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Una kunoichi en la cama

El héroe sin harem

Capítulo 11: Una kunoichi en la cama

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Los pasillos del castillo eran austeros en decoración, la poca luz de una antorcha revelaba una sombra acercándose, dicha sombra resultó ser un ninja, más en específico Lex, caminaba meditando las órdenes del consejo de ancianos.

En una esquina, alejada de la luz de la llama y lejos de cualquier ninja agazapado en las sombras, se detuvo y frunció el ceño. Acto seguido, estiró su brazo al vacío con un movimiento rápido como el zarpazo del oso en busca del pescado del rio.

—¡Suéltame, suéltame! —gritó Eros que se hizo visible.

—¿Qué haces aquí, gato? ¿Acaso me espiabas? ¿Espiaste la reunión con los daimyo? ¡Contesta!

—Sí, lo hice, no quería causar daño, solo lo hice por orden de Amador.

—¿Por qué te ordenaría realizar algo tan estúpido?

—Supongo porque está preocupado por ti, por eso. ¿Me puedes soltar?

Lex dejó de ejercer presión con sus dedos, giró su esbelta figura y miró al gato con el ceño fruncido.

—Pudiste hacerme daño.

—Amador se mete donde no le importa, agradezco que se preocupe por mí, pero no es necesario, fue peligroso para ti espiar la reunión. Yo te descubrí por mi técnica, pero hay otros ninjas que, sin eso, igual podrían haberse dado cuenta de tu presencia.

—Esa técnica tuya es muy conveniente para trabajar aquí.

—Lo es, por eso me permiten estar en el poblado.

—Tu vida es dura con todos en contra tuya, ¿por qué no aceptas el dinero de Amador? Incluso podrías acompañarlo en su viaje.

—Ya dije por qué no acepté su dinero; en cuanto al viaje, no hay más amenaza al reino, no hay más necesidad de un héroe de otro mundo, por lo que no es necesario que le acompañe. Y en el caso que lo fuera, no podría, tengo que ayudar al pueblo.

—Un pueblo que te odia y discrimina por ser mestiza.

—Eso no importa, ya escuchaste la reunión, tengo que ayudar a Botan, tengo que...

Lex apretó los puños, eran muchas cosas que poco a poco se estaban acumulando en su pecho y estaba llegando al límite.

—Pobrecita, Lex. No tendrías que pasar por tanto —dijo Eros y restregó su cabecita contra el brazo que hace poco lo aprisionó.

—No puedo seguir enojada con una cosa peludita como tú —dijo y cesó de fruncir el ceño.

Se puso a acariciar al gato, cuando de improviso giró el rostro a un lado.

—¿Qué pasa?

—Vuélvete invisible y sígueme —dijo en un susurro apresurado.

Tras una esquina aparecía Lord Penguin, escoltado por un par de samuráis con gesto de pocos amigos. Ninguno se dio cuenta que más allá y apoyada sobre una esquina en el techo como si fuera una araña gigante, estaba la kunoichi, quieta, sin mover un solo músculo.

Felino y fémina vieron pasar a los tres debajo de ellos y luego bajaron al piso sin emitir ruido alguno.

—¿Qué piensas hacer? ¿Qué es este corredor?, ¿a dónde conduce?

—Estaba tan ensimismada en mis pensamientos que mis pies me condujeron aquí sin darme cuenta. No importa, sigamos a esos tres.

—Algo me dice que estas cometiendo una estupidez, justo eso temía Amador y por lo que me mandó a ir contigo.

—¿Me vas acompañar o no? Si no, mejor vete de regreso.

—Cedo, pero solo lo hago porque quiero continuar nuestra conversación.

Siguieron de forma subrepticia a Penguin hasta llegar a un amplio salón de piedra basta. El lord menor sacó tres llaves de sus ropajes de seda, dos las entregó al par de samuráis que le acompañaban.

Con aquellas en su poder, fueron cada uno a un muro distinto, introdujeron las llaves en cerraduras disimuladas, tanto, que solo el ojo avizor de un ninja podría encontrarlas, pero los samuráis sabían la localización exacta gracias a la información que recibieron de Penguin.

Una puerta falsa se reveló en medio de esa pared erigida con poco esmero. Los samuráis entraron primero al cuarto oculto y prendieron unas velas; bajo la luz de los pábilos, se vislumbró una armadura samurái laqueada en colores dorados.

—Lord Penguin, ¿quién será el que porte la armadura sagrada?

—Supongo que vuestro capitán. Este tesoro es el único que puede acabar con la amenaza del oni.

—Pero Lord Penguin, si el capitán la lleva, el alma de Botan no encontrará la paz. Cuando un hombre se convierte en oni, solo podrá encontrar descanso eterno cuando sea un familiar el que lo mate.

—Esas son supersticiones sin fundamento, se lo hice saber a los ancianos y ellos aceptaron que la mujer sucia, sea la carnada para atraer al oni.

—No tengo ningún cariño por la mujer sucia, Lord penguin, señor, pero siento pena por el alma de Botan, pena de que llorará al ver la tristeza de su prima.

—¡¿Y acaso no sientes pena por Maguro, mi hijo?!

—Perdone, Lord Penguin. Maguro fue un gran capitán, un gran amigo, pero nunca pude entender su amor por la mujer sucia.

—Sí, ella debió embrujarlo de alguna manera.

—Silencio ambos, no mancillemos el nombre de los muertos. El nuevo capitán será el encargado de vestir la armadura y acabar con el que fue Botan.

Los samuráis apagaron las velas. El gordo y los guerreros salieron del cuarto y volvieron donde estaban las llaves, giraron estas y de nuevo la pared falsa ocultó todo vestigio de entrada. Sacaron las llaves y se las entregaron a Penguin.

Acompañaron al seboso hasta una esquina y luego se fueron por otro camino.

—Si tan solo Maguro no hubiera ido tras la mujer sucia, embriagado de amor.

—Cállate, que el Lord te puede oír a lo lejos.

—Pero sigo sin creer que murió a manos de unos salteadores de camino, es estúpido, no tiene sentido esa explicación.

—Tampoco la que nos dijeron con respecto a la muerte de Botan.

—Sí, es raro que un hombre se convierta en oni así como así.

—Al fin y al cabo, ninguna de las explicaciones importa, seguimos el bushido, cuestionar lo que nos dicen los daimyos nos está prohibido y debemos aceptarlo.

Una vez sus sombras desaparecieron tras la esquina, Lex y Eros emergieron de la oscuridad silente.

—¿Estás bien? —preguntó el gato, pero no obtuvo respuesta de la mujer cuyos ojos verdes, refulgían como esmeraldas conteniendo un demonio.

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Salvo el ruido lejano de un insecto nocturno, nada acallaba la paz en el cuarto de Amador. Así como uno tiene pesadillas cuando duerme bajo la luz de la luna, así se sintió incomodo, no con una luz reflejante, sino con una sombra, sombra que le cubrió la boca.

«¡Qué diablos!», pensó sobresaltado al mismo tiempo que doblaba el tronco para sentarse en el futon a falta de poder apoyar la planta de los pies en el suelo como lo haría en una cama de estilo occidental.

—¡Lex! ¿Qué haces aquí tan tarde? Vaya manera de despertar a uno, me asustaste.

—Perdón, pero Eros dijo que se te despierta de esa manera.

—¡Eros! Pues sí, me despierta poniendo su pata en mi boca y créeme cuando te digo que ese despertador no me agrada en lo más mínimo, en más de una ocasión me desperté gritando.

—No es para tanto —se quejó el gato.

—¿No es para tanto? Imagínate estar despertando y ver como una pata se te pega al rostro.

—No hay más remedio, tardas mucho en despertarte, se te pegan las sábanas.

—En fin, dime a qué has venido.

—Creí que estarías preocupado por mí, tu gato me lo dijo.

—No soy su...

—Basta de bromas, no estoy de humor. Claro que estaba preocupado por ti, pero no quería despertar sobresaltado como lo hice. ¿Sucedió algo en la reunión? —preguntó y Lex lo puso al corriente.

Hacía frío así que Amador, antes de contestar cualquier cosa, se abrigó a la rápida.

—Aquí hay gato encerrado, perdón por la expresión, Eros. Si los viejos esos quieren deshacerse del oni, destruirle de verdad, no deberían pedirte que hagas de carnada, tendrían que permitirte llevar la armadura esa.

—Las mujeres no pueden llevar la armadura.

—Ya, pero como dijo el Penguin ese, el pueblo tiene un grave problema, no pueden recurrir a ayuda extranjera. Esa tradición misógina seguro la hubieran hecho a un lado, digo que luego hubieran cubierto la verdad y les habrían dicho a todos en el valle que no fuiste tú, sino el capitán ese con cara de perro el que destruyó al demonio, quedándose con todo el crédito y prohibiéndote a contar la verdad.

—Es como dices, los daimyos son severos, pero prácticos. Solo los samuráis se opondrían por terquedad, pero tendrían que obedecer.

—Hay algo que no cuadra. Esa conversación que escuchaste de los dos samuráis, ninguno se traga lo de las muertes de tu primo y el novio ese tuyo.

—Maguro no era mi novio, solo estaba obsesionado conmigo.

—¿No sentías algo por él?

—Solo podía corresponder su sentimiento con amabilidad, pero solo eso. Maguro era soberbio y altanero, trataba a los aldeanos como si fueran basura, pero debo admitir que antes de que me fuera del valle, cambió su actitud, mucho, sin embargo, ya estaba decidida a ir a la capital a encontrarte.

—¿Qué me dices de su muerte y la de tu primo?

—Es ridícula la explicación que nos dieron, ¿Maguro muerto por simples salteadores? Imposible, él tenía muchos defectos, pero era un virtuoso con la espada y las artes marciales. ¿Botan muriendo ahogado al intentar beber agua del rio? Sin importar el peso de la armadura, era un excelente nadador, no me lo creo, nadie se cree lo que nos dijeron, pero...

—Viven por la ley del bushido ese, ¿no?

—Exacto. Si nos ordenan pelear, peleamos; si nos ordenan matar, matamos; si nos ordenan morir, morimos. Dudar o contradecir a los daimyos es tabú, su palabra es la ley. No podemos desobedecer la ley, aunque nos indigne, eso mellaría nuestro honor.

—Si me lo preguntas, es un sistema para robotizar a la gente y que no piense por sí misma.

—¿Robotizar?

—Actuar como un autómata, como un muñeco movido por hilos y engranajes.

—No soy ninguna autómata.

—Lo sé, pensaste y decidiste por ti misma al salir del pueblo, y apuesto todo lo que quieras a que en este momento estás pensando en cómo ayudar a Botan con o sin la venia de esos viejos de mierda, ¿me equivoco?

—¿Qué puedo hacer?, mi cabeza es un lio.

—Ni idea, pero tal vez los tres pensemos en algo. ¿Sabes cuándo los viejos llevarán a cabo su plan?

—En un par de días.

—Entonces mejor lo pensamos con calma mañana por la mañana, prefiero dormir. Por cierto, ¿cómo entraste a la posada?, cierto, eres una ninja.

—Solo me abrió el hijo de la posadera.

—¿Otro que se ve esclavizado por tu belleza?

—¿Qué? No, solo es un niño pequeño.

—Los niños no deberían abrirles las puertas a desconocidos tan tarde en la noche.

—Resulta que me llevo bien con él, de hecho, con todos los niños.

—¿Eres del tipo maternal?

—No, solo quiero que sus caritas sonrían con más frecuencia. En el valle obligan a los niños a trabajar desde muy temprana edad. Los adultos creen que eso forja el carácter, los pobrecitos no tienen infancia, todo es trabajar y el que trabaja más, tendrá mejores oportunidades para obtener un mejor trabajo de adulto, pero los adultos en este pueblo trabajan de sol a sol.

—Sí, me suena, más considerando un país llamado Japón, muy similar a este pueblo de guerreros con pocas pulgas.

—¿No quisieras acompañar a Amador una vez se solucione todo esto de tu primo? Podrías preguntarle muchas cosas con respecto al extraño y fascinante mundo del que viene —dijo de improviso Eros, con doble intención.

—Mejor nos reuniremos en la mañana —dijo el hombre. Lex asintió, pese al bufido del gato.

Una vez ida la kunoichi, Eros siseó al Amador y en vez de dormir sobre el futon, se fue a una esquina a rezongar un rato. En cuanto al héroe de otro mundo, estaba muy cansado y con sueño para preocuparle lo que pensara el dios del romance, se cubrió con las sábanas y maldijo el dolor de espalda, cuello y costillas.

«Cielos, cómo extraño las camas occidentales», pensó, pero se durmió casi de inmediato, con una sonrisa en sus labios, el viaje onírico lo transportó junto a la bella y esbelta Lex.

CONTINUARÁ...

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