Malentendido en el abismo
Duro de matar, el isekai
Capítulo 7: Malentendido en el abismo
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Puede que en los centros urbanos la nieve sea motivo de curiosidad, momento ideal para el juego de los pequeños que se entretienen esculpiendo muñecos de nieve para que luego, aburridos, los destruyan sin compasión alguna; en el campo, la nevada representa la muerte, y en el caso presente, su mortal significado era acentuado por una mancha roja que salió del cuello de Dora cuyo cuerpo produjo espasmos antes de yacer inmóvil para toda la eternidad.
Con las armas melladas y con puntas romas, no podían hacer frente a semejante monstruo, menos en medio de la tormenta de nieve, por consiguiente, fue Gamba quien ganó tiempo para sus compañeras.
El grupo de mujeres se separó por el pánico.
—¡Ven, hijo de mala puta! ¡Tu aliento apesta tanto como las entrañas de la perra que te parió!—gritó Gamba para azuzar al oso a ir tras ella. No tuvo miedo alguno, después de todo, era la guerrera del grupo.
El oso, como es natural, no la entendió, no obstante, percibió el olor de furia en las venas de la mujer. Gamba supo que su situación era desesperada, pero no reculó en su camaradería.
«Mierda, la nieve retrasa mis pasos, a este ritmo el oso me va a alcanzar, debo hacer algo aunque sea desesperado», pensó con decisión, mirando a todos los lados, pero no hubo nada que le diera una idea de cómo salvar aquella situación tan mala como una navaja lamiendo tu garganta.
Los bramidos del oso se oyeron tan cerca, que incluso pudo sentir su vaho apestoso; luego del asco inicial: dolor, mucho dolor, dolor en pleno vuelo el cual no cesó cuando se estrelló contra un árbol debido al zarpazo del plantígrado.
Dio un gemido y comprobó que una de sus costillas estaba rota, pero no tuvo tiempo de detenerse, solo se palpó la frente y comprobó que sangraba.
En medio de innumerables cascadas blancas que caían, vio un poderoso mazo negro: las zarpas de la bestia.
Se agachó y continuó su carrera que la condujo al borde de un cañadón muy profundo.
«¿Será el mismo que tuvimos que rodear para llegar a la casa?», pensó, pero no podía saberlo, la nieve transformó todo el paisaje circundante hasta hacerlo irreconocible del día anterior.
El rugir del trueno y del oso coincidieron, obligando a Gamba a girar el torso y enfrentar al enemigo. Cualquier escapatoria le fue negada, tendría que enfrentarse con una espada que estaba en tan lamentable estado, que ni desprendía reflejo alguno cada vez que el rayo azotaba cruel.
Se sintió orgullosa; no escaseaban aquellos que decían que las aspirantes a caballeros de la academia eran putas que solo escoltaban a damiselas de la corte, pero ella, ella era en verdad la amante de la marcialidad y todo lo que ello conllevaba.
No bastó, el oso la despanzurró con un solo zarpazo.
Tal vez fue la adrenalina, pero en lugar de buscar sus tripas, tanteó la nieve en busca de su inútil espada. El oso babeó ante la perspectiva de cebarse de carne humana, ¡de sangre de mujer!
«Carajo, no así, no así».
Abrió la mandíbula con colmillos amarillentos, uno de ellos voló por los aires al contacto de un puño poderoso con nudillos tan grandes como remaches de barco: Pasmado llegó para salvar a la chica.
Se levantó en sus patas traseras y extendió sus zarpas, enorme, como un peñasco negro que rompía todo el albo alrededor, un agujero atemorizante en esa blancura, no obstante, Pasmado no se dejó intimidar, con un gruñido porcino se estrelló contra el monolito de pelos y músculos y, dando berridos, le obligó a retroceder a base de alardes de fuerza bruta.
Por los ojos del oso pasó un brillo de sorpresa; él, que era el señor del bosque, nunca tuvo que retroceder, menos ante las fuerzas de un simple humano, pero el hombre que de forma insana retaba sus fuerzas, era un bruto musculoso como ningún otro.
Pareció como una madre abrazando a su cría, pero Pasmado sintió el lacerar de músculos y apretó los dientes creyendo que le estallarían las venas del cuello seboso por el esfuerzo sobrehumano de retar a tremenda bestia ansiosa de carne humana.
El peso del oso le obligó a doblar la columna hacia tras, pero Pasmado, tozudo, en ningún momento retrocedió siquiera un paso. Mugiendo como el torpe, pero poderoso buey, volvió a enderezar la columna.
«Es muy fuerte, no puedo ganarle, pero debo salvar a la princesa», pensó con angustia, entonces, en un destelló de inspiración poco habitual en él, decidió que si no podía frenar el embate de la bestia, la desviaría a otro lado.
—¡Uf!
Por un segundo apoyó todo el peso de su cuerpo en una de sus rodillas, creyó que aquella estallaría, pero su acción dio frutos: luego de retroceder un paso, giró y empujó a la bestia a un costado, hacia la oquedad del abismo.
El plantígrado de pesadilla no pudo evitar caer por el barranco, quedando de aquel, solo su bramido que se perdió con el viento silbante de la tormenta.
«¡La Princesa!», pensó y, pese al cansancio, pese al dolor o la sangre que se le escurría de brazos, hombros y espalda, fue presto hacia Gamba.
—¿Estás bien? —fue la pregunta estúpida que salió de sus gruesos y duros labios.
—¿Por qué no usaste las hachas?
—¿Qué? ¡No me acordaba! ¡Tonto, tonto, tonto!
La guerrera sonrió ante la candidez del hombre, quiso reconfortarlo, pero su rostro se apagó en ese gesto que le dio paz.
—Oye, oye, ¿estás bien? Oye, estás herida, no te duermas, iré por tus tripas, deben de estar por aquí, no te vayas.
No fue difícil encontrarlas en medio del albo suelo, las tomó con las manos y se acercó al cadáver sin saber qué hacer.
—No te mueras —dijo llorando, hubiera continuado sus lamentaciones, pero un grito rasgó el aire.
—¡Hijo de puta, aléjate de ella!
El grupo de mujeres se acercó, malinterpretando la situación.
Pasmado bajó la vista y depositó lo más rápido que pudo las entrañas de Gamba al lado suyo. Se incorporó de manera torpe, negando con la cabeza repetidas veces.
—¡Bola de fuego! —gritó Chela y de su báculo surgió un orbe ígneo de respetables dimensiones; tal esfera mortal salió disparada hacia Pasmado, quien, lejos de rodar encima de la nieve, solo atinó a agitar los brazos de manera torpe y encaminarse hacia el abismo donde cayó el oso.
Mugidos lastimeros ante ese fuego napalm hicieron eco cuando su figura en llamas cayó hacia el abismo, el cual era tan profundo, que pese al fuego, no se iluminó la sima oscura.
—¡Gamba!
Corrieron hacia su amiga, sabiendo que todo era inútil y por lo mismo las lágrimas eran el anticipo a la resignación.
—¡Dioses, dioses! —gimió Nova al ver el cuerpo de su amiga.
Gamba reposó en los brazos de sus compañeras con una expresión de serenidad, más bella que la nieve en los ramajes del bosque.
—Se ve tan en calma —dijo Claes y se puso a llorar, lo mismo que todas.
El viento no se mostró piadoso y empezó a morder la piel de la cara.
—Debemos irnos —dijo Briana.
—Espera, primero hay que arreglar a Gamba —dijo Ramsay, y todas limpiaron lo mejor que pudieron a su fallecida compañera, sin importarles el asco de la sangre y las vísceras expuestas.
Lo mismo que con Sanae, juntaron sus manos en sublime oración; rezaron por ella, cruzaron miradas y retaron una vez más la tormenta de nieve.
Al cabo de un tiempo, supieron que su marcha era inútil.
—¿Qué vamos a hacer? Si seguimos yendo en círculos vamos a morir de hipotermia —dijo Alaure.
—Dora murió, ni siquiera sabemos dónde está su cuerpo, seguro la nieve ya la enterró —dijo Claes.
—Odio decir esto, pero debemos regresar a la casa —sugirió Chela, que del grupo, era la que tenía el aspecto más lamentable, tanto así, que parecía increíble que hubiera podido articular palabra alguna.
Nadie más dijo nada, tampoco hubo tiempo de meditarlo, solo cruzaron miradas y decidieron ir tras sus pasos. Maldita decisión la de haber abandonado la mansión victoriana, solo causó que sus compañeras murieran.
La frustración se hizo evidente cuando volvieron a divisar la casa, era imposible hallar la salida del bosque, pero retornar al lugar del cual huyeron resultó muy fácil, tanto, que quisieron escupir al cielo, y lo hubieran hecho de no ser por el viento inmisericorde.
—No puedo creerlo, la puerta está cerrada. ¿Alguien tiene la llave? —preguntó Alaure, pero nadie las tenía.
Entre todas tumbaron la puerta, los goznes permanecieron incólumes, pero la cerradura y la chapa se vieron afectadas a tal grado, que fue imposible cerrarla de la manera normal.
—Pongamos los árboles para trancar la puerta, no queremos otra fea sorpresa —dijo Briana con lo que todas se pusieron en acción.
Orville, el gato de Pasmado se acercó dando maullidos. Las chicas, al recordar a su amo, empezaron a arrojarle cosas y el felino huyó espantado.
Halló un hueco y su cola le rodeó el cuerpo, así halló calor y se puso a meditar sobre la ingratitud de los humanos que hasta hace un momento le acariciaron, preguntándose dónde estaría su humano, el pobre, tan inocente, tan tonto, tan vulnerable afuera de la casa. El bosque con sus agradables pinos y abetos, no era más que el yunque de la tormenta de nieve con su manto níveo de frío y muerte.
CONTINUARÁ...
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