Adiós al gris
El héroe sin harem
Capítulo 5: Adiós al gris
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Como de costumbre el bar hedía a culo, pero eso no parecía importar a los parroquianos de ropas grises, solo una cosa salía de la rutina: la ausencia de cierta camarera rubia de cuerpo atlético, coletas infantiles y sonrisa picarona.
—Oye, jefe, ¿y Panta? —preguntó uno de los beodos.
—No sé, le voy a descontar la paga.
—Qué mal, justo quería darle buenas propinas a ese culito y tetitas en punta —dijo y algunos se rieron, celebrando las palabras del tipo que ya empezaba a oler a alcohol.
—Que bien, entonces ya puedes pagar lo que debes —dijo el gigante dueño del bar y las risas estallaron en el local.
Amador no participó en las celebraciones de esos vozarrones, su preocupación se centraba en la ausencia de Panta. Se forzaba a beber la cerveza con mal sabor, siendo sus ojos los que eran honestos por él, mirando con insistencia la entrada para ver si podía reconocer la figura de la camarera entrando por la puerta.
Por un glorioso segundo creyó ver a su interés romántico, pero solo era una mujer chacal, la misma del mercado, pero no venía sola, en vez de los niños, estaba acompañada por un varón de su raza, el cual era el encargado de cargar con el bebé y el niño pequeño
—Aquí estás.
—Hola, ¿me buscabas?
—Panta no durmió en su alojamiento.
—¿Sabes dónde puede estar?
—Panta tuvo una pelea con el negro inútil ese —dijo el dueño del bar que se acercó sin que lo notaran. Giró el rostro y los demás parroquianos volvieron a mirar sus tragos.
—¿Cómo lo supiste? ¿Esta ella...?
—Eso no importa —interrumpió a la mujer—. Tú, humano, ve con esa tarada.
—¿Pero dónde...? —quiso preguntar Amador.
—El teatro abandonado. Llévalo allí —le dijo el gigante a la mujer chacal.
—Pero mi amor, ya es tarde y la cena no...
—Adelántate, le mostraré a Amador dónde está el teatro abandonado.
—Pero...
—¡Ve!, y no quemes el arroz.
—Sí, mi vida —dijo el pobre con un suspiro de resignación y fue a realizar las tareas domésticas con el bebé llorándole justo en la oreja.
—¿Cuánto te debo, jefe?
—Va por la casa —dijo y todos los clientes escupieron la bebida, impactados por escuchar semejante muestra de desinterés económico por parte del semiogro.
—Dile a esa tonta que le descontaré del día y que si mañana no viene, ya no se preocupe por hacerlo. Espero que la cuides bien. —Un hosco remedo de sonrisa cruzo ese rostro cincelado en piedra.
Amador no supo qué decir, tampoco tuvo oportunidad, la amiga de Panta le sostuvo de la mano y lo jaloneó para salir del bar.
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Se dice que un sitio tiene el polvo acumulado como testigo del abandono del hombre y la sociedad, lo que no saben muchos es que el hedor a madera podrida también se enseñorea con lo que alguna vez fue el centro de diversas actividades de diversión o arduo trabajo, todas ya idas en el recuerdo de las personas grises.
Los goznes chillaron lamentándose del silencio, la soledad y la oscuridad de lo que una vez fuera un teatro. Una sombra avanzó entre las sombras, parecía querer penetrar con la mirada las paredes desgastadas y las omnipresentes telarañas.
—¿Panta? —De no ser por el repentino temblor y el sollozo no la hubiera localizado.
—¿Cómo me encontraste?
—Tu jefe, da un poco de miedo, pero es una buena persona ese semiogro. Escuché que tuviste una pelea con Rock.
—¡No quiero volver a escuchar su nombre! Ese perro, ese infiel. ¡¿Cómo pude ser tan estúpida?!
—Qué bien que hayas roto con él. ¿Y si ventilas tu frustración en otra parte?, apenas se puede ver algo en este lugar, salgamos.
—¿Sabes qué?, tienes razón, es hora de romper algo para quitarme toda la rabia que llevo dentro —dijo, se levantó y puesto que tenía la vista acostumbrada a la oscuridad, sus pasos se encaminaron con confianza a lo que parecía un piano abandonado. Agarró una silla y procedió a golpear el fino instrumento con todas sus fuerzas.
No le sacó ni una nota, fue ella la que produjo ruido con la dura silla. Levantó tanto polvo, que lo aspiró y se puso a toser.
—Ya déjalo, salgamos a la calle.
—Quiero ir al bar.
—¿El bar donde trabajas?, olvídalo. Es una pésima idea endeudarte justo donde te ganas la vida.
—Entonces a otro.
—Lo que necesitas es aire puro, no alcohol.
—¡Entonces déjame en paz! ¿Quién eres?, ¿qué buscas? No me conoces de gran cosa para preocuparte por mí, solo soy una estúpida camarera, nada más.
—Eres más que eso. Me haces reír y no te acobardas ante nada, tienes aspiraciones; hablando de eso, ¿qué tal si de nuevo persigues tu sueño?, ya no tienes nada que te ate.
Eso la calmó, sorbió sus mocos, avergonzada que Amador la haya visto, pero en esa oscuridad era muy improbable, de todas maneras, el hombre desvió la mirada como cortesía.
—¿Nos vamos? —dijo y Panta asintió, bajando del escenario.
El lamentar de las puertas al abrirse y cerrase fue el coro que los despidió, el único que podía ofrecer ese sito tan gris.
El soplo de viento que acompañaba el cielo estrellado obligaba a los transeúntes a embozarse el rostro, pero Panta estiró el cuello, para recibir esa inmaterial agua refrescante que trajo tranquilidad al horno de su cerebro.
—¿Estás mejor?
—Lo estoy, hasta me estaba empezando a doler el rostro.
—Neuralgia por el stress.
—¿Perdón? ¿Qué es eso? ¿Eres una especie de doctor del palacio real?
—No, solo lo escuché por allí. ¿Ves que es bueno dejar de preocuparte? No debes pensar en gente que no merece la pena.
—Tienes razón, pero no veo un futuro. ¿Seguir mi sueño? Y si lo hiciera, ¿por dónde debo empezar?
—Mira esto, es un volante que repartía un enano. Dice que en una isla de elfos va a haber una especie de concurso de talentos, déjame ver, el premio es...
—¡La pomada alisadora de cabello!
—¿En serio? No parece la gran cosa.
—¿Bromeas? ¡Es fantástico! Por todos es conocido lo bien que se ve y lo agradable del perfume del cabello de los elfos. Muchos han querido reproducir su fórmula, pero nadie lo ha logrado, tampoco la venden, ni siquiera los nobles con todo su dinero pueden tener la pomada.
—Entonces, es bueno el premio.
—Aquí dice que el primer premio será en una provisión de por vida de la pomada alisadora, ¡increíble!
—Veo que ya estás muy animada. Ustedes, las mujeres, nunca comprenderé su vanidad.
—Cállate, ¿a qué mujer no le gustaría tener una provisión de por vida de esa cosa?
—No la necesitas, te ves genial, incluso hueles, hueles a polvo, pero seguro eso se pasa con una buena lavada.
—Tenías que ser hombre, no entiendes nada. Una chica nunca estará contenta si sabe que puede verse mucho mejor.
—Pero si ya tienes una pinta que tira de espaldas a cualquiera, yo me incluyo.
Panta no le prestó atención, su mirada fija en el volante.
—¿Quieres que le tire una flecha a la chica?, se ve que no te hace caso.
—Olvídalo. —Frunció el ceño ante las palabras del gato alado que bostezaba.
—¿Perdón? —Panta giró el rostro al creer que le hablaba a ella.
—¡Quise decir que olvides tus intenciones si solo te vas a quedar parada aquí! ¿Cómo piensas llegar a esa isla?
—Ese es el problema, es muy lejos, el pasaje no va a salir barato.
—¿Y el sueldo del bar?
—Lo gasté casi todo en el imbécil de Rock e hice un destrozo en el alojamiento, seguro que me botan y de paso tendré que pagar todo lo que rompí.
—Sí, lo escuché, ya me hubiera gustado ver a tu ex huyendo desnudo por la ventana.
—Me dijo que las quería más grandes. —Se sostuvo los senos con sus manos. Amador no pudo desviar la mirada—. Todos los hombres son cerdos.
—Oye, a mí no me metas en el mismo saco que a tu ex amorcito.
—Lo sé, eres buena persona.
—Sí, lo soy, ese es mi problema —dijo y una mirada triste se clavó en los ojos azules de la rubia.
Panta se acercó, sabía por su trabajo de camarera, reconocer la tristeza tras la mirada ebria de los parroquianos; sin importarle el espacio personal, le dio unas palmaditas en el pecho.
—Ay, cariño, la vida te ha tratado mal, ¿cierto?
—No uses tu rutina de camarera conmigo —dijo, cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia su pecho, dibujando una sonrisa de burla hacia sí mismo—. Esa debería ser mi línea.
—Soy yo la que te dice que es mejor que nos vayamos.
—Epa, ¿y dónde quieres que pasemos la noche?
—¡Oye! ¡Y pensar que antes me decías que no te metiera en el mismo saco! ¡Hombres!
—¡No lo dije con mala intención! ¡Lo juro!
—Ya es muy tarde, mejor si hacemos hora hasta que el puerto esté activo.
—¿Entonces vas a ir? ¿Y el dinero?
—Ya se me ocurrirá algo. Mostraré el culo o lo que haga falta, iré de polizón si es preciso.
—No hagas tal disparate, si te descubren, capaz que te arrojen por la borda.
—¿Tan preocupado estás por mí? —preguntó usando un tono de voz de burla traviesa.
—Lo estoy. —El carácter serio de su tono de voz le quitó las ganas de bromear. De nuevo miró al hombre a su lado con toda la atención posible.
»Ya sé, vayamos los dos a la famosa isla de los elfos. No te preocupes por el dinero, yo pago.
—¿Por qué harías algo así por mí?
—No seas vanidosa. No es que la vida me tratara mal, solo que fui lo bastante estúpido y me enfoqué en trabajar, cuando me di cuenta del tiempo, ya era un viejo.
—No eres ningún viejo, te ves bien.
—Gracias. Aunque no lo sea, sé que se me escapó el tren para muchas cosas entre ellas las chicas, muy jóvenes, quiero decir.
—¿Seguro no eres una especie de pervertido?
—¡No lo soy!
—Tranquilo, solo bromeaba. No sé de dónde vienes, pero nunca he visto que condenen a alguien por casarse con mucha diferencia de edad, ya te lo dije, no eres tan viejo. Bien podríamos ser novios y...
Se calló de repente, un rubor cruzó su agraciado rostro, pero ni eso pudo ocultar el verdor del cardenal en su pómulo. Se sobresaltó al sentir como Amador le limpiaba justo aquel con un pañuelo para quitarle el polvo.
—Escucha, yo no he viajado mucho por este mundo, ¿qué tal si haces de mi guía por los alrededores?, hasta la isla de los elfos, yo también quiero empezar de nuevo.
Los rayos del sol iluminaron a los dos, y con el calor volvió el brillo a los ojos de Panta, su sonrisa fue una dulce canción.
—Sí, vamos a la isla de los elfos.
Canto al amanecer, brillo con el resplandor ¡del sol!
Apareciste en mi vida, me llenaste de tu amor.
Siento el calor de tu pasión, sosteniendo tu mano de amor.
Vuelo sobre las olas con las alas que me das ¡amor!
Cantando al sol.
Grises son los días en la ciudad, aplastando incluso al girasol.
Oculto en mi pecho los sueños de juventud.
Camino triste en el mercado, perderé mi juventud.
Saltémonos el pesar diario que mella la ¡juventud!
Cantando al sol.
Canto al amanecer, brillo con el resplandor ¡del sol!
Apareciste en mi vida, me llenaste de tu amor.
Siento el calor de tu pasión, sosteniendo tu mano de amor.
Vuelo sobre las olas con las alas que me das ¡amor!
Cantando al sol.
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El puerto como siempre olía a sal y a esperanza, la actividad era frenética, pero de alguna forma las gaviotas se daban tiempo para ser perezosas en sus constantes chillidos matutinos.
El barco partía, pocas personas miraban alejarse el muelle, salvo dos que saludaban al grupo variopinto que agitaba las manos y, en un inútil esfuerzo, unían las palmas en forma de megáfono para desear buena suerte, a diferencia de la mayoría sobre las olas, ellos no lucían grises.
CONTINUARÁ...
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