Recuerdos que anhelan libertad
El héroe sin harem
Capítulo 13: Recuerdos que anhelan libertad
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No era un valle cubierto de sombras y rojizos tintes, el arroyuelo era cristalino, azul, con sus aguas reflejando la pureza del cielo. Su murmullo hipnótico era acompañado por el llanto de una niña.
—¿Qué sucede?
—Me caí y me raspé la rodilla.
El hombre cargó a la pequeña hasta una gran roca e hizo que la niña se sentara, luego le puso una cataplasma.
—Listo, ya está, no debes llorar por esto, una kunoichi sentiría vergüenza por llorar por algo tan pequeño —dijo el hombre con una sonrisa.
—¿Crees que pueda ser una kunoichi? ¿Pese a que me odian en el pueblo?
—Claro, yo te ayudaré a alcanzar tu sueño. Prometo estar siempre a tu lado, pequeña —dijo con una sonrisa alegre, tan pura como el cielo.
Tan puros recuerdos, fueron absorbidos en el cuerno del oni. Botan no pudo articular palabras humanas, solo el rugido feral, ardiente, expuso las ansias del asesinato.
—¡Corre! —gritó Lex con todas sus fuerzas al mismo tiempo que paraba con su espada la embestida hacia su amigo. Amador sacudió la cabeza y huyó a un sitio más seguro.
—¡Por aquí! —gritó Eros, volando a su lado y agradeciendo a sus camaradas en el cielo por haberse librado del agarre del demonio.
—¿Sabes que dicen que cuando uno va a morir, toda tu vida pasa por tu mente? ¡Pues es pura mierda! ¡No vi nada, casi me hago en los pantalones!
—Yo casi mojo mi pelaje.
—¿Estará bien Lex, allá atrás?
—Ya viene hacia nosotros.
Amador tragó saliva, no sabía a quién se refería el gato, pero al cabo de un par de segundos, Lex corría a su lado.
—¿Qué pasó?
—Le arrojé una bomba de pimienta, eso lo detuvo un rato, pero no durará mucho. Tenemos que planear algo.
—¿Qué podríamos hacer? Amador le arrojó las pociones y no funcionaron, tu primo es muy fuerte en su forma de demonio.
La mujer entrecerró los ojos, forzando a su mente a hallar una solución rápida antes que Botan les diera alcance.
En efecto, los minutos pasaron con espantosa rapidez y oyeron de nuevo los gruñidos de ira, pasos fuertes y maleza siendo aplastada a sus espaldas.
—¿Todavía tienes pociones? —preguntó la mujer.
—Sí, un par, ¿para qué las quieres? Son pocas y no creo que le hagan daño.
—Escúchame...
Nuevos recuerdos quisieron salir libres de la mente de Botan.
Corría a toda velocidad, no supo por cuantas horas lo hizo, lo único que supo es que abandonó su valle natal, estaba solo en tierra extranjera, no importaba, era un ninja muy hábil, ningún salteador sería amenaza suficiente para siquiera ralentizar su marcha. Era otra su preocupación, y la halló perfilándose en el horizonte.
—¡Detente!
El samurái se detuvo en seco, giró con lentitud como una serpiente y, en efecto, un rostro humano reflejó la falta de piedad para mostrar esos ojos el brillo glacial del depredador de sangre fría.
—No permitiré esto —dijo el perseguidor, no permitiría que encontrara a su prima y le diera muerte. Botan y Maguro, cruzaron espadazos, buscando decapitar al rival.
Tal recuerdo, como el anterior, no voló con la libertad del ruiseñor, fue, por el contrario, encerrado en el cuerno del oni.
Llegaron a lo que parecía ser una quebrada, Eros tomó por la parte de atrás del cuello a Amador; mandíbulas sujetaron con fuerza la ropa y elevó en el aire al latinoamericano.
Una vez en las alturas y siendo transportado de esa manera incómoda, no perdió ni un minuto de tiempo, arrojó las pociones de hielo y los pergaminos de activación automática, causando que el paisaje circundante se asemejara a un sitio boreal, cubierto por el resbaladizo hielo. ¿Confiaban en lograr que demonio tropezase y ultimarle una vez perdiera el equilibrio?
Botan no tenía raciocinio, como el toro, era una bestia que solo sabía atacar de frente, sin detenerse. Sus pasos no perdieron cadencia al pisar la escarcha, vio a la mujer ninja y fue hacia ella con intención de descuartizar.
Si bien el demonio gozaba de movimientos rápidos, su furia externa le privaba de tener la suficiente sangre fría para matar a Lex de un único ataque planeado hasta el más mínimo detalle. La kunoichi usaba su espada corta como escudo cuando la ocasión lo ameritaba y cada vez retrocedía, obligando a su primo poseído a internarse más y más en ese terreno congelado.
La estratagema pareció dar frutos, el bruto resbaló en un par de ocasiones. Lex tenía oportunidad de ultimarle, pero los brazos negros, poderosos, eran una muralla infranqueable con todos esos puñetazos de borracho, poco certeros, pero que no se detenían.
Intentó probar suerte con la espada sagrada, pero el mismo suelo resbaladizo que ralentizaba al demonio, jugó en su contra, fue un simple descuido, pero causó que el oni la agarrara de una muñeca.
—¡Ahora! —gritó Lex con todas sus fuerzas y Amador comprendió.
Las pocas pociones de fuego que llevaba fueron arrojadas. No fue su intención darle al bruto, ese no era el plan.
El fuego se esparció como un círculo que rodeó a los primos, era intenso, pero no les haría daño, fue otro el efecto buscado: el hielo se derritió, mostrando la verdadera naturaleza del paisaje.
Brilló el suelo, no con la blancura de la nieve, lo que se reveló fue lo blanco de la sal.
El intenso dolor remplazó los deseos asesinos, por eso mismo soltó la muñeca de su prima, liberándola de su poderoso agarre; también otra cosa fue liberada, un recuerdo de sangre y traición.
Ambos estaban sangrantes, Botan y Maguro estaban al límite de sus fuerzas. Resollaban por faltarles el aire, pero se dieron el tiempo para intercambiar palabras en vez de sablazos, estrategia para continuar luego la lucha cruel.
—Basta, no permitiré que la mates, soy su primo, su única familia, juré que siempre la protegería.
—Yo juré que la amaría.
—¡¿Entonces por qué saliste a matarla?!
—¿Qué? Solo quería traerla de vuelta. A la mierda su sueño de ir en busca del héroe de otro mundo, es una estúpida, pero jamás la mataría.
—Pero...
—Pensé que los daimyo te mandaron a matarme por intentar traerla de vuelta.
Ambos notaron como sus rostros adquirían gestos estúpidos, pero pronto los dos pares de ojos se ensombrecieron al saberse engañados.
Salidos de las sombras de los árboles, ninjas les apuntaban con cerbatanas; a diferencia de las flechas, los dardos envenenados eran difíciles de interceptar.
Ese recuerdo, como los otros, fue devorado por el único cuerno en la frente de Botan, pero en vez de rugir, dio un gemido al encontrarse rodeado de toda esa sal.
—¿Tanto es el efecto de la sal? —preguntó Amador una vez Eros lo bajó al lado de Lex.
—Sí. Como te lo expliqué a la rápida, los demonios no pueden soportar el contacto con la sal. Botan jamás se habría acercado a la quebrada, pero con tu ayuda pudimos disimular el terreno salado.
—Lex, tú...
—Míralo, sufre tanto. Descuida, Botan, te liberaré de tu dolor.
Tanto hombre como gato, endurecieron el rostro, en espera de la acción letal y piadosa de su amiga. Con la rapidez propia de los ninjas, Lex atravesó el corazón de Botan con la espada sagrada.
La torre negra miró con asombro a la mujer de elevada estatura, sus ojos rojizos por un segundo reflejaron humanidad antes de que toda esa poderosa masa de músculos colapsara.
Lex apretó las mandíbulas y cerró los puños para negar toda pena, pero las lágrimas, tan saladas como el suelo, parecieron carcomer sus mejillas.
—¡No puedo creerlo, sigue vivo! —gritó Eros, al mismo tiempo que se le erizaba la cola.
—¡No te le acerques! —gritó Amador.
Haciendo caso omiso a la advertencia de su amigo, se acercó al cuerpo moribundo de Botan.
Contra todo pronóstico, la bestia se comportó gentil, acarició la mejilla húmeda de su prima, luego, llevó una poderosa mano a su cabeza y arrancó el cuerno maldito.
—Cuidado, pequeña —fueron las últimas palabras del que fuera el amoroso primo.
Lex continuó llorado en silencio, ni un solo gemido salió de sus labios, pero el temblor de sus hombros se incrementó.
Amador se acercó y la abrazó, ofreciéndole palabras de consuelo. Eros inclinó la cabeza en muestra de respeto, no obstante, sus orejas se mostraron poseedoras de voluntad propia al pararse y girar a un lado.
Similar a la escena en la mente de Botan, sombras surgieron de las oquedades: ninjas que apuntaban a la pareja con arcos compuestos.
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El rostro del capitán de los samuráis parecía querer emular la máscara de ira que una vez tuvo Botan como demonio, guiaba la marcha de sus subalternos y al grupo de ninjas que capturaron a Lex y al extranjero, ambos prisioneros tenían una pinta lamentable con esos cardenales productos de la golpiza. Lex caminaba semidesnuda, la armadura era transportada por un samurái; Amador, respiraba con dificultad, el par de costillas rotas eran un martirio.
—Señor, ¿qué les harán a estos dos insensatos?
—Los daimyo no podrán mandar a ejecutar al extranjero por ser un foráneo.
—Pero violó nuestras costumbres y mancilló nuestro honor.
—Lo sé, y le cortaría la cabeza, pero todo este asunto con Botan debe solucionarse de la manera más discreta posible. No queremos que más extranjeros, amigos o familiares de este imbécil vengan a meter sus narices donde no deben.
—¿Y la mujer sucia?
—También quisiera decapitarla, pero como fue la que mató al oni, no podremos tocarla, seguro los daimyo ordenarán a todos cerrar la boca bajo pena de muerte.
—Supongo, señor, que los ancianos decidirán que se esparza la noticia de que fue usted, el que acabó con la amenaza.
El capitán dio una mirada furibunda a su subalterno, pero al volver a mirar el camino, sus ojos se suavizaron con el anhelo que otorga la vanidad y la ambición.
—¿Qué es ese resplandor? —preguntó uno de los samuráis.
—No sé. Adelántense —ordenó a los ninjas y estos se perdieron en el camino como las hojas que eran llevadas por el viento.
No esperaron el reporte de los ninjas, para tormento de Amador, apresuraron la marcha.
—¡Furia de los siete dragones! ¡¿Qué sucedió?! —Quiso saber el capitán.
Nadie le respondió, a lo lejos, la silueta del castillo se asemejaba a una pira colosal donde se quemaban las vidas y las aspiraciones de los hombres.
—¡Amador, Amador! —escuchó la voz de Lex, luego de eso, todo se volvió confuso en un torbellino de imágenes que cada vez se ennegrecían más.
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Al abrir los ojos vio un techo de piedra, giró el rostro y vio que estaba en una celda junto con Lex y Eros.
—Buenos días o buenas tardes, quizá buenas noches —dijo un rostro peludito.
—¡Amador, que bien que despertaste! Espera no te levantes —dijo la mujer, poniendo sus palmas sobre el pecho del hombre.
—Pero me duelen las espaldas. Hola, amiguito, ¿cazaste algunos ratoncitos?
—¡Amador! —gimió Eros y restregó su rostro lloroso contra el abdomen cubierto de vendajes.
—¿Me curaron?
—Sí, pero a la antigua, nadie quiso usar magia curativa contigo, tampoco nos dieron pociones de sanación —le explicó Lex.
—Ya veo, era de esperarse, supongo que nos consideran criminales. Me extraña que no nos hayan cortado la cabeza.
—Es para guardar las apariencias, no quieren que haya más extranjeros entremetidos en el valle.
—¿Me puedes poner al tanto?
—No me dieron mucha información, solo que un demonio incendió el castillo.
—¿En serio? ¿Y los viejos?
—No lo sé, nadie me dice nada.
Ante la incertidumbre, Amador bajó la mirada al sucio suelo, cavilando en el destino que le esperaría, cuando su cuerpo saltó al sentir el calor de Lex.
—Gracias, gracias por pelear por mí.
—No tienes nada que agradecer, como ves, no fui de gran ayuda.
Lex negó con la cabeza, y abrazó con más fuerza el torso vendado. Amador nunca creyó que el cuerpo de una mujer fuera tan caluroso.
En la oscuridad la llama del amor resplandece.
Canto la canción de la soledad.
Cuatro paredes no hacen una prisión.
Canto la canción de la soledad.
¡Siento tu calor, amada mía!
Reconocí tus ojos verdes.
Añoro el día y su resplandor.
¡Quiero ver tu sonrisa!
Siento tu calor, amada mía.
En el valle de las luciérnagas.
En la oscuridad la llama del amor resplandece.
Canto la canción de la soledad.
CONTINUARÁ...
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