|Capítulo 32|
Daniel
Siento mis párpados pesados, lentamente los abro y se van adaptando a la oscuridad de la habitación. Siento mi cuerpo arder, estoy tan débil que permanecer despierto me es difícil, pero lo que me ha despertado es el dolor en mi pecho y mi brazo izquierdo, en especial del último. Me esfuerzo para levantar el brazo y apreciar mi rasguño, sin embargo, también me percato de uno nuevo que no tenía cuando me dormí.
Tardo unos segundos en descubrir que me ha provocado esta nueva marca. Al entenderlo, me incorporo como puedo en la cama. A pesar de la oscuridad, visualizo a Maximiliano en un sillón, está sentado, mirándome fijamente.
—¿Cómo te sientes, Dani?
No respondo. Ha logrado ponerme nervioso.
—¿Por qué no respondes? ¿Te comió la lengua un pez?
Si no estuviera en esta situación, tal vez me reiría de sus palabras. Maximiliano se levanta de su lugar y se acerca, se detiene cerca de cama y se acomoda en la orilla.
—Dame una razón que me convenza de no darte una paliza —solicita.
—¿Por qué?
—Dani, no soy estúpido — dice, inexpresivo.
—No sé de qué hablas.
Mi primo comienza a reírse.
—Tonto, dulce, lindo y encantador Dani, no intentes engañarme, no a mí.
—Los últimos tres no van conmigo — murmuro, desviando la mirada.
—¿Desde cuándo te menosprecias así? — inquiere.
Me encojo de hombros. Observo de soslayo que Maximiliano deja de verme y se concentra en ver una esquina.
—Ya que estamos solos, quisiera hablar contigo — vuelve su atención a mí —. ¿Cómo te sientes, Dani?
—Débil.
—Sabes que no me refiero a tu estado físico.
—Lo sé, pero así me siento —confieso.
Mi primo permanece en silencio durante varios minutos, hasta que reacciona y vuelve a fijarse en mí.
—Sigo esperando la razón.
—¿Vas a golpear a este enfermo decrepito?
Maximiliano asiente como respuesta. Espero que esté bromeando. Me percato que mi primo ha estado mirando mi brazo lastimado, no sé en qué momento ha quedado a la vista, me apresuro a volver a cubrirlo con las sábanas.
—Probé tu sangre — dice —. Sabe a todo, menos a sangre humana. Tengo todo un interrogatorio para ti, Dani.
Suspiro profundo. Realmente no me sorprende que me haya descubierto.
—Oye, Maxi...
Mi primo me mira estupefacto. Sabe que no he usado ese diminutivo desde hace años, pero cuando lo hacía era porque quería obtener algo.
—Sé que quieres hablar sobre Miguel, pero también quieres hablar sobre lo que descubriste — musito. Él afirma con un movimiento de cabeza —. Escoge una opción, no me apetece dar explicación de ambas.
—¡Eres un maldito chantajista! ¡Yo soy quien debería hacerlo!
A pesar de que su rostro refleje su molestia, está debatiendo qué tema elegir, sabe que no cederé en ambos.
—¿Por qué te sientes culpable? — indaga.
Ha elegido hablar sobre Miguel. Suspiro resignado a conversar sobre él.
—Siento que pude haberlo evitado.
—¿Cómo?
—No lo sé… ir más lento, frenar más rápido, haber presentido que esos animales estaban cerca.
—Tienes razón, pudiste evitarlo — Maximiliano asiente —. A veces también me siento culpable de lo que pasó aquella gélida noche, cuando ese pequeño e indefenso vampiro... Bueno, indefenso no, yo nunca he sido indefenso — niega varias veces antes de continuar —. Aquel pequeño y travieso vampiro...
—Bien, ya entendí— lo interrumpo, blanqueo los ojos, irritado de escuchar la misma historia — ; tú no eres culpable de lo que pasó, fue un accidente, nadie sabía lo que iba a pasar, igual con Miguel, fue un accidente, yo no tuve la culpa, no sabía lo que iba a pasar… No intentes deprimirme con tu triste historia y sermones.
Las carcajadas de mi primo no tardan en escucharse.
—Al menos has dicho que no fue tu culpa.
Me quedo perplejo. Es verdad, lo he dicho y ni siquiera lo noté.
—Ya no me siento tan deprimido como antes —confieso —, aún lo extraño y eso… pero, tampoco puedo evitar entristecerme porque sé que mi hermana también sufrió, dejó de hablarme durante mucho tiempo y…
—¿Y qué? — cuestiona cuando me he quedado callado.
—Nada — niego de inmediato —. Me siento mejor desde que nuestra relación también lo hizo.
—Daniela debió entender que también perdiste un amigo esa noche — comenta —, porque al final del día son hermanos y deben cuidarse entre sí.
Isabella
Los cuatro permanecemos en silencio mientras desayunamos, al terminar, Hans avisa que se va con un trozo de carne para alimentar al conejo. Max y Daniela se han ido para conseguir sangre porque el vampiro necesita su dosis. El único que ha faltado es Daniel, pero el vampiro ha informado que se quedó dormido y posiblemente cuando se sienta con más energía saldrá de la habitación. Mientras tanto, yo permanezco en la solitaria cocina esperando a que llegué el momento donde deba reunirme con mis compañeros M. T.
La puerta de la cocina es abierta, por esta entra un somnoliento Daniel, tiene sus ojos hinchados por dormir demasiado y su pelo despeinado. Entra por completo a la cocina, tiene su mano izquierda sobre su pecho.
—Te ves terrible —comento, eso causa que se percate de mi presencia —. ¿Ya tienes apetito?
—No. Vine a buscar a Maximiliano.
—Se fue con Daniela a buscar… sangre.
Daniel suspira profundo. Me llama la atención la herida que tiene en su brazo, mantengo mi atención en ella. Él parece darse cuenta, ya que oculta su brazo tras su espalda, de inmediato, pone su mano derecha sobre su pecho.
—¿Qué tienes? ¿Te duele el pecho? —interrogo.
—No…
—¿Entonces por qué te lo proteges?
Retira su mano de esa zona. Se forma un silencio, bastante incómodo para mí. Espero a que se vaya de la cocina, él vino buscando a su primo, como es evidente que no está aquí debería irse, pero no lo hace, permanece inerte en el mismo sitio.
—¿Cómo te lastimaste el brazo? —decido continuar con la conversación.
—Me caí.
Daniel fija su vista en cualquier parte del espacio, menos en mí, me quedo absorta viendo su rostro, especialmente sus ojos. Por breves momentos, veo su mano que oculta detrás de su espalda y luego miro su pecho cubierto por la ropa que trae, vuelvo a mirar su mano, otra vez su pecho y por último sus ojos. Me levanto de mi lugar, camino hacia la puerta para irme y reunirme con mis compañeros. Antes de salir, me detengo frente a él e inconscientemente miro una vez más su pecho.
«Isa, has enloquecido».
Daniel me ve bastante confundido, tal vez también piensa que estoy demente por estar mirando mucho esa parte de su cuerpo.
«Olvida tu teoría. No tiene sentido», me pido que deje mis ideas locas, mejor lo olvido y sigo con mi camino hacia la puerta.
Es que de alguna manera indescriptible, al ver a Daniel pienso en cierta ave que fue herida ayer. Ignoro mis pensamientos que me piden que olvide el tema y vaya con los M. T.
—Déjame ver tu pecho.
Me arrepiento de mis palabras cuando admiro que el rostro de Daniel se vuelve colorado.
—¡¿Qué cosa?!
—Es que… — siento que mi cara también se ha acalorado —. No quise decirlo así… ¡qué vergüenza!
Doy un paso al frente para comenzar mi escape de está penosa situación. Daniel al instante retrocede, asustado, tal vez piense que quiero hacer algo malo. Supongo que debe sentirse débil o está demasiado asustado, quizás una mezcla de ambas, ya que mientras retrocede, sus pies se enredan y cae sentado al piso.
Daniel pone su mano izquierda sobre su pecho y la otra sobre su boca, de pronto comienza a toser, tras eso, cierra sus párpados. Él está enfermo, debería ayudarlo y decirle que descanse, en cambio me estoy comportando de esta manera. Me agacho, llevó mi mano a su frente, en ese mismo instante la retiro.
—Estás hirviendo — susurro —. Ve a descansar, iré a buscar a Max.
Daniel me agradece y parece querer levantarse, si bien, solo se queda en el suelo.
—No me puedo levantar — comunica.
Ni de broma voy a podré ayudar a Daniel a levantarse y llevarlo a la habitación. Estamos en un castillo lleno de personas trabajando, ¿dónde está la servidumbre cuando la necesitas? Daniel continua con sus ojos cerrados, respira pesado, los movimientos de su pecho que provoca su respiración hace que vuelva a fijarme en esa zona, tengo que dejar de mirar ahí.
Aproximo mi mano a esa parte, cuando mis dedos tocan la parte de la tela que cubre su pecho, siento la mano de Daniel sujetar mi muñeca, pero no lo hace con fuerza. Jalo ligeramente la tela, logro observar que tiene un rasguño, cuando quiero observar con más detenimiento lo que veo, escucho una voz.
—Isa — escucho que me llaman, giro mi cabeza hacia la puerta —. ¿Qué haces?
Retiro mi mano de Daniel. Su hermana me mira con estupor, detrás de ella está Max sonriendo, tal vez burlándose de la situación.
—¡No es lo que parece! —me apresuro a aclarar.
—¿Entonces qué es?
—Es que… Daniel está caliente.
Mi amiga abre bastante su boca, mirándome atónita. Max ya no resiste y comienza a carcajear.
—¡Me refiero a que tiene fiebre!
Me cubro el rostro de la vergüenza.
—Bella, no sabía que tenías esos deseos tan pecaminosos con Dani —dice el vampiro.
Se acerca a su primo, lo sostiene del brazo y sin ninguna dificultad, lo levanta del piso, pasa el brazo de Daniel sobre sus hombros para que pueda apoyarse y sea más sencillo guiarlo.
—Vámonos, Dani, no quiero que tu primera experiencia sea de esta forma.
El enfermo se digna a abrir un poco los ojos.
—Cállate —masculla, vuelve a cerrarlos.
—Bella, los hombres de negro te están esperando — me informa Max.
Me apresuro a levantarme del piso y huir de ahí.
El señor Beck nos ha traído a un sitio apartado del castillo, a excepción de mí, mis compañeros no parecen en lo absoluto ansiosos por saber a dónde vamos, quizás ellos ya han venido y yo soy la única ignorante. El señor Beck indica que entremos a una construcción bastante amplia, dentro todo está oscuro, pero a los pocos segundos se abren varias ventanas que nos ofrecen un poco de iluminación.
Busco alrededor al señor Beck, no hay rastros de él, hasta que lo veo en una esquina siendo protegido por unas rejas de metal. Observo a mis compañeros y el pánico se apodera de mí cuando analizo sus expresiones, parecen asustados.
Estoy por investigar lo que ocurre, sin embargo, mis compañeros emiten lo que parece ser un quejido, están asustados mirando una esquina, también observo esa dirección y descubro que una puerta hecha por rejas de metal es desplazada para dejar en libertad a un enorme grifo, me llama la atención el vendaje que tiene en su pata derecha. A comparación de mis compañeros que parecen aterrados, yo permanezco tranquila, ¿por qué se asustan? Lo único que deben hacer es estar tranquilos, no deben gritar.
—Esta bestia fue traída cuando la hallaron herida, creemos que intentaron capturarla, pero consiguió escapar — informa el señor Beck —. ¿Cuál es el comportamiento de un grifo adulto? Tomando en cuenta que no fue domesticado desde pequeño, por supuesto.
—Agresivo —responde uno de mis compañeros, es un joven rubio, alto y bastante atemorizado.
«¡¿Qué cosa dijo?!».
El animal empieza a acechar a mi compañero Nick, este tiene la intención de correr para alejarse del grifo.
—¡No! — masculla el chico rubio —. No corras, eso no funcionará, tampoco grites… solo intenta mantener la calma. ¡Y controla tu respiración!
El moreno, a pesar de su evidente pánico, se mantiene inerte en su sitio. El animal pierde el interés en Nick y se dirige al chico rubio. Tal y como le indicó a Nick, se mantiene quieto y tranquilo. El grifo se aproxima aún más al joven, empieza a rodearlo, acerca su pico a la nuca del chico y creo que comienza a olfatearlo. Mi compañero empieza a reírse quedito. Supongo que debe tener cosquillas en esa zona.
Cuando el animal escucha la risa de mi compañero, se apresura a ponerse frente a él y graznar bastante fuerte. El rubio en todo momento se mantiene tranquilo y relajado, por la actitud del grifo, creo que le agrada, pues se sienta frente al chico.
—Felicitaciones, Aiden — expresa el entrenador —. Puedes venir a mi lado y admirar como tus compañero se esfuerzan por ganar un lugar a salvo aquí.
Aiden, a paso lento e inseguro se acerca al sitio donde está el señor Beck. Las rejas que mantienen seguro al hombre, se abren y permiten al chico entrar, cuando las rejas vuelven a cerrarse, el señor Beck se asegura de golpear el metal, el sonido provoca que el grifo se altere.
—Los próximos que consigan tranquilizarlo podrán ir saliendo — comunica —. El último que quede, será el afortunado de alimentar y bañar a la bestia.
Los que aún estamos con el grifo refutamos, en cambio, el que acaba de salir parece decepcionado. A mí no me apetece alimentar al grifo, es posible que yo me convierta en su comida. Debo hacer lo posible por salir de aquí.
No debería impresionarme que yo sea la afortunada de asear y alimentar al grifo. Fracasé terriblemente en mi tarea, este animal no es como los anteriores, o quizá me confié demasiado, como he podido lidiar con las anteriores criaturas que he hallado por el camino, creí que esta vez sería similar.
—Por suerte aquí hay un caballero que te ayudará, Bella.
Los mellizos, Max y Hans vinieron cuando se enteraron que me quedaría unas cuantas horas afuera para alimentar al grifo.
—¿Vas a entrar a la jaula, Maximiliano?
—¡Ni loco! Me refería a ti, Dani.
Daniel voltea a mirar a su primo, bastante indignado.
—¡Los dos son unos cobardes! — vocifera Daniela.
—¿Tú si vas a ayudar a Isabella? —inquiere su hermano.
—Eso quisiera, pero descubrí que soy alérgica a esa ave.
Daniel ve a su hermana con la misma indignación con la que recientemente miró a su primo.
—Deberían sentir vergüenza — comenta Hans.
—¿Por qué no entras a la jaula, mocoso? Te permitiré llevar una lanza.
Hans observa furioso al vampiro, antes de que se forme una discusión sin sentido, escuchamos a alguien carraspear, los cinco volteamos a la vez a mirar en la misma dirección. Admiro a mi compañero Aiden.
—Disculpen… — balbucea, cabizbajo. Me parece que se ha puesto nervioso al ser observado por los cinco —He venido a ofrecer mi ayuda, pero… me parece que ya hay demasiada.
—No te dejes engañar, aquí todos nos negamos a acercarnos a la jaula — expone Hans.
—¿Te mandó el señor Beck? — indago.
Se apresura a negar.
—He venido por mi voluntad.
—¿Viniste porque quieres ayudarme a alimentar al grifo? — inquiero, confundida.
Aiden asiente sin dudar. Me parece imposible de creer, no es posible que él desee hacer ese acto tan valiente. Aunque dudé en creer en la validez de sus palabras, Aiden demostró que su intención de ayudar era veraz. Se introdujo en la jaula, al principio el grifo se mostró agresivo, sin embargo, Aiden logra tranquilizarlo estando él quieto y confiado. Una vez que el grifo está en calma, mi compañero procede a limpiar su plumaje. A mí me han asignado este deber, así que mientras Aiden asea al animal, yo me encargo de alimentarlo.
—¿Por qué te has ofrecido a ayudar?
—Me gustan los animales — responde —. Si hubiese sabido que este era el castigo por no pasar la prueba, no me hubiera esforzado en cumplirla.
A nadie le agradan las sanciones, mas ahora que he escuchado a mi compañero, supongo que hay excepciones.
—¿Por qué este grifo no se comporta tan agresivo? Se supone que los adultos, al no ser domesticados, siguen siendo salvajes.
—Este aún no es adulto — responde —. Sé que el señor Beck puede verse insensible, pero dudo que nos ponga en riesgo o en una situación que no podamos afrontar.
Me acerco al sitio donde está para también lavar el plumaje del ave gigante. Veo a mis amigos que permanecen afuera de la jaula, se han puesto a conversar entre ellos.
—Todo lo que hace es para prepararnos para nuestro propósito —añade.
—¿Cuál propósito?
Aiden olvida por un segundo lo que hace, me mira como si mi pregunta no tuviera sentido.
—El propósito de todos — responde, reanuda su actividad —. Hallar a las especies que han capturado y liberarlas.
Las palabras del niño Garvor con el que una vez conversé vienen a mi memoria.
—¿Quién los captura? — investigo.
—Desconozco la respuesta, pero quién sea el responsable, tiene que ser castigado por sus actos.
Un silencio se instala mientras seguimos asegurándonos de asear al grifo. Ha terminado de comer, ahora se dedica a echarse y quedarse quieto, como si supiera que necesitamos que no esté en movimiento para facilitarnos la tarea.
—¿Qué especies han capturado? — decido preguntar.
—De todo Dédfer son bastantes, pero si solo cuento las de este reino, no es tan elevado el número, desde que nos percatamos que estaban cometiendo semejante crimen, estamos alerta.
En ese instante una duda se instala en mi mente, espero que la respuesta sea negativa, prefiero estar equivocada.
—¿Capturaron a las sirenas?
Aiden suspira profundo.
—Sí, son las que más extraño — dice, nostálgico —. Su canto se escuchaba en cada amanecer, era con lo que nos deleitábamos cada mañana. Todo eso desapareció cuando nos descuidamos y fueron capturadas.
Eso no puede ser posible. Por eso no vi ninguna sirena en el lago, porque ya no están ahí, siento como las posibilidades de volver a casa se vuelven nulas.
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