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El encuentro con los niños

Deep Space Isekai

Capítulo 6: El encuentro con los niños

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El anciano llegó a lo que parecía la parada de una estación de diligencias que conectaban las ciudades principales de su mundo. Se quitó el sombrero de ala ancha y procedió a rascarse la cabeza. Una hilera de huevos gigantes de características traslúcidas, conformados por gelatina verde, estaban posados sobre una cinta transportadora.

«¿Qué se supone que haga? La ruta del mapa me condujo a este sitio», pensó mientras sus labios mascullaron improperios que no se materializaron en sonidos.

—Bueno, Acigol, hora de consultar al espejo negro —se dijo a sí mismo al ver un monitor empotrado en la pared.

Apenas tocó la superficie, el monitor se encendió y una serie de pixeles conformaron dibujos que le indicaron qué hacer.

—¿Quieres que entre a una de estas cosas raras? Bueno, al mal trago, darle prisa —le dijo a su reflejo.

»Umm, Verbentio mae Espaculatae Venorum Veritas Ie —dijo al acercarse a la masa gelatinosa mientras movía la punta de su báculo en dirección del desconocido huevo.

«Pues no es ácido ni contiene veneno, pero ¿cómo haré para respirar?».

Pasó su calloso dedo índice por la superficie, frunció el ceño y aspiró con fuerza para llenar sus pulmones con el oxígeno vital.

Un pie penetró en esa masa, no sintió ningún cambio en su piel y el otro le siguió, así, ingresó a esa masa ovoide.

Una luz iluminó desde abajo a la hilera de huevos gigantes y de inmediato estos fueron muy rápido hacia adelante, extraño considerando que la cinta transportadora se movía con lentitud.

«¿Estas cosas flotan? Ya no puedo aguantar más», pensó y no pudo evitar el reflejo de respirar.

—¡¿Qué es esto?! —exclamó o trató de hacerlo, en vez de sonido, fueron burbujas las que salieron de su boca, sin embargo, notó que no se ahogaba, de hecho, nunca sintió que en su vida respiraba con toda la capacidad de sus pulmones como lo hacía en ese momento.

El bizarro tren de zigotos gigantes se detuvo de improviso, sin embargo, el anciano no sintió las fuerzas de la inercia. Supo que debía salir y así lo hizo.

La sonrisa, producto de haber experimentado algo tan particular desde su punto de vista científico, pasó a arcadas que expulsaron algo de agua de sus pulmones.

¡Ag! ¡Qué diantres!, espero no tener que pasar por esto de nuevo.

El agua de sus pulmones fue lo único que manchó sus ropas, al revisarse, comprobó para su asombro que sus ropajes estaban secos.

«Me gustaría resolver este misterio, pero me temo que el tiempo es precioso para desperdiciarlo».

Un monitor se iluminó, invitando al mago a acercarse a ese portento. Un nuevo mapa y nueva ruta le indicó por donde debía ir.

Repitió sus acciones cautelosas antes de embarcarse en esa nueva ruta, no encontró enemigos, sino algo muy diferente y que le sorprendió: los niños de Dios.

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—¡Quieres que me meta en estas cosas! ¡Debes estar loco! —gritó Rolav, pero la inteligencia de la nave no le respondió.

Tomó aire para resoplar de la frustración, decidió envainar su espada y se acercó al huevo gelatinoso.

—Maldición, nadie va a decir que el capitán Rolav retrocedió ante esta cosa. —Un paso tras otro e ingresó a esa masa verduzca que parecía tener brillo propio.

Los gigantescos huevos levitaron y volaron rápido a ras de la cinta transportadora, tal acción no fue apreciada por el soldado, cuya atención se centró solo en aguantar la respiración.

Las mejillas de Rolav se hincharon, dándole la graciosa apariencia de una ardilla que acaparaba muchas nueces. Abrió la boca y las burbujas escaparon de su garganta.

No dándose por vencido, procedió a darle de puñetazos y cabezazos al interior del huevo cuya superficie interna se solidificó, de esa manera, con la rabia y el dolor intentó frenar sus deseos de respirar.

Fue, sin embargo, la sorpresa la que le obligó de manera inconsciente a tomar aire de esa gelatina líquida y de naturaleza desconocida.

«¡Demonios del averno!», pensó al ver como una criatura fantástica, mezcla entre un humanoide y una araña, saltó desde lo alto hasta el último huevo de la fila. La criatura sacudió la cabeza y su vista se posó en Rolav.

Al ver que el engendró avanzaba, desenvainó su espada, listo para la pelea.

La aberración llegó hasta el techo ovoide donde estaba el soldado y con sus patas formadas de duro exoesqueleto, intentó romper esa cáscara para penetrar y devorar al soldado.

Los golpes sonaron apagados, pero se incrementó su sonido cuando el techo se resquebrajó.

Acostumbrado a ser alguien de acción, prefirió ser él quien atacara y clavó su espada por un resquicio hasta penetrar el abdomen arácnido de la criatura. Esta lanzó un grito agudo y reanudó sus intentos de penetrar en el huevo.

Aunque separados por esa membrana semitransparente y rígida, la lucha fue a lo desesperado, las patas y la espada iban de un lado al otro, penetrando con toda su longitud en esperanza de matar al rival. Una estocada de suerte, señaló al humano como el vencedor del lance claustrofóbico, el ente se desplomó sobre el techo que se sostenía por milagro.

Lo mismo que el mago, el joven tuvo arcadas al expulsar agua de sus pulmones, lo hizo rápido a diferencia del anciano lo cual fue una suerte, el supuesto enemigo vencido saltó sobre el soldado que esquivó tal artero ataque y de un mandoble, decapitó al humanoide arácnido.

—Vete al infierno, regresa a lo profundo y ya no salgas, maldito seas —dijo en medio de una respiración entrecortada, sintiendo que su pecho quería reventar el peto de su armadura para dar más aire a sus pulmones.

La inteligencia artificial de la nave le guió de la misma manera que al mago y lo mismo que él, encontró maravillas.

«¡Demonios! ¡¿Por qué tuve que ser justo yo, quien encontrara a estos niños?!», pensó con rabia, esperaba que fuera Dadeip, quien encontrara a los infantes que él sospechaba estaban escondidos en la nave.

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¡Huaaa! ¡¿Qué sucede?! —gritó Dadeip al sentir los huevos gigantes ir a toda velocidad. Golpeó con sus puños la superficie interna, pero esta se solidificó.

Continuó con sus intentos de liberarse pese al dolor en los nudillos de sus meñiques, pero solo pudo salir de la masa gelatinosa cuando el viaje terminó.

No sintió ninguno de los efectos de la inercia, sin embargo, su mente parecía dar vueltas y por eso tropezó y expulsó el agua de sus pulmones a través de sus fosas nasales.

—¿Por qué a mí? —se quejó y tomó su pañuelo para limpiarse los mocos. Lo mismo que Acigol, se sorprendió con el carácter impoluto de sus ropas.

«Que raro, creí que estaría hecha toda un desastre».

Vio cómo un monitor empotrado se encendió y fue para ver si le mandaban nuevas instrucciones. En efecto, tuvo que memorizar un nuevo mapa y ruta a seguir.

—Hola, ¿hay alguien allí? —Los murmullos parecieron apagarse ante su interrogante. Tragó saliva puesto que no podía realizar un hechizo de invocación de buscador mágico, tuvo que sostener con más seguridad su báculo para darse valor y siguió avanzando.

«Los murmullos venían de esta dirección», pensó y decidió desviarse unos metros con tal de resolver el misterio.

La oscuridad le negó ver cualquier cosa. Su mente le recordó que si palpaba la superficie derecha o izquierda junto a la entrada, seguro encontraría un interruptor de luz, así lo hizo y, en efecto, pudo ahuyentar a las tinieblas.

El brillo trajo consigo chillidos que provenían de figuras pequeñas y grises que corrieron para esconderse, la sanadora ahogó un grito por la sorpresa.

«¡Qué susto!».

—Hola, tranquilos, no vine a hacerles daño. Me llamo Dadeip y soy una sacerdotisa del templo de sanadores, no tienen nada que temer.

Continuó con sus suaves palabras y dulcificó el tono, todo con tal de ganar la confianza de quienes sean se escondieron al notar su presencia. Cuando creyó que su petición no obtendría respuesta, varias siluetas salieron de sus improvisados escondites.

«¡Son niños!», pensó Dadeip, con sorpresa, nunca en su vida vio a niños así, solo una vez cuando vio a un bebé con hidrocefalia.

Sus bóvedas craneanas eran enormes, parecía imposible que cabezas tan grandes estuvieran sostenidas por cuellos tan estilizados, casi no tenían quijadas y sus bocas eran muy pequeñas lo mismo que sus fosas nasales, apenas podía verlas.

—Pobrecitos, vengan, yo les voy a ayudar —dijo y las criaturas con aspecto infante se le acercaron.

»Que tristeza, no tienen su ropita, tal vez haya algo que pueda usar para cubrirles.

«Que horror, deben estar muertos de frío, sus cuerpecitos se ven cenicientos», pensó y controlando su pena para no ponerse a llorar, se quitó lo que pudo de sus prendas para cubrir los pequeños cuerpos de las criaturas que ella pensaba que eran niños deformes y sin cabello o pelo facial.

Buscó por la habitación, pero no pudo encontrar gran cosa, así que les propuso a los "niños" que la siguieran.

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El monitor mostraba una y otra vez lo que debía hacer, sin embargo, el hombre enjuto se mantuvo terco y negó entrar a una de las curiosas cápsulas de forma ovoide.

—Esta cosa es como una especie de camino, si voy por aquí llegaré de todas formas a mi destino, sí, eso es —se dijo a sí mismo en un tono más alto del acostumbrado para ahuyentar el miedo que amenazaba con atenazarle las piernas.

La distancia entre ambos pisos no era mucha, un pequeño salto y se pondría delante de la extraña fila de huevos gigantes, sin embargo, sin importar el cuidado que tuvo, cayó de espaldas y tardó en ponerse de pie.

Maldijo su torpeza y procedió a sacudirse las ropas, con cuidado, no quería que se le cayera el disco dorado.

«Por aquí, no creo que sea mucha la distancia», pensó y se puso a caminar.

«Que oscuro está aquí, no se ve nada en esta oquedad», pensó; por fortuna, los enormes huevos que levitaban a cinco centímetros del suelo le siguieron, desprendían su propia luz y un resplandor inquietante de color verduzco pálido iluminó un corredor que al cabo de un tiempo se antojó a infinito.

Una especie de ventilación interna, recorría la vía embovedada y pronto el cansancio fue reemplazado por el miedo de morir por hipotermia.

La cápsula que iba por delante le dio de toquecitos, como empujándole para hacerle notar que lo que más le convenía era ingresar, sin embargo, tuvo miedo al razonar que moriría ahogado si penetraba esa masa gelatinosa; después de todo, él torturó y condenó con el ahogamiento ya sea por agua o por garrote vil, a más de un supuesto pecador, era una muerte que no estaba dispuesto a correr.

Sus brazos no pudieron sostener el peso del oro y el disco dorado cayó produciendo un sonido lúgubre en ese corredor gélido. Se acuclilló para levantar la supuesta reliquia sagrada, pero sus rodillas le traicionaron, a tal punto que, no pudo incorporarse.

Levantó la vista y de nuevo su esfínter se rebeló.

Ojos, varios pares de ellos le observaban, no eran ojos humanos, estos eran enormes, con una negrura tal, que estaba seguro que pronto se perdería en las profundidades de la noche.

Despertó, un breve bostezo precedió al dolor de sus articulaciones y a un grito al verse rodeado de criaturas bizarras.

—¡Aléjense de mí! ¡Se los advierto, soy el santo inquisidor, soy un siervo del Señor y nadie debe tocarme!

Las criaturas, pequeñas y de características infantiles, no actuaron de forma pueril, sino que, confundidos, se miraron unos a otros. Uno señaló el disco dorado que llevaba el hombre de pecho hundido.

—¿Protocolo? —dijo una voz en un susurro apenas audible, no importaba; dentro de la mente de Edraboc, esa palabra sonó con la claridad y el estruendo de las trompetas de los ángeles que se decía anunciarían el fin de los tiempos antes de la venida de Dios.

CONTINUARÁ...

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