Capítulo 2
Capítulo 2
Aquí estoy, siempre
Narrador omnisciente
Nuevamente soñaba con él. A pesar del tiempo, no dejaban de frecuentarla sus pesadillas. La torturaban en lo que iba de la noche al amanecer, tres y cuatro veces durante toda la semana. Pero no contaba de esto a sus amigos ni familiares. Luchaba sola, no quería preocuparlos ni ser objeto de lástima. Sus lágrimas cayeron sigilosas, resbalaron por sus mejillas, una tras otra.
De pronto sintió una caricia. Podía testificar... ¡Es más, jurar! que sentía la presencia de alguien muy cerca de ella. Sentía como limpiaban su rastro de lágrimas. Quiso abrir sus ojos, pero le fue imposible, poniéndola más inquieta.
—Tranquila —susurró con su voz algo rasposa—. No te dejaré sola, jamás — sintió que apresaban una de sus manos, pero aquello ya no le traía desesperación—. Aquí estoy, siempre.
De un momento a otro su escenario cambió. Había vuelto su visión. La realidad la rodeaba y no una pesadilla. Despertó con su respiración agitada y preocupada. Pero todo ese tormento pasó a segundo plano cuando sintió una presencia conocida a su lado.
—Tranquila. ¿Te sientes mejor? —preguntó.
Ella se encontró con sus ojos y asintió, calmándose.
—Estoy bien. ¿Qué... haces aquí? se suponía que... ¿Cuánto tiempo dormí? —inquirió, buscando a su amiga.
—No te alteres —rio—. Támara me pidió intercambiar los asientos un rato, según dijo, necesitaba resolver un asunto —miró hacia atrás de su asiento para encontrarse con su amiga charlando con Alex—. Y bueno, no has dormido mucho.
—Oh —esperaba que le fuera bien—. ¿Sabes cuánto falta?
—Creo que no mucho —aclaró—. ¿Me dirás que soñabas? ¿Acaso era con este galán? —preguntó pícaro, sacándole una sonrisa.
—Eso quisieras —se burló, fijando su vista en el sol.
«Realmente sí, anhelo eso» pensó Esteban, escondiendo sus deseos.
—Nada importante —hizo un gesto que le restó importancia al tema.
—No es cierto, vi tus expresiones. Diría que tuviste...
—¡No! —dijo de manera veloz—. Es cierto, estoy bien, no hubo ninguna pesadilla, ningún mal sueño.
No quería tocar ese tema, aún no había entrado en ese nivel de confianza y no estaba en su momento más apto para conversarlo ni siquiera con las personas que sabían la historia. Tenía un alto nivel de sensibilidad, que de contar todo, la pondría a llorar sin parar al segundo. Lo había superado de una forma extraña. Aún le dolía, pero ya se había dejado de culpar por su muerte. No obstante, Esteban entendió que quizá sería algo delicado para ella tocar el tema, puesto no lo tocó más. Solo se quedó con sus quejidos, muecas y facciones rígidas. .
«Sus razones tendrá» pensó.
Durante el recorrido sus miradas viajaban a ella, ignorando completamente el paisaje que tenía a su lado. Sumido en sus pensamientos, fue procesando aquel momento en el que la vio por primera vez. Sonrío al memorar su rostro.
El bus se detuvo y todos supieron que la diversión había comenzado. Se sorprendieron con la vista, había varias cabañas en todas partes, árboles, y mucha vegetación.
—Hemos llegado —declaró Gisselle—. Es tarde, así que mañana empezaremos el recorrido. No olviden que correspondiente a eso tendrán que realizar un texto sobre todo lo que veamos en estas dos semanas —les abrió el paso—. Pueden inspeccionar el lugar un poco. No tarden, a las siete debemos reunirnos aquí mismo ¿Entendido?
Todos asintieron.
La exploración se dio en varios grupos. Desde que bajó del bus, Támara había permanecido callada, con la mirada perdida; cosa que alertó a Isabela, quien había estado tratando de procesar todo lo que vivió en su sueño. Las palabras que escuchó retumbaban en su cabeza. Pero, dejando sus pensamientos aún lado, se acercó a ella. Necesitaban conversar.
—¿Qué tienes? —preguntó, tomándola del brazo suavemente.
La morena se detuvo, subió la mirada encontrándose con la de su amiga, emitiendo gritos de auxilio a través de sus ojos. Isabela no dudó en acogerla en sus brazos, sabiendo la razón de su tristeza. Ella sabía que un corazón herido y no correspondido es tan vulnerable a la ira y a la depresión, por culpa de la ilusión que se mete en la mente, haciéndole volar y volar... sin saber que podrían caer como un cóndor ciego al final del abismo: corriendo y corriendo, abriendo sus alas, mirando el vacío, sintiéndolo, cerrando de golpe sus alas y, finalmente caer.
—Gracias —susurró, con voz quebrada, separándose—. Ya... ya me siento mejor —plasmó una falsa sonrisa en su rostro.
Mentía, lo sabía. Pero no iba a cuestionarla. Y para distraerla un poco, siguieron con el recorrido para conocer el lugar. Luego de acabar con él, como quedaron, se reunieron en el mismo lugar en donde se habían encontrado. Todos estaban emocionados e intrigados por saber con quienes compartirían habitaciones. Las chicas cruzaban los dedos para que les tocara dormir con sus mejoras amigas, mientras los chicos querían llegar y tomar la cama las grande y cómoda. Muchos rogaban, e imploraban que les tocarán juntos. Mientras que otros lo hacían para evitarse una discusión.
—Bueno, me alegra que todos estemos aquí —sonrió Gisella—. Isabela, Támara, Lucy, Anny y Mía —las observó—, cabaña número uno.
Todas sonrieron a excepción de Mía, quien no dijo una palabra.
—¡Ay, yo quiero estar ahí! —refutó Mery—. ¿No podemos cambiar?
Lucy rio.
—Me alegre que no estés, así tengo un respiro y no te oigo hablar de chicos toda la noche.
Mery le sacó la lengua y se fue en busca de sus compañeras de cuarto. Por otro lado, la situación no parecía ser tan tranquila en cuanto a los chicos. Había un total descontrol.
—¡Chicos, chicos! —llamó Gisselle—. Si siguen así, todos tendrán un castigo.
El revoloteo paró. Esteban le quitó el papel a Alex, Lucas se lo quitó a él y se lo dio la Gisella.
—Segunda cabaña de chicos: Tom, Esteban —contó—, Alex, Arny y Lucas.
—¿No puede haber un cambio? —inquirió Esteban.
Lucas frunció sus cejas.
—¡Yo quiero el cambio!
—¡Espera tu turno, yo lo pedí primero!
Gisella rodó los ojos.
—Lucas y Esteban, no habrá cambios para ninguno de los dos —observó a los demás—. Para nadie.
El chico de ojos de avellana resopló y el bailarín de no tuvo más opción que asentir desanimado. La paz volvió de algún modo, se desembarcó cada una de sus pertenencias y cuando todos los grupos estuvieron completos, fueron guiados por el personal de trabajo en el campamento hacia sus respectivas cabañas.
El primer grupo entró a su morada y quedó asombrado con lo visto: cinco camas; cada una con pequeñas cajoneras. Exclamaron ansiosas y fueron corriendo hacia sus colchones, eran simples, pero no estaban tan mal. Dejaron sus pertenencias en ellas y se miraron unas a otras para echar un escandaloso grito lleno de felicidad.
—¡Esto es increíble! —chilló Anny.
—¡Lejos de los chicos! —estalló Támara.
—¡Sí! —suspiro de alivio, Lucy—. ¡No soportaba un día más a mi hermano!
Isabela y Mía no dijeron una sola palabra, pero chocaron miradas sintiendo incomodidad. Cada una volvió a lo suyo, ignorando los comentarios de sus compañeras, y cuando la chica de cabellos de fuego comenzó a desempacar sus cosas, sintió un fuerte dolor en su vientre hinchado, provocando que de sus labios se escapara un quejido que no pasó desapercibido por las demás.
Los odiaba. Se sentó en la cama lentamente, respiró una, dos, tres veces... y tratando de contener su dolor, se dijo a sí misma que pronto pasaría. Odiaba ser mujer. Odiaba su periodo menstrual.
—¿Qué pasa? —Támara se acercó.
—N-nada, sólo fue un cólico —sonrió sin ganas—. Ya se me pasará.
—¿Trajiste las pastillas? —inquirió Lucy, con un gesto de preocupación.
Isabela abrió los ojos lo más grande que pudo al recordarlas hasta el momento.
—¡Las olvidé! ¿Cómo pudo pasar? traje las toallas y no las pastillas.
—Ten —oyeron todas y se giraron hacia atrás para enfocar a la persona caritativa que tenía en sus manos una cajetilla de pastillas—. Solo quedan unas dos, pero por ahora será suficiente.
Isabela la observó detenidamente sin poder creerlo que sus ojos veían. ¿Mía siendo amable y caritativa? Esto no era algo que se veía todos los días.
—Gracias, muchas gracias —murmuró conmovida.
Tomó la cajetilla y pronto la vio alejarse como si nada, pensando en cómo tomar su comportamiento. Sin saber qué para Mía, hecho de haberla ayudado, no cambiaba nada. Isabela seguía siendo su rival, su rival por un amor que no era correspondido. Es consciente de que ayudar a sus enemigos la haría ver débil frente a todos, pero antes que nada sabía que una batalla solo podría llevarse a cabo cuando sus oponentes tuvieran estados iguales.
Tras salir por la puerta de su cabaña, Mia suspiró y dejó rodar por su mejilla una lágrima. Se sentó en las pequeñas escaleras y se dispuso a pensar en todo lo que había vivido, en todo lo que era ahora, tratando de averiguar en qué se había equivocado, por qué se había convertido en...
Una joven que carecía de un amor.
Hola, querido/a. ¿Cómo estás?
Melany V. Muñoz
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