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|Capítulo 34|

Isabella

Después de tantos días nos han permitido salir al pueblo, antes de retirarnos, el señor Beck nos advirtió que evitaramos divertirnos demasiado, ya que sin importar que tan embriagados estuviéramos, él nos quería a todos la siguiente mañana. Al parecer él conoce lo suficiente a sus discípulos para afirmar que la diversión en el día libre será beber ya sea entre ellos o con sus familiares. Mis compañeros se apresuraron a replicar que ellos no harían eso.

Los más entusiasmados por ser libres fueron Daniel y Max. Hans mencionó que para él no era un martirio el encierro, pues ha permanecido de ese modo en los túneles subterráneos, el vampiro se burló del pequeño diciendo que Hans ya estaba acostumbro a la vida de topo, pero que él necesita su libertad.

Me negué a ir con ellos al pueblo, no es porque no quisiera, sino que tengo como prioridad encontrar una solución que me permita irme de este lugar y si las sirenas ya no están en este sitio, debo averiguar dónde hallarlas. Daniela insistió en quedarse conmigo, mas no era necesario, yo misma podía ir a la biblioteca que tienen aquí para investigar. Al principio pensé en ir a la que hay en el pueblo, pero según me recomendó Aiden, era mejor la del palacio.

No tardé demasiado en hallar la biblioteca, quiero creer que ya estoy conociendo mejor los pasillos y cada rincón del castillo como para no perderme. Al entrar, me mantengo unos segundos admirando lo inmensa, limpia y vacía que se encuentra. En la entrada hay una estatua de una mujer, está ligeramente inclinada haciendo una reverencia mientras señala el interior.

¿No debería estar alguien trabajando aquí? Puedo robar los libros y nadie me detendría. Mi pensamiento sobre lo sencillo que sería tomarlos se esfuma cuando la puerta de la entrada se abre, por esta ha entrado Aiden con unos libros.

—¡Buen día! — saluda, mas aún no se ha percatado de mi presencia. ¿A quién saludó? —. ¡Isabella, qué agradable es verte por aquí! — ahora sí me ha saludado a mí.

Le devuelvo el saludo. Me pregunta la razón por la que no estoy en el pueblo con mis hermanos, yo cambio el tema comentando mi pensamiento sobre lo solitario que está y lo sencillo que sería robar los libros.

—Inténtalo — me anima.

Me acerco a un estante y sujeto un libro al azar, me dirijo a la entrada, dudo por un segundo en lo que estoy haciendo. Volteo a mirar a mi compañero, él vuelve a pedirme que lo haga. En el instante que voy a abrir la puerta, me arrebatan el libro. Giro mi cuerpo para averiguar quién ha sido, al que veo detrás de mí es a la estatua, entonces grito horrorizada. La estatua de inmediato, dirige su dedo índice a sus labios, indicándome que debe haber silencio en ese lugar.

Enmudezco, tengo el corazón acelerado por el susto que me provocó esta mujer. Ella se aproxima al estante donde tomé el libro y lo deja en su respectivo lugar, después regresa a su sitio en la entrada, vuelve a quedarse inerte en su posición de estar haciendo una reverencia. Volteo a mirar a Aiden, con cara de miedo.

—Se llama Dafne — me informa —, bueno… en realidad no sé si tenga nombre, pero no me agradaba llamarla “estatua”, así que la nombré así, creo que le gusta porque siempre obedece cuando la llamo de esa manera.

Asiento, escuchando lo que me dice, pero a la vez viendo fijamente la estatua. Aiden se acerca a Dafne, levanta los libros con los que ha entrado, la mujer vuelve a moverse, recibe los libros que le ofrece, acto seguido, se pierde entre los estantes de la biblioteca.

—¿Es la única estatua viva? — pregunto.

—Eso creo… Cuando vengo Dafne es la única que me ayuda.

Mi compañero me acompaña dentro de la biblioteca porque me asusta perderme en este laberinto de estantes y libros.

—¿Por qué no fuiste al pueblo como los demás? — cuestiono.

—Pregunté lo mismo hace un momento, pero me has cambiado el tema comentando tu angustia a que alguien podría robar.

«Sí ha notado que lo hice intencionalmente».

—No quise salir, me pareció mejor opción venir aquí — respondo.

—Tampoco me apetecía salir.

—¿Por qué? ¿No te agrada visitar a tu familia?

—¡Por supuesto que sí! Pero solo nos dan poco tiempo de descanso. En un día no puedo ir y volver.

—¿Qué tan lejos vives? — indago.

Aiden voltea a verme como si mi pregunta delatara lo ignorante que soy.

—El reino de fuego queda muy lejos — responde —. Isabella, ¿qué libros estás buscando?

«Ni siquiera yo lo sé».

—Puedes pedirle ayuda a Dafne — comenta, da media vuelta y se retira.

Quizás debería preguntarle a mi compañero sobre lo que deseo saber, después de todo, no sé en que libro pueda encontrar aquella información. Mi plan de ir con Aiden se atrasa un poco debido a que me he extraviado, sin embargo, a la que sí encuentro es a Dafne acomodando algunos libros.

—Disculpe… — murmuro, me sobresalto cuando ella voltea a mirarme —. ¿Sabe dónde puedo hallar información sobre quiénes capturan a las criaturas de Dédfer? ¡A quién engaño, no pienso leer nada! ¿Dónde está Aiden?

La estatua deja su trabajo, comienza a caminar entre los pasillos. ¿Debería seguirla? No me queda otra opción. Sigo a Dafne por el lugar. Finalmente, nos detenemos en un espacio donde hay varias mesas. Mi compañero está sentado en una de estas, y para mi sorpresa hay otros dos chicos, cada uno permanece en una mesa diferente. Antes de que me acerque a Aiden, Dafne me detiene y me entrega un libro.

Observo el libro, es de tapa tura, color negro y sin ninguna ilustración en la portada, ¿será que aquí está la información que necesito? Intento leer el título, si bien, no lo entiendo. Abro el libro para contemplar su escritura, pero descubro que no comprendo nada de lo que hay escrito.

—¿No lo tienen en español? — cuestiono.

Dafne niega con su cabeza, da media vuelta y se dirige a seguir trabajando. Me acerco a Aiden y me siento a su lado, él deja su lectura para mirar curioso el libro que sostengo.

—¿Eso estabas buscando?

—Sí, pero no entiendo lo que dice — mascullo.

—Ya leí ese libro, ¿qué te interesa saber?

—Me interesa saber sobre los animales que capturan, ¿quién lo hace?

—Nadie sabe quién fue el que inicio todo.

Entonces recuerdo la conversación que tuve con los niños Garvor aquella noche que me quedé atrapada en este sitio.

—Al desconocer quien fue el responsable, los monarca se culpan entre sí — comento.

Aiden asiente.

—Siento que esa es la razón por que continúan capturando a las criaturas de Dédfer, si los reinos se unieran, tal vez podrían resolver este conflicto — opina, bastante desilusionado al ser consciente que su pensamiento no es tan sencillo de cumplir —. Aunque... considero que hay probabilidad que uno de los monarcas sea un traidor.

—¿Qué rey sería capaz de realizar tal cosa? — inquiero.

Mi compañero se toma unos segundos para revelar su respuesta.

—No tengo idea.

—¿Entonces nadie sabe dónde llevan a los animales capturados? No lo creo, deben tener al menos alguna idea.

—El rey es quien nos mantiene informados, si él sabe algo por alguna razón no desea compartirlo, ningún monarca ha comentado sobre la situación.

—¡Qué desagracia!— pienso en voz alta.

Aiden vuelve a asentir de acuerdo conmigo.

—Al menos hay esperanza de que algún día conozcamos la ubicación de las criaturas que mantienen en cautiverio.

—Espero que sea lo más pronto posible — murmuro, porque de lo contrario, significa que me quedaré más tiempo aquí.

—Así que mientras tanto, nosotros seguiremos entrenando para que cuando ese día llegue obtengamos la victoria — dictamina, acto seguido, toma el libro que dejó y reanuda su lectura.

—Sí… Espera, ¿cuál victoria?

Mi compañero vuelve a dejar el libro a un lado, centra nuevamente su atención en mí. Tal vez estoy siento una molestia, después de todo, Aiden debe estar en esta biblioteca porque desea estudiar tranquilo y yo solo lo distraigo.

—¿Cómo que cuál victoria? — dice, tal vez piense que en definitiva soy ignorante —. La que obtendremos cuando venzamos a los culpables que han hecho esos actos crueles y liberemos a las criaturas capturadas, esa es nuestra razón de vivir y por la que soportamos este intensivo entrenamiento.

No estoy comprendiendo nada.

—Si me disculpas, buscaré algunos libros que necesito — avisa, con discreción se levanta de su sitio para meterse entre el laberinto de estantes.

Daniel

Hans sigue esperando a Meredith quien se ha metido en el cuarto donde probablemente esté examinando al conejo. Este día nos han permitido salir del encierro en el que nos mantienen en el palacio y Hans quiso aprovechar la oportunidad para que la chica le informara sobre el estado del animal, los últimos días lo estuvo cuidando y a mi perspectiva, el conejo ha crecido demasiado.

Mientras tanto, mi hermana, mi primo y yo escuchamos al padre de Meredith, el señor Evanson, nos relata como es que su bisabuelo empezó con este negocio, sus familiares aspiraban a que fuera un centro de atención para animales mucho mas grande que se distribuyera a los demás reinos en Dédfer, pero aunque no lo han conseguido están satisfechos con lo que ahora han obtenido.

—Siempre he amado a los animales — dice el mayor —, de pequeño anhelaba convertirme en un M. T., pero en mi descendencia no hay ningún familiar que lo haya sido y evidentemente, tampoco obtuve ese don por obra del destino.

Maximiliano es el que crea preguntas para el hombre y continua con la conversación, mi hermana suele opinar algunas veces, yo permanezco escuchando sin mencionar nada a menos que me pregunten directamente. La platica es interrumpida cuando la hija del señor Evanson sale del cuarto con el animal en sus brazos. Le dirige a Hans varias palabras que su padre nos traduce. Meredith ha informado que el conejo está en buen estado, felicita a Hans por cuidarlo e indica que es momento de que sea liberado.

—Entonces, ¿ninguno está interesado en el trabajo? — vuelve a preguntar el señor Evanson.

Al llegar aquí, en el momento que el hombre nos reconoció a Hans, a mi primo y a mí, nos saludo efusivo y nos preguntó si esta vez veníamos por el trabajo que ofreció, nosotros nos negamos y ahora ha vuelto a insistir.

—Es usted muy amable, pero no quiero cuidar animales, corren el riesgo que los devore — responde Maximiliano.

El hombre en lugar de asustarse con las palabras de mi primo, le provoca gracia.

—Además, no tenemos permitido salir del castillo — prosigue Maximiliano —. Hoy fue el día que nos concedieron libertad.

—Lo sé, también trabajo para el rey, nos mantienen sin permiso a visitar nuestro hogar, por lo tanto los días como estos, donde puedo salir, vengo a ver a Meredit — revela el mayor, luego nos mira a los cuatro, sorprendido —. ¿Trabajan en el castillo? ¿Por eso no aceptan trabajar para mí?

—Vivimos en el castillo — aclara Maximiliano —. La que trabaja es nuestra hermana Bella, ella es la que mantiene a esta familia.

El señor Evanson lo mira asombrado, creyendo las palabras de mi primo.

—Ya que el hermano mayor — dice Hans, mirando directamente a Maximiano —, es un bueno para nada que no se preocupa por nuestro bienestar. Permite que Isabella sea el pilar de esta familia.

—¡No pelearé contigo, niño! Voy a ignorarte.

—Isabella es parte del grupo de M. T — le aclaro al señor Evanson —, por eso nos permiten vivir en el palacio.

El hombre asiente, comprendiendo de inmediato.

—¿Y en que parte del castillo trabaja? — me intereso en el tema.

—En los establos — responde —. Soy responsable de curar las heridas de los animales que lleven, también los debo alimentar y asear.

—¿Es el que está alejado del castillo? — cuestiona mi primo.

El mayor asiente con su cabeza. De pronto, el recuerdo de Isabella intentando darle un baño al grifo viene a mi memoria, el señor Evanson es quien se encarga de dicha tarea, pero como consecuencia de una sanción, Isabella fue la que terminó aseando al animal con un poco de ayuda de su compañero.

—Lo que menos me agrada es que debo volver al castillo y dejar a mi querida Meredith — dice el mayor, mirando afligido a su hija.

Ver así al señor Evanson, provoca que recuerde a mis padres. Los echo demasiado de menos, me pregunto ¿qué estarán haciendo? ¿Cómo habrán reaccionado ante nuestra ausencia? ¿Nos extrañaran? Miro de soslayo a mi hermana, aunque no lo hemos conversado estoy seguro que ella también debe extrañarlos.

—Al menos sé que su prometido cuida de ella — continua hablando el mayor —. Estoy ansioso de que llegue el evento del príncipe y nos permitan estar más días con la familia.

—Pero si el cumpleaños del príncipe ya se celebró — aclara Maximiliano.

—Así es, nuestro príncipe ha cumplido los dieciocho años, ¡está preparado para comprometerse con una bella joven!

—¿Va a comprometerse a los dieciocho? — indaga mi primo, interesado en el tema.

El señor Evanson asiente, entusiasmado, como si fuese una noticia que se deba celebrar.

—El príncipe debe asegurarle a su pueblo que hay otro heredero.

—Mientras tanto yo continuo en el sendero de la soltería — susurra Maximiliano cerca de mí, solo para que yo lo escuche.

Finalmente empezamos a despedirnos de Meredith y su padre, a este último le decimos que quizás, en nuestra próxima visita al negocio, Maximiliano se anima a trabajar bañando a los animales, por supuesto que a mi primo no le hizo gracia. Antes de retirarnos y volver al castillo, Hans ha pedido que vayamos al bosque, cerca del lago, para que libere al conejo. Mi primo le dice que si lo conserva un día más, él no dudará en devorarlo.

—Nos vemos luego, jovencitos — se despide el hombre.

De alguna manera, presentía que ese “luego” no volvería a suceder o que tardaría demasiado en llegar. Hans dentro de unos minutos liberaría al conejo y ya no existiría excusa para venir y aunque sabemos que el señor Evanson trabaja cerca del castillo, ninguno tiene motivo para acercarse al sitio donde tienen a los animales.

—¿Ocurre algo, muchacho? — cuestiona el señor Evanson al percibir que aún estoy aquí, pues mi hermana, mi primo y Hans han salido del negocio.

—Bueno, pues… — murmuro, analizo lo que estoy por decir —. Quisiera pedirle un favor.

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