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Entre sábanas y muerte

Duro de matar, el isekai

Capítulo 8: Entre sábanas y muerte

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Arriba la reina era el soplo del viento y la nieve, traía muerte donde antes moraba la vida y el canto de las avecillas; abajo, algo mucho más siniestro en la sima del abismo, nada crecía allí, salvo la lamentación perpetua de la oscuridad, condenada a ver el lejano brillo del sol sin poder beneficiarse de su calor, en medio de paredes rocosas que nadie podía escalar, sin embargo, alguien retaba ese dominio negro.

Los músculos tensos, brazos y piernas sudorosas por el esfuerzo, parecían prendidos en llamas por el efecto del calor de la sangre en las venas, no cesaría el noble bruto en su deseo de auxiliar a otros seres humanos.

«Las princesas, debo ayudarlas. No sé qué pasó, pero un raro fuego me rodeó, espero que estén bien, espero que hayan regresado a la casa».

Siguió con su titánica tarea de vencer donde nadie más lo hizo antes; la oscuridad, no le reclamaría para toda la eternidad en su estómago negro. Él, Pasmado, vencería por ellas.

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—¡Qué helado está! ¡Me muero de frío! —se quejó Chela que de forma continua lanzaba sus vahos a sus dedos que se tornaban azules.

—Es por nuestras ropas, están húmedas. Debemos sacárnoslas y buscar otras —dijo Ramsay.

Eso hicieron, con la mayor rapidez posible se desnudaron, pero lo único disponible para llevar eran conjuntos de ropa interior.

—Qué horror, nos vamos a morir congeladas —dijo Noa que empezó a mover las piernas para entrar en calor.

—No queda de otra, hay que quitar los revestimientos de madera de las paredes —sugirió Alaure.

Nadie objetó, no pudieron usar los árboles que trancaban la puerta ya que no tenían hachas para hacer leña, así que usaron sus desgastadas armas en desbaratar las paredes y así reunieron una cantidad decente para no morir de hipotermia.

—Por favor, que seque rápido —dijo Briana a las llamas de la chimenea de la planta baja.

Las mujeres encontraron confort en el calor, estaban muy juntas para no enfriarse, sin embargo, Chela, tiritaba.

—No guanto más, iré arriba, creo que vi togas —dijo Chela.

—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó Claes.

—Descuida, iré sola —dijo y sin perder tiempo, subió las gradas al segundo piso.

—Pobrecita, con lo friolenta que es, no puede ni conjurar un hechizo para calentarnos de alguna forma —dijo Ramsay.

—Esperen, creo que las togas esas están en el trastero de la planta baja —dijo Noa.

—¿Segura?

—No mucho, Briana.

—Ni modo, Chela ya subió. Mejor vamos a buscar las togas, ¿sabes dónde está el trastero? —preguntó Briana.

—No, no recuerdo, pasaron tantas cosas, mejor nos separamos para buscar.

Como querían alejar el frió de sus cuerpos lo más rápido posible, no objetaron la idea de su amiga y cada una fue por su lado.

Ajena a la decisión de sus amigas, Chela buscaba las dichosas prendas; como se estaba congelando, decidió ir a su cuarto y cubrirse con las sábanas.

«¿Cómo no se nos ocurrió esto?», pensó, concluyendo que debido a los hechos fatales por los que atravesaron, sus mentes no estaban para tener ideas iluminadas y razonar como era debido.

Tomó las sábanas y su cuerpo se estremeció con el tacto helado que tenían aquellas con su piel, pero de inmediato agradeció el calor que su cuerpo empezaba a extender por todo ese conjunto que, en la noche, antes de su ataque, la ayudó a dormir.

«Debo ir a los cuartos de las chicas y bajar más sábanas», pensó.

Se puso diligente y pronto sintió como sus brazos querían rendirse por el peso, sin embargo, quería ser útil, la mortificaba la idea de ser justo ella, la hechicera del grupo, la más inútil debido a su carácter friolento que no le permitía ayudar a sus amigas como era debido.

«Fue un milagro que haya podido invocar esa bola de fuego, aunque no era muy potente que digamos, al menos el cabrón cayó en el abismo».

Cuando quiso entrar a la habitación de Tania para tomar más sábanas, recordó que esta estaba cerrada, por consiguiente, se dio media vuelta para bajar donde sus amigas.

Una de ellas le cortaba el paso al final del corredor, vestía una de las togas de los sectarios, tuvo la misma idea pues estaba cubierta con algunas sábanas.

—¿Alaure? No, ¿Briana? ¿De dónde conseguiste las togas?, ¿y esas sábanas?

Su amiga no le respondió, algo muy extraño; giró el rostro hacia atrás, pensó que no le contestaba debido al miedo, por haber visto algo pavoroso detrás, pero solo oscuridad contemplaron sus ojos.

La situación era extraña, así que avanzó hacia su amiga, primero con pasos confiados, pero luego algo en su interior le dijo que cada paso que daba era la cuenta atrás hacia la muerte.

Extendió el brazo para ver el rostro embozado por las sábanas, pero la figura quieta que antes parecía una especie de espantapájaros siniestro, la agarró por el cuello y empezó a estrangularla.

Ya en el suelo, quiso patalear, usar sus tobillos y puños para hacer el mayor ruido posible y avisar a sus amigas en la planta baja, pero las sábanas apagaron todo intento suyo de llamar la atención en pos de ayuda, fue su propia vida la que se apagó en ese agarre de tenazas de hierro.

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Otras tenazas de hierro: sus poderosas manos de dedos gruesos, vencieron el peligro de la verticalidad y por fin ayudaron a Pasmado a pisar terreno llano, aunque sus pies se hundieron en la nieve.

Su aspecto era lamentable, resollaba por el esfuerzo en una especie de berridos animales, aquello y debido a que estaba cubierto de nieve, haría creer a cualquiera que se trataba de una bestia mítica del bosque.

«¡Las Princesas!», pensó con angustia y sacudió la cabeza y su cuerpo como si fuera un perro rechoncho. Emprendió rauda carrera hacia la mansión victoriana, marcha veloz que transmutó rápido a una caminata torpe por culpa de la nieve que le llegaba a las caderas.

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—Que porquería, no hallamos nada —se quejó Alaure, por no haber encontrado las susodichas togas, una vez todas se reunieron en la planta baja, frente a la chimenea.

—Oigan, ¿y Chela? —preguntó Ramsay.

—Qué raro, ya debería estar aquí. Chela, ¡Chela! —la llamó Noa.

—Subió para buscar las togas, mejor la buscamos —dijo Claes.

—Sí, la pobre puede que se haya desmayado, debimos ir con ella —dijo Briana.

—Está bien. Esperen, ¡maldita sea!, las ropas siguen muy húmedas. Ni modo, tendremos que seguir semidesnudas; carajo, que frío —se quejó Alaure.

—Nos calentaremos al ir a buscarla, vamos —dijo Claes.

Subieron, tratando de estar lo más pegadas posibles, no debido al miedo, sino al frío que las hacia frotarse los brazos.

Agradecieron que las graderías al piso superior eran muchas, así sintieron alivio del frío en sus pantorrillas que les reclamaban por algo de calor.

El corredor estaba oscuro y esta vez sí se pegaron por el miedo a la oscuridad, pese a que ya no eran niñas, sino aspirantes a caballeros, pero el horror vivido hizo que sus miedos florecieran.

—Esperen, escucho algo en la habitación de Chela —dijo Noa.

—Deben de ser sus ruiseñores —dijo Alaure.

—Pero sus aves son mágicas y no hacen ruido —le recordó Ramsay.

Intrigadas, entraron a la habitación, susurrando su nombre.

—Esto es ridículo, no somos damiselas en peligro. Oye, Chela, deja ya de jugar, no es divertido.

Apenas Briana dijo aquellas palabras, el cuerpo de Chela cayó sobre ella. La pobre estaba colgada boca abajo, su rostro, congelado en un rictus de terror.

Gritaron como damiselas puestas bajo el péndulo de la muerte. Salieron al corredor y se precipitaron hacia las graderías, fue un milagro que no se hayan tropezado y causado daño, en especial al bajar las graderías de madera.

—¡¿Qué hacemos, qué hacemos?! —gritó Noa que lloraba de espanto.

—No puedo creerlo, creí que Chela mató a ese bastardo —dijo Alaure.

—¡Deprisa, las espadas! —gritó Claes.

Más de una lanzó un gruñido de frustración al ver el pésimo estado de sus armas.

Se pusieron espalda contra espalda para luego chocar hombros, formando de aquella manera un círculo defensivo extraño, ninguna llevaba ropa adecuada, solo la suficiente para cubrir sus vergüenzas turgentes o el monte de Venus.

Una puerta se entreabrió, lo descubrieron por el gemir de los goznes oxidados, pero el intruso, quien fuera que fuese, no se atrevía a entrar para plantar cara en justo lance.

—Chicas...

—Tranquila, Noa, demuestra valor —dijo Claes.

—Oye tú, cuidador de mierda, te lo advierto, pronto van a llegar nuestras amigas y vas a pagar todo lo que has hecho. Vete antes de que sea demasiado tarde —le dijo Ramsay, pero nada, nadie le respondió.

Los goznes de nuevo gimieron, pero nadie se apareció, ningún humano al menos.

Unos ojitos que resplandecieron en esa oscuridad, antecedieron a bigotitos gatunos y naricita sonrosada: era Orville, el gato mascota del cuidador.

—Nos asustaste, gato de mierda...

Uno de los ventanales que daban al exterior estalló en mil pedazos, lo mismo que la pared, por allí entró Pasmado, sosteniendo hachas en cada mano.

CONTINUARÁ...

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