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Césped regado de rojo

El velo del hiperespacio

Capítulo 38: Césped regado de rojo

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El sistema Caronte transportaba la nave de suministros hacia la Edith Cavell, la nave cementerio de la flota, sería la última parada antes de que Irena y Jacques intentaran infiltrarse en la nave del almirante; con suerte, también sería el sitio donde Stephanie lograse recuperar la memoria.

—Se ve bonito, ¿no es así? La primera vez que Jacques y yo fuimos por esta cosa nos sorprendimos mucho, nunca vi tantos colores arremolinarse en toda mi vida.

—No lo sé, se ve colorido, pero no puedo evitar sentir miedo —dijo a la vez que se sujetaba con fuerza una mano con la otra.

—¿Miedo? ¿Pues a qué le tienes miedo?

—Para comenzar: el hecho de que, si el sistema Caronte se corta, moriremos en un instante por la radiación. Y luego queda el hecho de que no sabemos a ciencia cierta qué nos espera en la otra nave.

—¿No recuerdas nada? ¿Nada de nada?

—Sé que soy una novicia por mi hábito, pero no logro recordar la gran cosa. A veces fuerzo mi memoria y puedo ver a una monja de rostro muy estricto, no tengo idea de quién pueda ser, quizá la madre superiora, no lo sé, ¡maldita amnesia! Soy como una muñeca rota que deja ver que por dentro no tiene nada.

—Mira, en la... policía intergaláctica —dijo Jacques, siguiendo la mentira que él e Irena crearon para no traumatizar a la novicia—, no nos enseñan temas como psicología con las víctimas, pero te puedo asegurar algo: el hecho de que no recuerdes tu pasado no es la gran cosa, significa que puedes comenzar desde cero, solo es cuestión de aceptar lo que eres en el presente.

—¿Y qué se supone que soy?

—Un pingüino, uno curioso, valiente y dispuesta a ayudar a sus amigos. De dónde vengo eso es ser una buena persona y es lo que en verdad cuenta.

La novicia miró con atención a Jacques, en un impulso, sujetó al gato y lo abrazó:

—¡A veces dices cosas tan lindas! Te muestras duro por fuera, pero como todos los michis, eres una ternurita.

—¡Basta, deja de acariciarme a contrapelo!

«Sí, yo también sentía miedo las primeras veces que usaba el Caronte. Espero que las cosas nos salgan mejor a diferencia de las otras naves, parece que por alguna extraña razón siempre atraigo los problemas», pensaba Irena, meditando respecto a sus pasadas aventuras.

—¿En qué piensas? Pusiste una cara seria que no sueles poner.

—Oye, creo que te estas burlando de mí, novicia voladora. Recordaba todo lo que Jacques y yo hicimos en cada una de las naves, con excepción de la Oscar Niemeyer y la Maverick, que en todas el peligro fueron los doctores —decía Irena mientras contaba por los dedos—. No sé tú, amiga, pero luego de todo esto le voy a agarrar fobia a los doctores.

—No todos los doctores eran malos. Mira por ejemplo al doctor Shelley, te salvó la vida.

—A ti te caía bien por la comida que te daba, pero tuve que hacer dieta mientras me recuperaba. Pobre doctor Víctor, fue su hijo quien lo arrastró a la desgracia.

—Sí, ya recuerdo lo que gritó en alemán cuando los campesinos llegaron, dijo que ellos pensarían que hacía lo mismo que Konrad.

—Nunca conocí al doctor Shelley ese de quien tanto hablan, pero solo sé una cosa: ese Konrad era todo un desgraciado, por su culpa perdí la memoria. —Se santiguó al expresar su odio al difunto alcalde de la Pasteur—. Espero que El Señor le tenga misericordia, por mi parte, no sé si soy una persona tan caritativa.

—Claro que lo eres. Así como yo tengo plena confianza en mis pechos copa doble D, tú también debes tener confianza en tus buenos atributos como persona —dijo mientras estampaba la palma de la mano en su pecho, haciendo que los senos rebotaran.

—¿Esa es la forma adecuada de animar a alguien? ¿Qué opinas, gatito?

—A mí no me mires, no soy bueno para este tipo de cosas, soy un agente duro y calificado.

—Supongo que sí, quiero decir —dijo mirando a la rubia—, debo tener más confianza en mí misma. Después de todo, ese loco de Konrad me eligió por creer que soy una de las mujeres más bellas que existen.

—Tu cabeza, solo estaba interesado en tu cabeza, pingüino. Supongo que de todas maneras es un halago; ¿no que ustedes, las mujeres, siempre andan en busca de un hombre que se interese por sus cabezas?

—Creo que te confundes, el dicho se refiere a nuestras mentes... —dijo Irena, pero fue interrumpida por la novicia.

La pelirroja agarró a Jacques y volvió a acariciarlo a contrapelo, esta vez a sabiendas que eso le molestaba mucho.

—Pobrecito, ya déjalo, chica —le dijo, apiadándose de su amigo felino—. Miren, ya se puede ver la nave cementerio. Ven, Herman, échale una miradita.

Se aproximaron con cautela a la ventana de la cabina, no querían ser descubiertos por alguna cámara de seguridad de la nave gigantesca.

La Edith Cavell se asemejaba mucho a un ataúd antiguo, su forma trapezoidal se veía intimidante.

—Nuestra amiga Sexta nos dijo que no vamos a encontrar tanta gente aquí a diferencia de las otras naves, eso sí, hay varias iglesias y cementerios de diferente índole. —Miró a Stephanie y a Jacques—. Hay que esperar un día entero para comunicarnos, no sé si en esta nave hay siquiera un alcalde que tenga una de esas famosas tarjetas llaves.

—Habrá que buscar refugio en algún lugar. Una lástima que hayas perdido la memoria, pero descuiden, chicas, con mi olfato felino me anticiparé a cualquier peligro.

—El problema es este amigo tuyo, Herman le dices, que nombre más raro le pusiste; en fin, lamento no ser de mucha ayuda en este caso, pero si recupero la memoria, les prometo que tendrán mi ayuda incondicional.

—No esfuerces a tu cerebro a recordar algo, puedes tener un ataque como la última vez —dijo Irena.

—¿Cómo que un ataque como la última vez? Pues ¿qué fue lo que me pasó?

El gato desvió la mirada, haciendo como si se acicalara los testículos. Herman, como siempre, puso rostro inexpresivo; la rubia pechugona y bronceada, solo atinó a reírse y rascarse la nuca.

—¡No me estes ocultando cosas, pechugas con patas! —Empezó a zarandearla, pese a que era mucho más alta.

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La oscuridad parecía perene, no obstante, la luz vino relampagueante, alejando tanto la negrura como el silencio, que huyó a causa de los chasquidos que produjeron los focos.

No era una luz amarilla, el brillo blanco hería los ojos si uno viera la fuente lumínica de frente, no obstante, tenía la ventaja de iluminar todos los resquicios. Las paredes blancas no eran impolutas, pese a aquello, no se veía mucho descuido o suciedad.

Una de las paredes se recorrió hacia un lado y se reveló una especie de campo de fuerza que separaba el interior de la nave con la muerte que reinaba fuera. Un haz de luz simétrica en forma penetró el campo de fuerza y, por más increíble que parezca, dio un giro.

Si lo anterior no fuera suficiente maravilla, una especie de túnel translúcido englobó al extraño cable de luz, era tan amplio, que una cabina de teleférico podía entrar en ella, incluso algo mucho más grande.

La nave de transporte de suministros entró a la bahía de desembarque gracias al cable de luz, el sistema Caronte la trajo sin el menor daño de las fuerzas destructivas del túnel hiperespacial.

Una vez posada en el piso, la puerta se abrió, pero no hubo ningún personal que fuera a verificar si transportaba cosas o personas.

Silencio, nada se asomaba, al menos así fue los primeros segundos, transcurrido un minuto entero, unos bigotes felinos antecedieron la silueta de un gato, quien empezó a otear a la distancia y olisquear a la vez que movía las orejas en todas direcciones:

—No detecto ningún peligro, pueden salir.

Dos mujeres salieron, una alta y curvilínea; la otra era una novicia de rostro agraciado; tras ellas, como si fuera un guardaespaldas, un gigante que miraba a todos lados con la boca abierta, el único gesto que mostraba una emoción en ese rostro esculpido de manera chapucera en piedra.

—Bueno, ya llegamos, la Edith Cavell, la nave cementerio de la flota —dijo Irena, acostumbrada a la vista que tenía que ofrecer todas las bahías de embarque-desembarque de las naves de colonización.

—Mi hogar, espero que estando aquí, pueda recuperar mi memoria. Confío en El Señor de que será así.

—No te preocupes, seguro lo harás. Basta que recuerdes alguna cosa y de seguro todos los recuerdos vendrán como una cascada.

Tanto el túnel translucido como el cable de luz se retrajeron.

—Se desconectó el sistema —dijo Jacques—. Mejor nos ponemos en marcha. Este sitio puede convertirse en una ratonera si los monstruos aparecen.

Las dos mujeres asintieron y junto con el gato y la criatura del doctor Shelley, fueron a la salida para llegar a los campos santos que se decía tenía la nave.

—¿Qué crees que encontremos aquí?

—Sabes bien que tengo amnesia, así que no me preguntes. Lo único que sé es lo que aprendí de los folletos de las clínicas.

—Perdón, ya recuerdo, toda la intrared de las naves se cortó —se disculpó Irena—. Sé que deberíamos tener prioridades, pero espero que podamos encontrar un sitio para comer, me muero de hambre. Un buen restaurante, vamos a uno, no recuerdo la última vez que comí hasta decir basta.

—Y luego dices que soy yo el que solo piensa en comer, pero tienes razón. No sabemos qué retos nos esperan aquí, capaz que no podamos comer la gran cosa, lo mejor será encontrar comida y aprovisionarnos.

—Creo que exageran, según lo que pude averiguar, la Edith Cavell, solo es la nave que sirve para que todas las personas de la flota entierren a sus difuntos sin importar sus creencias religiosas. No creo que haya peligro, recuerden lo que nos dijo tu amiga, Sexta, que esta nave es la más despoblada y que no esperaba que hubiera líos, el sitio perfecto para hackear el sistema Caronte y que vayan directo a la nave del almirante para resolver este lio del velo del hiperespacio.

—Tienes razón, esta vez nuestra misión no será tan dura como en las otras naves, ¿no es así, Jacques?

—Esperemos que así sea, yo no me confiaría.

—No seas tan precavido, solo encontraremos iglesias y cementerios, ¿Qué podría malir sal? —dijo Irena.

Abrieron la última puerta antes de dar con los campos de la Edith Cavell.

Les recordó a la Pasteur, el césped se extendía por montículos hasta donde alcanzaba la vista, la diferencia: estaba regado de sangre y vísceras humanas.

Las chicas se abrazaron y chillaron como si estuvieran en una película barata.

—¡Cállense las dos! ¿No ven que alguien nos puede escuchar?

—Pero, pero ¿qué mierda pasó en este lugar? —preguntó Irena, tratando de no ver el espectáculo grotesco de gente troceada como si fueran animales para la carnicería.

—Este sitio parece el infierno, ¿quién o qué cosa pudo haber hecho esto? —preguntó Stephanie a la vez que se santiguaba.

El gato, endureciendo la mirada, se acercó a los cuerpos descuartizados y aplastados para evaluar de forma precisa la situación:

—No son humanos. Los cuerpos, no son humanos, creo que todos son de los zombis que controla el almirante. —Las dos mujeres dejaron de abrazarse, vencieron el asco, la basca, las ganas de ponerse a vomitar y se acercaron.

—No entiendo, no entiendo nada de nada —dijo Irena y se rascó la cabeza.

—Pues ya somos dos, no sé qué pudo haber pasado.

—¿Serían las personas de esta nave?

—No lo creo, Irena. Los zombis fueron ultimados de una manera salvaje, dudo mucho que simples curas y monjas hayan podido hacer esta carnicería —dijo el gato.

La criatura Herman, se acercó a los cadáveres, los hurgaba con la punta de su dedo, incólume ante las ganas de vomitar. Stephanie, por otra parte, se santiguó y se puso a rezar por el alma de aquellos pobres desgraciados.

Lo mismo que en las otras naves, la gigantesca bóveda de cristal desplegaba su holograma, la ilusión, aunque colorida, no trajo buen ánimo al corazón de las chicas. Un sentimiento pesimista se coronó sobre todo lo demás.

CONTINUARÁ...

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