Prima donna
Corazón grande, corazón pequeño
Capítulo 18: Prima donna
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La Mansión Karlsen era hermosa, una digna representante que emulaba la arquitectura victoriana; los cuartos y habitaciones seguían el mismo patrón y, junto con el invernadero y los jardines interiores adyacentes, era el amplio vestíbulo, la otra joya de la que hacía gala.
Era justo el amplio recinto el que veía la marcha de varias sirvientas yendo de uno a otro lado tratando de decorar cada rincón con motivos festivos; incluso ordenaron a Joselyn dejar sus ocupaciones diarias para con Sinem para sumarse a las idas y venidas de robots cargando serpentinas, globos y variados adornos.
Aunque nunca visitó otra mansión o casona señorial, sabía que aquellas tenían la escalera de la entrada adosada a una de las paredes al frente de la entrada; las más suntuosas, poseían una escalera que no estaba pegada a la pared, sino semicircular en una esquina del vestíbulo. La mansión Karlsen estaba en otro nivel: dos escalinatas dobles que conducían al segundo piso, formaban un semicírculo queriendo emular los brazos del anfitrión de turno, invitando al abrazo, al cobijo para con los huéspedes, se rumoraba que fue inspirado en la plaza central de la catedral de los dioses de la reconciliación, allá, allende los mares, en el continente.
Lo que más le sorprendió a Joselyn, fue la pintura que pusieron sobre las magníficas esculturas y estatuas estilo Grecia y Roma antiguas. Del color blanco del mármol, pasaron a figuras de un color chillón, tanto, que hería a la vista, es más, estaban envueltas en cintillas de colores e incluso algunas tenían sombreritos de fiesta.
«Que feo, no combina nada de nada la elegancia de siempre con la fiesta que pretenden dar. Me preguntó a quién están esperando, nadie me dice nada», pensaba Joselyn, dándose el lujo de parar un segundo el continuo trajinar y acercarse a la entrada principal para ver mejor el despliegue de tanto color en las paredes, estatuas, escalinatas y barandado de hierro forjado.
Tan distraída estaba que no se percató que alguien abría la puerta y se situó justo al lado del robot:
—Por los dioses, le dije al tío que no quería nada de extravagancias. —Un suspiro de mujer concluyó esa queja interior que fue expresada en voz alta.
—Pero ¿quién...? —se movió inquieta dentro de la cabina por la sorpresa.
»¡Cielos! ¡Es usted! ¡Chicas, chicas!
El resto de sirvientas dejó lo que estaban haciendo y giraron el torso de los robots hacía la exclamación de la novata. Semejantes a hormigas viéndose sorprendidas, hubo un caos en el amplio vestíbulo que por lo general era testigo de la sobria elegancia y el discreto decoro de visitantes ocasionales.
Supo que su reacción era exagerada, pero no pudo evitarlo; la comisura de los labios tenía las líneas del carácter, lejos de verse como arrugas, le daban a ese rostro de ojos verdes relucientes como esmeraldas y cabello rojizo, color siena, una belleza madura que muy pocas mujeres tenían. Era la prima donna, la cantante que entonó el himno la vez del partido entre gigantes y humanos, la primera vez que fue al estadio con su padre.
—¡Señoritas, guarden la compostura! Todas formen fila y alguien avise al señor Riggs respecto a la llegada de la sobrina del amo Karlsen. ¿Dónde está Joselyn? Allá estás, ¿qué haces?
—¡Perdón! —. Reaccionó a la pregunta de Margaret y se acercó más a la giganta—. Señora, señorita, permítame ayudarle con la valija. Bienvenida a la mansión Karlsen —dijo con una reverencia, al mismo tiempo que todas formaban a los robots; Margaret, con aplomo, se acercó a la recién llegada y la invitó a sentarse.
Vestía con la elegancia propia de la época, la amplia falda no halló problema alguno al posarse sobre el sillón; la jefa de las sirvientas, ordenaba que le llevaran uno que otro bocadillo y refrescos.
Unos pasos apresurados se escucharon bajar por la escalinata de la derecha, era el señor Riggs que, como siempre en estos casos de retar al tiempo, mantenía el paso veloz, pero digno.
—Señorita Mette, no la esperábamos tan pronto. Enviamos a alguien a recibirla...
—Cambié mi horario. En la terminal no encontré a nadie, no fue su culpa, no debí apresurarme.
—El pobre seguro se angustiará al no verla, mandaré a uno de los muchachos para que le indique que regrese.
—¡Tía Mette! ¡Qué alegría verte de nuevo! Contaba los días que faltaban para nuestro encuentro —exclamó Sinem que bajaba ansioso, el cuello estaba desarreglado por las prisas de ver a su pariente.
—Mi buen Sinem, ¿acaso has crecido? Te ves más lozano, tu sonrisa no tiene la timidez de un niño, veo la alegría llena de seguridades de un joven, ¿quién es el responsable de esto?
Se ruborizó, sin proponérselo, desvió la mirada a un robot, el mismo que cargó con la maleta de viaje de la cantante de ópera.
La mujer inclinó un poco el rostro, lo bastante para poder ver de reojo al robot de Joselyn, pero lo bastante discreta como para que nadie pudiese decir que giró esa bella faz suya. Solo el gato pudo escuchar con sus orejas privilegiadas, una especie de risita proveniente de la mujer quien, giró el rostro al escuchar a Ole Karlsen bajar y lamentarse por el carácter impredecible de la mujer.
—¡Bienvenida seas, sobrina mía! Me dejas a medio vestir, el buen Riggs viene y me comunica tu presencia, menos mal que mi pulso es firme y la navaja de afeitar no se mofó de una posible torpeza mía.
—Perdóname, tío, pero ¿acaso no acostumbras a levantarte más temprano que nadie?
—Solo Riggs se levanta más temprano, y, ejem, la señorita Margaret, aquí presente, pero prefiero afeitarme sin la ayuda de nadie; en cuanto a este día en particular, preferí darme un lujo extraño: dormir más de la cuenta. Descanso necesario dada tu naturaleza similar a una tromba marina y que agota a este viejo cada vez más.
—Te quejas, simulas ser quejumbroso, pero sé que te encanta tenerme aquí, tanto que, para extender mi visita, me ruegas ser la profesora de Sinem, no me quejo, una petición así jamás la rechazaría, eres ladino, astuto y si se trata de mi adorado sobrino, no te culpo, es más, te lo celebro.
—Veo que la señorita Sackville también se encuentra presente, ella también es de las primeras en levantarse, después de todo, es la sirvienta personal de Sinem.
—Ya veo, creo que comprendo, sí, uno más uno es igual a dos —dijo con una sonrisa, mirando la cabina de Joselyn, la cual se sintió atravesada por esa mirada de pestañas larguísimas.
El mayordomo Riggs carraspeó y las sirvientas le dieron los buenos días a los gigantes y la bienvenida a la prima donna.
—Déjeme arreglarle el cuello, señorito Karlsen. Solo será un momento y se verá presentable.
—Yo lo haré, veo que usted, señorita Sackville, le ha mimado mucho en mi ausencia, lo cual me alegra, pero quiero recuperar el tiempo perdido, seguro mi familia quiere que le ponga al corriente respecto a mi viaje. Riggs, que alguien se encargue de mi valija; por favor, tráigame a mi gato, lo hallará en la entrada —dijo y Joselyn hizo la reverencia propia de las sirvientas con su robot.
El señor de la mansión ofreció la mano huesuda y cubierta de manchas propias de la edad a una mano femenina envuelta en un guante de seda. Luego de levantarse, se encaminaron a la magnífica escalinata curva, los pasos no se oyeron porque la alfombra roja extinguió cualquier crujir.
—¿Qué noticias me traes del ancho mundo? ¿Los hombres siguen siendo necios sin importar bajo que cielo moren?
—¿Qué puedo decirte?, solo el carbón de las minas Karlsen trae el progreso y la alegría a las personas, aparte de eso, este mundo dejó de ser mágico hace mucho, a donde sea que vaya todo es gris y aburrido...
El mayordomo siguió tras los gigantes; Margaret, por su parte, ordenó que todas volvieran a lo que estaban haciendo antes de ser interrumpidas. Joselyn fue hacia la entrada del vestíbulo, abrió una de las enormes puertas dobles y miró hacia el equipaje de Mette.
Similar a una jaula para un ave gigante, estaba cubierta por un paño que lo cubría casi por completo. Gracias a la fuerza del robot pudo levantarlo sin problemas; antes de entrar a la mansión, le venció la curiosidad, acercó la jaula a la cabina y levantó la tela.
El rugido poderoso del tigre de la Malasia, casi hace que ensuciara la falda de sirvienta; en cuanto a Garibay, el pobre gatito saltó del asiento, fue de un lado al otro tratando de huir, pero no pudo hallar salida alguna.
Fue extraño, aunque jalaba las palancas del robot, el modelo Servitor se quedó congelado, como si el golpe de la herrumbre le hubiera dado de lleno a los engranajes internos y el fuego del carbón hubiera transmutado en el frío viento de Jutlandia.
—Tranquilízate, por favor. Ven aquí, sé un buen gatito. ¿Ves?, no puede hacernos nada, es solo otro gato y se encuentra enjaulado. —Acarició con suavidad al copiloto peludito, cuidando de no hacerlo a contra pelo, eso causaba que dejara de ser manso como un cordero y sacara a relucir los instintos felinos.
A la par que se calmaba el gato, el robot volvió a ser operativo.
«¿Qué fue eso? No entiendo, esto jamás me lo dijeron en la academia o tal vez me dormí justo en esa clase», pensó, pero decidió no profundizar más en el asunto, tenía un encargo, bajó el enorme paño y chica, gato pequeño y gato grande, entraron en la mansión, sus corazones, grande y pequeño, seguían latiendo con fuerza.
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Los ojos verdes parecían reflejar la lobreguez de ese cielo encapotado; el viento, piadoso con los mortales, empezó a soplar, pronto el celeste del cielo volvería a cobijar las colinas y el lago.
—Adelante, puede pasar.
—Con permiso. ¿Me mandó llamar, señorita Mette?
—Sí, quería hablar con usted, señorita Sackville. No te asustes, no tengo ninguna queja, es más, creo que la buena salud de mi sobrino te la debo agradecer... ¿Es mi gatito? ¿Te da miedo? No te preocupes, es un amor, se llama Michicito —dijo, al tiempo que, sentada en la butaca, acariciaba al tigre. De michi y de diminutivo tenía lo que un trol tiene de príncipe, por nada del mundo Joselyn se animaría a darle un baño, si Garibay se rebelaba ante esa idea, no quería ni imaginarse las protestas del gran felino de mirada torva de carnicero.
»Se ves algo inquieta, ¿le sucede algo? ¿Tiene que ver algo con mi buen Michicito?
—Disculpe, pasa de que su..., gato, me hizo recordar algo extraño cuando cargué la jaula. Resulta que rugió y mi gato, Garibay, se asustó y de pronto mi robot dejó de funcionar.
—Entiendo, eso fue por causa de las piedras de corazón de rubí. Verás, el carbón de las minas Karlsen trajeron la prosperidad al mundo, pero fue la iglesia que descubrió las propiedades de las piedras de corazón de rubí. Con ellas los robots pueden moverse, el carbón solo no basta.
—Es magia, ¿verdad? Pero ¿por qué se necesita de un gato como copiloto? ¿Por qué no bastan los humanos?
—Por la desconfianza de los de mi raza. Se descubrió hace tiempo que algunos animales no huían de los gigantes. Se necesita solo una piedra para lograr que se mueva un robot, aunque su movimiento es limitado; la otra, la del gato, es el seguro... Si un humano se rebelara contra nosotros, es la piedra del gato la que haría que no pudiera dar ni un paso, los animales son puros a diferencia de los humanos, ellos jamás atacarían a un gigante. Se le llama el protocolo corazón grande, corazón pequeño.
»Suena bonito, romántico incluso, es solo hipocresía, es la carga de nuestros antepasados, incluidos los tuyos. Es el precio que hay que pagar por el pecado de antes, todo es falso, incluso el himno, ¿sabes algo al respecto?
—Sí, mis padres me dijeron algo, pero no sabía lo de los rubíes.
Las nubes se retiraron y los rayos del sol entraron por la ventana, el color cerulean de las alturas por fin podía verse, pero no hubo calor, ese día no lo habría, tal vez mañana.
CONTINUARÁ...
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