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El huésped

Corazón grande, corazón pequeño

Capítulo 10: El huésped

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¿Qué ambiente primigenio podía ser aquel donde solo reinaba la oscuridad y el olor a contaminación, similar a un bosque quemado? Imperturbable durante mucho tiempo, de pronto, parió con dolor un rechinido estruendoso que vino con una luz en vertical; en la base, parecían duendes diminutos, tal vez hormigas las que recorrían ese velo negro, lo ampliaron hasta que las tinieblas retrocedieron.

Los mecánicos abrían el hangar, se hicieron a un lado y gigantes de hierro que añadían más contaminación, entraron en busca de algo. Ese algo no era más que mobiliario variado, pero de un tamaño tal, que solo podrían usar los gigantes.

—¡Vamos, señoritas, no sean lerdas! ¡¿Acaso es la primera vez que pilotan al robot?! ¡No seas tonta! ¡Igual que en tu casa, lleven la mesa entre dos! —gritaba una profesora.

—¡Cuidado con el mantel! ¡Les descontaré nota si lo dejan caer! ¡Esperen a que trasladen la mesa y luego les toca a ustedes! ¡No vayan a estorbar a las que traen las sillas! —recomendaba otra maestra a voz en cuello.

—¡Eso, eso, así se hace, con calma! ¡Vas de último, tú y tu compañera! ¡Agárralos con firmeza, pero no vayas a combar los floreros de latón! ¡Ya practicaron, poner los cubiertos es lo más difícil, pero tampoco un imposible a estas alturas! —les recordaba otra maestra, una más del grupo que ponía empeño en los pulmones y cuerdas vocales.

Gritaban esas y otras instrucciones a las estudiantes por la tarde; los ejercicios de la mañana fueron desastrosos para todas: limpiar ventanas.

Puesto que no podían emplear vidrio, sería muy costoso y aparatoso de limpiar el desastre de esquirlas en el suelo, que el instituto halló una solución ingeniosa: láminas extensas de papel. Aquellas eran de muy baja calidad, pero eran gruesas; las pegaron una sobre la otra; las extendían en vertical, sobre un marco gigante de madera; atrás, cosían copas de latón con cascabeles dentro. Todas hicieron sonar las canicas más veces de las necesarias; Joselyn fue la peor: rasgó las láminas de papel e hizo caer las copas.

«No puedo seguir equivocándome, a este paso voy a reprobar», pensó, esos pensamientos pesimistas fueron cortados por el maullido de Garibay, el gato le animaba, o solo era un maullido más de los que lanzaba el felino que, feliz él, no tenía que preocuparse de notas de reprobación o cosas por el estilo.

Como que resultó última en la anterior prueba, que le tocó algo sencillo: trasladar la mesa junto con su compañera hasta el patio donde semanas antes se pusieron a barrer.

Bien es sabido que hay una notable diferencia entre concentrarse o estar al pendiente de no volver a meter la pata, y fue justo eso lo que sucedió: ni las mismas instructoras pudieron explicarlo, pero pese a tener los robots los dos pies sobre el suelo, ambas cayeron; el pobrecito de Garibay dio vueltas y trató de salir de la cabina.

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Los mecánicos, usando combos de la misma manera que los chapistas de un coche, arreglaban un enorme vaso y un florero hechos de latón, ambos combados en su superficie como si un gigante torpe y ebrio, los hubiera aplastado, desastre causado por Joselyn.

—Niña, niña, ¿qué voy a hacer contigo? Estabas desempeñándote tan bien, ¿qué pasó? —le preguntó la profesora Taft, se rascaba la nuca con esas uñas sucias, iguales a la de los mecánicos.

—Voy a reprobar, ¿cierto? No seré una sirvienta, no podré ayudar a mis padres —dijo Joselyn y no pudo evitar derramar lágrimas que creyó quemaban más que el horno interno de los robots.

—Tus notas son buenas, pero tienes razón, ¡solo en parte! —añadió al escuchar el gemir de la joven incrementarse—. Para chicas que le pusieron tanto empeño, hay una opción: volver a tomar la última prueba el año que viene. No te voy a mentir, partirás con desventaja.

Era cierto, al no poder asistir a las clases con sus nuevas compañeras, al no poder practicar con los robots, perdería toda práctica, lo más seguro es que fracasaría una segunda vez, pero era una luz de esperanza. Lo mismo que un náufrago en un mar tempestuoso, debía asirse a esa rosca salvavidas.

—Muchas gracias, profesora. Supongo que debo ir ya con madame Hopkins.

—Sí, seguro terminó de hablar con tus compañeras, de felicitarlas. Ve pronto, sécate el rostro y mantente erguida sin importar qué.

Joselyn se levantó, se limpió el vestido y se despidió con educación de la mujer. A medio camino saludó con la mano a los mecánicos que le gritaban palabras de ánimo.

Entró al edificio y pese a que Taft le dijo que anduviera con paso digno, no pudo sino avanzar de la misma forma que un gatito asustado, la aterraba encontrarse con sus compañeras que de seguro se enteraron que reprobó, imaginárselo hacía que se muriese de la vergüenza.

Asomó el rostro por el marco de la ventana y vio a la sobrina del panadero, era la última en salir, se quedó atrás de las demás, seguro debido a ser la peor y estaba recibiendo un sermón de parte de Hopkins, de todas formas, aprobó.

Espero que se perdiera en una esquina, tomó aire e ingresó al aula.

—Siéntese —fue la lacónica orden de la solterona que se acomodaba los lentes de marco grueso, revisaba los apuntes respecto a las egresadas.

Trató de mantener una postura calmada, pero la directora tardaba demasiado, era una tortura, se preguntaba si acaso no la hubo olvidado.

—¿Qué hora es? —se dijo a sí misma y vio el reloj de pared. Un gesto de impaciencia surcó las severas arrugas del estricto rostro coronado con un rodete similar al de una bailarina de ballet.

No esperaba que Joselyn le contestara, giró el rostro y miró hacia la puerta.

Su espera no tardó mucho, ingresando al aula, entraba una de las profesoras más ancianas, cargaba entre los brazos temblorosos un bulto pequeño que ella reconoció.

—Garibay —la estudiante solo dijo eso debido a la impresión.

«¿Acaso también van a castigar al pobre peludito por mi torpeza?», pensó lo peor, lo que uno hace siempre ante situaciones adversas.

La anciana le entregó el gato a Hopkins, revisó que no tuviera el collar corazón de rubí y se dio la vuelta para mirar a la estudiante.

—Señorita Sackville, usted ha reprobado el curso para sirvientas de la academia... Sí, Helen, querida, puedes sentarte, ve allí con calma. ¡Ejem! —carraspeó para retomar el asunto—. Decía, antes de que me interrumpiera la profesora Jones, debo comunicarle que sacó un insatisfactorio en su clase final, motivo por el cual, me veo en la obligación de ponerle una nota final de reprobación. —Joselyn, solo atinó a asentir con la cabeza, aprovechando cerrar los puños sobre su traje, puesto que el pupitre cubría sus brazos—. No obstante, debido a sus altas calificaciones anteriores y la evaluación favorable de sus otras profesoras con respecto a su disciplina y empeño, que la academia Miss Shanon para señoritas, le ofrece la valiosa oportunidad de presentarse el año que viene para presentar las pruebas finales.

—Sí, madame Hopkins, muchísimas gracias.

—Como sabrá, no podrá, en ese lapso de tiempo, retornar a la academia para tomar prestado los libros de enseñanza ni asistir al campo de prácticas para ver labor de mecánica ni pilotear robot alguno. Lo que sí podemos proporcionarle es la compañía de su compañero en las clases prácticas; esto con motivo que ambos se acostumbren el uno al otro para el momento de la prueba final de aquí a un año. No es necesario recordarle que debe devolverlo a la institución y que, lo trate con respeto y cuidado.

—Sí, madame Hopkins, entiendo.

—Eso es todo, puede ir a los vestidores.

Tomó al gato y se despidió de la anciana sentada en un pupitre. Salió del aula y vio de reojo a Hopkins ayudar a la anciana a levantarse.

—Vamos, Helen, pon más fuerza en tu rodilla, ¡Uf!

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Sus padres fueron comprensivos, sabían que su hija no era ninguna perezosa o tonta, y la animaron para que dejara de llorar y dieron la bienvenida al huésped peludito.

—Nunca he tenido un gato, mi amor. Solo perros, de varias razas cuando era niño y trabajaba en las minas de carbón en mi pueblo, en una subsidiaria de la compañía Karlsen. ¿Qué come un gato?

—Lo mismo que un perro, mi cielo. Pero no sé, tal vez este amiguito necesite comida especial o algo. ¡Mira qué bonito! ¡Nos mira tan lindo, el precioso! ¡Awww, que ternurita!

—¿No te dieron alguna instrucción en la academia? ¿Sabes si es un gato de interiores o puede pasear libre por allí?

—No me dijeron nada, papá, pero yo creo que es de interiores, aunque el patio y los ambientes de la academia son muy amplios, de todas maneras, sería riesgoso dejarlo pasear por allí a sus anchas, puede perderse o quizá un carruaje le pase por encima.

—Sí, lo mismo que el señor Curie. Pobre, iba distraído pensando en no sé qué cosas científicas y pum, murió allí mismo. Por eso, mi calabacita, hay que tener los dos pies sobre la tierra; mi abuelo siempre me decía: "Firmes sobre el suelo, no con la cabeza en las nubes como los pensadores libres". Supongo que los científicos, hubieran caído en la clasificación del abuelo.

—Pues espero que se acostumbre a nuestra pequeña casa. De niña tuve gatos y a veces son unos traviesos. Supongo que de ellos viene eso del..., domovoi. Un duende ruso que cuida la casa, pero un día al año hace un desastre; me lo dijo una vez Olga Petrovna, la verdulera, ya sabes, a la pobre se le murió su hijo al ser aplastado justo en la esquina del barrio hace años, el carruaje giró con prisa y...

Hamiltón asintió, su rostro se ensombreció por un momento, pero luego se relajó al ver al remolón ponerse a olisquear las patas de las sillas. El huésped de la casa Sackville inspeccionaba a la humilde morada.

CONTINUARÁ...

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