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Viaje sin fin

El héroe sin harem

Capítulo 8: Viaje sin fin

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El crepitar de las llamas cebándose con las construcciones isleñas, iba acompañado por el crujido del hielo, así, volando gracias a la brisa proveniente del mar, danzaban en una coreografía irreal, chispas de fuego y copos de nieve que eran los heraldos del llanto del paraíso.

—¡Llegamos tarde! Ese gato, amigo tuyo, no pudo advertirles del peligro.

—O no le creyeron. Dios, todo este lugar es el infierno.

—¿Qué va a pasar con todas esas personas? —preguntó Panta al referirse a las víctimas del arma de aliento de hielo del titán, parecían más esculturas provenientes de bloques de hielo que seres humanos petrificados.

—No creo que podamos ayudarlos, tarde o temprano se van a derretir.

—Qué horror. ¡Mira!, allí viene tu amiguito.

—Eros, ¿qué fue lo que pasó?

—No me creyeron, ninguno prestó atención a mis advertencias, solo se me quedaban mirando y señalándome con el dedo —dijo con pena.

—Hiciste lo que pudiste.

—¿Qué haremos? Todo esto es mi culpa —dijo la rubia y tanto hombre como felino, bajaron la vista para concentrarse en hallar una solución. El rostro de ambos humanos estaba húmedo por el calor y el esfuerzo de la carrera, el tono de color en sus mejillas cambiaba dependiendo de los desesperados hechizos que los elfos lanzaban al gigante, hechizos que eran inútiles.

—¿Estás bien? ¿No te impactó ese aliento?

—Lo hizo, pero como soy un dios no me causó daño, eso sí, esa cosa se mostró furiosa cuando vio que salía indemne, no pudo dañarme y me alejé volando, el demonio no puede volar.

—Entonces, no podrá salir de la isla, a menos claro, que sepa nadar —dijo Panta cuando Amador le hizo una seña para que se callara.

—Entonces, ¿esa cosa te puede ver?

—Sí, ¿tienes un plan? —preguntó y acrecentó el ritmo de su batir de alas, elementos que parecían impulsarlo más por el efecto mágico de la levitación que la fuerza ascendente nacida de los músculos de sus homoplatos.

—Creo que se me ocurre algo, pero voy a necesitar tu ayuda.

—Está bien.

—¿De veras?, ¿se te ocurrió algo? En lo que sea que te pueda ayudar, lo haré. El gatito, ¿te llamas Eros?, y yo, haremos todo lo posible por apoyarte.

—Tranquila, tú no hagas nada, quiero que busques un lugar seguro, lejos del camino que tomamos.

—Pues ¿qué piensas hacer? —preguntó Panta sin poder decidirse si sentía alivio o angustia por lo que podría intentar Amador.

—Eros, quiero que vueles alrededor de ese monstruo como si fueras una molesta mosca. Quiero que lo enfurezcas y lo lleves de vuelta al volcán.

—No entiendo tu plan.

—Usaré mis varias pociones y pergaminos de hielo, con ellos voy a detener a ese engendro.

—¿Estás loco, humano? Bien sabes que el hielo no puede detener a ese gigante.

—No pienso usarlo contra el monstruo, lo voy a echar al volcán.

—¿Al volcán? —dijeron gato y mujer al mismo tiempo y ladeando la cabeza, no comprendían el razonamiento de su amigo.

—Miren a los elfos, sus hechizos de fuego son poderosos, pero diminutos para causar algún daño a esa cosa. Eros, quiero que conduzcas a ese monstruo al volcán, cuando esté sobre la caldera, arrojaré todo a la lava y eso hará que la montaña vomite todo su calor contra ese gigantesco cubo de hielo con patas, eso lo matará, estoy seguro.

—Es un buen plan.

—¡No! ¡Si haces eso te vas a morir!

—Tranquila, no me va a pasar nada, Eros me llevará volando lejos de la explosión, ¿no es así?

—Así es, pero no esperes un escape rápido, soy peque y tu grande.

—No lo sé, a mí no me convence este loco plan tuyo, ¿no hay otra manera de hacerlo? ¿Y si solo escapamos de la isla?

—Mujer, no podemos irnos así como así, hay que ayudar en todo lo que podamos.

—En especial porque es mi culpa, ¿verdad?

—No pienses así, te engañó esa elfa, ella es la verdadera culpable, de todas formas, mejor no decir nada de lo que pasó. Bien, amiguito, ¿listo para ayudarme?

—Lo estoy.

—Dame una hora, luego haz venir a esa cosa al volcán. Panta, busca un lugar seguro.

Amador no perdió más tiempo, sin siquiera mirar atrás, corrió hacia el volcán. Panta se cubrió los oídos con la palma de sus manos para no seguir escuchando los gritos de pánico y marchó a toda carrera para buscar un sitio donde guarecerse cuando el demonio retornase sobre sus pasos.

El plan de Amador funcionaba; Eros, como una mosca insufrible, hizo rabiar al gigante y a aquel no le quedó más remedio que ir tras el gato volador puesto que sus ataques de aliento de hielo no le afectaban en lo más mínimo.

Los elfos hubieran ido tras las huellas del monstruo, pero era tanta la destrucción y los heridos, que todos se concentraron en rescatar a las víctimas o ayudarles a bien morir.

En la cima del volcán, al borde del cráter, Amador desplegó su pantalla isekai, listo para invocar de su espacio dimensional, todas las pociones y pergaminos de hielo.

«Allí viene, carajo, que miedo. Vamos, tú puedes, Amador, piensa en Panta, eso de tomar un bote y huir de la isla no es una opción, y si lo fuera, no hay seguridad que esa cosa no vaya nadando donde nosotros para matarnos. Debo destruirle aquí y en este momento», pensó apretando mucho la mandíbula por la tensión.

Por fortuna, el gigante, como la vez anterior, no juzgó al hombre como otra cosa aparte de un insecto insignificante, era otro el que llamaba su atención: el moscardón peludo que insistía en volverle loco con su vuelo rasante.

«Solo un poco más, unos metros más. ¡Ahora!», pensó y arrojó todos los elementos mágicos y alquímicos a la caldera humeante.

En tan solo un par de segundos, un ruido de mil demonios salió de la caldera, pero eso no era lo único que salió: como vomitado por las entrañas de la isla, una gran columna de lava se estrelló contra el cuerpo del demonio reptiliano. El choque de tanto calor contra el inmenso frío, produjo un silbido tal, que hizo que a Amador se le pusiera la piel de gallina.

—¡Amador! —gritó Eros, guiándose más por el olfato en ese gigantesco sauna a vapor que negaba toda visión.

Una poderosa explosión sacudió toda la isla, barriendo la onda expansiva montón de palmeras y causando deslaves sobre la base del volcán.

«Amador», pensaba Panta que tenía las manos sobre su pecho, escaneando el cielo con su mirada, sin perder la esperanza. Por fortuna, sus ruegos internos dieron frutos y agradeció a todos los dioses que se sabía al ver como un gato alado llevaba por la parte de atrás de la camiseta a su amigo.

—Regresaste, ¡gracias a los dioses! —exclamó y abrazó al hombre apenas puso los pies en tierra firme.

Se perdieron en breves segundos ajenos al sufrimiento y al dolor en los alrededores, solo con el gato de las alas de diferente color como testigo, pero lo que pudo ser un beso, fue interrumpido por los guardias elfos que preguntaron si estaban bien. El sol que nacía, barrió las tinieblas; la vida, con todo su pesar, continuaría y el dolor tarde o temprano abandonaría el paraíso.

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Los muros, los vitrales de la iglesia e incluso las flores, mantenían ese tono gris que las caracterizaba o era que acaso era justo ese el estado de ánimo de los que vivían en la ciudad natal de Panta, ciudad a la cual ella retornaba luego de su aventura isleña.

Rostros conocidos estaban presentes tras el malecón, entre ellos, Rock, el exnovio abusador de la rubia.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a pedir tu perdón, me di cuenta de lo mal que te trataba y estoy arrepentido. Soy un hombre nuevo, hasta tengo trabajo —dijo aquello con tono serio y parecía verdad, lejos de la imagen poco pulcra de antes, se veía a un hombrón que mostraba una fachada de respeto.

Tanto la amiga de Panta como algunos concurrentes, negaron con la cabeza al ver como ella parecía no haber aprendido la lección, corriendo hacia los brazos del musculoso.

—Esto no puede estar pasando —dijo Eros, incrédulo como los demás, mirando de soslayo a Amador que mantenía un rostro estoico a toda prueba.

No solo era un corte de cabello y traje nuevos, Rock parecía haber alquilado un departamento para él y Panta.

—¿Cómo conseguiste dinero para esto? Apenas me fui un par de semanas.

—Bueno, ese es el asunto, tuve que pedir prestado de unos sujetos, unos tipos un tanto insistentes.

—Espero que nadie peligroso.

—No son peligrosos, a menos que les falles el pago del mes, y, bueno, quiero que me ayudes con esto.

—¿Qué yo te ayude?

—Sí, ¿acaso no ganaste la famosa pomada de los elfos?

—Amorcito, no gane, nadie lo hizo, un demonio apareció y todo se fue al carajo.

—¡Por favor, no me vengas con esas!

—Pero es la verdad.

—¿Acaso no lo trajiste de contrabando? vamos, no me engañes, sé bien que eres una ladronzuela, siempre lo has sido.

—No lo soy, no más.

—¡Vamos! ¿Acaso no lo ves? Con la pomada podremos tener una vida de lujos y nunca tener que trabajar.

—Amorci... Rock, no tengo la pomada, no robé ninguna, jamás me hubiera atrevido a tanto luego del desastre que pasó allí. Veo que solo has cambiado en ropa linda, pero sigues igual de cretino como al principio, me voy.

—Oye, no te vayas... —intentó decir, pero Panta agarró un jarrón y se lo aventó al rostro, acto seguido, no esperó ni un segundo más y huyó del departamento.

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La actividad cerca de los carruajes era intensa con los caballos siendo preparados para ejercer su musculatura y resistencia; los pasajeros, alistando sus equipajes; y el ruido constante de idas y venidas de una y mil esperanzas. Ajeno a todo ese trajín, dos personas tenían una conversación que no miraba fallas pasadas, solo proponía algo.

—¿Ir contigo a la capital del reino?

—¿Qué dices?

Panta bajó la mirada, incapaz de formular una respuesta, por consiguiente, Amador la tomó de la barbilla y así hizo que ambos conectaran sus miradas. A lo lejos, Eros, estaba expectante en ver el resultado.

—Tengo una casa, podrías estar, podríamos estar los dos allí.

—¿Es ese tu sueño?

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque tú una vez me preguntaste el mío. Luego de lo de Rock, lo comprendí, yo quiero vivir, realizar mi sueño. Dime, ¿tu sueño sería acompañarme?

—No lo sé. Quiero permanecer a tu lado, pero no me veo disfrazado de payaso y animándote en tus malabares sobre una pelota en un circo que va de un pueblo al otro.

—Creo que no sería justo para nosotros vivir el sueño de otro —dijo y ambos no necesitaron asentir, sus miradas, con su tristeza, lo dijeron todo.

El hombre se separó de la mujer y se acercó al gato.

—No funcionó.

—¿Le dijiste que eras el héroe de otro mundo y que podrías darle una vida de lujos y sin tener que trabajar nunca en la vida?

—No lo hice —dijo y Eros abrió los ojos como si estuviera a punto de darle un ataque al corazón.

—¡¿Por qué?!, ¡¿por qué no lo hiciste?! ¡Me hiciste prometer que no usaría mis flechas con ella y accedí porque creí que se lo dirías!

—Fue gracioso en cierto sentido. Una voz me susurró que, si se lo decía, estaría haciendo trampa con ella, pero otra voz me advirtió que, si se lo ocultaba, estaría engañándola. Como fuere, cualquier opción era mala.

—¡No lo era! Hubiera sido malo si se lo hubieras propuesto apenas conocerla, pero ya llevan tiempo juntos y sé que la amas de verdad.

—Sí, pero ¿viste la expresión de su rostro cuando me contó acerca de sus sueños? Aunque se lo hubiera dicho, ella nunca hubiera estado contenta con estar en un solo lugar, jamás habría estado feliz sin ser independiente.

—Esto no tenía que terminar así —dijo siendo sus mustios bigotes y orejitas caídas los que expresaron su tristeza por él.

—Perdona, como dios del romance que eres, supongo que esto no era lo que esperabas para el final de la historia. No te preocupes, estaré triste, pero un hombre siempre debe buscar la felicidad y todavía hay muchas chicas de lo que iba a ser mi harem a las que debo encontrar. ¿Quién sabe?, tal vez me auspicies buena fortuna con esto del romance, pero nada de flechas.

Eros suspiró, negando con la cabeza y sonriendo ante lo patético de la situación de ambos, pero no importaba, un nuevo viaje comenzaba y entraron en uno de los carruajes. A la distancia, vieron que la ciudad gris ya no lo era más.

¡No te rindas, héroe sin harem!

CONTINUARÁ...

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