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|Capítulo 7|

Isabella

—¡Muy bien jovencitas! — nos felicita el profesor de filosofía —. Lo quiero completo para la siguiente clase.

El profesor llama a la siguiente pareja para que le muestre los avances del trabajo que pidió.

Ambas regresamos a nuestros respectivos asientos. Observo el lugar donde se encuentra Daniel y nuevamente está recostado y una chaqueta negra cubre su rostro. 

«No salgas de la cabaña de noche».

Entendo perfectamente que es mejor quedarme en casa y no ser devorada por lobos. Aun hay cosas que no comprendo, sobre el bosque, los lobos y sobre mí. Necesito respuestas.

—Isa — salgo de mis pensamientos cuando escucho la voz de Daniela —. ¿Cuándo terminaremos el trabajo?

Algo ha cambiado en su forma de hablarme, ya no lo hace de forma amistosa, hasta parece que le disgusta la idea de seguir trabajando conmigo.

—Cuando quieras —respondo. 

Hace una mueca de disgusto y blanquea sus ojos.

—Ven a mi casa, hoy — masculla y regresa a su asiento.

Después de que las clases terminaran, fuera a la cabaña y alimentara al pulgoso…

Ese perro ya se está adueñando del lugar.

Me dirijo en mi motocicleta a la casa de Daniela. No he utilizado mucho la motocicleta porque este pueblo es pequeño y no tiene sentido usarla para ir a clases, pero sí para ir a casa de Daniela, ya que se encuentra muy lejos desde la cabaña. No me hace mucha emoción ir por la manera en la que me habló en la clase. ¿Ya no le agrado?

Atravieso el bosque hasta llegar al pueblo, me apresuro en llegar a mi destino, no me agrada la idea de que se haga tarde y una de esas bestias me devore en un mordisco.

Me pregunto si Daniela y sus padres son igual de salvajes, a Daniel lo descarto porque él mismo que dijo que aun no se transforma. Daniela y él son mellizos, debería poder transformarse, sin embargo, no soy experta en cómo funciona eso de la transformación y supongo no todos son iguales, aunque sean mellizos.

Estaciono el vehículo en el mismo sitio que la vez anterior cuando vine por primera vez con Daniel.

—¡Te estaba esperando! — grita. Daniela está justo en la puerta de entrada, sí me estaba esperando.

—Hola… — saludo.

Daniela me hace una señal para que ingrese a la vivienda. A diferencia de mi anterior visita, esta vez, realizamos el trabajo en el comedor y no en su habitación. Tiene el espacio lleno con cuadernos donde deben estar los apuntes del tema.

Me siento a su lado, no le pregunto por qué no terminamos el trabajo en su habitación y por qué su cambio de actitud. ¿Le molesta mi presencia? No puedo esperar para terminar e irme lo más pronto posible.

Las dos horas que tardamos haciendo el trabajo fue de lo más incómodo. Hubiéramos terminado antes pero, cada vez que yo proponía algo, Daniela ponía excusas para no añadirlo y cuando ella proponía, yo daba alguna excusa para no agregarlo. 

Por suerte terminamos y ya no tengo motivos para seguir viniendo a esta casa, lo malo es que está anocheciendo y debo irme antes que un lobo me devore, además, el hecho de que en esta casa hay licántropos me pone más nerviosa.

—Hasta luego — digo lo más amable que puedo. De inmediato, intento ir a la puerta.

—¡Adiós! — exclama.

Continuo con mi escape, sin embargo, antes de que abriera la puerta, ésta se abrió de la nada.

Casi me da un infarto.

Por la puerta entra Daniel. Cuando me ve a mí, probablemente con la cara pálida y a su hermana con su expresión de molestia, frunce su entrecejo y hace una mueca de confusión.

—No voy a preguntar — masculla. 

Se dirige a las escaleras que llevan a las habitaciones, pero antes de que se marche, su hermana lo detiene.

—¡Daniel!— espeta.

—¿Qué?

—¿Recuerdas lo que hablamos con mamá y papá esta mañana? — pregunta cruzándose de brazos. Daniel se mantiene callado unos segundos pensando en su respuesta.

—¿Qué tenías que ir por Maximiliano? — murmura con la esperanza que esa sea la respuesta correcta.

Daniela abre sus ojos demasiado. Lleva sus manos a su cabello y se lo alborota ligeramente.

—Olvidé a Max…  — titubea—. ¡Olvidé ir por él!

Yo me siento patética en medio de su conversación, y si pensaba que la situación no podía empeorar, nuevamente de la nada, la puerta fue abierta bruscamente y entra una persona desconocida para mí.

Observa fijamente a los mellizos, sus ojos están completamente rojos y es fácil deducir por su rostro diabólico que está demasiado furioso.

Literalmente, comenza a gruñir como una bestia, su rostro se pone rojo y sus venas se hacen muy visibles. Mi cuerpo se estremece cuando nota mi presencia.

—Daniela debía ir por ti — informa Daniel sin ningún temor. El desconocido deja de observarme y su atención se va a Daniela.

—Yo… — tartamudea.

El chico deja de gruñir y su rostro vuelve a la normalidad, sus ojos se hacen menos siniestros, aun siguen siendo rojos, pero se ven menos aterradores. Físicamente es similar a Daniel, su cabello es castaño como el de ambos mellizos.

—¿Quién es está lindura? — cuestiona observándome fijamente. Pasa su lengua alrededor de sus labios.

¿Por qué me siento como si fuera una presa?

—Es hija de los Anderson —responde Daniela.

—Oh… — musita —. Lamento mucho lo que ocurrió, tus padres eran buenas personas. No merecían morir de esa forma tan cruel.

—¿Cómo sabes de ellos? — interrogo atónita.

—Se está haciendo tarde — dice Daniela —. Ya deberías irte Isabella.

No iba a esperar a que me lo dijeran dos veces, me quería ir de esa casa y estaba por hacerlo.

—¿Aun no te han dicho? — el desconocido causa que me quede un poco más.

—¡Max, no lo hagas! — suplica Daniela.

—¿Por qué no? — ignora las palabras de Daniela —. Tus padres no se suicidaron — mi corazón comienza a latir a una gran magnitud. ¿Cómo sabe esa información de mis padres? —, a ellos los mataron.

Siento como si me dieran miles de apuñaladas en mi pecho. Me dijeron que fue un suicidio y me negaba a creerlo, mis padres no tenían ningún motivo para cometer ese supuesto suicidio, mucho menos el día de mi cumpleaños.

Nuevamente la puerta fue abierta por los padres de los mellizos.

—¿Qué está pasando?— increpa el señor Gabriel.

El desconocido y Daniel no parecían estar asustados en lo más mínimo, por otro lado, Daniela parece estar aterrada y yo estoy con mis lágrimas saliendo descontroladas.

—¡Respondan! — grita severo.

—Daniela no fue por Maximiliano — explica Daniel, mientras su hermana tiene el rostro pálido, él luce sin ninguna pizca de temor —, él se molestó y le dijo a Isabella que asesinaron a sus padres.

Se forma un silencio en el ambiente, lo único que se escuchan son mis sollozos.

—Isabella— murmura la señora Elena —, lamento mucho lo que pasó pero, era algo inevitable.

Las disculpas no me regresaran a mis padres.

—¡Mamá ya es muy tarde! — espeta Daniela—. ¡Tiene que irse!

Limpio mis lágrimas lo más rápido que puedo.

—Sí, tengo que irme…

—No puedes irte sola — me interrumpe Elena —. Está oscuro y es peligroso.

Quedarme en casa de licántropos y un chico nuevo que parece demonio tampoco es buena idea.

—Tampoco puede quedarse, mamá — dice Daniel.

—Entonces yo la acompaño — se ofrece el desconocido—. Vives en la cabaña del bosque ¿cierto? — me pregunta.

Frunzo mi ceño. No quiero quedarme pero tampoco deseo que me acompañe este chico con apariencia y cara de malo.

—¡Gracias Max!— exclama la señora Elena —. Esperen un momento, no tardo.

La madre de los mellizos se va a algún otro lugar de la casa, mientras que nosotros estamos en silencio esperando su regreso.

Quiero salir corriendo y nunca volver a esta casa o mejor aún; a este pueblo. ¿Por qué mis padres me mandarían a este lugar?

—No creo que sea lo mejor dejar que Maximiliano acompañe a Isabella — comenta Daniel terminando con el silencio.

—¿Quieres acompañarla tú? — su padre lo observa fijamente.

Daniel parece estar pensando su respuesta.

—No, gracias. Estará más a salvo con Maximiliano— suspira.

La madre de los mellizos regresa con algunos objetos en la mano, se para frente a mí y me entrega dos libros; uno de color dorado bastante grueso y el otro color negro con menos páginas.

—Eran de tus padres — anuncia —. Los dejaron olvidados antes de irse del pueblo, pero los encontré en la cabaña hace años cuando fuimos a hacer limpieza.

Abro el libro dorado y reconozco la caligrafía de mi padre. También reviso el negro y está escrito con la letra de mi madre.

Son libros escritos por ellos mismos.

—Los vas a necesitar — murmura.

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