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La isla de la ensoñación

Corazón grande, corazón pequeño

Capítulo 17: La isla de la ensoñación

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Lejos de una mañana encapotada con la llovizna que acallaba el canto de las aves para tamborilear su peculiar ritmo sobre los tejados, el brillo crepuscular anunciaba el inminente reinado del sol. En la ciudad terminaba el periodo escolar tanto para humanos y gigantes, no obstante, en la mansión Karlsen, un joven repasaba las notas que le dejó su maestra ausente por motivos de trabajo.

—Listo, con esto terminé. Espero que el examen no sea muy riguroso, no quiero decepcionar al abuelo —dijo Sinem, al tiempo que estiraba los brazos y giraba un poco el tronco para quitarse la sensación de dureza que tenía en el cuerpo.

—Seguro lo harás bien. ¿Quieres que te traiga un jugo? ¿Cuál prefieres? —preguntó Joselyn, lista para ir al carrito de comida porque estaba cerca de su amigo, viendo con curiosidad los cuadernos.

No quiso tomar jugo alguno, más bien, exteriorizó otro deseo:

—Quisiera ir al muelle para ver el lago, me gustaría poder ir al islote que se ve desde la orilla.

—¿El que tiene ese árbol que parece un cerezo? No lo sé, es lejos y no creo que Margaret o el señor Riggs nos den permiso para tomar un bote e ir hasta allá —lo dijo desviando un poco la mirada, no quería que su amigo se pusiera triste por su salud, salud que no le permitía realizar cosas que jóvenes de su edad daban por sentado.

—Por favor, me prometiste un premio si terminaba mis tareas y he cumplido con todo, no me salté nada.

«¡No! No me mires con esos ojos de cachorrito. ¡¿Por qué diantres tenías que ser tan lindo?! Si al menos fueras más varonil, pero con esa expresión de gatito al que no se le puede decir nada... No es justo», pensaba desviando la mirada hacia Garibay que estaba de remolón al lado. No sabía a ciencia cierta si su resolución flaqueaba porque el instinto maternal de abuelita insistía en malcriar a Sinem o era por otra razón, razones más hormonales y que no podía controlar.

—De acuerdo, pero no nos quedemos mucho tiempo allí. No quiero que alguien nos vea y le dé después el chisme a Margaret, mucho menos que nos pesque con las manos en la masa.

El joven le agradeció con una sonrisa preciosa y Joselyn se maldijo por dentro, no obstante, no tuvo tiempo para enojarse consigo misma, negó con fuerza con la cabeza y llevó el carrito de comida a un rincón para que nadie lo viera. Salieron de la biblioteca y se encaminaron hacia el área detrás del invernadero que era el lugar menos frecuentado por la servidumbre, un camino llevaba desde allí hacia la orilla del lago donde estaba el embarcadero perteneciente a la familia Karlsen.

Lo que parecía un yate gigantesco estaba atracado en ese lugar, era de madera negra y los mástiles, muy altos, llevaban las velas sin desplegar, a la espera de que Ole Karlsen quisiera viajar hacia la cabaña cruzando el lago.

—Escucho voces, pero no veo a nadie —dijo Joselyn que inclinaba un poco el torso del robot—. Seguro son las chicas cerca de la entrada de la servidumbre. Estamos cerca del embarcadero cubierto, si vemos a alguien nos olvidamos de todo esto, ¿de acuerdo?

Su amigo asintió mostrando conformidad, no quería alzar la voz en caso de que alguien estuviera cerca.

Pasaron el muelle e ingresaron al embarcadero. Utilizando los brazos del robot, Joselyn hizo que el bote pequeño descendiera hasta la superficie del agua, luego activó una palanca y las puertas se abrieron, el proceso no tomó mucho tiempo, pero la angustia por el posible chirrido de la entrada hizo que los segundos se extendieran de manera absurda en su mente.

—Rápido, no te quedes allí. Vamos rápido o tendremos problemas —le dijo la chica al jovencito. Ambos entraron al bote y Joselyn impulsó a ambos hacia adelante gracias a un remo ubicado en la popa.

Ese modelo de bote era lento, pero tenía la inmejorable ventaja de no emitir el característico sonido de chapoteo de los remos ubicados a babor y a estribor.

«¡¿Por qué eres tan lento?! Por favor, sé más veloz. No hay caso, soy una tonta, no debí acceder a esto», pensó apretando con más fuerza de la requerida los controles de la cabina. Garibay, ajeno a toda preocupación exterior, disfrutaba de la sensación bamboleante del bote sobre las tranquilas aguas.

Llegaron al islote, no era muy grande y parecía increíble que un árbol tan grande estuviera en el centro, aparte del gentil ser arbóreo de hojas color de rosa, no se veía signos de vida vegetal o marina, salvo un cúmulo de algas depositadas en la orilla y que estaba pronta de secarse.

Joselyn se bajó primero y ayudó a Sinem a bajar, en una imagen que emulaba a un galanteo que estaba al revés.

—Qué bonito, siempre quise venir a este lugar. Mira, no es todo roquedal, el árbol está rodeado de arena blanca como si estuviera en la orilla de una playa.

—Sí, sí, sí. Espera que amarre el bote, enseguida voy. ¿En serio, Garibay?, ¿ya te dormiste?

Frustrada, apuró las cosas y fue hacia su amigo, estaba cansada, pero se le pasó al ver el árbol de gentil color.

Tan distraída estaba viendo tanta belleza, que no notó que Sinem se le acercó y miraba su rostro a través de la cabina.

—¿Qué? ¿Pasa algo? —dijo luego de un par de segundos y ver que su amigo la miraba fijo.

—Nada, verías mejor si retrajeras el vidrio de la cabina. Disfrutarás mejor el paisaje, no es muy amplio, pero es un pedacito de cielo.

—¿Y Garibay? Capaz que decida independizarse y buscar la libertad.

—¿No que los gatos copilotos son mansitos? Estamos en un islote, no se va a escapar a ninguna parte.

Consideró lógicas las palabras de su amigo y le hizo caso, en efecto, la belleza le dio de lleno en los ojos y el sonido de las olas fue grato, con toda seguridad sus oídos se lo estaban agradeciendo. Las fosas nasales de la jovencita respiraban el aire a conciencia, llenando los pulmones con el vigorizante soplo de la brisa lacustre que sabía a dulce.

—Tenías razón, no hay mucho que explorar, pero es un lugar hermoso, digno de ver de cerca, de tocarlo —dijo Joselyn, abrumada por la belleza sencilla.

—Así es. No tiene la belleza de los árboles del invernadero o de los jardines posteriores, pero es igual de hermoso a su manera. Parece gentil, pero es libre y salvaje por haber crecido aquí, este islote es su propio reino.

—Entonces no seamos descorteses con Su Majestad y sentémonos a disfrutar el día.

Sinem estuvo de acuerdo, sea el buen clima o que su corazón estaba tranquilo como el lago, que propuso algo a su amiga que llevaba el largo y ondulado cabello rubio a modo de cola de caballo:

—¿Qué te parece si sales del robot?

—¿Seguro? No lo sé, aunque tal vez sea una buena idea, al fin y al cabo, el gatito va a seguir durmiendo.

El rostro del joven se iluminó y ofreció las dos palmas de sus manos para ayudar a Joselyn a bajar.

Pareció la correcta imagen de galanteo de una película y Joselyn se sonrojó al darse cuenta de aquello. Trató de bajar la mirada, pero los ojos de Sinem la hipnotizaron.

—Cuidado, fíjate en donde pisas —le dijo, haciendo que la humana bajara la mirada, agradeciendo en su interior los segundos valiosos que usaría para calmarse y fingir que nada pasaba.

Como no quería que su amiga cayese, que acercó las palmas de sus manos a su abdomen.

Aunque tuvo cuidado, Joselyn sintió las fuerzas de la inercia y extendió los brazos para apoyarse en el pecho del joven. No supo por qué lo hizo, pero estiró el cuello y le olfateó de la misma forma en que lo haría un animalito.

—¿Qué haces? —preguntó un tanto nervioso por la actitud sorpresiva de su amiga.

—¡Perdón! Me gust..., digo, me, me sorprendió el perfume que llevas. En la cabina no se huele nada.

—¿En serio?

—¡Es por Garibay! Solo huelo al gato.

«¿Qué tonterías estoy diciendo? ¡Solo escúchate, chica! ¡Qué mal, siento que de nuevo se me prende la cara!».

Bajó a su amiga, con la excusa de arreglarse el vestido y limpiar la arena que no había, bajó la vista para que no viera la ardorada en el rostro, cosa que también hizo Sinem.

Permanecieron callados más de la cuenta, fingiendo estar concentrados en la belleza del árbol, cosa que pasó a ser cierta sin que se dieran cuenta, siendo el sonido de las olas el que marcase el tiempo y ahuyentara el silencio que dejó de ser incómodo.

Los ojos se perdieron en los del otro, se sonrojaron un poco, pero no desviaron la mirada, lo que hicieron fue reírse sin saber el motivo, tal vez fuera que sus corazones, grande y pequeño, estaban henchidos de alegría.

Comentaron cosas banales y no se hubieran dado cuenta del tiempo de no ser por Garibay que maulló con preocupación: no hubo rastro del bote.

—¡Pero si lo dejé amarrado a una roca! ¡¿Qué pudo haber pasado?! No hay cosas como sirenas en este lugar, ¿me equivoco?

—No las hay. Me parece que la roca a la que lo amarraste, estaba suelta y rodó hasta la orilla.

—¡Esto es una desgracia! ¡¿Qué nos va a pasar?! ¡El robot no puede nadar y tú no puedes hacerlo!

—Podría intentarlo, lo haría poco a poco, despacio, usando el estilo perrito...

—¡Ni lo sueñes! Ni loca voy a permitir que te metas al lago y nades hasta la orilla. Perdón, no quise decir eso —añadió al ver el rostro de pena de su amigo delicado de salud.

—¿Qué tal si enviamos a Garibay para pedir ayuda?

—¿En serio? ¿Mandar al gato? —le contestó frustrada, mirándolo con el rostro serio y entrecerrando los ojos como aburrida—. Lo más seguro que pasaría es que alguna de las chicas pisara al pobre peludito, aplastándolo, si algo así le pasara, jamás me lo perdonaría.

—Entonces, ¿qué haremos? No creo que puedan vernos u oírnos si agitamos los brazos y gritamos a plenos pulmones, para empezar, dudo que miren hacia aquí.

—Solo queda una cosa por hacer: nadaré hasta la orilla.

—¿Segura?

—¿Qué otra opción tenemos? Solo que no podré nadar con mi ropa puesta, tendré que desvestirme.

«Tú puedes, chica, recuerda que fuiste una atleta condecorada en tu anterior vida. No eras nadadora, pero no creo que te ahogues y te mueras», pensó y con decisión se acercó a la orilla y empezó a desnudarse.

Un gemido de susto a sus espaldas le hizo cobrar conciencia de la situación en la que estaba.

—¡No te me quedes mirando! ¡Vete más allá!

—No hay lugar, no puedo ir más allá.

—¡Date la vuelta al menos! ¡Cúbrete los ojos!

Era tarde para toda excusa, Joselyn se quitó muchas prendas, de nada servía fingir que no se vio nada. Los dos jovencitos, en vez de estar con el rostro erubescente por la revolución de los vasos capilares en el rostro, estaban pálidos, sin saber cómo reaccionar. Joselyn trataba de tapar sus vergüenzas con los brazos, al tiempo que Sinem trataba de manera infructuosa de cubrir los ojos con los dedos.

Giraron el rostro y cuando decidieron volver a mirarse, solo abrieron la boca para no decir nada, parecían peces fuera del agua.

Tan distraídos estaban, que no notaron al bote de pesca acercarse, despedía humo por una de las chimeneas.

—¡Ea! ¡Los del árbol! ¡¿Este es su bote?! —un viejo desdentado les gritaba, un par de marineros los miraba boquiabiertos, los rostros pasmados eran libros abiertos—. ¡Lamento decirles que no tiene arreglo! ¡Le embestimos sin darnos cuenta y ya no sirve para nada!

—¡Les juro que no es lo que parece! —gritaron ambos jovencitos. En la embarcación, los rudos marineros cruzaron miradas de escepticismo; el viejo, tras el timón, procedió a carcajearse a mandíbula batiente.

CONTINUARÁ...

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