Capítulo 5
Capítulo 5
De risas y llantos
La noche yacía nublada y lluviosa. El grupo de chicos se hallaba en una de las cabañas, entre lágrimas y risas, burlas y payasadas. Sus barrigas dolían de tanto reír y llorar de felicidad; misma que los hacía olvidar por momentos cuan destrozados estaban, cada uno a su manera.
Un trueno causó sorpresa en todos y los gritos, principalmente de las chicas, comenzaron a resonar en eco en la gran habitación, para luego volverse una estruendosa risa; risa que debían callar, porque de ser pillados, todos juntos, tendrían un grave castigo. Nadie podía o debía pasar por encima de las reglas.
En la habitación había distintos tipos de miradas, pero cuatro en especial se encontraban con mucha frecuencia, con mucha necesidad. Isabela observaba a todos y cada uno de sus amigos y compañeros con ternura, pero sus bellos ojos grises siempre se detenían en él, en su ahora consuelo, Lucas, mientras sonreía acorde a los demás bromeaban. Indefinidamente se había quedado analizando cada gesto, cada risa, cada facción de él. Mirarlo sin que él lo supiera era una de las cosas que más le gustaba, era algo que durante esa noche se estaba un juego favorito.
Cuando dejaba de mirarlo para observar a su alrededor, se hallaba también con la mirada curiosa y chistosa de Esteban. Ella reía ante su escaneo, pero no se había sentido incomoda en ningún momento.
Dejando su espacio tangible, se puso a imaginar muchas cosas que ella quiso con Lucas alguna vez, cosas de una chiquilla que no tenía idea de nada más que querer de una forma diferente a su mejor y único amigo. Y ahora que recordaba su niñez junto a Támara y los pocos años que convivió con él, supo que a pesar de su edad había madurado solo un poco en ese aspecto, o bueno, quizá lo suficiente para saber que no todo en la vida era amor y alegría.
—¡Es tu turno Isa! —gritó Anny muy sonriente, sacándola de su ensoñación.
—¿Qué? —le observó confundida. No era su culpa no haber prestado demasiada atención al juego, su mente siempre permanecía ocupada.
—Es tu turno —repitió—, debes tomar un papelito de la bolsa.
Ella asintió y dijo:
—Bien, lo haré —miró a todos muy interesados.
Isabela introdujo su mano en la pequeña bolsita amontonada de papel. Sus dedos fueron tocando demasiados trozos, pero no sacó ninguno hasta que se sintió lista y preparada. Sin observar la bolsita, sacó su mano y prosiguió a darle el papel a Anny: la encargada de leer lo que cada uno de sus amigos debía hacer.
—Haber... —murmuró para sí misma. Al leer su contenido sonrió pícara—, dime algo: de todos tus amigos, ¿En quién confías más?
Isabela entró en pánico. No quería conflictos y esa pregunta era dinamita.
—B-bueno... —titubeó, mirando a todos—, ¿Eso qué tiene que ver?
Confiaba en sus amigos, y aún más en su Támara.
—Amiga mía, lamento decirte que tu destino esta noche es quedarte un par de horas en el bosque. Pero anímate, tendrás compañía.
Isabela palideció, si había algo que ya no le gustaba en estos últimos meses era la oscuridad y menos en el bosque. Eso le traía trágicos recuerdos.
—No, no puedo —dijo, captando la atención de todos—. Otra cosa, eso no.
Esteban se sorprendió por el tono inquieto de su voz al negarse. Dedujo que tenía miedo, que algún suceso la dejó marcada, como a él. Y sin pensarlo más, supo que debía hacerlo, debía acompañarla y enfrentar su temor. A él también le daba miedo, pero sabía que no podía temerle a su martirio toda la vida. Esto era diferente, esto no era la ciudad, no era su caso, no era su pasado. Solo un par de horas, ni siquiera un par de noches.
—Yo iré contigo... si estás de acuerdo —su tono firme impresionó a todos.
Ella le miró sin saber qué decir.
—¿Realmente lo harías? —le preguntó Támara y el asintió en su dirección. Presentía que algo más ocurría con él, pues nadie se hubiese atrevido a ir y menos como voluntario. Agradeció al cielo que su amiga no estuviese sola.
—Gracias —musitó Isabela y Esteban sonrió.
Estaban juntos en esto.
—Bien tórtolos. Está hecho —comentó Anny—. El juego se acabó, pero el reto se llevará a cabo mañana, hoy la lluvia no lo permite.
Todos confirmaron su próxima asistencia.
El grupo de jóvenes y señoritas comenzó a deshacerse y cada uno emprendió paso a la salida. Las residentes de la cabaña se levantaron del suelo para despedir a sus visitas. Isabela se acercó a la puerta para observar al cielo lloviznar y sintió la frescura del viento ponerle los pelos de punta a través de una leve sacudida, mientras su mente producía la escena próxima a vivir. ¿Una noche fuera con frío y en completa oscuridad?
—Eso sería... desesperante —susurró, abrazándose.
Esteban apareció a su lado, tan nervioso como ella. Sin embargo, no quería que ella se percatara de su estado, por lo que antes de mirarla, se armó de valor para hacer de cuenta que la oscuridad no le asustaba.
—Nos vemos mañana, bruja —la abrazó por los hombros.
—Sí —susurró—, ¿Estás totalmente seguro de querer venir? Sabes que no...
Él lo volvió a meditar... ¿Estaba totalmente seguro? Le miró y sonrió.
—Lo estoy —su respuesta fue un alivio para ella—. Solo son un par de horas, tranquila —Isabela sintió una gran sensación en su estómago.
—Gracias —sonrió.
—Lo sé, relaja la raja —eso la hizo reír. Esteban todo observó la luna —. Creo que es momento de que vuelva. Duerme bien, no te desveles demasiado.
Isabela estaba por protestar cuando él se le adelantó.
—Sé que eso es algo que no puedes impedir, pero trata de no hacerlo —jugó con su cabello—. Buenas noches.
—Duerme bien, ve con cuidado. Buenas noches —deseó y le vio partir.
No mentiría. Verlo alejarse le causó un trago amargo. Quería hablar con él por más tiempo, pero era consciente de que no podía ser posible. Exhausta, se giró a la cabaña y dispuesta a cerrar la puerta, tomó la perilla. No obstante, algo hizo intromisión al momento de cerrarla, provocando cierta sorpresa y agitación en su pecho.
—Lo siento, olvide algo —se excusó, extendiendo su puño hacia ella. Isabela estiró la palma de su mano, dudando de lo que poseía—. Esto es para ti, está algo apachurrado e incompleto. Me lo vine comiendo en el camino, lo siento, me dieron ganas. Sé que no es mucho, pero espero que al menos puedas disfrutarlo —ella le miró enternecida. Era un gesto muy lindo de su parte.
—¿Cómo es posible que lleves la cuenta de cuando estoy como un ogro y con mucha hambre de golosinas? —preguntó apenada y sorprendida. No era algo de lo que le fascinaba hablar con los demás, mucho menos con un muchacho.
—No lo sé, pero me ayuda mucho —lo miró confusa—, así evito que descargues tu ira conmigo —el rio y ella lo golpeó en el hombro—, ¿Ves? ¡Siempre me tratas así!
—Ya vete, está muy oscuro —negó, sonriendo—. Adiós.
—Hasta más luego.
Sus ojos apreciaban al muchacho que poco a poco, dejaba de verse perdiéndose entre las penumbras de la oscuridad. Aún conmovida sonrió y se entró a casa. Cerró la puerta y al girarse otra vez, las chicas estaban hecha pilo frente a ella, escaneándola con ternura, picardía y amor.
Isa algo desconcertada susurró:
—¿Qué?
Todas chillaron de emoción un loco:
—¡Aawww!
Isabela rodó los ojos.
—¡No mal interpreten las cosas! Esteban, es solo un ami...
—Amigo —bufó Támara, haciendo un puchero y moviendo sus pestañas a una velocidad increíble.
—¡Pues sí! ¿O es que ustedes no tienen amigos?
—Nosotras sí, tontos y payasos. Pero este no parece ser solo un amigo —hizo obvio Anny—. ¿Es que acaso no te das cuenta? ¡Esteban se derrite por ti!
—¡Sí! Mira que hasta regalarte un chocolate a la mitad ¡Hombre considerado! —agregó Lucy—, yo en su lugar me lo comía todo. Así que amiga, no lo dejes ir —sonrió guiñando un ojo.
—¡Ustedes están locas! —fue a su cama para cubrirse los oídos, pero todas la siguieron.
—¿Nosotras? —Támara rio—. Tal vez, pero yo en tu lugar tomaría una decisión y rápido porque Lucas ha hecho méritos.
—Ya les dije que Lucas no siente nada por mí y Esteban menos. Solo somos...
—¡Amigos! —dijeron resignadas—, ¡Ay, ya lo sabemos!
—Pues entonces dejen esas tonterías.
Lucy apagó la luz y todas fueron a sus camas. No obstante, Anny habló nuevamente, llamando la atención de todas.
—¿Dónde está la rubia?
Nadie la había visto.
—Debe andar por ahí —respondió Lucy—. Ya volverá.
Isabela lo pensó mucho, y es que Mía siempre se ausentaba a la hora de dormir, pero solo hasta antes de la media noche. De cierto modo le preocupaba, pero no podía tratarla, ella no lo permitía.
...
Su andar era rudo, su mandíbula se encontraba tensa y sus cejas inevitablemente fruncidas. Tan solo de pensar que Isabela debía estar un par de horas de noche completamente a oscuras, en el bosque y con su rival de amores, le puso mal. Su mente maquinó muchas cosas que quizá no pasarían en el futuro... o quizá sí.
—¡No! —negó, quitando esas alucinaciones que su mente había creado para torturarlo por haber sido un cobarde—, eso no pasará. ¡Cálmate Lucas!
Estaba tan sumido en sus problemas que no notó una presencia inesperada.
—Ellos no pueden... ¡No pueden! —gritó, sorprendiendo a la persona que le observaba totalmente impactada.
—No tienes porqué gritar —su voz lo trajo de vuelta a su realidad—, nadie necesita escuchar cómo te mueres de celos.
Lucas se volteó avergonzado.
—Lo siento. Tú... ¿Qué haces aquí? —interrogó sin poder explicarse el motivo—, ¿Desde hace cuánto...?
Ella interrumpió:
—Lo suficiente... como para saber que lo que ocurrió en la cabaña te tiene enloquecido.
Él calló sin saber qué decir. Más ella estaba decidida a aclarar todo, para entender porque razón Lucas parecía un tonto enamorado. Qué tenía Isabela qué ella no tuviera. Era hermosa, joven, dedicada y dispuesta a ponerse como prioridad, ¿Qué más podría pedir?
Durante los últimos meses se había acercado a él con frecuencia, guardando la esperanza de que él la mirara de la misma manera que ella lo hacía. Y en efecto, había logrado ceñirse más en su rutina de vida, en su casa y su familia. Pasaban el tiempo juntos y ella lo disfrutaba como algo tan anhelado, tanto que en ocasiones se sintió una mujer amada de verdad. Él la cuidaba y se preocupaba por su bienestar, pero del mismo modo, ella sentía qué en fondo algo andaba mal.
No estaba ciega, analizaba las miradas furtivas que le daba a Isabela y sabía que no eran las mismas que le brindaba a ella. Por un momento pensó en la posibilidad de dejarlo todo, de abandonar su meta, pero aquello se esfumó cuando él se mostró más amable y cercano. Ella lo amaba y sabía era momento de decírselo. Y aunque en el fondo de su corazón ya tenía una repuesta, sacar ese te amo que había quedado estancado en lo más profundo de su ser, le haría bien.
—Lucas, somos amigos ¿No es así? —inquirió, llegando frente a él.
—Así es, ¿Por qué lo preguntas? —contestó confuso. Todo rastro de celos desapareció.
—¿Qué ves en Isa para que logré tenerse así? —dijo sin más preámbulo. Necesitaba saberlo—. ¿Por qué te gusta ella? ¿Por qué no alguien más? Alguien como... yo.
Lucas se pasmó. Pero ella, ya cansada de todo, prosiguió quitándose las penas de encima.
—Te he amado desde que nos conocimos —confesó sin vergüenza—, me he acercado a ti, una y cantidad de veces —su voz se quebró—. Quisiera que no me importaras en lo absoluto. Odiarte por hacerme enfadar conmigo misma, por hacerme daño al creer ingenuamente que algún día me verás como a ella.
Lucas se acercó y la rodeó con sus brazos, afligido e inquieto.
—Mía, nosotros no... solo podemos ser amigos. Hemos hecho muchas cosas juntos, nos acercamos, lo permití. Tienes razón —tomó su mentón para chocar con su mirada—, pero no lo hice adrede. Yo te quiero, de verdad... Pero como quiero a Támara. Como a una amiga.
Mía le miró con cierto resentimiento y se separó.
—Creí qué me querías. Me diste alas con tu acercamiento, ¡Y solo lo hacías porque ella ya estaba con alguien más! —gritó enojada.
—¡No, no es así! Me gustabas cuando estábamos en Washington ¡Lo juro! —ella se lamentó no haberlo sabido—. Pero éramos más chicos. Las cosas cambiaron, Mía —se excusó—. Crecimos, me enamoré de mi amiga de infancia.
—¡Debiste decirlo antes!
—Yo no sabía que gustabas de mí —volvió a acercarse—. Créeme, no lo sabía.
Él intentó tomarle las manos, pero ella negó dolida, echándole un manotazo a sus manos.
—¡No! —pidió sin darle tregua—. No quiero que sientas lástima por mí, no quiero tu compasión —secó poco a poco sus lágrimas—. No quiero nada de ti, Lucas. Ya no.
Prefería olvidarlo. Olvidar todo.
—Ahora lo sé. Ahora lo comprendo—se giró para irse—. De ahora en adelante no irrumpiré en tu vida de ninguna forma, y espero recibir lo mismo —. No habrá ningún lazo de por medio, ni siquiera el de compañerismo —con aquellas dolorosas palabras, se perdió en la oscuridad, odiándolo, pero, sobre todo, odiándose a sí misma.
—Mía... —murmuró, sabiendo que había perdido alguien importante en su vida.
Las cosas estaban cambiando de rumbo y eso era algo frustrante. No había tenido conocimiento de que ella lo amara como decía. Es más, en el tiempo que él sintió algo por aquella rubia de ojos cielo, creyó que ella no lo quería en aquel sentido, y que su amabilidad se debía a su cualidad de chica buena. Después de todo eran solo niños.
Desesperado, enojado y sintiéndose de lo peor, emprendió camino a su cabaña. Tal vez en otras circunstancias o en otro tiempo, hubiera correspondido, pero ese momento no era este. Al llegar a su habitación notó a todos sus compañeros de lo más normal, ajenos a todo lo que a él le ocurría. Dedujo que parecían locos jugando a las luchas y riendo de todo.
Cuando le vieron llegar y notaron que no se encontraba de humor, cada uno siguió en lo suyo. Lucas se recostó en su cama intentando conciliar el sueño, pero con tantas cosas no pudo lograrlo. Giraba en su pequeña cama una y otra vez, y nada daba resultado. Tantas veces se vio tentado a levantarse y gritarles a todos que fueran a dormir, pero sabía que sería injusto. No porque él estuviera mal, todos debían estarlo. Así que optó por fingir que dormía, hasta que oyó lo que decía.
—¿Y a ti quien te gusta de todas las chicas, Arny? —escuchó preguntar a Tom.
—Ninguna —respondió con naturalidad—, a todas las considero mis amigas. Por el momento nadie ha logrado ganarse este papi.
Todos rieron.
—Como digas —bufó—, ¿Y a ti, Alex? —el joven trajo a su mente a una dulce y atenta morena: una que había llegado a su corazón y que conscientemente él había destruido.
—Existe alguien, pero no sé los diré —amagó—. No estoy en buenos términos con ella —bajó la mirada.
—Bien, bien —suspiró el moderador del conversatorio—. Solo nos quedan dos más —miró a Esteban y a Lucas, y soltó la pregunta para ambos—. Lucas y Esteban, ¿Quién de todas las chicas les atrae?
—¡Isa! —respondieron ambos al mismo tiempo.
Sus miradas desafiantes empezaron a cavar en el otro.
—¡Nuestra pequeña Isabela, no enamoró a uno, sino a dos! —Arny se burló de ambos. No obstante, notó la tensión en sus amigos.
—Calmados todos, por favor —dijo Tom.
—Calmados todos, por favor —balbuceó Arny—. Nada de eso, ¿Qué les parece un duelo?
Tanto Lucas como Esteban le observaron perplejos.
—Estás loco si piensas que haré algo como eso —confesó Esteban—. Isa vale más que un estúpido duelo.
—Eso es correcto. Haz dicho algo coherente por primera vez —bufó Lucas.
Arny se echó a reír.
—Bien muchachos, no dije nada —se disculpó y cada uno se dirigió a su cama dispuesto a dormir.
Esteban analizó la situación una vez que se acostó en su cama. Isabela estaba causando revuelcos en él y en ocasiones, se sentía en la necesidad de decírselos. Y es que, sin darse cuenta, la pequeña Isabela traía a dos muchachos tras ella, y cada día uno de ellos la sorprendía. En su corazón había varios sentimientos; mismos que aún no reconocía.
Sus latidos incrementaban cuando estaba con ambos chicos, se sentía cómoda, agradecida, segura y muy querida. Le aterraba la decisión de escoger, como si no fuesen personas, como si no tuviesen sentimientos. Creía que la adolescencia era el momento en el que empezaba a reaccionar y razonar, a decidir qué era bueno o no, que le llevaría a un buen futuro, o tal vez quién será el indicado o la indicada para conformar una parte importante en la propia vida.
—Únicamente la adolescencia es sinónimo de decisión.
Hola, querido/a lector/a. ¿Cómo estás? ¿Qué tal todo? ¿Qué te parece el rol de cada personaje, sus reacciones y acciones? Déjame saberlo en tus comentarios.
Espero te haya gustado mucho,
Muchas gracias,
Melany V. Muñoz
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