Capítulo 7
Capítulo 7
¿Adultos?
—¿Y bien? —notó su estado. No era tonta.
—¿Qué? —contestó su amiga, sin saber de qué iba su pregunta.
—¿Que harás con Álex? ¿Han hablado? —se atrevió a preguntar a pesar de la delicadeza del tema.
—No —murmuró cabizbaja—. No pienso hablarle, es más, ni siquiera tengo ganas de verle.
Isabela negó.
—Támara... —suspiró—, realmente yo no lo entiendo. Lo tienen todo para estar juntos, se quieren y es lo más importante. He notado como te mira, como actúa contigo. Él te ama.
—No es así —refutó molesta—. Si me amara como dices no me hubiera rechazado.
—Pero... —-fue interrumpida.
—Ya no quiero hablar de él —anunció firmemente sin querer portarse grosera con su amiga. Isabela entendió que nada la haría cambiar de opinión y asintió, tomando sus manos para darle un apretón.
—Esta bien, mejor vamos a comer.
Ambas, a plena luz de la mañana, se dirigieron al comedor una vez que habían tendido sus camas. Todas las chicas le siguieron detrás y cuando llegaron al comedor, notaron a los chicos acercarse también, pero algo somnolientos y desganados. Isabela parecía muy feliz, su día había comenzado de la mejor manera: sin dolores, sin olores a pescado ni vergüenzas. En cambio, para Támara había sido todo lo contrario, yacía quieta, sin dejar una sonrisa que aparentara entusiasmo, pero tampoco mostrando una cara de réprobo, un alma en profunda pena.
Aun así, no eran las únicas que habían amanecido con ánimo distinto al usual, pues Mía; quien siempre permanecía seria, se encontraba sumida en un vacío, ajena a todos. Las tres jóvenes suspiraron al mismo tiempo y pronto, al darse cuenta de ello se miraron con sorpresa. Sin embargo, antes de que alguna pudiera decir algo, Gisella se presentó en la mesa.
—¡Muy buenos días a todos! Les tengo grandes noticias —anunció—. Silencio, por favor.
Todos callaron.
—Considerando que es domingo, día de descanso y recreación, he decidido que no habrá ninguna actividad escolar hoy.
Los muchachos exclamaron por lo alto su conformidad al igual que las chicas.
—Dicho esto, pueden empezar a comer —tras finalizar su discurso se sentó dispuesta a degustar como todos, el mismo desayuno.
Para buena o mala suerte, Esteban se sentó frente a la joven de cabellos de fuego. Sus miradas se encontraron y una linda sonrisa se asomó en sus rostros. Del mismo modo, Alex, se sentó a su lado, quedando así frente a frente con la que sueña ser su chica, provocando incomodidad en ella y una alta tensión en el ambiente. Y, para completar el trío de muchachos enamorados, Lucas tomó asiento al lado de Esteban, no porque le encantara su compañía, sino porque quería estar cerca de ella. No obstante, al notar la reacción de Mía se sintió culpable.
En las demás mesas todo era chismes y parloteos, risas y anécdotas. Pero, en el espacio de los locos enamorados reinaba el silencio. Ninguno tenía palabras, o quizá ninguno quería decirlas, ¿Y cómo no? Si en la mesa se encontraba un corazón hecho añicos, una furia incontrolable, una mirada llena de tristeza, un corazón totalmente confundido, un amor que nació cuando menos lo esperaba y por último una amistad que dependía de una decisión.
Para Támara la presión fue tanta que no aguantando la presencia del muchacho que le rompió el corazón, observó a su amiga pidiéndole ayuda para escapar de su tormento. Así que Isabela, al notar lo que planeaba, se levantó de la mesa, llamando la atención de todos y fingió sentir un dolor en el estómago.
—¡Agh! —se quejó.
La morena sonrió enternecida y se apresuró a seguirle la corriente:
—¿Estás bien? —fingió preocupación.
Isabela frunció sus cejas.
—¿Qué ocurre? ¿Qué te duele? —inquirió Esteban, también preocupado.
—¿Necesitan que les ayude? —intervino Lucas del mismo modo.
Isabela palideció y negó.
—Eh... No, no. Gracias —tartamudeó nerviosa y miró a su amiga para que la ayudara—. Solo necesito ir al...
—¡Baño! —gritó Támara—. No se preocupen, ya volvemos.
—¿Seguras? —volvieron a insistir y las chicas asintieron.
Sin más, las dos salieron de allí en dirección a su cabaña. El sudor resbalaba por la frente de ambas, los nervios se las comían vivas. Se miraron tan graciosas y estallaron en risas cuando estuvieron lejos de los demás. Una buena amistad siempre se encuentra rodeada de momentos indeseados, pero si hay unión nunca es imposible salir de ello.
Caminaron en silencio, admirando el entorno y extrañándolo a pesar de que aún no se habían ido. Amaban su hogar, pero este espacio verde se había convertido en un escape de los problemas, aun cuando convivían con los mismos.
—Gracias... No sabía qué hacer o decir para salir de allí.
Isabela la abrazó de lado.
—¿Ahora que hacemos? Tenemos el día libre —volvió a hablar Támara.
—No sé tú, pero yo iré a dormir, me siento cansada —confesó Isabela.
—Pero acabas de despertar —negó sonriente—. Está bien, ve, nos vemos luego. Caminaré un poco. Adiós.
—De acuerdo, cuídate. Adiós —se despidió.
Necesitaba estar sola. No sabía que pensar al respecto, todo en ella era relativamente una confusión y decepción. Podía haber jurado que sus miradas y palabras eran de amor. Que aquellas sonrisas que él de dedicaba eran especiales y lo más esencial: que eran porque la amaba.
Abrumada por todos sus pensamientos se dirigió al riachuelo que visitó antes en compañía de sus amigos y compañeros. Al hacerlo se sentó en una de las rocas que yacían cerca de la orilla y no aguantando más, soltó su llanto. Lágrimas llenas de rabia y tristeza.
—El amor es una farsa, todo el tiempo te castiga —se dijo a sí misma, ignorando el hecho de que alguien más observaba su sufrimiento.
La escena le partió el corazón a dicho intruso. Lamentaba haber sido tan crudo, tan tonto al rechazarla. Pero no podía cambiar nada, su cabeza le decía que hacía bien. No había marcha atrás y eso era lo que más le dolía. Pero, consciente de lo que hacía se encaminó a aquella damita que seguía en su sigiloso llanto y con todo el pesar y la vergüenza del mundo, le habló:
—Támara —tenía miedo—, ¿Podemos hablar?
Ella sintió la sorpresa golpearle en la cara. Él estaba comprobando que le dolía y mucho. Y lejos de parecerle oportuno, creyó que una vez más se burlaba de ella. Sintió la ira recorrer sus venas, se sentía humillada.
—Yo no tengo nada de qué hablar contigo —su tono fue severo, pero para Alex esto no fue motivo suficiente que lo hiciera desistir de su decisión.
—Un momento —suplicó—. Un momento y nada más
Pero ella explotó:
—¡No y no! —repitió levantándose molesta—. ¡No quiero hablar contigo!
—¡Pero yo sí! —gritó, acercándose más.
Chocaron sus miradas y se sintieron tan impotentes. Veían el sufrimiento del otro, pero ninguno estaba dispuesto a retroceder. Támara pensó que lo mejor era a huir, por lo que se giró para emprender paso lejos de él. Sin embargo, él la detuvo y sus caras volvieron a chocarse. Los ojos de Támara querían cristalizarse aún más, pero reprimió cualquier lágrima que quisiera dejarla en evidencia de que él había logrado tenerla en la mísera lista de la friendzone. No quería verse más débil y mucho menos frente a él.
Se sentía tonta, pero no podía negar que tenía ganas de besarlo, de gritarle a la cara cuánto le seguía amando, pero no podía, ni debía. Y él, muy similar, se veía en la necesidad de callar sus gritos a besos, de callar sus reclamos con caricias que le demostraran que él sentía lo mismo, por lo que fue acercándose lenta y cautelosamente a ella, rozando sus labios. Sus manos bajaron a su cintura sin morbo. Támara no supo cómo reaccionar ante su tacto, estaba confundida. Pero su intuición le decía que él quería besarla, y una parte de ella le rogaba que lo dejara pasar, que lo disfrutara y que se olvidara de aquel rechazo, pero la otra parte le recordaba cuan crudas fueron sus palabras y eso estaba por encima de todo.
Por ello, antes de qué sus labios hicieran contacto volvió a la realidad y desvío la mirada para apartarse de él. Tal vez y en otra situación se diría una infinidad de insultos por haberlo hecho, pero esta ocasión no era así, ¿Por qué besarla si él no la amaba? ¿Por qué debería permitirlo? Solo tenía una respuesta:
«Está jugando conmigo» se dijo.
—No juegues conmigo, Alex. Nosotros no tenemos nada de qué hablar —murmuró—. Tú mismo me dijiste que jamás me verías como mujer. Entonces, si es así, no me busques, no me hables, ni siquiera me mires... —su voz se quebró, pero aparentó ser fuerte y arrastró sus palabras con dureza—. Yo no quiero ser absolutamente nada de ti.
Tras esas crueles palabras pasó por su lado, dejándolo allí, arrepentido y desubicado. Sin embargo, falta una cosa todavía.
—Ah, y no te preocupes por la relación laboral que tienes con mi padre —aclaró—. No interferiré en tus asuntos, siempre y cuando tú no interfieras en los míos.
Su confesión fue la estocada final a sutormento. Y Alex se había dado cuenta de que a pesar de haber destrozado su corazón,ella aún guardaba empatía. Finalmente se había quedado completamente solo. Lohabía perdido todo o al menos lo que él sentía que tenía mucho valor en suvida. Pese a que aún era un adolescente, trató de pensar en su futuro como unadulto, creyendo ingenua y torpemente que aquellos no tenían errores, que eranperfectos. Pero no era así, ellos también cometían errores y había comprendidoque el adelantar su futuro con una drástica decisión había sido su mayor error
Hola, querido/a.
¡Y aquí dejo el capítulo 7 de Isabela!
Melany V. Muñoz
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