Lágrimas de macho
El héroe sin harem
Capítulo 25: Lágrimas de macho
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Creyó escuchar un par de gritos, pero no le prestó atención, solo se dejó arrullar por el silente abrazo de la oscuridad de sus párpados. Estaba tan cansado, que creyó iba a dormir por un par de días, no obstante, una suave voz le llamaba, alejando todo rastro de pesadez.
—Amador, Amador, ¿estás bien?
—¿Qué pasó? —dijo, tardando un par de segundos en enfocar a la jovencita pelirroja de ojos verdes.
—El tonto de mi padre te dio un golpe y te desmayaste sobre la mesa. ¡Estoy tan apenada!, nunca tuve tanta vergüenza en toda mi vida.
«¡Ya recuerdo! Ese hijo de puta».
—Tranquila, no fue tu culpa —dijo y miró a los alrededores. Pese a la decoración marina, pudo distinguir que era el cuarto de una chica.
»¿Es tu habitación? ¿Cómo fue que tu padre dejó que me trajeras aquí, justo a tu cama?
—No te preocupes, ya hablé con mi padre y me dijo que fue un malentendido, se encuentra apenado y te pide perdón.
«Será cabrón, ya le voy a dar motivos para que quiera golpearme», pensó con la intención de dar un puñetazo a As, pese a aquello, apenas atravesó la cortina de cuentas ruidosas que hacía de puerta, vio a As en una posición sumisa.
—¡Perdóname, por favor! ¡No quise golpearte, todo fue un malentendido! —exclamó arrodillado, con el torso lo más pegado al suelo que podía, su actitud contrita se asemejaba a la del esclavo suplicando piedad al amo cruel.
—Pero... Qué remedio, As, ¿verdad? Levántese, señor; todo se soluciona en la vida hablando, menos la muerte.
—Gracias, no es necesario eso de señor, puede llamarme As a secas.
—Te calentaré la comida —le dijo a Amador, fingió no ver a su padre y se dirigió a la cocina.
—Llámeme, Amador —dijo, anticipando unos segundos tensos, que, en efecto, vinieron luego del ofrecimiento por parte de As de que tomara asiento delante de la mesa.
—Aquí tienes —le dijo con una sonrisa, luego, agitando su cabello rojizo como si fuera una diva, ignoró de forma olímpica a su padre dándole la espalda y yendo a su cuarto. Para mayor privacidad, cerró un par de gruesas cortinas que estaban tras la cortina de cuentas; se notaba que estaba enojada, porque lo hizo con brusquedad.
—Por favor, puede comer con confianza.
—Sírvase algo, usted, por favor. Sería incómodo comer si solo me están viendo.
As le dio las gracias y con gesto afligido fue a la cocina para servirse una pequeña porción.
Ambos consideraron que llevarían mejor una conversación con el estómago lleno, así que esperaron a que los platos estuvieran medio vacíos.
—¿Me puede decir qué diablos fue ese golpe?
—Se lo dije, fue un malentendido.
—Cosa que pasó justo cuando vio a Eros. ¿Sigues por aquí, gato? No te escondas.
—No era mi intención ocultarme, estaba algo somnoliento por la comida —dijo el felino y bajo volando hasta la mesa.
—¿Y bien?
—Mejor que te lo explique As.
Amador miró fijo al angustiado padre, que en un tic de pánico giró el rostro para verificar que su hija no estuviera escuchándolos.
—Seguro ya sabe que antes era el héroe de otro mundo, de un reino lejano a este.
—Sí, su hija me comentó algo.
—Pues verá. —Dio otro giro a ese cuello que parecía parte de una columna de bronce para ver la cortina de cuentas—. Cuando vine a este mundo, Eros fue mi compañero, con él, no tuve problema alguno en formar un harem de ensueño.
Amador no pudo evitar apretarse el puente de la nariz con sus dedos, creyendo que le vendría una migraña que no tenía nada que ver con el alcohol.
—No me juzgue con dureza. Fue todo un cambio para mí. —Volvió a girar el rostro—. No era así antes, en nuestro mundo, supongo que venimos del mismo, solo era un gordito pajero, nada más. Cuando Eros me explicó acerca de lo del harem y lo de sus flechas, no cabía en mi de la felicidad.
—Creo que sé el motivo del malentendido, corríjame si me equivoco: pensó que, como héroe de otro mundo, es más, en la compañía de Eros, intuyó que era un Don Juan que buscaba aprovecharme de su hija.
—Lo siento mucho, no debí actuar con violencia.
—Tengo veintisiete, digo, veintiocho años, su hija solo tiene catorce, no soy un pedófilo.
—¡Baje la voz, por favor! —susurró con premura al mismo tiempo que giraba una y otra vez el cuello hacia el cuarto de su hija.
»Lo sé, hablé con Eros y me explicó la situación, me dijo que usted, es una especie de santón.
Escupió sin querer el mendrugo de pan sobrante, parte de aquella le llegó al chaleco de As, pero al latinoamericano le importó muy poco esa descortesía.
El rubio se levantó y le ofreció algo para beber, esperando con paciencia a que el nuevo compañero de Eros recuperase el habla.
—No soy ningún santo —dijo con el rostro enrojecido por la falta de aire—. Solo vengo de un sitio donde se ve muy mal eso de acostarse con menores de edad.
—Recuerda que yo también vengo de tu mundo, pero...
—No estás hecho de piedra, lo sé.
Un nuevo silencio aplastó a los hombres, rompiendo aquel con el ruido de sus cubiertos terminado con lo poco que restaba en los platos.
—Pensé que intentaba algo con mi hija, perdí el control, lo lamento.
—Mejor que esto, lo del golpe y su explicación, quede en el pasado, todo por el bien de Jessie.
—Gracias, hace honor a su apellido. Tengo que contarle el resto: tuve muchas mujeres e hijos, no me enorgullece decirlo, pero todas esas relaciones, sus frutos, todo era debido a mi fama de héroe y por la ayuda de Eros. Todo eso cambió cuando me enamoré de verdad, cuando tuve a Jessie; cuando vi su carita colorada, su pequeña figura entre mis brazos, sentí mucha alegría, verdadera felicidad y vergüenza al mismo tiempo, sabía que ya no podía seguir viviendo como lo hacía. Lo dejé todo y vine a este lugar.
—Sabe que usted...
—No, solo sabe que antes era el héroe de otro mundo, no sabe que tiene incontables hermanos y hermanas, me da pavor de pensar en su reacción.
—¿Qué fue lo que pasó con su madre?
—Ambos nos mudamos a este continente, al principio todo iba bien, pero...
—Comprendo.
—Durante muchos años que ella vivió con su madre. Ella es una reconocida sanadora, pero es un tanto obsesiva, muy comprometida con su trabajo; recién que Jessie vino a vivir conmigo, antes, solo podía visitarla por un par de días.
Amador tuvo una epifanía, atando cabos. Comprendió el motivo de que la casa estuviera tan alejada, en medio de dunas que revelarían huellas de pasos ir y salir de la cabaña, la cortina de cuentas, los ruidosos goznes de las puertas, todo formaba parte de la actitud sobreprotectora de As.
—Hombre... —dijo y el gesto de su rostro debió ser un libro abierto porque As se puso a llorar.
—No me imagino mi vida sin mí coralito, si ella se fuera de mi lado ¡no sé qué sería de mí!
Puesto que usó los pañuelos limpios que tenía para limpiarse las inmundicias del callejón, solo pudo ofrecer la cortesía de desviar la mirada, centrando su atención en las mandíbulas de tiburón, en espera de que el hombre terminase de llorar y enjuagarse las lágrimas.
«Esto es una mierda», pensó con tristeza, suprimiendo las ganas de suspirar al comprender que As, el héroe de otro mundo, el guapo y bronceado macho alfa, alto como una torre, líder espalda plateada, no era más que un simple gordito pajero sin mucha experiencia en la vida real, haciendo lo más que podía, pese a sus carencias, de tratar de ser un buen padre para la pelirroja.
As disimuló mejor su lloriqueo al ofrecerse a recoger la mesa.
—La habitación de invitados es al fondo, encontrarás allí todo lo necesario para dormir, no te preocupes, viene con palangana incluida.
—Gracias, nos vemos mañana.
Al dirigirse a su cuarto, escuchó como As le daba las buenas noches a su hija, pero no oyó que ella le respondiera.
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No le pareció que llevaba mucho tiempo durmiendo, se agitó y sintió que incluso sus brazos estaban sudorosos. Al abrir los ojos, comprobó que el peso que tenía sobre el pecho era nada más ni nada menos que Eros.
«Condenado gato, vete a dormir a otro lugar», pensó, tentado a arrojar al gato más allá del borde de la cama, pero solo sacó los brazos de las sábanas y apoyó uno de los antebrazos en su frente, el otro sostuvo la parte de atrás de la almohada.
No supo cuantos minutos pasaron ni qué hora era, pero consideró que no conciliaría el sueño a menos que se levantara y estirara un poco las piernas para recibir el frescor del viento que traía las olas.
El gato alado no se despertó cuando lo pusieron al borde de la cama, quedando como el único huésped de la habitación.
Pese a que sentía su cuerpo con mucho calor, sintió como la piel de sus brazos se ponía de gallina al salir a la playa. Se acercó a la orilla, donde las aguas del océano lejos de mostrar su característico tono azulado, parecían ominosas con su negror de terror.
Divisó un tronco sobre las arenas y decidió sentarse allí, tratando de no prestar atención a las olas negras, solo a su poderoso arrullo.
No supo cuánto tiempo estuvo con la mente en blanco, pero una voz lo trajo de vuelta de su ensimismamiento.
—Perdona, no quise asustarte, aunque supongo que tú no puedes asustarte —le dijo Jessie, bella bajo la luz azul de la luna, su piel brillaba con el mismo color de la reina de las alturas.
—Solo soy un hombre, también tengo miedo. No creo que haya un hombre que no le tenga miedo a algo.
—¿Mi papá también?
—Sí, en especial que te vayas de su lado.
—Caracoles marinos, esto es vergonzoso.
—¿No quieres quedarte a su lado?
—No es eso, amo a mi padre, pero no quiero quedarme como una simple camarera en un bar de un pueblo tan lejano.
—Te entiendo —dijo, pensando en las otras chicas que conoció en sus viajes.
—¿En serio? Mi mamá es una buena persona, pero a ella no le importa quedar enclaustrada en su taller, yo quería más, por eso vine con papá, pero él es tan sobreprotector.
—Eso no se puede evitar, es más, deberías sentirte feliz que sea así, hay muchos padres que les interesa muy poco como están sus hijos.
—Lo sé y se lo agradezco, pero no puede creer que nunca abandonaré el nido.
—¿Por eso querías ir antes al reino de Soldat?
—¡Sí! Quería recorrer el mundo, tener montón de aventuras y emociones. Sabía lo del harem, pero solo quería viajar, eso es todo.
Los bellos ojos de Jessie, como dos enormes esmeraldas, quitaban la respiración, por un momento temió perderse en ellos, el arrullar de las olas no era competición.
—Eres una buena niña.
—No soy una niña —dijo y se sentó al lado, muy cerca del ex héroe—. dentro de poco voy a cumplir los quince y seré toda una mujer, incluso puedo casarme.
—¿Quince años? ¿Solo basta eso para casarse?
—Así es en todas partes, de hecho, la mayoría se casa a los trece, pero es a los quince cuando se te considera como una adulta.
«Sigo olvidando que este es otro mundo», pensó, forzando una sonrisa al ver lo cerca que estaba Jessie.
—Un consejo: no te vayas a apresurar, le romperías el corazón a tu padre.
—Lo sé, no es que quiera casarme recién cumpla los quince, ya te lo dije: quiero recorrer el mundo y tener muchas aventuras.
—Eso es difícil, en especial cuando no tienes nada de dinero.
Jessie puso cara de pena y Amador tuvo que reprimirse en su interior.
«¿Qué haces, imbécil? Sé que vine para ver si Jessie tenía problemas económicos, pero no creo que sea correcto darle dinero sin el consentimiento de su padre, algo que no creo que me dé sabiendo que así verá a su hija alejarse de él».
—¿Nos ayudarás? ¿Ayudarás al pueblo?
—Esa es mi intención.
—¡Muchas gracias! Sabía que se podía confiar en ti.
—Lamento no haber dado una primera buena impresión.
—Una verdadera mujer no se fija en esas cosas —le dijo y le dio un fuerte abrazo que parecía no tener fin.
—Será mejor que regreses, no quiero que haya otro malentendido con tu padre.
Su risa fue más bella que el arrullo de las olas y con la gracia de un hada marina, fue hacia su cabaña.
«Solo tiene catorce, solo tiene catorce, maldito pervertido», pensó con insistencia, pero al mismo tiempo otra voz dentro de su cráneo y que sonaba muy similar a Eros, le recordada que pronto tendría quince, y, para colmo, le recordaba un refrán de su mundo.
Si vas a Roma, haz lo que los romanos hacen.
CONTINUARÁ...
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