Hojas multicolores
El héroe sin harem
Capítulo 15: Hojas multicolores
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La noche tiñó de negro las hojas de los árboles, el cielo estaba despejado y las estrellas se veían claras en lo alto, no obstante, lo que parecían ser chispazos de relámpagos, se vislumbraban en medio del bosque, parecía que una tormenta decidió mudarse desde las alturas hacia el humilde verdor.
En efecto, era una tormenta, una de ira y ansias de sangre y muerte.
Cada vez que chocaban las katanas y el cuchillo largo de Lex, chispas de furia eran vomitadas por los filos fríos, portados con la maestría letal que solo los ninjas poseían.
—¡Tomen esto, hijos de puta! —gritaba Amador, el único que abría los labios para otra cosa que no fuera tomar aire; los ninjas, acostumbrados a su antinatural forma de combatir, no pronunciaban chanza o maldición alguna, parecían pues, demonios que buscaban cortar para siempre el hálito de vida de los mortales.
Empezaba a ganarle la desesperación, su brazo izquierdo sostenía a Eros, inconsciente por el golpe; su otro brazo, trazaba arcos que arrojaban pociones y pergaminos mágicos, elementos que, según los datos aportados por su pantalla isekai, se le estaban terminando.
La kunoichi no cruzaba palabras, lo mismo que los dos ninjas, solo intercambiaba arcos y estocadas destinadas a matar al rival. Su situación era desesperada, no solo debía concentrase en la lucha, también debía cuidar a Amador, por fortuna, su amigo no era del todo inútil, en más de una ocasión retrasó un par de segundos algunos sablazos, la diferencia entre la vida y la muerte.
«¿Cómo diablos el ataque del demonio de los elfos no le hizo ni un rasguño?, ¡un simple puñetazo lo dejó fuera de combate!», pensaba Amador, angustiado y girando la cabeza a los lados en busca de algo que podría ayudarlos.
—¡Lex!
La kunoichi se dio el peligroso lujo de prestar atención a su amigo. Una pendiente pronunciada devoraba la vegetación circundante.
Por el rabillo del ojo vio una nueva embestida. Paró en seco la katana con su cuchillo largo, pudo ver como los músculos del antebrazo del rival se hinchaban por el esfuerzo; contraatacó con una patada, mandando a su atacante contra un árbol, no tuvo un segundo de respiro, tuvo que parar otro sablazo.
Apenas se vio liberada de parar ataques o contraatacar, corrió hacia la pendiente. Amador la siguió lo más rápido que pudo.
—¡¿Cuántas pociones te quedan?!
—¡Pocas!
—¡Úsalas todas!
Los ninjas vieron a sus presas ser tragadas por el suelo, sin perder segundo alguno, corrieron hacia la pendiente, parecían los sabuesos cazando a los zorros.
Vieron a Lex deslizándose cuesta abajo, mirándoles, con sus piernas flexionadas y la planta de sus pies como tablas sobre la hojarasca podrida.
Ojos fríos brillaron anticipando el triunfo, sus posiciones eran ventajosas.
Forzaron a sus piernas a permanecer rígidas al igual columnas, las plantas de sus pies les ayudaban a deslizarse hacia Lex. Todo fue bien los primeros segundos, pero luego, sin importar el esfuerzo, resbalaron por un tobogán de hielo.
«Ahora o nunca», pensó Lex, su brazo trazó un arco mortal y degolló al primer ninja.
El otro esquivó el nuevo arco filoso proveniente del giro de Lex, fue un segundo de alivio, pero brazos masculinos le sujetaron los hombros. El ninja se levantó para neutralizar dicho agarre, estaba a punto de efectuar una llave de lucha a Amador, pero el cuchillo largo penetró por su axila izquierda y la punta le perforó el corazón.
La sangre vomitada en una expectoración violenta fue detenida por la tela negra que le embozaba el rostro, solo los ojos brillaron con sorpresa para luego apagarse como la luz de las luciérnagas.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, lo estoy, aunque creí que nos íbamos a morir.
—¿Qué hay de nuestro amiguito?
—Empieza a moverse, pronto va a despertar —dijo y fue donde estaba Eros, lo tomó con delicadeza y lo acunó en su pecho, listo para subir la pendiente.
—Olvídalo, la cuesta es resbaladiza, mejor rodeamos la pendiente —fue la evaluación de Lex del difícil terreno circundante.
—Ya casi no veo nada, no tengo ningún pergamino u objeto que nos brinde un poco de luz.
—Vamos por ahí. Tengo una cuerda, nos la amarraremos a la cintura, yo iré por delante.
—De acuerdo, déjame meter a Eros en mi camisa, tendré que usar los dos brazos para no resbalar y jalarte conmigo.
Se dieron prisa, temiendo que la oscuridad se incrementara, comenzaron pues, la fatigosa escalada forzando los músculos de piernas y antebrazos.
Ambos respiraron con dificultad al llegar a la cima, para su alivio, Eros asomó su cabecita por entre las ropas del latinoamericano.
—¿Qué pasó? ¿Ganamos?
—Sí, amiguito, ¿puedes volar?
—Espera —dijo y saltó fuera de las prendas cálidas. Apenas las almohadillas de las patitas pisaron la hojarasca fría, movió las alas—. Creo que no tengo problema.
—Bien. ¿Qué hacemos? —preguntó Amador y junto con Eros, vieron a Lex, sus ojos de nuevo brillaron en medio de la oscuridad.
—No quiero obligarte a nada.
—No lo harás, si sigues con esto de regresar al pueblo, voy contigo, pero debemos tener un plan.
—No creo que podamos darnos ese lujo, seguro los daimyo estarán esperando el reporte de esos dos.
—Entonces estamos jodidos, ¿cómo podríamos escondernos en un pueblo donde todo el mundo se conoce? ¿Cómo podríamos aprovisionarnos de comida o más pociones o pergaminos? Si vamos al pueblo, estaremos bien muertos.
—Hay un lugar donde no nos buscarán.
Amador y Eros cruzaron miradas, no estaban muy convencidos de que la terquedad de su amiga no les traería problemas.
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La mansión bajo la luz de las dos lunas lucía una belleza similar a la de una daga pulida, todos los campesinos lo comprendían y evitaban acercarse a ella o a los samuráis que patrullaban los alrededores. Era en ese lugar donde los dos daimyo supervivientes soportaban su existencia en medio de cuidados médicos, pero no renegaban de su situación, peores destinos tuvieron los otros señores que fueron abrasados en el fuego que consumió el castillo.
—¿Ya tienes la lista? —preguntaba uno de los ancianos al otro, sus vendas hedían a cataplasma.
—No hay sorpresas. El futuro concejo del pueblo estará alineado a los descendientes de los miembros originales.
—Son muy jóvenes para asumir tal responsabilidad.
—Jóvenes e influenciables, es justo lo que queremos.
—Pero estamos enfermos por culpa del tengu, las fuerzas nos faltarán para moldearnos a nuestro gusto y placer.
—No hay otra solución ¿o acaso pretendes otorgar un lugar a lord Penguin?
—Reconozco que tiene la juventud para forjar a los jóvenes cuando ya no estemos en este mundo, pero sigo empecinado en mi postura: solo descendientes directos de los daimyo que huyeron del shogun, nada de advenedizos.
—Sea. Comunicaremos nuestra decisión al pueblo a primera hora en la mañana.
Apenas dicho aquello, una sombra alada se posó en una de las altas vigas de madera y observó al par de ancianos.
—¿Quién otea en las sombras? —preguntó uno de los viejos, alzando la vista y mirando la oquedad del alto techo de madera.
—Traicionaron al pueblo, traicionaron la meta de ganar fortaleza y retornar para reclamar lo justo al emperador.
—¡El tengu! —ahogaron un grito, temblando de pies a cabeza y forzando a las rodillas roñosas a levantarlos, cosa que no pudieron hacer.
—Soy el espíritu de la venganza, deben morir.
—Por favor, poderoso, ten piedad.
—El cielo mandó al oni a matarles, su fracaso me impele a terminar su misión, ¡mueran!
Unos kunais fueron arrojados a la cara de los viejos, hubieran muerto de no ser por la intervención de otra sombra que paró la trayectoria de las armas arrojadizas que brillaron con el verdor del veneno.
—¡Mujer sucia! ¿Qué haces aquí? —preguntó uno de los ancianos al reconocer a la exkunoichi.
—Vine por dos cosas: ver al supuesto enviado del cielo y, exigir explicaciones por la muerte de Botan y Maguro.
—¿Sus muertes? ¡No hay tiempo para eso! ¡Rápido, mujer sucia, llama a los guardias!
—No vendrá ninguno —contestó Amador que abría la puerta corrediza—. Todos fueron sedados de alguna forma, supongo que el responsable es ese que llaman tengu.
—¡Extranjero! ¿Cómo tú y la mujer sucia vinieron hasta aquí? Creímos que se marcharon hace días. —El anciano parecía a punto de sufrir un ataque al corazón.
—Nos escondimos en las ruinas del castillo, fue incómodo, olía todo el tiempo a ceniza, juro que nunca en mi vida voy a pedir algo cocinado al vapor —les contestó Amador, apretando sus fosas nasales con sus dedos.
»El mejor escondite, nadie se imaginó que podríamos escondernos allí. ¿La comida? Pues qué bueno que Lex sea tan querida por los niños, me preocupó en un principio que a alguno se le fuera la lengua, pero los niños de este valle son todas unas ovejitas, son tan obedientes, nos trajeron agua y cosas para comer.
—Ya puedes dejar la farsa, que esto no es una obra de teatro noh —dijo Lex.
El tengu aterrizó en el suelo. Amador se sorprendió con su silueta, su figura alada daba miedo, pero al mismo tiempo era cómica esa nariz ganchuda hacia arriba.
Para sorpresa de los viejos, el ente sobrenatural llevó sus manos con garras a su cara. Aquella resultó ser una máscara y la cara fofa del consejero se mostró burlona.
—¡Lord Penguin! ¿Qué significa esto?
—¿Qué significa me preguntan? Es obvio, vengo a reclamar lo que por derecho pertenece a mi familia. De no ser por mis antepasados, ninguno de ustedes hubiera sobrevivido en el congelado sur, ninguno hubiera llegado a estas tierras más propicias, pero ¿qué hicieron?, ¿correspondieron de buena manera a mis ancestros? No permitieron que mi casa se sentara al lado de las suyas en el consejo; solo convenientes aduladores podíamos aspirar a ser. ¡Pues no más!, los mataré y seré el nuevo líder de la aldea.
—Ni la gente ni los guerreros van a aceptar aquello —dijo el otro anciano.
—Lo harán, después de todo, ¿quién osaría contradecir la voluntad de los dioses?
—Lo del oni y el tengu. Todo lo planeaste —dijo Lex con todo el resentimiento que pudo.
—Sí. Mis honorables ancestros eran cazadores, uno de ellos mató una vez a un oni. Conservamos su cuerno, la leyenda dice que, si se la plantaba en la frente de un hombre obsesionado con la venganza, podría convertirse en un oni, uno que se podía controlar.
—Por eso orquestaste su muerte, pero no entiendo, Maguro era tu único descendiente, ¿por qué lo mataste?
—Mi tonto hijo quería traerte de vuelta, sabía que no te perdonarían, pero confiaba en que haría que cambiasen de decisión si contaba al concejo mi ardid para tomar el poder. Qué ironía que los ancianos te perdonaran por tu técnica.
—Maldito, no te saldrás con la tuya.
—Vanas son tus amenazas, mujer sucia, voy a matarlos, todos en el pueblo creerán que fue el tengu.
—Llévate a los ancianos lejos —pidió Lex sin desviar la mirada de Penguin.
Ambos se miraron con el odio propio de dos bestias de las montañas.
Desde pequeña enseñaron a Lex a no menospreciar a un rival, cosa que agradeció de inmediato, el orondo enemigo demostró que sus grasas no aminoraban en nada su velocidad.
Es creencia común que un samurái solo es un maestro consumado de la espada, pero la realidad es que es un hombre al que se le instruye desde temprana edad, toda forma de arte marcial, transformándole en una auténtica máquina de matar.
Un ninja no recibe una instrucción especializada, es un campesino, maestro en las emboscadas furtivas y ataques arteros. La lucha iba a ser pareja.
La mujer era muy hábil, pero su odio apenas igualaba el fanatismo de Penguin. Amador no podía creerlo, era irreal que alguien tan bajo y gordo, podía ser una amenaza para la alta y estilizada figura de su amiga, pero lo era.
Eran como animales heridos y acorralados, en eso radicaba su letalidad, la cual se concentró en un último ataque el cual calcó el cliché de este tipo de desenlaces. La rodilla de Lex fue la primera en ceder, pero Lord Penguin vio sus ambiciones extinguirse con el último latido de su corazón.
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La reconstrucción del castillo iba a buen ritmo; los aldeanos, al enterarse de los delitos cometidos por los ancianos, votaron por un nuevo concejo, tanta era la desaprobación hacia los daimyo, que incluso los samuráis se unieron al reclamo popular.
—Eres una terca —dijo Amador con un suspiro de resignación.
—Sé que dije que iba irme del valle contigo, pero sin los ancianos, creo que este lugar puede tener una oportunidad.
—Lo tendrá contigo como una miembro del nuevo consejo. Supongo que estarás muy ocupada, con el asunto de la aldea y esto de cuidar a los niños.
—No quiero que ninguno crezca como yo lo hice. ¿No quisieras quedarte?
—Tu sueño es hermoso, y yo tengo el mío, no sería justo para ti, para ninguno, permanecer juntos e insatisfechos de alguna forma.
—Siempre te recordaré —dijo Lex con una mirada triste, pero luego sonrió al ver como los niños de la aldea la llamaban.
Eros se veía triste, de nuevo ser el dios del romance no dio frutos. Partió junto con Amador que iba montado en su burro.
Antes de perder de vista el poblado, vio que los tintes rojizos y negruzcos eran remplazados por el azul del cielo. No hubo cerezos en flor en el valle de los ninjas, pero los árboles con todas sus hojas multicolores, brindaban una belleza serena al corazón de los hombres.
¿Partía el corazón de Amador con serenidad? ¡No te rindas, héroe sin harem!
CONTINUARÁ...
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