Paraíso de colores y fragancias
Corazón grande, corazón pequeño
Capítulo 16: Paraíso de colores y fragancias
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La mañana era nublada, el viento soplaba bajo, indicando de aquella manera que la tormenta castigaría con golpes áureos las lejanas colinas que vestían colores azulados, claro indicador que las faldas vestían heladas polleras pedregosas.
Junto con el rumor de criados y sirvientas, el suave arrullo de la ligera llovizna daba un toque calmo, pero triste al exterior de la mansión. Los empleados, esas hormigas humanas, iban de aquí para allá con premura para cumplir las ocupaciones, solo un robot permanecía de pie frente a una de las enormes puertas, llevaba un carrito de comida de dimensiones exageradas, no podía ser de otra manera, porque el desayuno estaba destinado para un gigante, el más jóven de la mansión.
«Bien, Joselyn, ya estamos aquí. Fueron unos días de arduo trabajo, pero muy llevaderos, en serio, en la academia insisten en volver difícil lo fácil», pensaba esa y otras cosas para darse valor. Fue el maullido de Garibay, el empujoncito que necesitó para tomar el picaporte y abrir la puerta. Era como si el gato le recriminara por pensar tanto en vez de ponerse en acción.
—Buen día, señorito Karlsen, espero que haya tenido un buen descanso. Por favor, desperécese que el desayuno está listo. Antes debe asearse el rostro.
Fue hacia la ventana y recorrió primero las cortinas exteriores, rojas como la sangre y gruesas para no permitir entrar cualquier luz, las tomó con cuidado y las puso en el alzapaño correspondiente. Las sábanas parecieron quejarse y revolverse ellas solas como queriendo expresar su protesta por ser tocadas por el brillo del nuevo día.
Recorrió las cortinas interiores, que parecían el fino tul de una dama y de esa manera el brillo del nuevo día expulsó todo atisbo de penumbra, salvo la que se encontraba bajo la cama o los muebles estilo rococó.
El joven gigante no tuvo más opción, con un pequeño quejido intentó despegarse de las sábanas, el rostro todavía estaba adormilado, pero de improviso, abrió mucho los ojos al recordar quién iba ser su sirvienta personal a partir de ese día.
—¡Buen día! Lamento no haber despertado a tiempo, este, Joselyn —dijo algo cohibido, tanto que jaló las sábanas para cubrir el pecho que todavía no era amplio como el de un adulto.
—Buen día, no tiene porqué disculparse, digo, no tienes de qué disculparte, Sinem. ¿Está bien así? ¿Eso de tutearte y no hablarte de manera formal?
—No te angusties, puedes hacerlo mientras estemos a solas, después de todo, somos amigos, ¿cierto?
—No te equivocas. Espera, te acomodaré la almohada. Listo —dijo y sacó de un compartimento del carrito de comida, una fuente de agua con una toallita. —Sinem la tomó sin necesidad de salir de la cama, la humedeció y con ella se aseó el rostro. Una vez terminado, Joselyn los tomó y los puso de nuevo en su sitio, sirvió el desayuno: cereal y leche.
—¿Qué haremos hoy? ¿Crees que el clima mejore? Espero que no se desate una tormenta, no temo a los rayos ni a los truenos, pero no creo que pueda ir a los jardines.
—Estará lloviznando un poco más, pero se pasará cuando regreses del baño, así que no le digas adiós a tu paseo por el jardín.
Eso alegró a Sinem y tomó el cereal con la cuchara, a diferencia de Joselyn, soplaba el contenido para no quemarse los labios. La isekeada lo observó con una mirada tranquila y una sonrisa calma en los labios sin darse cuenta; Garibay, el gato copiloto, estaba concentrado en ver los paneles de vidrio de la cabina; muy entretenido con el enrejado gótico o miraba hacia otras dimensiones como se dice que hacen los de su especie.
El joven gigante insistió en asearse solo, lo que incluía lavarse los dientes, Joselyn no objetó al considerar que su nuevo amigo merecía privacidad, tanto así, que tampoco lo ayudó a vestirse como si fuera un niño pequeño o un invalido. Quiso, eso sí, ofrecerse para anudarle los cordones de los zapatos debido a lo débil de su corazón, pero algo le dijo que tuviera más confianza en el heredero de la casa Karlsen.
—Tenías razón, los rayos del sol iluminan la casa. Solo se escucha el goteo de las gotas de lluvia que caen de los techos, ¡allí vienen las aves con su canto!
—Sé que lejos de la ciudad hay más pájaros, pero ¿no crees que son demasiados? Lo mismo con las macetas de la mansión, ¿por qué hay tantas si tienes todo un invernadero?
—No lo sé, creo que es porque en tiempos antiguos, mi gente, vivía en las montañas y páramos que eran roquedales, nada de flores o pájaros, supongo que siempre quisimos vivir rodeados de la naturaleza, naturaleza llena de plantas, y aves. Las veces que fui a la ciudad, vi que mi gente pone empeño en rodearse de plantas; ponen pajareras semejantes a las que tenemos aquí, pero las aves no vienen, supongo que es por la contaminación.
—Debe ser eso. Es bonito escuchar a las aves en la tarde, pero temprano en el día son muy ruidosas.
—Cierto, a veces me sorprendo al pensar en cómo puedo dormir con tanto bullicio en las mañanas. ¿Son las aves las que te despiertan?
—No, en mi cuarto tengo un reloj que da campanadas. Las otras sirvientas están acostumbradas a despertarse a la misma hora todos los días. ¿Listo para tus estudios o prefieres ir primero a los jardines?
—Si el clima no empeora, prefiero ir a los jardines y estudiar allí. Antes quisiera ir a saludar al abuelo.
Joselyn hizo que el robot de forma masculina asumiera una pose de sirvienta levantándose la falda, de esa manera indicaba que no tenía objeción alguna. Llevando el carrito de comida, acompañó a Sinem a la oficina de Ole Karlsen.
El jovencito golpeó con educación y luego de que la voz del anciano le autorizara a entrar, abrió las puertas dobles francesas y entró para ver al anciano en compañía de Riggs.
Joselyn se sorprendió con el cambio brusco en el rostro del dueño de las minas; de parecer una estatua adusta, mirando unos papeles que el mayordomo Riggs le mostró, pasó a suavizar la faz para saludar a su nieto, era la viva imagen de un abuelito cariñoso, incluso le llamó para abrazarle y darle un beso en la mejilla, algo que hizo que el joven se ruborizara, seguro sabiendo que una jovencita de su misma edad lo observaba todo.
Riggs sonreía a la humana, la pose era firme, en espera que su señor se pronunciara:
—Veo que asumió como la sirvienta personal de Sinem, bien, muy bien. Como puede ver, señorita Sackville, mis tareas me tienen ocupado desde muy temprano en la mañana, ¡todos los días!, no dispongo del tiempo suficiente que quisiera para pasarlo con mi nieto. Dejo a Sinem bajo su cuidado —concluyó el anciano sin dar reverencia alguna, de todas maneras, Joselyn se apuró en contestar:
—¡No se preocupe, señor Karlsen! Puede confiar en mí, le aseguro que el señorito cumplirá el plan de estudios y de paso se relajará bajo mi cuidado.
—Qué alegría escuchar eso, ¿no te parece, Riggs? ¿Viste que tengo un buen ojo para el personal? Aunque creo que tú viste el potencial de la señorita Sackville antes de presentármela.
—Solo indiqué el cuidado que tuvo con el joven amo, señor. Usted tuvo el buen tino de ofrecerle un puesto en la mansión luego de escuchar su historia.
—Solo hice valer lo justo, nada más. En fin, Sinem, no descuides tus obligaciones, eso sí, tómate un descanso de vez en cuando.
Así se lo aseguró el nieto y junto con Joselyn, salieron a la entrada de la mansión, la que daba al jardín y la fuente central.
La isekeada siempre se sorprendía con la extensión del jardín frontal, tras la reja principal, era un espacio abierto de respetable extensión, dividido en cuatro espacios con una fuente de piedra labrada al centro. Arbustos enormes que reflejaban un distintivo arte topiario, adornaban las esquinas, no obstante, todo ese verdor palidecía al entrar en los jardines interiores, a la izquierda, mirando el camino principal que conducía a la mansión.
—La llovizna de la mañana mojó los asientos, ¿vamos al jardín interior? —preguntó Joselyn—. Tal vez quieras que te traiga una tumbona de adentro.
—No creo que me concentre acostado en una tumbona. Me pregunto si estará igual de húmedo en el jardín interior.
—¿Y si vamos al invernadero? Está cubierto y podrías estudiar allí. Solo espero que los pájaros no estén tan ruidosos.
—No lo creo, pasó la mañana, será relajante repasar las notas y escuchar las aves.
Decidido el asunto, ambos fueron al jardín interior.
Parecía aquel más pequeño que el exterior, sin embargo, solo era una ilusión, de hecho, era más grande, cosas como banquetas, arcos de arbustos y otros elementos, le daban la apariencia de ser más pequeño.
Era un ambiente de ensueño para pasear o sentarse en una de las banquetas de diferente diseño que hacían juego con el arco de arbusto, que, como una capucha, cubrían las banquetas. Pasaron por el puente decorativo y observaron a los pequeños peces; las plantas, a diferencia del jardín principal, rehuían el verde por flores de exuberante color en donde los colores morados, violetas y lilas, eran los predominantes en un paseo colmado de fragancias.
Cualquier persona hubiera decidido descansar en ese remanso de paz, solo perturbado por el canto de los pájaros que sí sonaban con la tonalidad apreciada por los humanos, no obstante, el joven gigante era un caso especial, uno que exigía poner más cuidado del requerido para los demás mortales. El corazón de Sinem era débil, anclado a un cuerpo nada robusto; para agravar las cosas, el rostro gentil y hermoso como el de una niña, igual a una flor, y por esa naturaleza misma, fácil de ser aplastada ante el menor embate de la adversidad.
—¿Qué te parece si vamos al invernadero? Allí está cubierto, no estará mojado.
—¡Que buena idea! Y el lugar es óptimo para escuchar a las aves; las pajareras, casi puedes tocarlas con las manos.
—Me gustan las aves, pero creo que están demasiado cerca para mi gusto, creo que se me van a estrellar en la cara.
—Pero no tienes nada de qué preocuparte, tu cabina te protegerá de cualquier ave despistada.
—Temo que me confundan con una estatua y me cubran de sus cariñosos regalos que luego se vuelven en ¿guano? No recuerdo la diferencia entre guano y salitre.
—El guano se origina de las deposiciones de las aves; el salitre, son los elementos químicos depositados en las orillas de los desiertos.
—¡Qué bien! Tu maestra no tendrá nada de qué quejarse de que estudias por tu cuenta. Y hablando de ella, no sé de quién se trata, traté de averiguarlo, pero ni Margaret o el señor Riggs me dicen nada..., perdón, a veces soy curiosa.
—No te preocupes, es alguien que de seguro te sorprenderá, no puedo decírtelo para no arruinar la sorpresa, pero descuida, pronto se acerca el día en que venga a la mansión para tomarme el examen —dijo con una risa cristalina que precedió ese secreto que hizo que Joselyn se mostrara más interesada, tanto, que le suplicó a Sinem que se lo contara, pero el joven mostró una entereza que no reflejaba su exterior y se mantuvo firme.
Fueron al invernadero y pese a las palabras de la sirvienta al expresar sus reparos con las aves, Joselyn observó todo con la boca abierta, de la misma forma en que lo hizo la primera vez que vio dicho lugar.
Era el paraíso, el invernadero con los cristales muy similares a la cabina del robot con el enrejado gótico, ostentaba tener varias plantas venidas desde todos los lugares del ancho mundo. Lo mismo que el jardín interior, las plantas de tonalidades purpúreas eran la mayoría, brindando a todo el lugar los aromas más perfumados provenientes de lo más exótico del mundo vegetal.
En la pared norte estaba la joya de los jardines: un árbol flamboyán gigantesco que databa de tiempos del abuelo del Ole Karlsen, cuando el invernadero no se construyó. La base estaba cubierta de otras flores exóticas, por el recio tronco se construyó una escalera en caracol que subía hasta las ramas inferiores de ese portento natural coronado con flores rojizas semejantes a un mar de fuego embravecido que no despedía sal, solo fragancia.
Debajo de las ramas más bajas se erigió un descansillo circular, lugar donde estaba una mesa y un par de sillas; hacían juego con las pajareras ubicadas en las ramas inferiores y las aves, de amarillento plumaje, iban de flor en flor queriendo emular el galanteo del picaflor.
Era una de las joyas de la mansión Karlsen y hacia allá fueron los dos jovencitos en ese momento del día que despedía lo gris de las nubes gracias a un viento que prometía algo más que amistad.
CONTINUARÁ...
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