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Mamita cansada

Corazón grande, corazón pequeño

Capítulo 20: Mamita cansada

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Las predicciones de Joselyn se hicieron realidad para su pesar. Cuando el jefe de mecánicos, Mcmahon, se enteró de lo sucedido, supo interpretar de forma correcta las palabras de Riggs y ordenó a la pobre chica bajar del robot y dar vueltas alrededor del hangar.

La pobre sudaba con profusión y el mismo Clarence intervino a su favor con tal vehemencia, que el hosco hombre consideró quitarle el castigo; para desgracia de la novata, justo ese momento vino Margaret, la novia de Clarence y la jefa de las sirvientas, llamó a Joselyn y le dio la reprimenda de su vida, ordenándole ir a uno de los robots y palear el carbón hasta entrada la noche.

Fue curioso cómo se invirtieron los papeles, siendo Mcmahon el cual se mostró conciliador para con Joselyn, pero Margaret se mantuvo en sus trece y no le quitó el castigo.

Por lo anterior dicho, que no fue de extrañar que, al día siguiente, en la mina, una adolorida Joselyn conducía al robot de forma no muy prolija como la acostumbrada.

—¿Estás bien? Caminas raro —dijo Sinem, al tiempo que con la mano se despedía de Riggs el cual inclinaba un poco el torso y ponía la mano sobre el pecho de la manera que acostumbraban los mayordomos.

—Me duele todo el cuerpo, Luego de que acabé de palear el carbón, supe que necesitaba de una pomada; no quería pedírsela a Margaret, fui con Miranda: tiene cara de pocas pulgas, pero se apiadó de mí y pude frotarme todo el cuerpo. No me pasó algo así desde que estaba en la academia.

—Lamento mucho esto, quise ir contigo, pero Riggs se puso firme y no quería que el abuelo se enterara.

—Hiciste bien. Cielos, Margaret es muy buena persona, pero cuando se enfada no hay nadie que la pare.

Llegaron al área de la cancha, no tenía pared, solo una malla olímpica rodeaba el lugar. A diferencia de un estadio profesional, aquí podían ver que solo la sección norte tenía diez filas de asientos para los humanos; la sur, contaba con tocones gruesos reservados para los gigantes.

—Allí están las oficinas, mejor dejó el robot aquí y voy a pie —dijo para luego hacer que la mole de metal se sentara con el torso muy pegado al suelo como se acostumbraba en la academia y en el hangar de la mansión, tomó a Garibay, lo metió en la cesta y a la par de unos gemidos, abrió la cabina dispuesta a bajar.

Su amigo la ayudó y aquello hizo que dejara de gemir a cada momento, aliviando las quejas de sus músculos.

—Espérame aquí, no quiero que deambules por allí y te pierdas, seguro que el señor Riggs me grita.

—Oye, no pienso hacer eso. Permaneceré aquí, y te cuidaré el robot.

—No creo que alguien intente robárselo, de todas maneras, por favor, no te separes de él... No quiero que otra chica te rescate como yo lo hice, algo me dice que eres enamoradizo.

—¿Qué dijiste? No te escuché con claridad.

—¡Nada! Bueno, ya voy, regreso en seguida. Vamos, Garibay, no te asustes, gatito.

Las oficinas de la cancha eran humildes, una anciana surcada de arrugas estaba tejiendo una bufanda, parecía tan mayor que Joselyn creyó que se desintegraría allí mismo, se acercó con cautela y le habló usando un tono bajo de voz.

—Buen día, señora, este, disculpe, ¿puede oírme? —. Al ver que la anciana no se percató de su presencia, se adelantó un poco para que estuviera en su campo visual.

»Buen día, señora. No sé si se lo comunicaron, pero vine para registrarme en el equipo, ¿hola?

Nada, ni una reacción, la anciana continuaba con el tejido. Cuando Joselyn se preguntó qué podría hacer, que vino de un rinconcito soleado un gato angora, se notaba que estaba viejo, pero caminó con dignidad hacia la anciana, saltó sobre el regazo luego de poner mucho empeño en acumular fuerzas en sus patas traseras y le maulló.

La anciana dejó lo que estaba haciendo y vio al gato o al menos eso le pareció a Joselyn, los parpados de la mujer cubrían por completo los ojos.

—Hola, niña, ¿qué haces aquí?

—Buen día, señora, me llamo Joselyn Sackville. Vine para registrarme en el equipo, no sé si lo comunicaron antes.

—¿Equipo? ¿Qué equipo? Ya me acuerdo, el equipo. Sí, sí, bueno, ¿cómo dijiste que te llamabas?

—Joselyn Sackville, soy la sirvienta de la mansión Karlsen. Se supone que debo inscribirme en el equipo de la mina.

—¿Quieres ser una minera? Vaya cosas, en mis tiempos no se permitían mujeres mineras, ¿qué vendrá después? ¿Qué las mujeres voten? —dijo y se rio con dificultad, Joselyn temió que le diera un ataque de tos.

»Perdona, en qué estaba, así, ¿a qué has venido?

«Ay, no puede ser. Mejor pregunto si hay alguien más».

—Disculpe, busco a la señora Olga Toov, dirige el equipo de balón mano-once de la mina.

—Con ella hablas, hijita.

«¡Genial, voy a tardar una eternidad en este sitio! Tranquila, chica, recuerda que hay que tener paciencia con los ancianos, ¡tú lo fuiste una vez!».

—Es un placer, señora Toov. Soy Joselyn Sackville y vine para ser parte del equipo de balón mano-once.

—Sí, creo que recuerdo algo. Vino alguien, un mozo de muy buen ver, rubio y de ojos azules, me recordó a mi finado esposo, tan guapo que era...

«Seguro habla de Clarence, ese hombre es comedido».

—¿Recuerda que le habló de mí? —interrumpió a Olga, no fuera que su memoria se perdiese en recuerdos de antaño y olvidara la presencia de Joselyn, teniendo que comenzar todo desde el principio.

—Sí, dijo algo, sobre una chica, no me acuerdo... ¡Claro, la nueva miembro del equipo! Menos mal que viniste, nos falta un miembro, ¿o eran dos?

«¡Sí, por fin!», pensó aliviada la isekeada.

—Esa soy yo, señora Toov.

—Llámame Olga, hijita, ¿qué puedo hacer por ti?

—Registrarme, vine a registrarme en el equipo.

—Claro, claro, déjame buscar los papeles, ¿dónde los puse? —La anciana hizo un intento de levantarse, tan lento, que el gato viejo sobre el regazo no vio la necesidad de saltar al piso.

—¡No se levante! No se preocupe, solo dígame dónde y qué papeles buscar, que yo se los busco y se los traigo.

Una sonrisa cálida y desdentada arrugó más ese rostro imposible más parecido a una ciruela pasa que a otra cosa. Le indicó a que gavetero debía ir y la naturaleza de los formularios que debía buscar.

Fue pronta a buscarlos y por fortuna los encontró en un santiamén. Temió por un momento que el llenado de aquellos tomaría una eternidad, pero la memoria de Olga era buena para aquella labor, se notaba que lo hizo innumerables veces.

Quiso despedirse porque le pareció mucho tiempo el transcurrido y temió que Sinem se aburriera, no obstante, a la oficina entraba un grupo de humanos.

—Oye, mamá Olga, ¿sabes de quién es el robot de la entrada y quién es el niño bonito gigante a su lado? ¿Quién eres tú?

«¿Niño bonito? Serás atrevido, igualado», pensó sacando de su mente su lado de anciana.

—Hola, me llamo Joselyn Sackville y soy la nueva miembro del equipo de balón mano-once. El señor Karlsen ordenó que me inscribiera aquí. El joven de la entrada es el señorito Karlsen, el nieto del dueño de la mina.

Todo el grupo se quedó tieso con rostros pasmados, mirando los de adelante a la sirvienta y a la anciana, moviendo el rostro como si presenciaran un partido de tenis; los de atrás, se dieron la vuelta y estiraron el cuello para poder ver mejor a Sinem.

—Este, no sé si se los comentaron, pero días antes vino alguien de la mansión Karlsen para hablar respecto a mi inscripción.

—¡¿Qué?! ¡Mamá Olga, no nos dijiste nada de esto! —gritó uno, acercándose a la anciana.

—¿No se los dije?

—¡No, ni una palabra!

—Qué se le va a hacer, saben cómo es la mamita. En fin, Joselyn ¿verdad? Muéstrame los formularios, parece que los completaste.

—A ver, quiero mirar.

—¿En serio ese es el nieto del amo Karlsen?

Joselyn así lo afirmó y contestó otras dudas de quienes resultaron ser los jugadores. Era un grupo variopinto de hombres y mujeres, iban con sus mascotas-copilotos; resulta que, si bien no existía cosas como las mujeres mineras, las había que trabajaban en otras áreas como la pulpería o en este caso, el equipo de balón mano.

—Mejor no retrasemos las cosas, que no queremos que el joven señorito se sienta solo y se vuelva a perder por allí —dijo alguien que hizo que los demás se rieran, no es necesario decir que a Joselyn la broma no le causó la menor gracia—. Comenzaré las presentaciones. Bueno, ya conoces a la señora, nosotros le decimos mamá Olga de cariño. En fin, yo soy Dacre Dabney, defensa central derecha y este bulldog a mi lado es Bandido. —Dabney era un tipo alto que tiraba a corpulento.

»El enano a mi lado es mi hermano, Dakota, defensa central izquierda, el otro buldog al lado es Pirata. —Para nada era de escasa estatura; Dakota, lo mismo que Dabney, eran dos tipos con igual reciedumbre que el padre de Joselyn.

»Este pelón es Damon Caldwell, defensa lateral izquierda y el bonito dálmata suyo se llama Naricita Fría.

—No te burles o capaz que te quedes igual.

—Puede que sí, seguro me vería mejor —le contestó y todos se rieron.

»Mack Babcock, el defensa lateral derecha, el galgo se llama Ayudante. Mack, apestas para los nombres.

—No molestes, Dacre, a él le gusta ese mote.

—Lo que digas. Las petizas de aquí son Mabel y Mabella Cannon, hermanas, son nuestras estimadas medio campistas izquierda y derecha, les llaman a sus peludos: Solar y Carmesí, me refiero a los gatos, no a sus sobacos.

Todos se rieron, menos, por supuesto, Mabel Y Mabella que le mostraron a Dacre la lengua.

—El morocho este se llama Odell Carl, es nuestro ofensiva central y cantante de un centavo —dijo, haciendo que Carl negara con la cabeza, pero sonriendo por la chanza—. Que el dóberman no te de miedo, Joselyn, se llama Pelusita, más ladra que muerde y ni eso siquiera; cuídate de sus lamidos, le encanta eso.

»Otros hermanos...

—¡Hermanastros! No me metas en el mismo saco que este tonto—gritaron. Lo curioso es que lo dijeron al mismo tiempo.

—Hermanastros. Aaren Dallas y Aaron Dale, ofensivas izquierda y derecha. Los monstruos a su lado son Jurista y Abogado, igual que todos los chupasangres, no te les acerques a menos que los veas con bozal —aconsejó a Joselyn respecto a los dos pitbull.

»Esos somos todos. Bienvenida a los Estercoleros de Ester, así se llama nuestro equipo.

—¿Ese es el nombre que llevan? —preguntó, sabiendo que así se llamaba de forma despectiva a los que recolectaban abono animal.

—Es una broma de tiempo atrás —respondió Odell—. Ester era la madre de mamá Olga y junto a su esposo se dedicaban a recolectar los desechos de material de la mina, de allí el nombre, ellos fundaron el equipo.

—Entiendo, veo que faltan dos. Supongo que soy la número diez, pero ¿y el once?

—¿No que el nieto del amo Karlsen va cubrir el puesto? —preguntó Mabel.

—No, el señorito solo verá los partidos, nada más.

—Supongo que los dioses de la reconciliación proveerán —dijo Mabella.

—Veo que hay muchos parientes en este equipo.

—No queda de otra, después de todo, este es el último año del equipo. Mamita Olga es muy viejita, con ella se acaba todo —se lamentó Damon y todos pusieron caras tristes.

Joselyn se dio la vuelta para ver a la anciana. Junto con el gato, se durmió, parecía tan frágil, pero agarraba firme los palillos de tejer, soñando que era joven y esperando a su finado marido, esperándolo con una bufanda en las manos.

CONTINUARÁ...

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