En las alcantarillas
El héroe sin harem
Capítulo 17: En las alcantarillas
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El eco era confuso en medio de los callejones estrechos, en más de una oportunidad, Amador creyó que los habían rodeado, pero era un truco, un engaño de percepción sonora, de todas maneras, apresuró sus pasos, hubiera doblado en una esquina equivocada, pero la mano de Tina sostenía la de él con firmeza.
«Demonios, ¿en qué me he metido?», pensó y dio miradas sobre su hombro para ver a su amiguito peludo. No hubo nada de qué preocuparse, Eros no le perdió el rastro y volaba a sus espaldas.
«Son muy ágiles», pensó al ver a los tres jóvenes, forzando a sus pasos a ser más veloces para no ser un estorbo para la chica de largo cabello negro. Cuando creyó que no podría seguir el ritmo, Alpecia adelantó a Rex y fue a un callejón sin salida.
—Por aquí, dijo la belleza de cabello anaranjado.
—¿Estás segura? —preguntó Amador.
—No te preocupes, es un atajo.
—¿A dónde? ¿Quiénes son los que les persiguen? —Sus interrogantes no obtuvieron respuesta, la jovencita le ignoró y descendió a las alcantarillas, Rex la siguió.
—No te preocupes. Lamento que te hayamos arrastrado en esto, pero no creo que los que se acercan sean delicados contigo, por favor, acompáñanos.
—Eres Tina, ¿verdad? Vaya forma de encontrarnos.
—¿Me buscabas?
—Sí, pero eso lo discutimos más tarde, los ecos se hacen más fuertes.
—¡¿Qué están esperando allá arriba?! ¡Dense prisa!
Ante las urgencias de Rex, ambos, gato volador incluido, bajaron hacia las alcantarillas.
Tina debía conocer más magia aparte de comunicarse con fantasmas, invocó una llama que iluminó los claustrofóbicos corredores subterráneos, así caminaron sin tener que pisar las aguas malsanas, al menos la mayor parte del tiempo.
—No puedo creerlo. Soy el dios del romance y el amor, rebajado a ir por unas malolientes alcantarillas, ¡se supone que lo mío son las dulces fragancias de las flores, los perfumes y los sahumerios afrodisiacos!
«Pobre Eros, debe estar pasándola muy mal, pero fue justo él que me dijo a cada rato "¡vamos!" y terminé encontrándome con estos tres», pensaba Amador, sin poder intercambiar palabras con el alado felino, ni siquiera en susurros en ese laberinto de hedores que amplificaba el sonido de las respiraciones; tampoco podía contradecir a su amigo de ninguna forma con respecto al mal olor.
«Dios, creo que voy a vomitar. ¿Cómo lo hacen las chicas para seguir?, no veo que tengan caras de estar descomponiéndose por el olor».
—Oigan, parecen estar acostumbrados a esto. ¿Usan magia o solo soy yo el que se va a poner a vomitar por como hiede toda la mierda?
—Pues sí, algo acostumbrados estamos —le contestó Rex con una carcajada que sonó estruendosa luego de varios minutos de caminar en silencio—. No te preocupes, seguro ya llegamos, ¿Alpecia?
—Sí, ya casi llegamos. Es tras esa entrada, no la ves porque la esconde el camuflaje.
Amador entrecerró lo ojos al ver no otra cosa que una pared basta llena de moho. Alpecia dio unos golpecitos a las piedras y como por arte de magia la pared se recorrió a un costado mostrando una oquedad intimidante por lo amplia que era.
—No es ningún hechizo si eso es lo que piensas —dijo Tina evitando no reírse de la expresión del hombre—. Alpecia es buena para diseñar autómatas mágicos y cosas similares. La pared son solo palancas, agua por cañerías y vapor.
—¿En serio?
—Sí, mi prima es brillante, aunque ya se han estudiado las aplicaciones para las palancas y la fuerza del agua dependiendo del tamaño de las cañerías por las que fluyen, a nadie antes que a ella se le ocurrió usar la fuerza del vapor para mover cosas como la puerta. Vas a ver, se abren por unas cosas que ella llama pistones.
Aunque Amador venía de un mundo muchísimo más avanzado en tecnología, se sorprendió con lo adelantado de la mente de la pelirroja a su época. Incluso él, que sabía que eran los pistones de un automóvil, no sabía a ciencia cierta cómo funcionaban o se fabricaban.
Entró al recinto y abrió la boca cuando los candelabros alejaron la oscuridad y revelaron las figuras de gigantes de piedra.
—¿Qué diablos son estas cosas?
—Son golems de piedra —dijo Alepecia henchida de orgullo—. Sé que se ven pequeños, pero es un diseño en el que confío.
—¿Tú construiste estas cosas?
—Sí, en la mayor parte. Se necesita magia para mover a estas preciosidades, en eso no radica mi experticia, por suerte Tina me ayudó mucho.
—No tanto, no me especializó en muchas aéreas de la magia, solo le pedí a mi madre que te ayudara, ella conoce a muchos magos.
—Lo bueno de que mami sea la reina, gracias a ti, Alpecia pudo construir sus golems miniaturas —dijo Rex.
—¿Pues de qué tamaño son estas cosas? ¿Cómo las metieron aquí?
—¿No lo sabes? —preguntó Rex, intercambiando miradas con las chicas—. Debes venir de una aldea muy lejana en las montañas. Amador, ¿cierto?
—Ese es mi nombre. Sí, vengo de un lugar lejano, así que sácame de mi ignorancia que lo que debe dar pena es no saber y no preguntar.
—Eres un tipo raro, pero bueno, te lo digo.
—Por favor, defeca algo de conocimiento en mi cabecita de letrina.
Las chicas abrieron mucho los ojos, sorprendiéndose de la ocurrencia del latinoamericano.
—Por supuesto, no tengo problema alguno en pavonear mi verga intelectual —dijo, girando sus caderas de forma sensual.
—¡Oigan, ya córtenla! —dijo Tina a modo de regaño. Alpecia, por otra parte, se llevó un puño a la boca para no reírse a carcajadas.
—Mejor que te lo cuente Alpecia, ella es la experta.
—Gracias. Pues verás, los golems son construcciones mágicas de gran tamaño. Se basan en los gigantes que antes pululaban por varios reinos.
—¿Gigantes?, perdona, continúa.
—En serio que vienes de un lugar muy lejano; en fin, los gigantes son criaturas enormes y estúpidas, no son más que bestias con dos piernas. Una vez suelto un gigante en un campo de batalla, luego del primer golpe, ni el mismo gigante sabe qué demonios golpear luego.
—Si es así, ¿por qué los usa el enemigo?, quien quiera que sea.
—Porque son un excelente imán para el ejército, no tienen de otra, deben acabarlo, aunque sea un bodoque inútil. Como los humanos no pueden recurrir a los gigantes por ser demasiado salvajes, se crearon a los golems, pero lo mismo que los gigantes, son lentos, mucho de hecho, y como los autómatas que son, no tiene iniciativa propia.
—Y estos pequeñines ¿son diferentes?
—Mucho. No están erigidos solo de tierra y cascajo, tienen partes móviles lo que les da mucha velocidad, bueno, no son tan ágiles como la caballería ligera...
—O pesada —interrumpió Rex.
—Cállate. Lo admito, son lentos para el campo de batalla, pero si logro solucionar el problema de la velocidad, cambiarán las tácticas de la guerra para siempre.
—Creo que también pueden mejorar la logística en las guerras, podrían reemplazar a las carretas de suministros —opinó Tina.
—¡Esa es una estupenda idea! Ya mi mente planea como modificar los golems.
—¿Qué has hecho? No va a parar. Perdona, Amador, pero cuando Alpecia se siente inspirada, se enfoca demasiado y olvida todo lo demás.
«Pues no se ve como la típica nerd empollona. Joder, que buena está».
—¿Dijiste que me estabas buscando? —preguntó Tina.
Eros paró las orejitas, atento a la conversación que tendría su humano con la chica de bonita figura y cabello negro.
—Sí, tal vez no lo creas, pero soy, era, el héroe de otro mundo.
—¡¿Tú?! —exclamó. Rex entrecerrando los ojos; Alpecia, caminaba en círculos, cavilando sobre sus creaciones.
»Luego de que las fuerzas enemigas fueron destruidas, no hubo más necesidad del héroe de otro mundo. Pensé que retornaste a tu mundo natal, ¿qué haces aquí?
—Hubo complicaciones y no puedo regresar.
—Hombre, eso apesta —dijo Rex.
—Lo sé, en fin, te buscaba porque me dio curiosidad. Voy recorriendo los reinos y condados de aquí para allá, para conocer a las que se suponía iban a ser mis compañeras. ¡Para nada malo, te lo aseguro!
—Bueno, ya me encontraste, lamento mucho que no hayas podido regresar.
—Gracias. No esperaba que, al encontrarte, me viera envuelto en lo que sea que es esto.
—Perdona, todo esto es mi culpa.
—¿A qué te refieres?
—Seguro ya sabes del fallido intento de regicidio. Mi madre, Tanya, cuando no era más que una embajadora del reino, era permisiva con mi deseo de ser una miembro más del gremio de aventureros, pero cuando la coronaron reina, decidió que ya no podría ser una aventurera. Me viene con cosas como la responsabilidad y que debería permanecer a su lado.
—Eso apesta, prima —dijo Rex, con una mirada que Amador no supo discernir.
—No soy una hija irresponsable, yo no me la paso de fiesta en fiesta, me enlisté en el gremio porque quiero ayudar a la gente del reino. ¡No entiendo por qué mi madre no comprende eso!
—Lo sabemos, eres una buena chica, no como Alpecia, a ella sí le gustan las parrandas.
—¿No dijiste que se ensimismaba mucho en sus proyectos?
—Créeme, cuando no piensa en sus golems, se la pasa jodiendo...
—¡Oye! No le hagas caso, lo que pasa es que trabajo demasiado. Una tiene derecho a divertirse de vez en cuando ¿no? —interrumpió a Rex, frunciendo el ceño, pero incluso esa expresión de enojo la hacía ver más guapa.
Tina le sonrió, pero Rex puso los ojos en blanco ante lo dicho por Alpecia.
Amador quiso intercambiar miradas con Eros, pero se vería muy sospechoso, así que se forzó a mirar a los tres jóvenes al mismo tiempo que fruncía el ceño.
—Momento que soy lento. Los que les asaltaron y nos perseguían no eran ladrones, ¿me equivoco?
—Pues, hay una posibilidad de que no lo eran, tal vez no lo eran, creo que no lo eran, seguro no lo eran —dijo la morena forzando una sonrisa.
—¡Carajo, no puedo creerlo! ¡Eran los guardias de la reina! Los golpeamos y huimos de ellos.
—Perdona, no quisimos meterte en problemas —dijo Tina, viéndose apenada.
—Si no querían hacerlo, me lo hubieran dicho desde el principio.
—No hubo tiempo y no creo que sin importar qué les dijeras, no te habrían tratado muy bien —se excusó la princesa.
Amador se estampó la palma de su mano en el rostro, le hubiera gustado gritarle a Eros que se estaba riendo detrás de él, pero estaba tan cansado, que no se animaba a dar explicaciones respecto al dios felino.
—Ustedes tres, esto es ridículo, solo están empeorando las cosas. Alpecia, Rex, sé que solo quieren ayudar a Tina, pero la están perjudicando. Ella no puede huir de los guardias de la reina.
—Pero mi madre...
—Ya estás bien mayorcita para que tu madre ordene tu vida, tengas responsabilidades de princesa o no.
—Todavía sigo bajo la patria potestad de mi madre, no puedo desobedecerla, así como así.
—Puedes hablar con ella, al menos no te pide que te cases.
Tina forzó una sonrisa.
—¿En serio? Woa, como dice tu primo: eso apesta, chica.
—¿Lo ves? No se me ocurrió otra cosa, siento haberte metido en problemas.
—Qué raro, por lo general, es Alpecia la que mete en problemas a la gente.
—Cállate. No le hagas caso a este tonto; mira, aquí tienes un mapa de las alcantarillas, síguelo y podrás salir por la siguiente tapa del alcantarillado. Tina, Rex, despidámonos de Amador, no sigamos perjudicándolo.
—Gracias —dijo y giró el rostro hacia Tina—. Quería hablar más contigo, pero esto me supera y creo que cumplí mi cuota de aventuras.
—Una pena que nos hayamos encontrado así. Espero que puedas regresar a tu mundo.
—Espera un momento, ¡no te vayas! Tienes a tu lado a dos bellezas sin par —dijo Eros, sin poder creer lo que escuchaba.
—Yo también lo espero —dijo ignorando a Eros. Junto con Alpecia, se dirigió hacia la puerta falsa.
—Fue un placer —dijo la belleza de ojos verdes.
Al abrir la puerta, un guardia de rostro calmo, pero severo, los miraba.
—Princesa, señorita, por favor, ya dejen este sin sentido. ¿Y usted es?
Amador frunció el ceño, giró el rostro y no vio rastro alguno de Rex.
—Le hablo a usted, dependiendo de su respuesta, ordenaré escoltarlo al palacio o a una mazmorra bajo el cargo de secuestro de la princesa Tina y la baronesa Alpecia.
No vio a nadie detrás del viejo caballero, pero escuchó a la perfección como varias espadas eran desenfundadas. Amador ya no percibía el hedor de las alcantarillas, era el aroma del miedo, proveniente de él, lo que golpeó de forma sutil sus sentidos.
CONTINUARÁ...
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