El hombre solitario
El héroe sin harem
Capítulo 22: El hombre solitario
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Para cuando las campanas repicaron con fuerza sus notas de alarma y los caballeros cabalgaban por las calles gritando que todos debían guarecerse en sus casas, que todos vieron rotos sus días de felicidad y corrieron a abrazar a sus seres queridos en espera de que pase la violencia y la cordura se impusiera.
—¡No les dejen pasar! —gritaba sir Altus a sus hombres, todo un muro defensivo de espadones y guardapetos pulidos que brillaban a la luz del sol de la tarde.
—¡Vamos, no se detengan, tenemos la ventaja! —gritaba a su vez Rex, sujeto a las espaldas de uno de los golems. Se hallaba frustrado, no entendía cómo fue que los caballeros les cortaron el paso tan rápido.
«Fue como si alguien les hubiera avisado, pero eso es imposible, me aseguré de no tener ningún espía o traidor entre mis hombres».
Una figura más se acercaba a ese chocar de aguas furiosas contra el hóstigo del puerto: una joven mujer.
—Princesa, ¿qué hace usted aquí? Es peligroso, regrese al palacio.
—¡No pienso huir! Vine a ayudar en lo que sea, no soy una inútil para ver todo de palco tras las faldas de mis damas de compañía. ¿Cuál es la situación? ¿Es cierto que son los Farm?
—En efecto, este es un nuevo intento de hacerse con el trono. En cuanto a nuestra situación, debo admitir que no es buena. ¡Cubran el flanco derecho, que su valor no ceje ni reculen terreno! Disculpad, los retuvimos al principio con la caballería, pero nuestras tácticas no sirven contra esas cosas.
—Entiendo. ¡Están avanzando!
—Debemos retroceder, esperar al resto de la caballería blindada.
—¿Es cierto que Rex lidera a los atacantes? —El anciano no le respondió, solo la vio con gesto de pena y asintió.
Saltaron por los aires como si fueran simples peleles, así de poderosos eran los golpes de los pétreos que avanzaron con una cadencia de pasos respetable para su peso y tamaño.
Arqueros disparaban flechas en vanos intentos de dañar al enemigo, que, inmutable, avanzaba sin importar nada.
—¡Tina, sir Altus!
—Sir Amador, su enviado me avisó del peligro —dijo el hombre, sin revelar nada más respecto a Eros, no sabía si su existencia debía manejarse a la ligera o con sumo recato.
—Menos mal. Las cosas no tienen buena pinta. Vi guardias a caballo que alertaban a la población, ¿no sería mejor que estuvieran aquí?
—Son guardias de caballería ligera, los mandé por si acaso, no sé a ciencia cierta con cuántos efectivos cuenta el enemigo; ya mandamos a la caballería pesada, pero no pudimos retrasarlos mucho. ¿Tiene alguna idea de a qué nos enfrentamos?
—Son los golems de Alpecia.
—¿Alpecia? ¿Ella forma parte de todo esto? —preguntó Tina.
—Retrocedamos, estamos muy cerca de esas cosas. Sí, son sus golems, pero no quería llevar a cabo un golpe de estado, solo quería causar tremendo berrinche; Rex la manipuló y él lidera a todas estas cosas. No se preocupe, sir Altus, por lo que vi, todos estos golems son los únicos que hay.
—Eso solo puede saberlo la tonta de mi prima, ¿dónde está?
—A salvo en las alcantarillas, de donde salieron todas estas cosas. No te preocupes, no irá a ninguna parte, la dejé atada a un pilar. Yo no fui, como te lo dije, fue Rex.
—¿Cómo te enteraste de todo esto? —preguntó la jovencita.
—No hay tiempo para explicar. ¿Alguna idea?
—Aunque contemos con el resto de los caballeros y la caballería, dudo mucho que podamos derrotarlos. Fue una gran suerte que su mensajero me haya avisado del peligro, pero plantar cara y retroceder cada vez más es lo único que podemos hacer.
—El muro perimetral del palacio está a dos calles de distancia, ¿tienes alguna idea? —preguntó Tina, que contrario a lo que se esperaría de una noble de palacio, mantenía una actitud de fría calma, atenta y lista para enfrentar la lucha.
—Se me ocurre una, pero necesitamos más gente.
—De eso no te preocupes, pedí a los miembros del gremio de aventureros que resguardaran la entrada del palacio.
—¿Cuál es su plan, sir Amador?
—Ordene a sus hombres retroceder hasta la entrada del palacio, los quiero descansados para formar un muro que los retenga justo en ese lugar; los aventureros rodearán a esas cosas y desmontarán a los Farm.
—¿Crees que resultará? Los caballeros de sir Altus, nada pudieron lograr contra esas cosas.
—Es porque trataban de derribar a los golems, eso es inútil, la caballería fue hecha para aplastar a soldados de infantería o derribar otros jinetes, es inútil cuando se trata de cosas mucho más grandes. Si te fijas bien, los hombres de Rex no van dentro de esas cosas, solo están encaramados a sus espaldas, parados sobre salientes rocosos que ni siquiera tienen estribos.
—¡Claro, no los necesitan porque los golems son lentos a diferencia de los caballos! —exclamó Tina.
—Que buena observación, sir Amador. Esa será nuestra ventaja. Mis hombres están más que dispuestos; retrocedamos, es peligroso seguir permaneciendo aquí.
El muro de valor encapsulado en armaduras cedió terreno, parecía que no iban a presentar más resistencia.
—¡Hemos ganado! Avancemos, debemos aprovechar antes de que venga la caballería.
Los golems avanzaron con la cadencia de pasos más rápida que podían permitirse. Se detuvieron al ver a ese grupo heterogéneo de guerreros y magos agrupados con poses valerosas pero indisciplinadas en una peña compacta.
—¡No tengan miedo a los magos! ¡Los golems son inmunes a la magia! —gritó y avanzaron hacia las rejas.
«¿Por qué no atacan? Tienen magos; aunque inútiles, deberían lanzarnos algo», pensó y sus dudas fueron respondidas cuando del flanco izquierdo aparecieron caballeros. Corriendo en fila, les bloquearon el paso.
—¡Ahora! —gritó Tina y los aventureros corrieron a flanquear a las moles pétreas.
Ocupados en golpear a los valientes caballeros de Tanya, no repararon que incluso simples campesinos podían desmontar a un noble caballero de su corcel si este se dejaba rodear, incapaz de avanzar.
«Hijos de puta. ¡Tú!». Los ojos de Rex se clavaron en el rostro del héroe al reconocerlo entre la multitud. «Debí encargarme de ti en primer lugar», pensó con ominoso gesto en su varonil rostro. Quiso avanzar hacia el hombre, pero sentía las primeras manos sujetándole las pantorrillas.
—¡No me toques, memo!
Cambió de idea, pensó en el ajedrez, si acorralaba a Tanya, el juego terminaría a su favor sin importar qué.
Manejó a su golem con maestría pese a que era un novato, pero era hábil, siempre lo fue. Se encaramó a las espaldas de un golem sin su conductor y una vez en sus hombros, saltó sobre la muralla de espadones.
Muchos abrieron la boca al ver a algo tan pesado saltar sobre ellos y luego correr hacia la reja.
No aminoró su marcha, el golem combó el metal como si fuera lo más fácil del mundo y entró a los jardines del palacio.
—¡Amador, sígueme! —gritó Tina.
Ambos corrieron tras Rex, su mole pétrea era más lenta que un caballo, pero de todas formas su carrera era inalcanzable; para empeorar las cosas, vieron por el rabillo del ojo, que otro golem les pisaba los talones.
El Farm les cortó el paso y ambos apretaron las mandíbulas por la impotencia.
Varios gritos resonaban a sus espaldas.
—¡Quítennos a esta cosa! —grito la princesa y un nutrido grupo distrajo al hombre de Rex.
—Sigamos.
—Ve tú por delante, no sé dónde puede estar tu madre —sugirió Amador, por lo que Tina corrió lo más rápido que pudo.
El interior del palacio era un desastre. Como toro en una cristalería, el golem arrasó con todo a su paso. Las figuras inertes de algunos guardias e incluso personal de servicio del palacio, yacían inmóviles sobre la cerámica o el alfombrado ensangrentado.
«¡Mamá!», pensó Tina creyendo que el corazón le saldría por la boca al ver las dobles puertas astilladas y colgando sobre los goznes.
—¡No lo hagas! —gritó la hija al ver las amplias espaldas de su primo, el cual, trataba lo mejor que podía para que su golem se estirara y alcanzara a Tanya.
La reina parecía levitar sobre el golem. Amador notó que no era la mujer haciendo uso alguno de magia, su pose era incomoda, la conclusión: Eros la sostenía desde la parte de atrás de su capa real.
La mole se quedó quieta y Rex giro el torso para ver a su prima.
—Es suficiente, has perdido, todos tus hombres han sido detenidos por sir Altus —le informó Amador.
—No, todavía puedo coronarme con el olivo y el laurel.
—¿Acaso estás loco? Hablas como si te creyeras el héroe de una sangrienta batalla, pero solo eres un tipo que se cree con derechos por ser el hijito de papi, por lo que escuché, solo eres un don Juan.
Rex no entendió la referencia, pero supo con certeza que fue insultado. Giró de nuevo y su golem plantó cara a ambos.
—Todavía puedo huir, me abriré paso hasta el puerto.
—No hay tiempo, por favor, no empeores tu situación —le rogó Tina, se veía que, pese a que tenía el ceño fruncido, las lágrimas estaban por recorrer sus blancas mejillas.
—No, ya lo jodí bastante, prefiero luchar.
—Basta. No podemos dejarte ir, seguro planearás alguna estupidez luego, eres muy peligroso para permitir que escapes.
—Esa es la actitud, es por ello que me caes bien, héroe de otro mundo.
—Ex héroe de otro mundo. Hasta que vengan los refuerzos que no podré detenerte la gran cosa, pero lo intentaré.
—Haz lo que tengas que hacer —dijo cerrando los ojos, luego, lanzando un grito, fue contra Amador.
El latinoamericano saltó en el último segundo hacia un lado. El golem atravesó la gruesa pared como si estuviera hecha de papel y varillas japonesas, huyendo por el pasillo. Eros, cansado, depositó en el suelo a Tanya que fue abrazada por su hija.
Con un valor insano que no se sabía poseer, fue tras Rex. Los gritos de las sirvientas resonaban en sus oídos; no eran necesarios para ubicar al fugitivo, el rastro de destrucción era a todas leguas visible.
La gran escalera curva que bajaba hasta el salón de baile estaba siendo destrozada por el peso del golem. Más allá de los amplios ventanales estaba el patio, y, colindando con aquel, el muro perimetral; si Rex lo atravesaba, sus intentos de fuga podían verse coronados con el éxito.
Ralentizó su marcha, no quería que su bruto rocoso se hundiera con las escaleras, eso hizo que Amador le alcanzara, el cual, viendo que no podía bajar por toda esa gradería astillada, decidió dar un gran salto.
—¡Furias del infierno! ¡Bájate, hijo de puta! —Amador no lo hizo, como una garrapata, se pegó a las espaldas de Rex, era la única manera de plantarle cara, sabía que no le llegaba ni a las rodillas al Farm en cuestión de lucha cuerpo a cuerpo.
Forcejearon y cayeron rodando por las escaleras.
Ambos se hicieron mucho daño; junto a sus gemidos, el ruido de la madera cediendo, precedió la muerte.
En milésimas de segundo, la imagen de la película de Indiana Jones en busca del Arca perdida vino a su mente.
Alguien le tacleó con fuerza, tanta, que creyó que se le romperían las costillas, pero ese acto le salvó la vida. El golem no le aplastó, pero sí acabó con la vida de Rex.
—Sir Altus, me salvó la vida.
—Tuve que elegir —dijo el anciano con lágrimas en los ojos. Amador intuyó la pena del hombre por haberlo elegido a él, un desconocido en desmedro de Rex, que de seguro debió conocerlo desde que era un niño travieso que jugaba con Alpecia y Tina.
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La fragancia de las nuevas puertas dobles le llegó a su olfato, los guardias, orgullosos, le saludaron y le dieron el paso para entrar a la oficina de la reina.
—Buen día, sir Amador. ¿Cómo se encuentra?
—Buen día, Su Majestad, me encuentro bien, solo me duele cuando me rio —dijo en parte broma y en parte verdad al mismo tiempo que mostraba su brazo vendado. No era la única parte que tenía vendas, bajo su capa, el héroe parecía una momia mal vendada, consecuencias de haber rodado por la magnífica escalera sin ningún tipo de armadura.
—¿Seguro de querer marchar?, se viene un temporal.
—Lo estoy. ¿Qué va a pasar con Alpecia?
—Gracias a su testimonio y a que abogó por ella, que su pena no será la capital, pero ni yo puedo maquinar algo para que no permanezca años en la cárcel. Amador, mi propuesta para con mi hija sigue en pie.
—¿Cortejarla? Me encantaría, Tina es muy noble y hermosa, mi corazón latió fuerte al verla por primera vez, pero dejará el gremio de aventureros para asumir sus responsabilidades, necesita más la compañía de su mamá que la de un novio. Tengo un amigo que me quiere ver enamorado, pero son diez años de diferencia.
—Disculpe, no debí decir aquello la otra vez.
—Me refería a usted, es muy hermosa y me gustaría quedarme, pero entre ambos hay diez años de diferencia. La gente hablaría a sus espaldas diciendo que es una roba cunas. Con su permiso, Su Majestad.
Tanya abrió mucho los ojos, conmovida por el hombre, inclinó la cabeza como acto de respeto y despedida.
Era una de esas tardes en que la capital veía a los vendedores alistar sus tolderas ante la amenaza de lluvia, el frío viento que corría por lo bajo anunciaba su llegada.
La tímida llovizna caía de a poco y un hombre con vendajes caminaba la calzada al mismo tiempo que trataba de arroparse más para contrarrestar la mordedura del frío y la soledad.
Al notar que se acercaba un carruaje, levantó el brazo herido pidiendo ser llevado, pero el conductor pasó de largo. La lluvia ya comenzaba a caer y un bultito, acomodado en su pecho se movió, era Eros, que no quería asomar la naricita y prefirió seguir durmiendo.
Siguió marchando por la carretera con la lluvia como compañera.
¡No te rindas héroe sin harem!
CONTINUARÁ...
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