El sensual
El héroe sin harem
Capítulo 6: El sensual
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La noche era tórrida, un cuerpo sudoroso debido al nerviosismo se movía por la jungla, si la descubrían, lo más posible era que la exiliaran, la pena del ostracismo equivalía a la muerte.
Llegó a una mole gigantesca de tierra que se proyectaba como un cono al cielo estrellado; frunciendo el ceño, no se dejó amilanar por la escalada y forzó a sus brazos y piernas a subir por el volcán.
A media escalada encontró una gruta, era muy estrecha y le llevó algo de tiempo deslizarse por allí hasta encontrar terreno más favorable; lo hizo, no solo sus pies desnudos se posaron sobre tierra firme, el brillo de la lava alejaba las tinieblas de las profundidades de la tierra, pero el precio a pagar era el excesivo calor, tan sofocante, que el caluroso exterior era una bendición refrescante.
Un portento extraño y antinatural se reveló en medio de ese infierno: una bóveda de hielo en cuyo centro estaba lo que parecía ser un humanoide de aspecto reptiliano.
En apariencia libre, no podía tal criatura salir de su prisión de hielo, lo único que impedía que sus sesos se derritieran por la elevada temperatura.
La mujer se acercó al límite de la barrera, el ser de sangre fría y de coloración albina sacó su lengua bífida para olerla; su rostro, aunque inexpresivo, de alguna manera brilló como anticipando lo que vendría.
Con tanto calor, la mujer no tuvo temblores al desnudarse por completo y entregarse a su bizarro amante.
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El sol se reflejaba en la superficie del mar, rota su figura por la parte baja de la proa del barco que avanzaba sacando espuma; los delfines, traviesos ellos, nadaban muy cerca y saltaban juguetones.
—¡Mira, se acercan unas canoas! —exclamó Panta tomando del brazo a Amador y señalando a la distancia, donde un grupo de largas embarcaciones se acercaban, numerosos remeros lucían bronceados cuerpos y sudor brillante en amplias espaldas.
—¿Esos son elfos?
—Claro que lo son, ¿no los reconoces por sus largas cabelleras rubias?
—Me los imaginaba diferentes, blancos de piel y no tan enormes, cada uno de esos remeros debe medir sus buenos dos metros.
En efecto, eran gigantes de piel cobriza por vivir en ese clima tan tropical, sus cabellos parecían hechos de oro y tenían ojos tan azules como el puro mar que rodeaba su isla volcánica. El volcán impresionaba, un coloso tan enorme que, pese a que la isla era muy grande, igual era el punto por el cual los capitanes se guiaban en las inmediaciones y así evadían los arrecifes traicioneros en las noches tormentosas.
Este no era el caso con el mar en calma y la brisa suave; fueron las canoas, el comité de bienvenida y guía para que la embarcación fuera al golfo que fungía de bahía, un ojo gigante y azul marino que se distinguía de la playa de arenas blancas y agua celeste cristalina.
La rampa descendió sobre el suelo del malecón al son del sonido de las conchas marinas a modo de cuernos o trompetas isleñas.
—Qué bonito, esto parece el paraíso —dijo Amador, al ver como mujeres elfos con el torso desnudo, se acercaban al son de un baile nativo, portaban guirnaldas de flores exóticas, las cuales las pusieron en los cuellos de los visitantes.
—¿Cómo me veo? —preguntó Panta con una pose coqueta.
—Te sientan bien las flores, son muy bonitas, tienen variados colores y pétalos enormes.
—Ya deja de babear. Sé que no lo haces por mí.
—Perdona, pero ¿siempre van con el torso desnudo?, me refiero a las mujeres.
—Ambos lo hacen, hombres y mujeres, tampoco es la gran cosa, las elfas son conocidas por ser pecho plano, pobrecitas, son como tablas de planchar. Su única ventaja son su tamaño, y por supuesto, sus brillantes cabelleras, te apuesto a que es debido a la famosa pomada mágica que tienen.
«Cierto, son muy bonitas, en mi mundo con ese tamaño que tienen, seguro serían modelos de pasarela».
Salieron del malecón y descubrieron que ni por asomo eran los únicos turistas presentes.
—Woa, no me esperaba ver tanta gente, esto parece más un centro turístico isleño que la isla sagrada de los elfos —dijo Panta.
En efecto, montón de personas iban y venían de un lado al otro, no solo eran turistas, se notaba de lejos que eran los participantes para la prueba de talentos, aquí y allá, se veían demostraciones gratuitas de gente que hacia malabares y mil cosas diversas, parecía el pandemónium de una feria gigante.
—Son muchos, no creí que vinieran tantos —dijo la rubia que veía a todos lados.
—Como dijiste, la pomada de los elfos para el cabello es un artículo muy apreciado.
—Valiosísimo, hay muchos hombres, supongo que quieren la provisión de por vida de la pomada solo para venderla a los nobles.
—Suena como un buen plan, aunque de seguro habrá uno que otro que busca el premio solo para lucir bonito —dijo al ver de reojo a un tipo que le recordó mucho al Príncipe Encantador de las películas de Shreck. Con sensualidad, el rubio meció su larga cabellera igual que el personaje de ficción.
—Me muero de calor, noto secarse mi naricita —dijo Eros que lucía unos bigotes mustios y tenía las orejitas gatunas caídas.
—¿Por qué no buscamos algunos refrescos antes de buscar dónde dormir? —le preguntó a Panta, una clave para darle a entender al gato alado con el carcaj de flechas del amor, que podía alejarse para buscar algo de frescor en ese calor omnipresente.
—¡Nos vemos después! —exclamó y se alejó volando.
Se tomaron de la mano puesto que no querían separarse en medio de toda esa gente y correr el riesgo de perderse. Sonrieron con alivio al ver un puesto callejero atendido por una niña elfo que vendía bebidas refrigeradas.
«¿De dónde sacan el hielo?», pensó y usó su pantalla isekai para ver las características de los trozos que no formaban cubos perfectos:
Producido por el demonio de hielo encerrado en la prisión del volcán Puapete Pa.
«¿Demonio del hielo? ¿Prisión del volcán? Algo me dice que he averiguado cosas que no debía, mejor me quedo callado por si acaso».
Bebió el jugo y sintió como las energías volvían a su cuerpo, al principio creyó que era un efecto causado por la magia, pero luego supo que era el simple hecho de que por un momento el calor retrocedía de su cuerpo sudoroso.
—¿Estás bien? Pareces preocupada.
—No pensé que la competencia fuera tan numerosa, ya no me siento tan confiada.
—Tranquila, recuerda que esto no es una lotería, si tienes talento, ganas, así de simple, no creo que haya tongo con los elfos.
—¿Pero por dónde empezar con mi rutina?
—Eso no lo sé, tu sabes eso mejor que yo, solo puedo darte un consejo: con tantos competidores, tal vez no haya oportunidad de tener una segunda ronda de presentación. No reserves tu mejor material para el final, da todo lo que tienes desde el principio.
—Sí, haré justo eso, gracias —dijo y Amador se sonrojó, por fortuna, el ambiente tan caluroso hacía que él y los demás visitantes tuvieran rubicundos rostros a diferencia de los elfos nativos con sus facciones tan perfectas.
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La noche traía el frescor a la isla, pero para Amador, Panta y los otros concursantes no acostumbrados al clima tropical, solo estaba presente la pesadez, el cansancio y la molestia por no poder conciliar el sueño.
—¿Quién es?
—Soy yo, Panta, ¿me dejas entrar?
—Claro, un momento, por favor —dijo Amador y se vistió lo más rápido que pudo, puesto que prefirió dormir desnudo y sin cubrirse por ninguna sábana.
Avanzó arrastrando los pies por no poder ponerse rápido las sandalias.
—Panta, ¿qué sucede?
—Hace mucho calor y no podía dormir —dijo, esperando que su amigo le respondiera, pero por alguna razón, Amador se quedó mudo viéndola con mucha atención.
—¡Perdona!, es que te ves muy bonita con esas ropas isleñas.
—¿Verdad que son lindas?, unos elfos me las vendieron muy barato. No sé cómo lo hacen, pero estamparon muy bien la figura de las flores en la tela.
Dio una vuelta completa y Amador se dio un festín visual.
—Oye, ¿sigues allí? —dijo y le dio de golpecitos en la frente.
—No hagas eso.
—Entonces vuelve en ti y deja de mirarme pasmado que se te va a caer la baba. ¿Tan linda estoy que estás hipnotizado al verme?
Amador le cerró la puerta en las narices.
—Perdona, basta de juegos, vine para ver si me acompañabas un rato a la playa.
La puerta volvió a abrirse.
—De acuerdo, yo tampoco podía dormir. Solo espérame un momento.
Salieron de la residencial hecha con bambúes y maderas nativas, descubrieron que no fueron los únicos en tener tal idea, pero no les importó.
Aunque el cielo estaba estrellado con sus dos lunas que reinaban orondas allá en lo alto, el mar se veía tenebroso con todo ese negro que, con cada ola, rompía las figuras que reflejaba en su superficie.
—Quítate las sandalias, se siente diferente caminar sobre la arena —le dijo la rubia de piernas níveas, largas e impactantes.
—No gracias, prefiero no pisar un caracol o algo por el estilo. Tú deberías tener cuidado o te puede morder un cangrejo.
—¿Los cangrejos muerden?
—Con sus pinzas, así que cuidado con los dedos del pie.
—Podríamos atraparlos y pedir que nos los cocinen.
—No sé si esas cosas son comestibles, al menos los de la isla.
—Hay muchas cosas que desconocemos de los elfos, ojalá y pudiéramos quedarnos más tiempo.
—Si ganas la pomada, podremos quedarnos por más días. Ánimo, tú puedes.
—Vaya que sabes quitar la presión a las cosas, de acuerdo, pensaré en el premio y en la estadía.
Amador se dio cuenta lo que podría significar quedarse en el paraíso más tiempo con Panta, el gusanillo del nerviosismo empezó a bailar en sus tripas.
Nada de gusanillos; mariposas era lo que sentía la rubia luego de haber dicho lo que dijo y de nuevo ambos, como lo hicieran en la ciudad, caminaron juntos y sin dirigirse la palabra.
El silencio hubiera sido incómodo, pero el arrullo de las olas espumosas hacía resonancia con el corazón de ambos, llevando ese mutismo de manera más cómoda.
—¿Qué harás luego del concurso?, una vez que ganes.
—Qué lindo, me tienes mucha confianza, ya asumes que ganaré la pomada.
—¿Qué harás?
—Quiero viajar por todo el mundo, tengo una rutina de malabares y chistes. No sé si ir sola o en compañía de una troupe de algún circo.
—Entonces, ¿no lo haces solo por la pomada?, digo, ¿no la venderás a los ricos?
—Tú lo dijiste, es una buena idea, si la vida me enseñó algo, es que una debe tener dinero, pero todavía no me decido.
—¿Y si tuvieras la oportunidad de nunca trabajar? ¿Si pudieras vivir para siempre en, digamos una mansión?
—¿Qué? Dices cosas tan graciosas —dijo y se rió con ganas.
—¿Qué contestas?
—¿A qué viene todo esto? No te entiendo.
Las olas chocaban con fuerza en las arenas húmedas. Amador sintió cómo se le secaban los labios ante lo que iba a preguntar, a revelar.
«No seas cobarde, dile que eres el héroe de otro mundo y puedes darle una vida de comodidad y lujos».
—Panta...
—¿Sí? —dijo con la expectación naciendo en su pecho.
Abrió los labios, pero el único sonido aparte del de las olas, fue el grito de una mujer más allá de la playa.
Corrieron junto con otros, un par de elfos iban hacia la fuente del grito portando antorchas. Cuando llegaron, vieron que se formó un corro de curiosos formando un círculo que no se animaba a penetrar la barrera de los altos guardias cuya mirada era dura a diferencia de en la mañana.
En medio del círculo y yacente sobre la arena, estaba el cuerpo sin vida del rubio guapo de cabellera espectacular, incluso en la muerte era sensual.
CONTINUARÁ...
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