La caravana de las princesitas
El héroe sin harem
Capítulo 18: La caravana de las princesitas
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Bajó la cabeza, se sonrió y negó como si fuera un niño a quien le descubrieran cometiendo una travesura. Fue estúpida la reacción que tuvo, pero el instinto en esa apremiante situación pesó más que un razonamiento frío, no se pudo evitar, después de todo, Amador jamás fue bueno en ciencias puras en el colegio.
El bigote plateado del anciano caballero, similar al de una morsa, tembló y su mirada dura brilló ante la orden de arresto que iba a dictaminar.
—¡No te precipites! —exclamó Tina, adelantándose y poniéndose entre los dos hombres, extendiendo los brazos—. Amador no tuvo nada que ver con mi huida, él no intentó nada conmigo o con mi prima.
El hombre levantó una de sus pobladas cejas, estas, lo mismo que su bigote, estaban cubiertas con la escarcha de la edad.
—Sir Altus, lo que dice mi prima es verdad. Amador fue arrastrado a este lugar por nuestra culpa; él, siendo un caballero, no quiso dejar a su suerte a dos señoritas que insistían en ir por las alcantarillas.
Luego de las palabras de Alpecia, vino un par de tensos segundos silentes; el hombre dio un suspiro de frustración, la única muestra de debilidad que pudo darse el lujo de exteriorizar, su semblante recio se asemejó a la estatua de un juez severo al mirar al hombre que tenía en frente.
—Desconfiaría de las palabras de mi princesa y la baronesa, sin embargo, para mi preocupación y el de su madre, no es la primera vez que debo ir tras sus paraderos. Ambas tienen un particular interés en verme rabiar, confiando más su seguridad en ocasionales desconocidos de buen corazón que en mi juramento de ser su escolta.
—Le juro, sir Altus, que no tenía la más remota idea en qué me metía cuando decidí escoltar a la princesa y a la baronesa hasta este lugar. No me quedó de otra cuando me dijeron que sus vidas estaban en peligro por culpa de unos asaltantes y me aseguraron que las voces de hombres que escuché en el callejón pertenecían a más de ellos.
—En efecto, lo que usted dice, me es una historia muy conocida —dijo resignado. Alzó su brazo izquierdo y se escuchó con claridad el sonido de varias espadas volviendo a sus vainas.
—Me disculpo por la actitud de la princesa y la baronesa, cualquier daño o perjuicio será tomado en consideración para otorgársele la debida compensación.
—¡Por favor, no se preocupe! Aunque se haya aclarado el malentendido, debo decir algo que tal vez me perjudique.
—¿Y eso es, sir?
—Sí, tengo un título nobiliario, dado por el rey de Soldat. Verá, sir Altus, vine a su ciudad porque quería conocer a la princesa, jamás de los jamases me imaginé que la encontraría en estas circunstancias.
El anciano de nuevo endureció la mirada, pero estuvo dispuesto a dejar que el hombre se explicara.
—Sir Altus, soy el héroe de otro mundo del reino de Soldat.
Altus frunció el ceño por el hecho de que, a sus espaldas y cubiertos por las sombras, sus hombres rompieran la disciplina y empezaran a murmurar entre ellos, incluso escuchó el ruido de las armaduras, con toda seguridad más de uno estiraba el cuello para poder ver mejor al que se autoproclamaba como el héroe de otro mundo.
—Espero que su afirmación se sustente con más que solo palabras.
—De eso no se preocupe, que tengo los sellos reales y el anillo del rey para estos casos.
—Excelente, siendo así, mi tarea, como dije antes, es escoltar a la princesa y a la baronesa al palacio junto con su distinguida persona. ¿Entiende que deberá tener una entrevista con Su Majestad, la reina Tanya?
—Lo entiendo, no esperaba tener una audiencia formal con la reina, pero le aseguro que iré con usted.
—Lamento esto, Amador.
—También lo lamento.
—No es necesario que se disculpen.
—Cierto, lo harán en presencia de Su Majestad —dijo el viejo, logrando que ambas jovencitas estirasen la comisura de sus labios, anticipando el regaño que recibirían una vez en palacio.
La caminata subterránea de retorno fue callada. Amador no tuvo temor de que algún lagarto gigante les cortara el paso, pero le preocupaba el paradero de Rex.
«¿Dónde diablos se metió? Un segundo estaba detrás y al otro desapareció de mi vista. ¿Acaso tendrá la capa de Harry Potter o algo por el estilo?», pensó, preocupado por el hecho de que Altus ordenara a un par de sus hombres a quedarse en la habitación de los golems en espera de refuerzos.
Llegaron a lo que Amador creyó era un pilar de luz. La tapa abierta de la alcantarilla ocultaba con su brillantez una escalerilla por la que tendrían que ascender.
Entrecerró lo más que pudo los ojos al subir, tratando de no elevar la mirada. Al tener los pies sobre tierra firme, no se animó a dar más que un par de pasos en una dirección aleatoria pues creyó que se quedó ciego, el brillo del sol le hería los ojos, para acostumbrarse, puso la palma de su mano como visera.
—Atiende al caballero. —Fue la orden dada por Altus a alguien desconocido.
—¿Se encuentra bien, sir? —preguntó una voz de timbre femenino.
—Sí, solo que me acostumbré a la poca luz, enseguida podré ver mejor —dijo, abriendo la boca como tonto por ver a una belleza rubia vestida con el típico traje de sirvienta francesa.
Sonrió de forma estúpida y giró el rostro para ver mejor a Tina y Alpecia, que lo mismo que él, entrecerraban los ojos y ponían sus manos en forma de visera para acostumbrarse al brillo del día.
«¡Qué demonios!», pensó al ver todo un espectáculo consistente en filas de sirvientes y un par de carruajes, listos para llevarlos al palacio, todos ellos a la espera de ser escoltados por un grupo de caballeros a caballo y a pie.
«Cortaron la calle para que nadie se acerque. ¿Pues cuántas veces ya se escaparon estas dos? Parece que establecieron todo un protocolo para encontrarlas y llevarlas de regreso al palacio».
—Acompáñanos.
—Ven.
Las chicas le dieron la espalda y giró el rostro para ver a Altus que no le prestó atención, fue donde sus hombres para impartirles órdenes.
«Al menos podían haber dicho por favor».
Cuando estaba por subir al carruaje de las chicas, tuvo que ceder el paso a la belleza rubia de antes, se veía angustiada, casi tropezando por tener las manos ocupadas con un receptáculo de metal sostenido por cuatro cadenillas.
—Pero princesa...
—Ve en el otro carruaje, queremos estar a solas con sir Amador.
—Pero...
—¡No seas lerdo, sube de una vez! —exclamó Alpecia y lo jaló al interior del carruaje.
Apenas se sentó, la voz firme de Altus ordenó marchar hacia el palacio.
«Parece un desfile», pensó al ver como los curiosos se arremolinaban para ver la caravana real, viendo frustradas sus intenciones de acercarse para poder ver mejor el carruaje de las princesitas debido a la presencia de los guardias a caballo o los lanceros a pie que escondiendo muy bien su fastidio, forzaban a incrementar la cadencia de sus pasos para igualar la marcha del vehículo de cuatro ruedas tirada por caballos blancos.
«Uf, pobres, que trabajo de porquería», pensó, aclarándose la garganta.
—Oigan, ¿hay alguna magia o algo que nos esté escuchando?
—No lo creo, ¿deseas preguntar algo? —dijo Tina, cruzando miradas con su prima.
—¿Qué pasó con Rex? ¿Dónde se metió el condenado?
—Ese. No te preocupes, seguro usó su magia de invisibilidad —dijo Tina dejando de prestar atención a las calles llenas de curiosos como si fuera lo más aburrido.
—¿Existe una magia así?
—Sí, ojalá no la hubiera —dijo Alpecia, agriando el rostro—. Todavía recuerdo cuando las dos éramos pequeñas, el idiota nos ponía insectos en nuestros vestidos, justo detrás del cuello. Ya no puedo contar las veces que nos hizo llorar.
—Tú eras la que más lloraba.
—No lo recuerdo así, en fin, Rex jamás escarmentaba, no importaba las veces que sus padres le daban de nalgadas, insistía en hacernos jugarretas como jalarnos de los cabellos.
—¿Recuerdas la vez en que nos levantó los vestidos y nos bajó las pantaletas?
—Uf, sí. Nunca vi a tu madre tan furiosa. Agarró la escoba de una de las sirvientas y lo persiguió por todo el castillo, él le sacaba la lengua y se mofaba mostrándole el culo.
—¿En serio? —preguntó Amador, haciendo eco de las risotadas que daba Eros a su lado.
—Por su culpa pusieron hechizos que anulaban cualquier magia de invisibilidad en el palacio, bueno, las de tipo básico como las que él usa. ¿Será verdad que lo expulsaron de la academia por usar su poder para espiar a las sacerdotisas del claustro? —preguntó Tina.
—No lo creo, no necesita de esas cosas, nuestro primo es muy popular con las mujeres. Yo que tu madre, les pondría brebajes de infertilidad a las criadas del palacio; a todas, ese perro no discrimina a la hora de joder... —se detuvo al ver la expresión de interés de Amador. Cruzó miradas con su prima y ambas se rieron.
Al atravesar la reja principal del palacio, el aroma de las flores hizo que sintieran otro olor.
—¿Qué es esa peste? —preguntó Alpecia con cara de asco. Las dos chicas miraron ceñudas a Amador.
—¿Por qué me miran así?
—Creo que somos nosotras —dijo Tina, levantando su brazo y oliendo el dorso de su muñeca.
—¡Es cierto, apestamos!
—¡Es por culpa de las alcantarillas! Mi madre me va a matar.
«Así que era eso», pensó Amador al recordar a la sirvienta. «Cargaba un incensario».
El carruaje llegó a la escalinata principal, filas de jóvenes mujeres en sus trajes de sirvientas francesas y criados vestidos con elegancia les esperaban con pose marcial.
Apenas los tres bajaron, la sirvienta del incensario trató lo mejor que pudo de quitar el mal olor de las vestiduras de las chicas.
—¡Para ya!
—No toques mi cabello.
—Pero...
—Su Majestad las espera —dijo Altus, guiando la marcha.
Se notaba el fastidio de la sirvienta, pero apresuró su marcha en pos de cumplir su tarea que para esas alturas iba a resultar infructuosa.
En el interior del palacio las decoraciones y banderolas mostraban un color blanco y negro omnipresente.
—Cielos, tu madre retiró las banderas color beige —señaló Alpecia, se arreglaba su cabello esponjoso como la cola anaranjada de un zorro.
«Lo mismo que en las calles de la ciudad», pensó Amador al recordar la escena con los dos hombres discutiendo acerca de las banderas de las dos casas reales del reino. «Rex vestía debajo de su capa los colores beige de los Farm. ¿Fue por eso que se escondió usando su magia de invisibilidad?, ¿para qué sir Altus no lo viera? Si Tina y Alpecia confían en él, supongo que no es un mal tipo».
No pudo seguir cavilando respecto a Rex, llegaron a unas puertas dobles cuyas molduras se veían impresionantes pese a que no eran de estilo rococó.
Entraron y de pie, frente a un escritorio de caoba fina, les aguarda la reina Tanya.
Amador supo que tenía cara de bobo, pero no pudo evitarlo, la mujer era tan alta que le recordó a Lex, era muy hermosa y de cuerpo esbelto.
—Vaya, ya sé de dónde Tina obtuvo su belleza.
Alpecia le dio un suave codazo que lo trajo de vuelta de su ensimismamiento.
«¿Qué pasa?», pensó al ver el rostro tenso de la pelirroja, al darse la vuelta, al mirar al otro lado, vio como Tina se cubría de forma parcial el rostro con los dedos de su mano sin tener que estamparse la palma en su cara.
«Esperen, ¡no me digan que pensé en voz alta!», pensó alarmado. Ese fue justo el caso.
La reina se aclaró la garganta, borrando de esa forma la indiscreción de Amador. Frunció el ceño, lista para dar un sermón a las dos jovencitas, lo extraño fue que Amador sintió que esa mirada severa, también estaba destinada para él.
CONTINUARÁ...
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