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Ole Karlsen

Corazón grande, corazón pequeño

Capítulo 13: Ole Karlsen

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De no ser por las expresiones de sorpresa en los rostros, todas esas caras hubieran parecido ser esculpidas en piedra, así eran los gigantes, tal vez el tamaño daba a la tez la dignidad del mármol y su belleza.

La gerencia no desentonaba en estilo arquitectónico al que podría encontrarse en los barrios humanos, pero a causa del tamaño, para Joselyn, imponía respeto y miedo a partes iguales. Solo el canario se veía ajeno a cualquier emoción humana, parecía un engranaje más del robot, uno con movimiento de tictac que no dejaba de saltar en la pequeña jaula.

Entró al interior, todo se veía ordenado con excepción de los escritorios, le recordó al caos organizado visto en lo que ella insistía era una alucinación cuando fue al burocrático cielo regentado por gatos de todas las formas y colores.

—Señorito Karlsen, haga el favor de permanecer aquí. Iré donde vuestro abuelo a informarle que se encuentra en este lugar. Por favor..., señor, cuide del señorito, no le permita deambular por allí, sería desafortunado que él y el señor Karlsen se cruzaran por la mina sin encontrarse en medio camino.

—No se preocupe, señor, no nos moveremos de aquí, se lo prometo.

Satisfecho con la promesa de Joselyn, que Riggs salió rápido de la larga oficina de la gerencia, las zancadas abarcaban muchos metros, pero de alguna forma mantuvo la pose digna que se suponía debía tener un mayordomo.

Tan firme y recia era la estructura, que apenas se cerró la puerta, que el sonido de emergencia de las bocinas calló hasta convertirse en un rumor sordo.

Estando nerviosa como estaba, elevó la mirada al techo y vio un elemento humilde: calaminas de hierro, no eran pequeñas, correspondían a todo elemento en el mundo de los gigantes. Joselyn intentaba calcular el peso de esas enormes planchas con forma de olas en un lago calmo, cuando la voz de Sinem la sacó del ensimismamiento:

—Perdón, sé que esa palabra no basta para todas las molestias que te ocasioné este día, pero no sé qué otra cosa más decir, lamento mucho haberte metido en problemas. —El tono del joven gigante era más confiado, seguro por verse entre los suyos y en un ambiente más familiar.

Joselyn hizo dar la vuelta al robot, lo hizo sin darse cuenta, realizando varios movimientos de palancas que parecieron ir en automático dentro de su cerebro. No sabía qué tipo de emoción saldría triunfante en esa ventana pequeña que se abrió cuando Sinem movió esos labios delicados en ese rostro un tanto afeminado.

Enojo, preocupación, sorpresa, ¿incluso atracción? No podía decidirse, por lo mismo, que su boca balbuceó algo ajeno al caso:

—Oye, dime, tú. ¿Crees que podría alzar esas cosas? Digo, las calaminas. Soy muy fuerte, quiero decir, soy un hombre muy macho y muy fuerte.

El joven la miró con atención y acalló una risa de manera elegante, cubriendo sus labios con el puño. El ruido sordo de la alarma por fin se detuvo, pero los dos no se dieron cuenta cuenta, perdidos en mirarse con detenimiento. Joselyn mirando con atención los ojos de su interlocutor; Sinem, tratando de imaginarse la apariencia del que estaba tras ese velo tosco de metal.

Los pasos sonaron veloces, pesados y precedieron al abrir de la puerta cuya manilla se estrelló en la pared causando que ambos jovencitos dieran un salto del susto.

—¡Sinem! ¡¿Dónde te metiste?! ¿Acaso no supusiste que me tendrías angustiado? Estaba tan azorado que creí que iba a exhalar el último vaho.

Así habló nada más ni nada menos que Ole Karlsen, señor de todas las minas de carbón. Lo mismo que Riggs, era un anciano de columna recta y hombros envarados; los lentes estaban en la punta de una nariz que brillaba por las pequeñísimas gotas de sudor causadas por la intempestiva carrera; su cabello era blanquecino, toda una diferencia con el bigote que, pese a la edad, se negaba a ceder al tiempo, terco y estricto, cortado y peinado con rigurosidad más por un ingeniero que por un barbero.

Aunque todo el mundo tenía a Ole Karlsen como alguien distante y flemático, el anciano hizo gala de una reacción sanguínea, más propia a la de un abuelito cariñoso que a la de un gerente severo: en un par de zancas se acercó a al nieto y lo abrazó como si aquel hubo vuelto de un periodo de convalecencia con adversos pronósticos.

El mayordomo estaba detrás de su señor, cerraba la puerta a los curiosos, dándole de esa manera privacidad a nieto y abuelo, solo el robot era mudo testigo del encuentro familiar.

—Perdóname, no quise preocuparte. Todo fue mi culpa, me perdí, por fortuna, me encontró en la mina y me llevó hasta aquí —dijo con un poco de dificultad. Ole Karlsen, pese a la edad, tenía la vitalidad de cuando era un gigante de mediana edad que entraba recién al crepúsculo de la vida.

—¿Un minero? Un humano por lo que veo —dijo y se separó del nieto. Se acomodó los lentes y miró con detenimiento al robot—. Deseo agradecerle el haber ayudado a mi nieto, creo que un bono pecaría de mustio ante el servicio que me ha prestado. ¿Puedo saber vuestro nombre?

Llegó el momento, Joselyn se vio acorralada, lo sabía y por lo mismo decidió rendirse y dejar de pensar en absurdas soluciones o excusas, empeoraría las cosas mintiendo.

La cabina del robot se retrajo y reveló la figura de una jovencita de cabello dorado.

El anciano elevó un poco las cejas, solo un segundo para luego fruncir el ceño, no mucho, se jactaba de saber el nombre de todos sus empleados, incluidos los humanos y estaba seguro que una mujer no figuraba en la plantilla de los socavones.

—Veo que aquí hay una historia, una que tendría que preguntar al capataz, pero no creo que eso sea necesario, ¿no lo cree así, señorita...?

—¡Joselyn! Sackville Joselyn, a su servicio, señor —dijo con aprensión y el instinto le hizo tomar el casco de minero para tratar de estrujarlo con las manos de lo nerviosa que estaba, acción inútil puesto que no era un sombrero.

—¿Qué opinas, Riggs? Sonríes igual a un abuelo que descubre la travesura del nieto adorado. ¿Desde cuándo sabías que el buen minero era una cenicienta? —preguntó dándose la vuelta y encarando al fiel mayordomo con una sonrisa acusadora.

—Mi señor, es bien sabido que los mineros son trabajadores de hosco carácter y trato duro. Cuando vi al señorito, me acerqué y me percaté que la señorita Joselyn le daba el trato que solo una madre daría al hijo querido.

—¿En serio? —dijo y volvió a mirar a Joselyn. Lo jocoso del asunto hizo que Karlsen adquiera cada vez más un tono rosáceo en la tez, volvió a emplear un tono acusatorio e incluso señaló con el dedo a Joselyn, la cual, pobrecita, no se percataba de que el anciano iba en chanza y por esa ignorancia se asustó:

—¡Mil perdones, señor Karlsen! ¡No fue mi intención entrar así en su mina! Solo que, yo, yo...

«Papá, no quiero meter a papá en problemas».

—Jovencita, el modelo Koloss Mk.6, no es un juguete, podría haber puesto a su persona y a los demás en un peligro, lo sabe, ¿no es así?

La chanza disfrazada de sermón fue interrumpida por el estrépito de la puerta. Un robot minero trataba de entrar, sin embargo, tal acción quedó trunca ante la intervención de recios gigantes que le sostenían lo mismo que si fueran guardaespaldas interceptando a un atacante.

—¡Papá! —gritó Joselyn. Sin haber visto al piloto de la cabina lo supo enseguida, ¿quién más interrumpiría de esa manera en la oficina principal de la mina?

—Abuelo, ordena a los hombres dejarlo, no creo que haya venido a causar daño.

—Eso es obvio, Sinem, querido, por lo de la piedra de rubí... Tranquilos, muchachos, el señor Sackville y mi persona vamos a tener una pequeña charla, les mandaré a llamar si la situación lo amerita. Bien... Hamilton, ¿verdad? Por favor, hágame el favor de pasar.

Como la otra vez, Riggs cerró la puerta y el padre de Joselyn abrió la cabina para balbucear un saludo al dueño de la mina, se notaba que ni en sus más locos sueños se imaginaba conociendo en persona al viejo Karlsen.

Ambos robots se situaron uno al lado del otro, los pilotos tenían rostros cariacontecidos y hasta las moles que pilotaban parecían tener una pose sumisa.

—Como se dice en esas obras teatrales poco iluminadas: "La trama se complica". ¿No es así, mi fiel Riggs?

—Es como usted dice, señor. Y permítame el atrevimiento de recordarle que mencionó una historia detrás de todo esto.

—Cierto es. Y viendo lo apretado de mi agenda, creo que convendría a mi horario que usted, Hamilton, dé las explicaciones del caso.

Padre e hija se miraron. Joselyn bajó la cabeza y Hamilton, que tuvo que tragar saliva para darse valor, contó el motivo para que Joselyn entrara a la mina.

La erubescencia mermaba en el rostro de Ole Karlsen, contrario a los rostros de padre e hija, cuyos rostros erubescentes, denotaban vergüenza.

—Por favor, amo Karlsen —dijo Hamilton, dispuesto a arrodillarse si fuere necesario—, disculpe a mi hija, le prometo que esto no volverá a repetirse, se lo prometo por mi honor.

—¡Papá! Señor Karlsen, soy yo la que debe rogar, le pido, por favor, que no despida a mi padre, toda la culpa la pienso asumir yo.

—Abuelo, no juzgues muy duro a Joselyn y a su padre. Mira que ella me ayudó en la mina y su padre solo buscaba lo mejor para su hija.

El anciano miró con detenimiento al nieto, luego al par de humanos. Se pronunció semejante a un juez presto a dar sentencia:

—Mi posición me obliga a juzgar con severidad, Sinem, no obstante, hay que tomar en cuenta las circunstancias atenuantes; después de todo, mi alto cargo me impele saber más respecto a la situación de todos bajo mi cargo, en especial los mineros, que son los hijos que traen la prosperidad a este mundo.

»Hamilton, haré de la vista gorda en vuestro caso, tampoco deberá temer por su compadre. Tomaré las medidas del caso para que sea atendido como debe y no sufra su relación laboral para con la compañía Karlsen a causa de la enfermedad. En cuanto a su hija, ¿cómo imponerle castigo si lo que hizo es encomiable? Tratar de aprender, superarse en la vida, jamás debe ser objeto de oprobio.

»Me dijo que necesita de practica para retomar el examen de graduación, pues no tendrá mucha si sigue operando un modelo Mk.6, buena máquina por cierto, pero no es apta para que su hija vea su deseo realizado. Le diré lo que he decidido: permitiré que su hija sirva en mi mansión, así podrá familiarizarse con un modelo de robot más adecuado para el examen que pretende realizar. Claro que la única paga que tendrá será la experiencia adquirida. ¿Le parece bien?

—¿Qué si me parece bien? Señor Karlsen, ¡le estoy muy agradecido! No sé cómo podría pagarle tanta bondad.

—No diga más que es lo justo. En cuanto a usted, jovencita, espero que cuide a mi nieto con el mismo empeño que demostró este día, pienso que lo mejor es que sea su sirvienta personal, así no tendrá tanta carga como cualquier otro personal bajo la atenta mirada de Riggs.

—¡Muchísimas gracias, señor Karlsen! ¡Le prometo que pondré todo de mí!

—Muchas gracias, ningún nieto puede jactarse de tener a un abuelo tan bueno.

—Me vas a hacer sonrojar. ¿Qué dices, Riggs? ¿Crees que la joven Joselyn se desempeñe bien en la mansión?

—Con toda seguridad, señor. No creo que sea buena idea dejarle a cargo de la limpieza de los ventanales góticos o la fina cristalería de la casa desde el primer día, pero confío que mejore.

—Se lo prometo, señor Riggs. ¿Puedo llevar a mi gato? Se supone que debo, debemos acostumbrarnos el uno al otro hasta que venga el examen de la academia.

—Por supuesto, eso facilita las cosas. Eso sí, serás responsable de él en todo momento.

La jornada no acabó en drama, es más, el padre acabó estrechando la mano (la del robot) con la de Ole Karlsen, cosa que también hizo Joselyn, viendo así cumplida su fantasía, pero de forma curiosa, no le dio tanta importancia a comparación de estrechar la mano de Sinem y ambos compartir una sonrisa sincera sin la coraza de la cabina de por medio.

CONTINUARÁ...

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