eso del concepto de belleza humana, pero supongo que te queda bien, al menos cubre más piel que tu vestido de la playa y es holgado, te será muy útil para moverte a diferencia del traje entallado de secretaria.
En efecto, Irena era el típico caso de mujer que podría verse bien, incluso usando una bolsa de basura.
—¡La comida está lista!
Chica y gato salieron y fueron a sentarse a la mesa de metal, todo un ejemplo de mobiliario industrial, pero disimulado por un primoroso mantel traído de otra nave.
—¡Woa!, se ve delicioso. No recuerdo la última vez que comí ensalada —dijo, considerando que los tubérculos y algas de la Bahamas no merecían pertenecer al reino de los vegetales.
—Pero ¿qué dices? Perdiste la memoria, obvio que no recuerdas la última vez que probaste ensalada.
—Claro, que tonta soy, ¡digo!, no soy tonta, solo fue una expresión.
Con elegancia, Timmy suprimió una risa, risa que se cortó al escuchar los maullidos de Jacques.
—¿Tienes hambre, gatito? No te preocupes, no me he olvidado de ti. Aquí tienes, comida que tanto humanos como gatos, pueden disfrutar.
De uno de sus bolsillos sacó una lata de sardinas. Vació el contenido en un pequeño plato de metal y lo colocó en el suelo.
—Esta no es la Bahamas, pero uno puede obtener sardinas de las máquinas expendedoras, una bizarra cortesía de los monstruos.
—¿Llenan las máquinas de comida como en...? —Estuvo a punto de mencionar su estadía en la Bahamas, pero el pronto y oportuno maullido de Jacques le recordó que debía ceñirse a su historia de la amnesia.
—¿No es extraño? No entiendo nada de nada, no creo que nadie en la nave lo haga —dijo Timmy.
—¿Cómo fueron las cosas aquí con los monstruos?
—Mucha gente murió, no es extraño, la Roosevelt siempre tuvo tipos duros, pocos optaron por no pelear, entre ellos yo.
—¿Por eso ese tipo llamado Morgan te hizo la vida imposible?
—No diría que... Sí, es justo como dices, pero no fue ese el motivo, fue otro. Dime, ¿qué te parece la ensalada?
—Esta rica —contestó, dándose cuenta que Timmy cambió de tema.
La comida transcurrió en conversación banal y aportes que Timmy consideró necesarios para que Irena no se volviera loca de la sorpresa, claro que aquello era imposible puesto que el cuento de la amnesia, era justo eso, un cuento.
—¿Y cuál es la historia del pobre doctor?
—¡Aaah, pobre del doc! Caine, Kevin: no es un hombre normal, no es ni más ni menos, que el que diseñó lo que serían todas las naves tipo Roosevelt, el tipo es un jodido genio, de eso no hay duda. Me atrevo a decir que no existirían los nuevos conceptos de flota espacial de no ser por el buen doc. ¿Sabes la diferencia de los diseños de flotas espaciales? Pues verás...
Era información que sabía gracias a lo que le dijeron en otras naves, de todas maneras, mantuvo lo cortés y asentía de vez en cuando fingiendo sorpresa.
—¡Eeeh! ¡¿Eso fue lo que le pasó?!
—Sí, cuando nos quedamos atrapados en el viaje por el hiperespacio, el buen doc quiso hacer algo al respecto, ya te lo dije, aquí podemos construir de todo, tenemos esa facilidad. Quiso construir algo que nos ayudara a salir de este velo del hiperespacio, pero sucedió un accidente, la maquina en la que estaba trabajando estalló y lo dejó como está ahora, fue una desgracia, pero al menos sigue vivo.
—Es terrible. Espera un momento, ¿eso significa que tiene la llave de la ciudad?
—¿La llave pase? ¿Cómo sabes de eso si tienes amnesia?
—Este, recuerdo una que otra cosa, ¡me vino en sueños! Y ¿la tiene? Creo que si el buen doctor me diera la llave pase, tendría buen chance de recuperar la memoria —dijo, utilizando la misma mentira que usó para obtener la llave pase del doctor Browning, aunque aquella vez tal excusa fue contraproducente.
—Supongo, podrías preguntarle, ojalá recuperes la memoria con eso.
Contenta con obtener lo que tanto necesitaba Sexta, que bajó la vista para cruzar miradas con Jacques, no obstante, el gatito prestaba más atención al cuenco vacío.
—Lo siento amiguito, no hay más, las sardinas vinieron de una de las máquinas expendedoras de comida, pero no te preocupes, mañana los monstruos vienen a la nave y reponen las existencias de comida chatarra, entre ellas las conservas en lata.
Estaba claro que Timmy pensaba en la comida nutritiva que se podía obtener antes de la interrupción del sistema Caronte. Irene decidió preguntar al ver lo flaco que estaba su amigo:
—¿No hay mucha comida en la nave?
—Solo la que podemos obtener de las máquinas expendedoras. Extraño a mucha de la gente que murió o se fueron a la Oscar Niemeyer antes del colapso de la intrared y el sistema Caronte, pero debido a que somos pocos, que todavía podemos seguir viviendo gracias a lo que los monstruos nos dan, por más loco que suene eso.
—¿Por eso te dieron vía libre a tu huerto en la cascada?
—Sí, al principio nadie creyó que mi idea fuera a funcionar, pero ahora me lo agradecen. No abastece para todos, pero lo poco ayuda.
—¿Por qué no todos hacen lo mismo?, digo, crear su propio huerto.
—Faltan semillas y tierra fértil. Las pocas que hay me las confiaron a mí, que sé de estas cosas. ¿Te parece raro? Un granjero que vive en una nave fábrica.
—¿Por qué no te fuiste a vivir en la Pasteur desde el principio?
—Por mi padre. No, ya no vive, fue uno de los muchos que decidieron combatir a los monstruos, pero si volviera a reponerse el Caronte, iría directo al Pasteur, necesitaría permiso del alcalde del Pasteur; del Roosevelt, me la daría el buen doctor Caine; espera, falta el almirante, tendría que autorizarlo, pero no sé qué pasa en su nave, nadie lo sabe, solo él podría activar el sistema y por este vienen los monstruos.
Era una interrogante que también la escuchó en la otra nave, el misterio de la cuarta flota se veía lejos de solucionarse.
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Con la excusa de querer ir por los alrededores de la cascada para despejar la mente y procesar toda la información que escuchó, que aprovechó para comunicarse con Sexta.
—¡No vayas a perderte! —le gritó Timmy desde la cima—. ¡Si fuera el caso no te alejes de una de las señalizaciones del mapa! ¡Así sería fácil encontrarte!
Le aseguró que no se extraviaría y fue a obtener más privacidad. Como de costumbre, Sexta era devota de la puntualidad inglesa:
—¿Alguna novedad? —preguntó luego del infaltable saludo y de inquirir respecto a su salud y la de Jacques—. Espero que no te hayas perdido en una nave tan enorme, aunque eso es improbable, dicen que hasta un mono podría ubicarse con todos los avisos y mapas que hay en ese lugar.
—¡Claro! No hubo ningún problema, nada en absoluto —mintió forzando una sonrisa. Jacques no se mostró contento, sabía muy bien que era más listo que un mono, de todas maneras, no pudo hallar la salida de semejante laberinto de estilo industrial—. Tengo una buena pista, resulta que hay un doctor que se llama... Kevin Caine, él tiene la llave de la ciudad.
—Perfecto, pídele si puede prestártela por un momento, necesito el código de seguridad que solo su llave pase posee. Como la otra vez, solo debes ponerla bajo luz ultravioleta para que aparezca y puedas leerla.
—Se lo preguntaré mañana, no creo que se niegue, espero.
—¿Por qué habría de negarse? ¿Crees que sea un tipo peligroso como el doctor Browning?
—¿Peligroso? Nada de eso, el pobre tuvo un accidente y quedó con quemaduras, eso y está en una silla de ruedas.
—Que terrible, considerando como era antes.
—¿Pues cómo era? ¿Acaso lo conociste como a Buttler?
—Te estás confundiendo, era Óbolo quien lo conocía, mi hermanita menor era la que se codeaba con gente importante debido a su trabajo, yo solo era una oficinista de un centro de informática.
—Que humilde eres, no cualquier oficinista podría hackear el sistema Caronte, además, Óbolo recién que fue nombrada Prima Dona en el teatro, no creo que se haya codeado con gente importante.
—Supongo que es orgullo de hermana, no importa, a lo que iba: Caine es una celebridad, no solo por su contribución al nuevo concepto de flotas de colonización en espacio profundo, también era un hombre famoso por su carácter extrovertido ante las cámaras; en las revistas, siempre tenía esa actitud de galán que, según él, haría que cualquiera humedecería las bragas solo por estar cerca de él, el muy cretino.
—Pues ya no es así, créeme.
—Seguro, pobre. Me reconforta saber que esta vez no habrá peligro, tengo la impresión de que eres el tipo de mujer que busca problemas.
—No busco problemas, los problemas me buscan a mí.
—Que cliché, pero temo que es tu caso, de todas maneras, ten cuidado, la gente del Roosevelt tiene mala fama.
—¿Qué pasa con ellos?
—Lo típico de gente que se emplea en arduos trabajos manuales: groseros con las mujeres. Tengo entendido que las pocas mujeres que habitaban la nave huyeron apenas nos quedamos atrapadas en el hiperespacio: intuición femenina. Tú, querida, debes de ser la única hembra entre tanto macho de huevos azules.
La pobre de Irena apretó los dientes, tal vez la misión en el Roosevelt no sería tan fácil como supuso en un principio.
CONTINUARÁ...
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