Capitulo 8
Capítulo 8
Una confesión
Los susurros se intensificaban de a segundos. La niebla ya se había postrado en sus alrededores. Las risas hacían eco en el bosque, y el miedo para el par de almas atormentadas seguía creciendo conforme la noche caía. Estaban nerviosos, juntos pero muy nerviosos. Y aunque las sonrisas eran algo escasas debido al momento y la situación en la que ambos se encontraban, mantenían la poca cordura que les quedaba con sigilosas miradas que pedían auxilio al otro.
La luna y las estrellas, las nubes y el tortuoso frío eran testigos del momento que ocurría bajo ellas, de que ambos iban a afrontar su destino, de rebelarse ante el miedo y vencerle.
—Es hora —dijo Isabela, llegando a Esteban con cierta tembladera—. ¿Listo?
Él la observó y negó. Tenía las manos sudadas, pero sintió comodidad cuando ella las tomó entre las suyas.
—No tienes que hacer esto si no quieres. Yo estaré bien.
Mentía. Él lo sabía.
—No —murmuró rotundamente—. Te di mi palabra y la cumpliré —aseguró volviendo a mirar el oscuro bosque.
Ella le sonrió.
—¡Calma, amigos! Solo serán un par de horas —exclamó Anny. Son las ocho, así que vendremos por ustedes a las once.
Ambos gritaron sorprendidos.
—¡¿Qué?!
—Eso es demasiado tiempo, Anny —protestó Lucas.
—Él tiene razón —intervino Támara—. Hay que reducir el tiempo.
La joven resignada resopló.
—Bien, entonces a las diez, ¿Contentos? —ellos hicieron una mueca asintiendo.
Isabela y Esteban asintieron.
—Te extrañaré —Támara corrió a sus brazos, abrazándola como si no se fueran a ver en toda una vida.
—También yo, pero tranquila, volveré en dos horas.
Ella asumió que era cierto y asintió.
—Tengan cuidado —observó a Esteban.
—Lo tendremos —contestó él.
Támara asintió y prosiguió a llevárselo consigo para charlar un rato de hombre a hombre. Conocía a su amiga y sabía que ella temía de la noche y sus productos. Por otro lado, Isabela, quedando sola entre tanta oscuridad, se vio tentada a restregar sus manos una y otra vez sobre su largo pero ligero vestido de dormir. Sentía que el frío se la comería viva, y que pescaría un resfriado, pero ya no había marcha atrás. No obstante, una persona que veía sus miedos más allá de los ojos, vio la oportuna ambientación para acercarse, y quizá hacerla cambiar de opinión.
—Isa... —llamó. La muchacha se giró hacia él, provocándole nervios por lo que iría a decir, esperando que no se lo tomara a mal—. No debiste aceptar el reto si no querías venir. Aun podemos hablar con los chicos. Es solo un tonto juego.
Ella se acercó y lo abrazó de lado, despertando sentimientos difíciles de ocultar en el joven.
—Es necesario —sonrió—. Estaremos bien —fijó a su compañero de baile y a su mejor amiga parlotear con curiosidad y reír a carcajadas.
—¿Segura? —inquirió dudoso.
Isabela sonrió.
—Yo... No creo que debas hacer esto —insistió—. Hace mucho frío, está oscuro y estarás sola —le tomó las manos.
—No estaré sola. Esteb me acompañará.
—¿Esteb? —exageró su pregunta irónica—, ¿Ahora le dices así?
Aquel comentario hizo que la pequeña lo mirada con desconcierto. No le gustaba para nada que sus dos amigos no se llevarán del todo bien.
—¿Qué sucede contigo? —se mostró molesta—, ¡Te molesta todo! ¿Por qué?
Esteban dejó de prestarle su atención a Támara para averiguar porqué Isabela parecía muy enojada, al igual que su Támara, quien observó a Lucas con el ceño fruncido.
—Porque yo te... —estuvo a punto de confesarle todo, pero calló al darse cuenta de que no era ni el lugar ni el momento—. Nada.
Respiró profundo y se calmó.
—Solo cuídate, adiós —intentó tocar su cabello, pero prefirió separarse, causando asombro a los pocos que quedaban en el lugar.
Támara fue corriendo a lado de su amiga para tratar de calmarla un poco, a la vez que Esteban observaba severo la espalda de Lucas.
—¿Ahora que le pasó? —replicó la morena.
—Realmente... —suspiró, sintiendo sus ojos lagrimear—, no lo sé. Todo lo que tenga que ver con Esteban le molesta y sinceramente ya me está cansando su actitud.
Tamara la abrazó.
—Estoy bien, no te preocupes —correspondió el abrazo—. Ya deberías irte. Hace mucho frío aquí afuera.
—Lo haré —sonrió.
—Ve con... —insinuó y la morena negó rotundamente.
Alex, a la espera de Támara, desvió la mirada cuando Isabela le vio.
—Prefiero ir sola.
—¿Estás loca? ¿Y si te ocurre algo?, no he dicho que te lo comas a besos.
Ambas se volvieron a abrazar y se susurraron un bonito «Adiós».
Támara estaba dispuesta a irse sola a como dé lugar. No quería relacionarse de ninguna manera con él. Por lo que, al despedirse, siguió su curso sin mirar nada que no fuera el frente, abrazándose y consolando a su corazón para que no se volviera débil ante su presencia y no se humillara más llorándole.
...
Isabela recorría con su vista todo a su alrededor, comenzó a memorizar cada dirección: de qué lado vinieron y a qué lado podrían ir. Nunca se sabía que cosas podrían ocurrir en medio de un bosque en la noche. Esteban por su parte, permanecía arrimado a un árbol, con la vista algo gacha, recordando los momentos que lo mantuvieron como un pequeño niño despavorido a mitad de la noche cuando dormía en su habitación con la luz apagada.
Aquel momento de tortura que, hasta el presente día, a sus diecisiete años, lo atormentan. Recordar eso le causó que, involuntariamente, una lágrima resbalara por su mejilla; misma que hizo a Isabela centrar su atención en él. A paso lento y cauteloso, se encaminó a su Esteb. Pero cuando él notó su cercanía, limpió cualquier rastro de lágrima e hizo como si nada pasara.
—¿Por qué lloras? —le preguntó.
—No estoy llorando —giró su rostro.
—Esteb... —lo miró ceñuda—, no nací ayer, además no estoy ciega. Te conozco perfectamente y sé que algo no anda bien —se posó a su lado—. Aunque si no quieres contarme está bien.
Ella lo comprendía, así que prefería no insistir. Él no lo había hecho antes y lo agradecía mucho. El muchacho se vio agradecido, prefería no tocar el tema, no revivir aquel mal sueño, porque eso parecía para él; un mal sueño del que nunca podría despertar.
El frío los azotó un par de veces y para tratar de pasar el tiempo, se propusieron hablar de sí mismos y sus aspiraciones a futuro. Eran distintos y sus metas también, pero entre toda esa malla de comentarios, hubo uno que compartieron y que les provocó risa.
—Quiero llegar a casa y dormir en mi cama —Esteban se quejó—. Estos colchones son incómodos.
—Tienes razón —rio ella—. Me han producido terribles dolores de espalda.
—Me alegra no estar solo aquí —confesó, provocando que ella le mirara.
—Yo te agradezco a ti —agachó la mirada—. A veces soy un monstruo, gracias por quedarte conmigo.
Él le sonrió y negó.
—No. Tú no eres eso —le tomó la mano—. Eres increíble. Y aquí el único monstruo soy yo. He hecho cosas... imperdonables.
La joven no supo qué decir y creyó que lo mejor que podía hacer era escucharlo.
—Existe una razón por la cual tengo miedo a esto —señaló todo a su alrededor—, y también temo que por eso te alejes de mí.
Eso la confundió, pero no la hizo dudar de su persona.
—No te dejaré —dijo, brindándole confianza—... Nunca. Puedes contarme, si gustas. Tranquilo.
—Cuando tenía ocho años me quedé en casa con mi hermano mayor. Mamá y papá salieron de fiesta y nos dejaron a cargo de nuestra nana —relató—. George y yo discutíamos todo el tiempo. Él tenía miedo a la oscuridad y a mí me gustaba asustarlo. La odiaba tanto como yo ahora.
Tomó aire, recordando su rostro angelical.
—Éramos terribles. Y esa noche lo fui más que él —sonrió melancólico—. Nuestra nana se había quedado dormida en el sillón frente a la chimenea, en la planta baja, mientras ambos jugábamos en nuestra habitación —comenzó a lagrimear—. Me enojé con él y apagué las luces, una y otra vez, logrando quemar el foco de la habitación.
Isabela apretó su mano.
—Me burlé de su miedo —sollozó—. Luego lo convencí de jugar a las escondidas. Él se escondía mientras yo contaba.
—No me gusta verte así, ya no sigas. Te hace daño —dijo temiendo por la historia, pero él negó.
—Quiero terminar —ella asintió—. Comencé—. Yo apagué las luces para hacer el juego más divertido y comencé a buscarlo en cada rincón. Como no lo encontré, comencé a llamarlo, diciéndole que ya no iba a jugar. Entré a la habitación de mis padres y vi el encendedor en la mesita de noche... —se sentó en el suelo—. Era un vil tramposo, y sabía perfectamente que no lo encontraría si no tenía un poco de luz, pero no quería encender las lámparas, así que lo tomé para ver por donde podía caminar sin tropezarme.
—¿Y qué ocurrió después?
—Llegué a la sala de estar y la nana aún seguía dormida. Accidentalmente me quemé el dedo y tiré el encendedor al suelo, y este no tardó en prender la alfombra. Me asusté mucho y empecé a gritar para despertarla y... lo logré —Isabela sintió sus ojos picar—. Pero no sabía dónde estaba George. Le llamé una y otra vez, pero lo volví a ver.
Sollozó.
—La nana me sacó de casa y preguntó por mi hermano mientras todos los vecinos llamaban a los bomberos —ella le tomó las manos—. Intenté entrar a por él, ¡Te lo juro! Pero no me dejaron. Llamaron a mis padres y comenzaron a interrogarme. Les dije que no sabía dónde estaba porque jugábamos a las escondidas.
Isabela también comenzó a llorar.
—Gran parte de la casa seguía consumiéndose en llamas. Cuando mis padres llegaron, me abrazaron y preguntaron por Georgie, y les dije que seguía dentro —recordó su reacción—. Mi padre entró sin temor mientras mi madre lloraba sin consuelo, y... al cabo de una media hora papá salió con Georgie en brazos... inconsciente.
Esteban se cubrió el rostro con las manos.
—Yo... Lo maté —murmuró—. ¡Soy un completo monstruo!
El horror se avecinaba a la joven que no sabía que decir o que pensar. Nada cambiaría lo ocurrido y menos un sincero arrepentimiento. Pero a pesar de tan trágico suceso, era consciente de que era un niño que no tenía intenciones de matar y menos a su hermano.
—No eres culpable, eso fue un accidente. Tú no querías matarlo.
—¡Pero termine haciéndolo! —gritó, asustándola—. ¿Sabes dónde se escondió? ¡En el sótano! ¿Y te imaginas por qué? ¡Porque era el único lugar en donde había luz!
Isabela sintió más pena que antes y sin dudar lo envolvió en un cálido abrazó, uno que le prometía siempre estar ahí. Esteban le correspondió y se dejó vencer por la tristeza, el remordimiento y la culpa, comenzando a llorar sin descanso ni consuelo. Jamás pensó que llevara consigo una historia tan trágica y cruel. Esteban no se mostraba mal usualmente, y por ello le era horrible verlo en tal estado. Siempre sonreía y provocaba sus carcajadas, jamás sus llantos, y en caso de hacerlo era por la gracia que tenía consigo.
—Estoy aquí, estoy aquí —susurró ella, besando su cabeza.
—Lo siento tanto, lo siento de verdad —se acurrucó en sus brazos—. Te juro que no quería, ¡Yo no quería matarlo! —buscó su mirada.
—Lo sé, lo sé —tomó su cara y luego le abrazó.
Estaba destrozado, pero se había desahogado. Al cabo de una hora, ambos seguían sin decir una palabra por estar sumidos en sus pensamientos y recuerdos. Había sido mucho por esa noche. Demasiado. Cuando regresaron a su tiempo y espacio, ambos miraron las estrellas. El cansancio los envolvió en sus brazos, y los párpados se les fueron cerrando, una y otra vez, haciéndoles saber que era momento de volver.
—Tenemos... tenemos que volver —murmuró él, levantándose y extendiendo su mano. Isabela la tomó y le sonrió.
Ambos empezaron a caminar de vuelta a sus cabañas, sin decir nada. Se sentían un poco ajenos después de todo. Esteban odiaba sentirse así, por lo que no dudó en olvidar todo lo que pasó y dijo, para actuar como si nada.
—¿Quieres que te lleve? —se ofreció de pronto.
Ella negó sonriente.
—¡Vamos, sube! —insistió.
Isabela lo pensó un momento y terminó por aceptar. Esteban se acuclilló y ofreció su espalda para que ella se subiera.
—No quiero quejas —advirtió ella.
Ella se subió su espalda y él fingió tener mucho peso encima.
—¡Como pesas! —dramatizó—. ¡Dios, apiádate de mí!
Ella lo golpeó y gritó:
—¡Camina rápido, tú te ofreciste, ahora no te quejes!
Él río y comenzó a caminar.
—Amargada —susurró para sí mismo.
—¿Qué acabas de decir? —gritó tomándolo de la camisa.
—¿Yo? Nada —sarcasmo—-, solo dije que eras una a-mar-ga-da.
—¿Ah sí? —arqueó una ceja y el asintió con una sonrisa—. ¡Tú eres un tonto!
—¡Ay, creo que voy a llorar! ¿No tienes un mejor insulto?
Ella se quedó en silencio, el cansancio se estaba apoderando de todo su ser.
—¿Isa? —le llamó.
—Estoy cansada... —bostezó—. Ha sido un día muy agotador.
—Descansa, no falta mucho para llegar.
Los párpados de la muchacha cayeron levemente, cediendo a su sueño. Se aferró más al cuerpo del joven, rogando no caer y brindándole una agradable sensación.
—Isa... —volvió a llamar.
—¿Mmm?
Después de unos largos segundos soltó un inesperado:
—Te amo.
Hola, querido/a. ¿Cómo estás?
Melany V. Muñoz
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro