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No se debe correr por el bosque

Duro de matar, el isekai

Capítulo 10: No se debe correr por el bosque

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La caída fue muy aparatosa, tanto, que cualquier hombre hubiera visto todos sus huesos, vertebras y órganos internos destrozados, sin embargo, Pasmado tenía la bendición del dios gato: indestructibilidad. Claro que eso no hacía que la sangre dejara de brotar o que las llagas y cardenales no surgieran y que el dolor dejara de atenazarle los movimientos.

«Las princesas», fue el pensamiento que le hizo gruñir en un esfuerzo por incorporarse.

¡Cuánto dolor! Que tentador era el recostarse y soñar despierto viendo el oscuro techo, pero se imaginó a las mujeres sonriéndole con esas perlas por dientes y supo que debía salvarlas del peligro.

Él no era un hombre listo debido a su decisión de que todos sus puntos de estadística se fueran a su atributo de Fuerza, pero incluso él, reconoció el aura diabólica del enemigo que vio como le maltrataban.

Esforzó a sus rodillas y subió escalón por escalón hasta la puerta del sótano. Intentó abrirla, pero algo la trababa desde afuera, salir por allí sería imposible. Bien podía haber usado las hachas, pero esa idea no se le pasó por la cabeza, por consiguiente, bajó los escalones y descansó su pesado cuerpo contra la pared.

«¡Epa!».

Esa sección del muro estaba llena de moho; la pared podrida no aguantó el peso y cayó de espaldas.

«¿Qué es esto?», pensó al ver lo que era un túnel natural formado por la erosión del agua, parecía el agujero hecho por un gusano gigantesco.

Recordó lo bien que olían las chicas y sintió renovados sus deseos de ayudarlas, desechó el miedo y se internó en la oquedad fangosa.

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—Oye, Briana, ¿dónde estás? —dijo Claes al subir con las chicas, frustradas todas por no encontrar nada que ponerse, llevaban en sus brazos, la ropa todavía húmeda con la que huyeron al bosque.

—Claes...

—Tranquila, Noa. Seguro que fue a su cuarto y se quedó dormida —dijo para tranquilizar a la novata. Alaure y Ramsay cruzaron miradas, no estaban muy convencidas de aquello y por lo mismo estuvieron listas para arrojar sus ropas y tomar las armas.

Se quedaron como estatuas al ver el cuerpo de su amiga, estaba sobre la cama, pero a diferencia de Sanae y Chela, el cuerpo de Briana estaba en una pose antinatural, como si fuera una muñeca que fue anudada por una niña traviesa.

Aunque la tormenta pasó y los rayos y truenos no se divertían con el miedo de las chicas, igual gritaron con sus voces agudas, regresando tras sus pasos hasta llegar a la planta baja cuyo piso estaba cubierto por una fina capa de nieve producto de haberse desplomado la pared por culpa de Pasmado.

—¡Qué demonios, esa era Briana! —gritó Ramsay a todo pulmón y no se la podía culpar.

—¿No dijiste que estaba encerrado en el sótano? —dijo Noa.

—Briana dijo eso, y está muerta —dijo Alaure.

—Vamos a verificar —dijo Claes y las chicas fueron a la puerta del sótano, no vieron signo alguno de que aquella fue violentada de alguna forma, los árboles seguían trancando la puerta.

—¿Qué hacemos? —preguntó Noa.

—Opino que nos cercioremos —dijo Alaure.

Las chicas cruzaron miradas y maldijeron por lo bajo. Decidieron retar a la pulmonía y se pusieron las prendas que no estaban secas del todo, con la temperatura tan baja, volvieron a tiritar, aunque no podían saber cuál temblor era producto del frío y cuál debido al miedo.

—No está, el maldito no está —dijo Ramsay que apretó su agarre sobre su arma desafilada.

—No lo entiendo, ¿por dónde pudo salir?

La interrogante de Claes fue pronto resuelta: hallaron el enorme boquete en la pared que conducía al túnel fangoso.

—Regresemos, volvamos a trancar la puerta —sugirió Alaure y todas estuvieron de acuerdo.

Una vez se aseguraron que nadie podría franquear la puerta del sótano, discutieron sobre qué hacer después.

—¡Pero ya lo intentamos y nos perdimos! —gritó Ramsay.

—Entiéndelo, no podemos quedarnos aquí, este lugar es una maldita ratonera —dijo Alaure.

—¿Segura?, ya no tenemos a Dora con nosotras —dijo Claes. Noa no intervenía, solo se limitaba a ver a sus amigas con mirada de perrito asustado.

—La tormenta ya pasó, esta es nuestra oportunidad de hallar el camino a la ciudad. Hay algunas casas antes donde podríamos resguarnecernos.

Como que Noa no se decidía, las chicas miraron a Claes, su voto decidiría su destino.

—Está bien, estoy con Alaure, somos muy pocas para hacernos fuertes en un lugar de la mansión, además, solo mira la pared, ese bastardo bien puede atravesar muros como si nada. Solo lamento que no estemos mejor abrigadas o armadas.

Ramsay negó con la cabeza, pero ya no había nada que hacer, suspiró resignada y con las demás fue hacia la entrada principal, algo innecesario, bien podrían salir por el hueco de la pared, pero el instinto las hizo abrir la puerta.

Pasmado estaba justo delante de ellas.

Gritando, le cerraron la puerta en las narices, algo ridículo, el hombrón solo entró por el gran boquete que causó en su anterior incursión.

Enojadas consigo mismas, se impusieron a su miedo y decidieron atacar al intruso como la anterior vez.

«¿Qué pasa? Seguro el enemigo las está controlando. No debo atacarlas, solo debo abrazarlas para detenerlas».

—¡Cuidado!, ¡quiere rompernos la espalda con su abrazo! —gritó Noa.

Lo dicho por su amiga, las convenció que el hombre no usaba las hachas para rematarlas rápido, de seguro quería incapacitarlas para luego torturarlas a placer.

—¡Acabémosle de una vez! —gritó Claes y comenzó otra desafortunada lucha.

Pasmado solo usaba sus hachas para frenar los ataques y no recibir más cortes, pero sus lentos movimientos no bastaban y más de una vez sintió sus rodillas flaquear por los continuos lanzazos que le daba Alaure; su espalda tampoco salió indemne y gruesas gotas de sangre le pegaron las prendas a su lomo de buey; en cuanto a su estómago, recibió lacerantes cortes, todos mortales de no ser por su gruesa capa de grasa que paraba de manera efectiva las continuas estocadas.

Estoico ante el dolor, continuaba con su deseo de frenar a las chicas.

—Alto, no soy un enemigo —dijo con voz ronca, resollando de tal manera que no podía darse a entender; para empeorar las cosas, recibió una estocada en la garganta que acalló todo intento de formular palabras claras de ayuda o paz.

Sintió que se ahogaba con su sangre y se llevó las enormes manazas a su garganta.

—¡Ahora es cuando! —gritó Ramsay y todas aprovecharon para salir huyendo de la casa.

Maldijeron su suerte; la ventisca de nieve, que creyeron ida, volvió como burlándose de su angustiante situación, causando que se separasen muy a su pesar.

—¡Chicas! ¡¿Dónde están?! —gritaba Ramsay, entrecerrando los párpados y limpiando cada vez sus ojos con los nudillos; trataba de ver a la distancia, pero continuas cortinas níveas le impedían ver más allá de un codo.

—¿Eres tú, Claes?

«No, no puede ser Claes, es muy alta».

—No tengas miedo, soy Ramsay. Agarra mi mano y encontremos a las demás.

La silueta difuminada extendió el brazo; Ramsay, aliviada, estiró la mano creyendo que halló ayuda; por desgracia, aquellos dedos fríos no tomaron los suyos, como tenazas mortales, aferraron su garganta.

La otra mano se unió a la labor maligna de su par, así, ambas trajeron la muerte a Ramsay. Sus ojos quedaron muy abiertos por la sorpresa, pero pronto los copos de nieve cubrieron sus orbes que ya no enfocaban nada.

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Expectoró toda la sangre acumulada en su garganta, respiró hondo y sintió un dolor agudo por la tráquea.

«¿Y las princesas?», pensó y giró la cabeza a los lados. Se rascó la nuca ya que no supo qué hacer.

El soplo de la ventisca fue tan gélido, que le hizo temblar, negó con firmeza con la cabeza y salió de la casa.

«Huellas», pensó y fue rápido tras aquellas, no durarían mucho lo mismo que las vidas de las jóvenes mujeres.

En efecto, todo rastro se desvaneció, por fortuna, conocía a la perfección los alrededores ya sea con buen o pésimo clima, con el auspicioso brillar del sol o la confusión que trae la noche con sus engañosas sombras.

«¿Qué es esto?», pensó cuando sus pies chocaron con algo fofo bajo la nieve.

Escavó y halló el cuerpo yerto de Ramsay. Cuando la levantó, el desafortunado destino se mostró inoportuno.

—¡Maldito asesino! —gritó Alaure y corrió lo más rápido posible para poner la mayor distancia entre ella y él.

«¡Espera! ¡No corras o te vas a lastimar! Espérame, volveré pronto».

Depositó el cuerpo de Ramsay y fue tras Alaure.

De nuevo empuñó sus hachas y las blandió de forma frenética, la razón: las ramas amenazaban con cegarle en tan apresurada como peligrosa carrera por ese ramaje tan duro por el frío.

—¡Detente! ¡Es peligroso!

—¡Aléjate de mí!

No midió ni sus pasos ni su velocidad, el terreno vino en pendiente, pero ni así frenó el ritmo de su huida. Al girar su rostro, vio como el hombrón agitaba sus hachas de forma demencial.

—¡Ayúdenme! —fue lo último que gritó; tan distraída estaba mirando hacia atrás en plena carrera, que no vio la lanza natural que salía del árbol grueso y así se empaló ella misma.

—¡Nooo! —gritó Pasmado, pero ya no hubo nada que pudiera hacer por la joven que fue víctima de su propia confusión.

CONTINUARÁ...

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