|Capítulo 45|
Isabella
Después de haber estado tanto tiempo envuelta en una repleta oscuridad en ese calabozo, los rayos del sol no son ninguna molestia, lo único que arruina el día son las nauseas por estar navegando en el barco, además, huele a pescado. ¿Por qué siempre tengo que volver a subirme a un navío?
Escucho a los mellizos discutir, llevo mi atención a donde provienen sus gritos, no parecen estar peleando por algún asunto grave, quizá solo sea una leve discusión entre hermanos. Decido ignorarlos, ahora en lo único que puedo pensar es en el mareo que siento.
Al parecer soy la única mareada, pues ninguno de mis amigos luce aturdido. Incluso el príncipe Azariel se ve que no le afecta el movimiento del barco. Si bien, sentir los rayos solares también me hace recordar lo que mencionó el príncipe, a esta hora deberían estar escoltándonos al sitio donde nos ejecutarían frente a un público.
—¿Preparados para bajarnos del barco? — cuestiona el príncipe, mientras se acomoda su elegante traje porque incluso en medio del océano alguien de la realeza debe lucir impecable.
—Sí — soy la principal interesada en abandonar el barco.
El príncipe se dirige a un hombre mayor, que deduzco debe ser el que está a cargo de la tripulación de pescadores.
—Aquí nos bajamos.
—¿Cómo que aquí? — cuestiono, desconcertada.
El mayor ordena a sus hombres que preparen un bote para nosotros, pues a partir de aquí remaremos sin rumbo fijo.
—Agradezco su ayuda…
—No es molestia, alteza — dice el hombre, interrumpiendo a Azariel.
—Se les pagará lo que acordamos — continua hablando el príncipe —. También quiero que me acepten esto — dice, a la vez que del saco que conjunta su atuendo extrae un sobre que le extiende al marinero.
El hombre lo recibe, lo observa y no tarda demasiado en abrirlo y descubrir que se trata de una carta.
—Ah…. Gracias… — murmulla, confuso.
—Es una invitación para usted, su familia y sus compañeros — dice, refiriéndose a todos los que están a bordo del navío —. Están invitados a la boda… no, a la boda no — se apresura a negar —, están invitados a la coronación… No tampoco…. Más bien, a la celebración que hay después de la coronación.
El pescador asiente, perplejo de las palabras del príncipe. ¿De verdad está invitándolo al palacio?
Los marineros avisan que el bote está listo para nosotros. Una vez más, el príncipe agradece a los hombres y abandonamos el barco para subir al bote. Azariel ordena que esperemos a que el barco desaparezca antes de empezar a remar, nos mantenemos contemplando como el navío se va alejando hasta que lo perdemos de vista, al instante, el príncipe es el primero en sujetar un remo.
—¿Hacia qué dirección vamos? — pregunta Daniel, sostienen otro de los remos.
—Hacia atrás — responde, señalando detrás de él.
Decido tomar un remo y ayudar, prefiero concentrarme en remar que estar pensando que alguna aterradora criatura está nadando debajo de nosotros.
Desconozco cuánto tiempo llevamos remando a la deriva, el sol es demasiado intenso, mis brazos ya están cansados. El príncipe se ha quitado el saco al no soportar el calor que le produce. Hago relevo con Daniela, ella remará y yo descansaré un poco, Max y Daniel hacen lo mismo.
Finalmente los rayos del sol empiezan a ocultarse, eso comienza a agobiarme. No me agrada la idea de estar en el océano a mitad de la noche en un pequeño bote, pero supongo que es mejor que estar siendo decapitada. Al menos sigo viva. Igual tengo la sensación de que algo está nadando debajo de nosotros, me estoy volviendo paranoica.
—No quisiera cuestionar a su alteza real, pero… ¿Cuánto tiempo seguiremos así? — pregunta el vampiro.
El príncipe observa alrededor, en busca de algo que desconocemos.
—En lo personal, empiezo a estar sediento y no solo anhelo beber agua, sino también mi otro líquido vital, ¿entiende? — añade Max.
Al escuchar las últimas palabras del vampiro, Hans se sobresalta y se apresura a ir a la parte trasera del bote donde estamos Daniel y yo, se sienta en medio de ambos, tratando de estar lo más alejado de Max.
—Sí… — susurra —. Lo siento, creo que les hice perder el tiempo.
¿Pero qué se supone que vinimos a hacer aquí? ¿Solo nos trajo para dar un ameno paseo por el mar?
—Hay un navío enfrente — anuncia Daniel.
Azariel gira su cuerpo para mirar detrás de él. En efecto, hay un barco que se aproxima a nuestra dirección. El príncipe suelta un suspiro profundo. Esperamos hasta que el barco se acerque aún más a nuestro bote, justo cuando ya están lado a lado, por el barandal se asoma una persona, quizá para observar a los pasajeros del bote. Sin embargo, el rostro de esa persona me es familiar.
—¡Hay náufragos en el océano! — exclama el príncipe Aren —. ¿Necesitan que los salvemos?
Por su parte, el príncipe Azariel se pone de pie con su entrecejo fruncido.
—¿Qué clase de impuntualidad es esta? — pregunta, furioso —. ¡Debiste llegar hace horas! Ya estaba pensando que ni siquiera pudiste leer mi carta y no vendrías.
—¿Cómo que impuntualidad? ¡En tu carta escribiste «al anochecer»! — espeta el otro monarca.
—¡Por supuesto que no, escribí «al amanecer»! — replica Azariel.
—¡No es verdad!
—Sí, lo es — alega.
—¡No, supéralo!
Nuestro príncipe recoge su saco del bote, lo arruga para hacerlo bola, acto seguido lo lanza en dirección al príncipe del barco, si bien, considerando lo grande que está el navío y que Azariel no lanzó con la fuerza necesaria, el saco no llegó a golpear al príncipe Aren, así que la prenda cayó al mar.
Azariel resopla al contemplar que ha fallado. Se agacha para recoger la prenda mojada, sin embargo, en el instante que lo saca, este empieza a escurrirse el gua, en cuestión de segundos el saco vuelve a estar completamente seco.
—Es verdad, Aren — dice una tercera voz. Al instante, por el barandal se asoma una mujer, ella también me es familiar —. Te dije que era al amanecer, pero eres testarudo.
El príncipe Azariel al ver a la joven, relaja su entrecejo y lo cambia por un semblante más serio.
—Hola, Arely — saluda Azariel —. ¡Que gusto verte!
—Ojalá pudiera decir lo mismo — responde ella.
Una tercera persona se asoma, mas esta deja caer una soga que nos permita subir al barco. El príncipe Azariel lo observa, desconcertado, deduzco que no debe conocerlo, decide no preguntar nada sobre el desconocido y nos indica que subamos al navío.
Una vez a bordo, descubrimos que ellos tres no son los único en el barco, tienen a una tripulación a su mando.
—No mencionaste que traerías compañía — murmura el príncipe Aren, refiriéndose a nosotros.
—El rey iba a decapitarlos — explica Azariel.
El otro monarca asiente, sin indagar más en el tema.
—Aren… ¿Quién es él? — cuestiona, señalando al sujeto que nos lanzó la soga, este se encuentra conversando plácidamente con la princesa Arely.
—Es el esposo de Arely.
—¿Su esposo? — inquiere, perplejo.
—Lamento que no hayas sido invitado a la boda — dice el aludido —, pero parece que Arely te detesta.
El príncipe Azariel solo se ríe ante sus últimas palabras.
—Me llamo Jaziel — se presenta —. Aunque suene irreal, Arely me ha hablado de ti.
—¿En serio?— pregunta, incrédulo —. ¿Qué ha dicho?
—Que te odia y aborrece.
—Debí suponer que eso diría de mí — murmulla Azariel.
De pronto, Jaziel desvía su mirada hacia nosotros y fija su atención en cierto vampiro que nos acompaña.
—¿Ese es un vampiro? — interroga curioso a la vez que se aproxima a Max. Acerca su rostro al de mi amigo, para observar mejor sus pupilas —. ¡Sí, eres un vampiro! — exclama, entusiasmado —. ¿Me muestras tus colmillos?
—Por supuesto, si me permite morderlo y beber de su sangre.
—¡No hay problema! ¿Dejas marca? Es que tengo esposa… — esas últimas palabras las susurra, si bien, todos las hemos oído.
—Te dejan una marca y además es doloroso, no se lo recomiendo — comenta Hans, mostrando el brazo que Max le ha mordido.
—Oh… ¡Que miedo! ¿Me haces una a mí?— expresa Jaziel analizando la marca—. Podría presumirles a mis amistades que luché ferozmente contra un vampiro.
Azariel observa al chico, estupefacto, luego voltea a mirar al príncipe Aren, este también admira a su cuñado con estupor.
—¿En serio mi padre va a dejarte gobernar el reino? — cuestiona Aren, incrédulo —. Arely, ¿cómo es que accediste a casarte con él? ¿Te obligó él o el rey? ¡Dame una señal para comunicarme que estás siendo manipulada!
Su hermana solo resopla y blanquea los ojos.
—Deja de burlarte, Aren, yo no me burlo de las personas que eliges como pareja — replica, mirando seriamente a Azariel.
Este al percatarse que se refiere a él, la mira, severo. Entre ellos inicia una guerra para averiguar quién puede intimidar primero al otro, ninguno está dispuesto a ceder, sin embargo, Azariel de pronto deja de prestarle atención a Arely.
—¿Cómo que el rey Izan dejará que alguien más gobierne? — indaga, recordando las palabras que mencionó Aren.
—Ah… Pues, sí —murmura —. Mi padre se negó a darle la corona cuando se casaron, pero supongo que lo hará cuando lo veo conveniente.
—¿Pero cómo es posible? — masculla, confundido —. Tú eres su único hijo varón, deberías ser tú el heredero. Creí ya te habías comprometido… o estabas por hacerlo.
El príncipe Aren se encoge de hombros.
—No lo sé… Es el rey quien ha tomado esa decisión, yo no puedo hacer nada.
Ya que el sol se ha ocultado y ahora son las velas las que iluminan el interior del camarote donde estamos esperando que sirvan la cena. El príncipe Azariel ha dicho que somos invitados y por lo tanto, podemos cenar con él y los demás monarcas, sin embargo, yo no me siento cómoda compartiendo la mesa con la realeza, pero tampoco supe cómo rechazar la propuesta del príncipe. Al contemplar a mis amigos, deduzco que ellos tampoco se sientes cómodos, el único que luce relajo es Max o quizá también lo esté pero él lo sabe disimular mejor que nosotros.
Yo continuo preguntándome a qué ha venido el príncipe Azariel. Mencionó que deseaba invitar personalmente a alguien a su boda, mas dudo que se haya referido a los monarcas que tenemos presentes, pero sino son ellos, entonces, ¿a quién desea invitar?
El poco tiempo que llevo a bordo del barco me he dado cuenta que entre el príncipe Azariel y Aren hay una barrera de incomodidad, aunque intenten disimular, ambos no están a gusto en esta mesa. También he notado que Azariel y Arely tienen un conflicto que los hace discutir cuando se les presenta una oportunidad. Si nadie está cómodo en la mesa, ¿por qué la estamos compartiendo?
—¿Qué piensa el rey Izan que están haciendo? — cuestiona Azariel, un intento de crear conversación.
—Cree que vamos a tu boda — responde Aren, que está sentado enfrente de Azariel.
—Oh… Entonces el rey no vendrá — afirma, entristecido.
—No, ninguno tiene interés en presentarse a tu boda — increpa Arely —. Excepto Aren, pero el rey no consintió el hecho que él viajara solo, así que tuve que sacrificarme y acompañarlo, mas nuestro padre tampoco permitiría que fuésemos solos, así que le pidió a alguien de su confianza que nos acompañara.
—¿Y dónde está esa persona que los acompaña? — inquiere Azariel.
El esposo de la princesa aclara su garganta, para que Azariel conozca que ese “alguien” es él.
—Así que el rey te tiene confianza, tanta como para darte la corona a ti y no a su propio hijo — farfulla Azariel.
—Está bien, ya sé que quizá piensen que yo, de alguna manera, convencí al rey de tomar esa decisión — expresa Jaziel, gira su cuello para mirar a su esposa que está sentada a su lado—, pero no es así. No me cansé contigo por eso, Arely.
Ella abre su boca para mencionar algo, sin embargo, alguien más la interrumpe.
—Lo sabemos — responde su hermano —. Agradecemos el sacrificio que hiciste al casarte con ella.
A todos les causa gracia sus palabras, a excepción de Arely, mas no tarda demasiado en unirse y también sonreír. La tensión que había desapareció por completo, no tardan más en apersonarse algunos miembros de la servidumbre para servir la cena.
A la mañana siguiente todo parece ir mejor, no hay discusiones entre monarcas, tampoco siento la tensión incomoda cubriéndonos. La princesa Arely permanece en una esquina, en compañía de su esposo, para protegerse de los rayos del sol se ha puesto un sombrero que combina con su vestido.
—Bella, querida — saluda el vampiro, acercándose a mí —. ¿Qué haces aquí tan solita?
—Estoy…
—Me da gusto… ¿Sabes dónde está Hans? — pregunta, interrumpiéndome.
—No… — respondo, desconcertada.
—Pues yo sí.
«¿Entonces por qué me lo preguntas?», pensaba en contestar eso, pero me limito a asentir e indicarle que continúe.
—Está encerrado en el camarote que comparte con Dani y conmigo — comenta —. He intentado que salga, porque el maldito engendro ha cerrado la puerta, de manera que yo no pueda entrar y no es que me interese que esté encerrado, pero él tiene algo que me interesa y lo necesito con urgencia. ¿Puedes ayudarme a convencerlo de que salga? Ya lo intentó Dani, pero Hans se ha negado.
—¿Y por qué conmigo sí querría salir?
—Porque a ti no te tiene miedo…
Eso último lo ha dicho afligido. ¿Será que a Hans le da miedo Max? Es probable que sí, después de que lo atacara y mordiera, además, la reacción que tuve cuando estábamos en el bote cuando el vampiro mencionó empezar a estar sediento de sangre… Supongo que cualquiera, en especial un niño, estaría aterrado al haber pasado por un episodio como el del calabozo.
—Pero has dicho que Daniel tampoco pudo hacer que quisiera salir.
—Sí, pero la cara de Dani da miedo — misita.
No puedo evitar reírme por ese comentario, aunque no es verdad, no considero que su rostro refleje terror, todo lo contrario, a mí me parece atractivo.
—Por cierto — continua hablando Max —. En la celda estaba medio moribundo, por eso no pude comentar nada al respecto, pero ahora… ¿En serio nos encerraron por culpa de sus hormonas?
—¡No! — me apresuro a exclamar.
Siento como la vergüenza me invade y mi rostro empieza a calentarse de la pena cuando la sonrisa que ha nacido en el rostro de Max se extiende cada vez más.
—N-No hicimos nada — y no miento. Los caballeros llegaron antes de que siquiera le robara un beso —. Esos caballeros exageraron demasiado.
—Detesto las personas que interrumpen esos momentos — expresa, reflejando su molestia a aquellos caballero —. Volviendo al tema, ¿me ayudas con Hans?
Accedo a brindarle mi ayuda, no sé cómo pretende que lo haga, ni siquiera estoy segura que consiga que Hans me haga caso. El vampiro me lleva hasta la puerta del camarote, alzo mi mano para tocar la madera y esperar a que Hans me permita entrar, sin embargo, en ese instante la puerta es abierta, por esta sale Daniel.
En el segundo que nuestras miradas se cruzan, frunce ceño, tal vez no esperaba verme a mí, sino a su primo. Nuestro contacto visual termina cuando Hans decide salir del camarote, al ver a Max extiende sus brazos para entregarle un frasco. Es donde tiene la sangre. ¿Eso es lo que quería Max? El vampiro lo recibe. Mi presencia no sirvió de nada.
—Graci…
Max no termina la palabra, pues el menor se apresura a volver a cerrar la puerta, incluso Daniel se ha sobresaltado cuando escucha el portazo detrás de él.
—Aún sigue asustado porque lo mordiste — dice Daniel.
—Pero no fue mi intención…
—Lo sé, pero no puedes culparlo — masculla —. Es solo un niño y tus mordidas duelen demasiado. ¿Por qué no hablas con él y te disculpas?
—Sí… Lo haré cuando vuelva a salir de ahí — proclama, seguro.
Sin previo aviso, Daniel toca la puerta del camarote, antes de que el vampiro cuestione su acción, Hans ya ha abierto la puerta. Ambos volteamos a mirar a Max, esperando a que cumpla con hablar con el menor.
—Eh… — balbucea el vampiro —. No puedo abrir el frasco, ¿puedes abrirlo por mí, por favor? — pregunta, extendiendo de regreso el recipiente a Hans.
Los tres volteamos a mirar a Max, incrédulos. ¿En serio ha usado esa excusa para iniciar una posible conversación con Hans? ¿Qué tan débil debe estar un vampiro para ni siquiera ser capaz de abrir un frasco?
Hans sin ninguna dificultad consigue destapar el recipiente, vuelve a entregarse a Max.
—No sabía que los vampiros eran tan inútiles para algunas actividades — farfulla el menor.
Max abre su boca, quizá para increpar, si bien, se retracta al percibir que él fue quien le pidió a un niño que le ayudara a destapar un frasco.
—No puedo ser perfecto en todo, también tengo derecho a tener defectos — dice Max.
Y de alguna manera la conversación entre ellos fluye, Daniel y yo solo nos mantenemos en silencio escuchando sus palabras, hasta que ambos deciden llevar su charla a otro parte del barco. Dejo de contemplar como se alejan para fijar mi atención en Daniel, mas este aún se mantiene observando a su primo y a Hans alejarse.
—Mintió al decir que no podía abrir el frasco — murmura —. Igual que como me mintió al decirme que no sabía andar en bicicleta.
Lo miro, confundida. ¿De qué está hablando? Daniel deja de ver aquella dirección para poner su atención en mí.
—¿No estás mareada? — cuestiona de pronto.
—¿Qué? — tardo unos segundos en procesar su interrogante —. No… Bueno, solo un poco, puedo tolerarlo.
Mi respuesta no parece gustarle, pero asiente sin refutar.
—Dime sí te sientes muy mareada, ¿sí? — dice, a la vez alza la mano para acariciar mi cabeza.
Su muestra de afecto no dura mucho, pues al instante retira su mano.
—Eres demasiado tímido—susurro.
—¿Eso te molesta?
—No — respondo sin dudar —. Me gusta que seas así.
Daniel sonríe y su rostro se pone colorado al oír mis palabras y recordar que él me ha dicho lo mismo antes.
—Quiero preguntarte algo — Daniel asiente, dándome el permiso de continuar —. Cuando estábamos en el bosque, antes de que los caballeros llegaran y nos descubrieran, yo quería besarte, pero no recordaba que estabas en tu forma de fantasma en pena, si te hubiera besado, ¿no lo habrías sentido? ¿Hubiera besado a la nada?
—Ah, pues… — balbucea, se toma unos segundos para pensar su respuesta —. No hubieras besado a nadie, pero tú sentirías que sí lo hiciste y yo... yo no.
—Entiendo — respondo —, pero ahora ya no eres ninguna ilusión, ¿verdad?
—No, ¿por qué? — pregunta, confundido.
No le respondo, prefieren que él lo deduzca cuando descubra mis intenciones. Deshago la distancia entre ambos, acomodo mis manos en sus hombros y acerco mi rostro al suyo. Su cuerpo se tensa al instante, creo que ya descifró lo que pretendo. Espero unos segundos para recibir una respuesta negativa o positiva, lo que obtengo es un suspiro seguido de una diminuta sonrisa.
Continuo acercando mi rostro, cuando presiento que estoy a centímetros de mi objetivo, siento un líquido que nos salpica, esto provoca que ambos nos separemos al instante.
Observo que Daniel tiene la cabeza y cabello húmedo, detrás de él veo una silueta, me inclino un poco para hallar a Daniela quien sujeta entre sus manos un vaso. De inmediato, comprendo que ha sido ella la que nos ha lanzado el agua.
—Lo siento, Isa — se disculpa solo conmigo —. Eres mi amiga y me caes bien, pero esto es algo personal entre hermanos, es una pena que tengas que sufrir con mi venganza, ¡pero tú tienes la culpa! ¿Qué le viste de bueno a Dani?
—¿Esto es por lo del cine? — cuestiona Daniel. Su hermana asiente en respuesta —. Bien, admito que sí lo merezco.
—¡Por supuesto que lo mereces! — espeta ella —. Ahora sí, ya pueden compartir gérmenes.
Acto seguido, da media vuelta y volvemos a estar solos. Daniel con ayuda de su mano sacude su cabello, como si eso fuera a secarlo más rápido, yo tuve suerte de que solo me salpicaran algunas gotas.
—¿Qué ocurrió en el cine? — indago, curiosa.
—Ah… No quieres saber.
—Sí quiero saber, por eso te pregunté.
Daniel se toma unos segundos para debatir en si compartir su vergonzosa anécdota.
—Es que antes Daniela y un chico que solía ser mi amigo, fueron pareja, y digamos que yo… tal vez me puse un poco, solo un poco celoso.
—¡¿Un poco?!— oímos vociferar a Daniela a la distancia.
—Como él era mi mejor amigo, no quisieron que de alguna manera me sintiera excluido—continua Daniel—, así que en una ocasión, me invitaron a una de sus citas, ¡esa fue la primera y última vez que fui de mal tercio! ¡No es agradable ser la tercera persona!
Asiento ante sus palabras e indico que siga contando lo que ocurrió ese día.
—Para ir cine debíamos salir del pueblo, pues solo afuera están las tiendas comerciales y demás.
—Sí, lo sé — digo, recordando los momentos que tuve que ir hasta allá porque no conseguía todo lo que quería en el pueblo.
—En la cita, ellos quisieron… darse un beso — sigue con la anécdota —. Y mi manera de reaccionar fue lanzándoles la bebida que tenía y no era agua, sino refresco.
Tras finalizar sus palabras, cubre su rostro colorado con sus manos, al parecer le avergüenza recordar ese momento.
—Y ahora Daniela se está vengando — concluyo. Frunzo mis labios para evitar reírme de esta situación.
—Sí…
—Bueno, ya que ha cumplido su objetivo, ¿puedo besarte?
Daniel despega sus manos de su cara para mirarme, perplejo. Aunque su rostro delata la vergüenza que siente, abre su boca para responder. No obstante, antes de emita algún sonido, la tripulación que navega el barco empieza a gritar, despavorida.
Daniel se apresura a sujetarme de la mano, nos acercamos al barandal del barco y descubrimos la razón del pánico, donde estamos el océano está tranquilo y el cielo despejado de nubes, pero a varios metros se contemplan varias nubes acumuladas y las aguas moviéndose con violencia, es extraño y aterrador observar ese panorama.
Mientras más nos acercamos, sentimos que los rayos del sol ya no nos acaloran, ahora nos envuelve el frío con las ráfagas de viento que se perciben, así mismo, admiramos los relámpagos que aparecen en el cielo.
—¡Azariel, haz que el barco se detenga! — escucho vociferar al príncipe Aren.
En el segundo que grita la orden, sentimos como el barco deja de mecerse por el movimiento y de la nada, se queda inmóvil, provocando que todos los que estamos a bordo perdamos el equilibrio y caigamos en la cubierta. Acto seguido, los tripulantes gritan que dejen caer el ancla al mar.
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