|Capítulo 14|
Daniel
Recibí un regaño de mis padres cuando llegué a casa en la madrugada. En el segundo que escucharon el sonido de la puerta abrirse, me atacaron con su interrogatorio y reclamos.
—¿Para qué tienes ese aparato si no lo vas a usar? — pregunta mi madre con sus brazos cruzados.
—No hay buena señal— digo mi excusa, aunque no es completamente una mentira.
—¿Y dónde estuviste? — dice la pregunta que no quería que hicieran. ¿Qué excusa diré? ¿En casa de un amigo? ¡No tengo amigos! Si menciono que estuve con Isabella, pensaran otra cosa muy vergonzosa para mí.
—Un lobo me atacó — intento cambiar el tema —. En realidad fueron dos y sucedió ayer en la tarde.
—¿Cómo es posible? — inquiere papá —. Tenemos prohibido transformarnos en el día.
Me encojo de hombros.
—Quizás estaban muy hambrientos — comento.
—O quizás porque Daniela rompió las reglas transformándose en el día — opina Maximiliano.
Todos giramos nuestros cuerpos para mirarlo, está sentado sobre el sofá con un vaso de cristal lleno de sangre.
—¿Insinúas que fue mi culpa? — gruñe Daniela.
—Sí — bebe del líquido rojo, manchando sus labios.
—¡Solo traté de defender a Dani! — alega.
—¿De qué sirvió? — cuestiona Maximiliano —. ¡Ella no fue la que le echó la maldición! Alicia podrá ser cruel pero, quiere mucho a Daniel — me ve fijamente — y tú también la quieres, ¿verdad, primito?
Ahora todas las miradas están en mí.
—El lobo destrozó mi mochila y libros… — balbuceo —. Tengo muchos trabajos atrasados.
Avanzo a las escaleras para irme a mi habitación.
—¿Dónde estuviste? — vuelve a interrogar mi madre antes de que suba el primer escalón.
Doy media vuelta para mirar a todos de frente.
—Estuve con Isabella — confieso —. A ella también la perseguían los lobos.
Al día siguiente Isabella no asistió a clases, mi hermana se preguntó por qué faltaría, aunque yo supuse que había cumplido con lo que mencionó; se fue del pueblo o tal vez sólo no quiso presentarse a las clases. Si bien, yo estaba seguro que era la primera opción.
—¿A dónde vas? — le pregunto a Daniela.
—A ver a Isa— responde —. Debe estar asustada y además, puedo informarle sobre las tareas que han dejado.
Asiento con mi cabeza. Avanzo en dirección a casa, observo lo más discreto posible a Daniela alejarse.
Antes de llegar a casa me desvío del camino para ir al río. Estando en el lugar, me siento en la orilla del acantilado con los piel colgando.
—¡Ya no hueles a humano! — alzo la mirada para encontrarme con los ojos de Alicia. ¿En qué momento llegó? No escuché cuando se acercaba. Es muy sigilosa.
Alicia se sienta junto a mí. Esta vez está muy cerca a diferencia de ayer que puso una estricta distancia.
—¿En serio? — cuestiono impresionado.
—Pues hoy no me apetece beber tu sangre.
Alicia acerca su rostro al mío y me olfatea.
—No hueles a humano — repite —, pero tampoco a licántropo.
—¿Entonces a qué huelo?
—No lo sé — encoge sus hombros —. Pero ya puedo estar cerca de ti — recuesta su cabeza sobre mi hombro —. Ahora, dime, ¿quién te puso la maldición?
A pesar de todo y que me agrada tener a Alicia cerca, no puedo decirle quién es la persona que me ha puesto la maldición. Sé que si lo digo, no dudará en atacar y eso es lo que menos deseo, de alguna manera, justifico la razón por la que me hicieron la maldición.
—No voy a decirlo — murmuro convencido.
—¡Teníamos un trato! — espeta, alejándose —. Si me acercaba a ti, me responderías…
—Eso fue ayer— la interrumpo.
Las pupilas rojas de Alicia se expanden por todo su ojo, se levanta y comienza a golpear el tronco de un árbol hasta que lo derriba. Da un poco de terror cuando se enfada, por eso mismo no he querido revelar quien intentó matarme con la maldición.
Me pongo de pie dispuesto a irme, Alicia está molesta y no quiero lidiar con una persona molesta, ya tengo suficiente conmigo.
—¿A dónde crees que vas? — masculla.
—A casa — respondo sin dejar de caminar.
En un segundo, Alicia está frente a mí; sus ojos han vuelto a ser menos terroríficos pero en su rostro se refleja que aun sigue enfadada.
—¿Acaso te doy miedo? — su expresión molesta cambia a una afligida.
Niego con un movimiento de cabeza.
—Jamás podría tenerte miedo — confieso —, pero… si lo pienso mejor, no debería seguir viéndome contigo.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¿En serio lo preguntas? — inquiero —. ¡Mis padres te odian! ¡Mi hermana te odia! ¡Mi primo te odia!
—¿Y tú, Dani? — cuestiona.
Me quedo en silencio por algunos segundos.
—No, yo no te odio… — expreso honestamente —. Pero si estoy contigo, sería injusto para Daniela porque…
—No puedes vivir con la culpa por siempre — su rostro se vuelve serio —, nada de lo que pasó fue tu culpa, fue un accidente, los accidentes ocurren todo el tiempo.
—Lo dices como si fuera tan sencillo — reclamo —. Tú misma te burlaste cuando nos vimos, cuando tenías a tu mascota. ¿Cómo no sentirme culpable? ¡Yo estaba conduciendo, debí tener cuidado!
Aquel infausto momento se reproduce en mi memoria, el momento donde mi amigo aun estaba con vida y yo fui el responsable de su desgracia y la de mi hermana.
—Y sí te dijera que hay una forma de hacer que Miguel vuelva a la vida — comenta llamando mi atención —. Y no, no regresaría como un zombie.
La observo impresionado.
—¿Qué clase de brujería vas a invocar?
Alicia se ríe a carcajadas, me sujeta de los hombros y me dirige a la orilla del acantilado.
—¿Sabes que hay más allá? — señala a lo lejos del rio.
—Sí… — susurro sin comprender.
—Algún día iremos juntos — promete. La miro atónito, ¿qué tiene que ver un tema con el otro? Le resto importancia al asunto y ahora es mi turno de reírme.
—No se puede ir allá — expongo —, es imposible.
—Tienes razón.
Camino de vuelta a casa antes que empiece a oscurecer. A medio camino, me detengo en el sitio donde encuentro un espejo en el suelo, lo levanto para analizarlo y tras observarlo con mayor atención, descubro que pertenece a los espejos que tiene la motocicleta de una chica. Observo detenidamente alrededor, luego de algunos minutos de búsqueda, encuentro varias parte que formaban la motocicleta.
Los lobos deben tener mandíbulas y dientes resistentes para destrozar el metal de esta forma. Después de cansarme en buscar tantas piezas, vuelvo al plan de irme a casa y dejar de perder el tiempo. Sin embargo, hay algo entre las hojas que llama mi atención. Me acerco para retirar las hojas que entierran aquel objeto que me atrae. Es uno de los libros de Isabella. Si no me equivoco, es el de su padre, su color dorado fue lo que llamó mi atención.
El libro está cubierto de tierra, no sé si ya estaba en ese estado de libro viejo, pero supongo que debe ser antiguo. Lo abro para ver sus paginas, las hojas en blanco no están maltratadas o sucias por la tierra. Por dentro está en perfectas condiciones.
Guardo el libro en mi nueva mochila —en realidad es más antigua que la que los lobos destrozaron — y reanudo mi camino a casa. Me gustaba la mochila que antes usaba, lastima que los lobos la hayan hecho trizas junto con los cuadernos. No tuve más opción que volver a usar la que anteriormente utilizaba. No dejé de usarla porque estuviera en malas condiciones, todo lo contrario, lucia bastante nueva, pero la razón por la que la deseché es porque fue un regalo de Miguel.
Los primeros días de su muerte, me negué a seguir usándola. Ahora que la volví a utilizar, aunque no me lo diga, sé que a Daniela la ha hecho acordarse de él.
En medio de mis pasos siento como si mi cabeza comenzara a dar vueltas, mi vista se ha vuelto borrosa y me hace falta el oxigeno. Me detengo cuando los síntomas empeoras y me dejo caer sobre el suelo, intento respirar pero cada vez que inhalo me provoca un dolor insoportable.
Presiento que ya no podré continuar resistiendo el dolor y en cuestión de segundos dejaré de luchar, en cambio, vuelvo a ver todo con mejor claridad que antes, escucho la corriente del río, los pájaros aleteando desde lo más alto, las hormigas caminando en el suelo y subiendo los arboles en busca de alimento.
Observo mi cuerpo y el pánico me invade cuando veo que mis manos se han hecho más enormes y peludas, mis uñas se han convertido en garras.
Respiro con normalidad para calmar mi escalofrío, además, cuando inhalo oxigeno también logro percibir aromas lejanos como la tierra del suelo e incluso percibo un aroma familiar que reconozco al instante. Es Isabella.
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