En el callejón
El héroe sin harem
Capítulo 16: En el callejón
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Era todo un cambio, de escuchar el ominoso graznido de los cuervos, pasó a los chillidos de las tontas gaviotas lacustres que reverberaban por los alrededores.
Las aves de rostro negro y plumaje blanquecino eran conocidas por su carácter agresivo, espantaban a palomas y patos lacustres en pos de arrebatarles la comida, pero en ese momento eran ellas las desplazadas por un ejemplar colosal. Parecía un águila gigante, siendo lo más asombroso, que en su espalda llevaba a un grupo de personas.
—Miren, ya llegamos, esa es la capital del reino —dijo el hombre encargado de domar y conducir el vuelo del coloso aéreo.
«Tremendo sitio», pensó Amador al ver la inmensa ciudad.
Ubicada en las costas de un lago de enorme tamaño, miraba a la orilla opuesta, orilla imposible de ver a ojo desnudo por la distancia; allá, continuos vientos que traían el polvo del desierto, se elevaban y chocaban con las nubes. El espectáculo en los atardeceres era sublime, era como si dos fuerzas aéreas de naturaleza etérea, lucharan entre sí.
El águila aterrizó y los pasajeros bajaron agradecidos por haber ahorrado tanto tiempo de viaje.
—¿Qué te pareció?
—Pues volar no es lo mío, eso lo descubrí. Al menos no me dieron ganas de vomitar.
Pisó con fuerza para quitarse el calambre en las pantorrillas y junto con su compañero invisible a ojos humanos, recorrió la ciudad.
La capital era un buen lugar para vivir y su gente amable, no obstante, algo parecía no cuadrar con el ambiente.
«Habría un festival o algo por el estilo», pensó el hombre al ver las huellas de lo que eran fogatas enormes en medio de algunas de las calles.
—Mira, algo me dice que aquí hubo barullo que se salió de control —le dijo a Eros al ver algunas tiendas, los dueños reponían los ventanales rotos.
—¿Qué habrá sucedido? Me entró la curiosidad, vamos a preguntar —sugirió el gato.
Como que en el mundo al cual fue transportado, no existía tal cosa como los vidrios de seguridad que se desmoronaban en un cúmulo similar al granizo, el propietario del local ponía esmero en recoger los peligrosos fragmentos de vidrio del suelo.
—¿Un golpe de estado? —dijo Amador, una vez le contaron el motivo de los destrozos.
—Siendo un extranjero, no debe saber lo que pasó estas últimas semanas.
—Por favor, dígame lo que sucedió.
—La familia real tiene su base en dos ramas distintas: los Winther que gobiernan la capital, y los Farm, que gobiernan en la otra orilla opuesta, donde reina el desierto. El rey fue depuesto por su primo de la rama Farm, un suceso lamentable.
—Con razón el destrozo en algunas casas, ¿y se resolvió el lio?
—La princesa Tanya, derrocó al usurpador y se convirtió en reina porque su anciano padre abdicó al trono.
—Menos mal que las cosas no pasaron a mayores.
—Todo gracias a Su Majestad, la reina. Como princesa era una buena embajadora, tengo entendido que trataba de entablar relaciones con el reino mágico cuando vino el golpe de estado, eso ya no pudo ser, pero me siento tranquilo con la nueva reina, contento con las medidas que tomó en estos últimos días.
—¿Cuáles son esas?, si me permite preguntar.
—No se preocupe. La reina Tanya ha ordenado formar un parlamento formado por los nobles y los plebeyos.
—Eso es sorprendente —dijo Amador, consciente que en el mundo medioeval al que fue invocado, las monarquías absolutistas eran la norma imperante.
—Sí, le llaman la cámara de los lores y la cámara de los comunes, ambas debaten temas de importancia para el reino y es la reina quien da su aprobación a las leyes que le presentan o si el caso lo exige, negarse a aprobar dichas leyes.
—Toda una gobernante, veo que venir a su ciudad será más entretenido de lo que anticipé.
Amador se despidió del propietario y siguió caminando por las calles cuando sus pasos le llevaron a un lugar con una fachada típica a una construcción urbana del norte de Europa. El blanco del estuco contrastaba con las vigas de madera que marcaban patrones diagonales en el frontis. Junto a la entrada, dos hombres discutían algo:
—Te digo que no la quites, todavía no ordenaron nada desde el palacio.
—Pero no creo que la bandera de los Farm deba ondear junto a la de los Winther. Hay que bajarla.
«Supongo que la bandera de color blanco y negro, es de la casa real; la de color beige debe de ser de los que intentaron el golpe de estado».
—Este es el gremio de aventureros, menos mal que no tardamos la gran cosa en encontrarla.
—Recuerdo haber leído en los papeles que me dieron, que una de las aspirantes a acompañarme está registrada aquí.
—¿Cómo dijiste que se llamaba?
—Tina, ese es su nombre. Se supone que es una maga guerrera, especializada en comunicación espectral. ¿Eso es invocar fantasmas?
—Más o menos, pero a diferencia de un nigromante, no obligas a los cadáveres a servirte, solo buscas comunicarte con los muertos para efectos de estudiar la vida en el pasado.
—Pues no importa que lo digas así, igual da un poco de miedo.
—Mejor entremos, y ¡por favor!, déjame usar mis flechas.
—Que no, no seas chinchoso.
—No lo soy, soy el dios del romance y es muy penoso que mi protegido no haya encontrado el amor.
El hombre no le hizo caso, entró a la sede del gremio de aventureros y se sorprendió con lo que vio.
No era el típico lugar que se veía en los animes o mangas, parecía más el interior de un banco cuyas filas de asientos en ese momento se encontraban en su mayor parte ocupadas. Multitud de cubículos puestos en fila con sus respectivos trabajadores que miraban a las filas de asientos, atendían a los aventureros o clientes, según el tipo de ficha que tenían en sus manos.
—Buenos días, ¿qué asunto le trae al gremio de aventureros? —le preguntó una jovencita de agradable aspecto, la única mujer presente en el amplio lugar.
—Buen día, vengo a buscar a una aventurera registrada en este gremio, su nombre es...
—Tenga la ficha y tome asiento, enseguida le van a llamar —dijo la joven, interrumpiéndole con una sonrisa.
—Gracias —dijo, desarmado por la actitud de la recepcionista de la entrada y fue a tomar asiento.
«No hay ningún lugar que diga Informaciones o algo por el estilo, supongo que no tengo más remedio que esperar hasta que me llamen».
Cuando creyó que el primer bostezo lograría su triunfo, su compañero alado le informó de un hecho macabro.
—¿Un fantasma? —le susurró el hombre.
—Se fue por ese pasillo.
—¿Crees que es nuestra chica?
—Es lo más probable, ese tipo de magia no es muy común que digamos.
—Esperar aquí es insufrible, no sé si ir tras ella.
—Vámonos de aquí.
—Pero no sé si ese pasillo sea de acceso libre al público, ¿qué hacemos?
—Me muero de aburrimiento, no te preocupes, iré por delante y te avisaré si viene alguien.
Amador lo pensó unos segundos y ante la insistencia de Eros, se levantó y con el mayor disimulo posible, fue hacia el pasillo prohibido para personal no autorizado.
—Joder, hay muchas puertas, ¿sabes por dónde se fueron? No puedo activar mi función de mapa o sonar de mi pantalla isekai.
—Confía en mi sentido del olfato, es mucho más desarrollado que el de un humano. ¡Por aquí!
Fue por otros corredores, cuidándose que nadie lo descubriera, tras una puerta, llegó a un callejón maloliente.
—¿Qué es eso? —preguntó el hombre, refiriéndose no al hedor, sino a un murmullo de ayuda traído por el viento.
—Es alguien en problemas, ¡vamos!
El callejón giraba hacia otros, formando un laberinto donde uno podía intuir que no era recomendable internarse. Tras una curva vio a un par de sujetos siendo asaltados por un grupo de maleantes.
«No es mi problema», pensó, no obstante, fue corriendo a ayudar.
Amador no era un nativo de aquel mundo de fantasía medieval, no era hábil con armas de la época, tampoco destacaba con los puños, pese a aquello, lanzó un grito de advertencia con la esperanza de espantar a los asaltantes.
«Mierda, no tengo pociones mágicas, no creí que las necesitaría», pensó con alarma, así que recurrió a sacar su cachiporra, una bola de hierro del tamaño de una gran canica, envuelta en cuero duro y flexible.
El trío de facinerosos se vio sorprendido, uno recibió el golpe de la cachiporra arriba de una de sus cejas y la sangre brotó manchando tanto el rostro del asaltante, como el brazo y parte de la ropa de Amador.
Los otros dos agriaron la expresión, listos para luchar, dejando de prestar atención a las figuras encapuchadas, grave error.
Los dos desconocidos ayudaron a Amador en su lucha, uno de ellos era hábil con los puños; cuando dio una patada, el otro emitió una advertencia:
—¡Cuidado, no te distraigas!
La alarma de tono felino fue inútil, un golpe certero lo tumbó al piso y allí perdió la conciencia.
La negrura era el cielo por el cual volaba sin una brújula que le indicara la dirección. Con la velocidad del relámpago, tres cortes refulgieron como el fuego en medio de toda esa oscuridad.
—¡Auch! —exclamó al abrir los ojos, se llevó una mano al pecho, donde Eros le rasguñó.
La escena le era familiar, aunque también era diferente. Junto a los tres asaltantes, yacían varios hombres, incluso mujeres; en cuanto al par que fue asaltado, estaban abrazando a un hombre joven, de esos en las postrimerías de la adolescencia sin que todavía podía llamársele adulto de pleno derecho.
—Miren, el buen ciudadano despertó —dijo con una voz varonil el joven.
—Veo que no fui de mucha ayuda, los venciste a todos.
—Gracias, pero las damas hubieran conocido un destino peor que la muerte de no haber sido por ti, ganaste mucho tiempo hasta que llegara.
«¿Damas? ¿Un destino peor que la muerte?», se preguntaba Amador. No pudo seguir con sus cavilaciones, las dos figuras encapuchadas decidieron descubrirse el rostro.
Eran jóvenes mujeres, muy hermosas ambas.
Una era una belleza pelirroja, el color de su cabello era anaranjado, pecas traviesas adornaban el puente de su nariz perfecta, perfecto también era su rostro, aunque los gestos denotaban picardía acostumbrada a salirse con la suya; la otra debía tener su misma edad, pero era una belleza pálida de cabello negro como las alas de un cuervo, los ojos no eran tan bellos, pero era justo ella quien le dio la patada a uno de los asaltantes.
—¿Estás bien? —preguntó la morena.
—Perdona, no pude lograr mucho, no sé pelear —dijo la otra.
—Descuida, menos mal que ambas están bien.
—¿Cuál es tu nombre, amigo? —le preguntó el joven.
—Amador, fue un placer ayudar, aunque fuese un poco.
—Curiosa arma la que tienes —le dijo el joven galán al entregarle su cachiporra—. Me llamo Rex, estas son mis primas: Alpecia y Tina, la princesa.
—Basta, no quiero que me llames así —dijo la chica de cabello negro, largo y lacio, toda una diferencia con el cabello largo y esponjoso de la de melena anaranjada.
—¿Princesa? —dijo, pero no hubo tiempo para que alguien le respondiera, muchas voces de hombres enojados se escuchaban tras la esquina.
—Mejor nos vamos. Amador, mejor ven con nosotros, te lo recomiendo —dijo Rex.
Dio una mirada disimulada a Eros, frunció el ceño y concluyó que no tenía más remedio. No quería averiguar a quienes pertenecían esas voces coléricas.
Siendo un extranjero en tierra extranjera, se dejó llevar por los tres jóvenes, quienes con toda seguridad conocían mejor el laberinto de callejones. ¿Qué nuevas aventuras (o desventuras) le esperaban al héroe sin harem?
CONTINUARÁ...
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