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Capítulo 19

Capítulo 19

Decisión

—¡Es una egoísta! ¡Está siendo una egoísta mamá! —espetó, descontrolada.

—Tranquila... —alcanzó a decir ella antes de ser interrumpida por un estruendo en su mesa.

—¡No! ¡Ella se va, ella se va! —siguió con sus reproches totalmente descontrolados.

—¿Y por qué no estás allá? —inquirió con rudeza —. Cariño, Isabela y tú han sido amigas desde niñas. Por lo que me contaste, sabes que no ha estado nada bien en las últimas semanas. ¿Por qué no la apoyas? Dale tiempo, lo necesita y mucho.

—Pero... yo la necesito.

—Y ella a ti —se acercó a tomarle la mejilla—. Ve con ella, hazle saber que tú la apoyas, y que sobre todo la quieres como dices. Estoy segura de que volverá y para ese entonces su amistad se habrá fortalecido. Porque no hay tiempo que duela tanto y tampoco grieta que no pueda cicatrizar.

Támara se limpió las lágrimas y entendió el mensaje de su madre.

—Gracias. Te amo, mamá —susurró antes de dejarle un beso en la mejilla, y salir corriendo hacia su amiga.

...

Isabela ya no tenía ni la más mínima duda de su decisión. Después de aquel colapso había llegado a la conclusión de que su partida les vendría bien a todos. Quizá ahora no podía evitar sentirse mal y la peor de todas las personas en lo que creía su ser mundo, pero creía que era el tiempo lo curaba todo y de no ser así, no tendría más remedio que vivir en la resignación.

—¿Lista? —escuchó, a lo cual, sin girarse, asintió.

—Cuídate mucho, cariño —murmuró su abuela, sacándola de su mundo caótico.

—También tú, abuela —sonrió para calmar su preocupación, aunque en estos momentos quisiera morir.

Liu ladró llamando la atención de su amiga, sabiendo que en esta ocasión no podrían estar juntos.

—Cuídate amigo, vendré y volveremos a correr juntos. Te amo —él lloro.

—Que tengan buen viaje chicas —alegó Mai, quien, a pesar de solo ser una espectadora en toda esta situación, les ofrecía su apoyo a ambas.

Gisselle tomó las maletas.

—Nos comunicaremos apenas lleguemos, cuídate mamá —dijo abrazándola y besando su arrugada mejilla—, tú también Mai —se acercó y la envolvió como a la anterior, sin embargo, a esta quería decirle algo más, por lo que se detuvo en su oído y dijo: —. Cuida mucho de mi mamá, no sé cuando regresemos, pero ten por seguro que lo haremos.

La anciana asintió con una cálida sonrisa, como si nada y ya pronto el bullicio se hizo notar. El tren había llegado junto con su partida. ¿Este era el... Fin? ¿Realmente lo era?

Era de tarde, el sol se encontraba en todo su pintoresco momento y la nostalgia acompañaba ablandado corazón. No obstante, a pesar de haber tenido una fuerte e indeseada discusión con su mejor amiga, esperaba volver a verla una última vez.

Suspiró con desilusión tras recordar cada momento juntas, cada risa, cada llanto, cada logro, cada derrota, cada broma y cada... Enojo. Ella la adora, pero el resentimiento se había quedado prendado en su mente y razón. Támara le dolía como nadie lo había hecho, ni siquiera aquel par de muchachos que yacía aun en su corazón la había dejado tal herida.

—Te extrañaré —susurró mirando el tren acercarse—, te extrañaré mucho.

El momento llegó, ahora cada una poseía sentimientos encontrados, y con la mirada se suplicaban la felicidad de la otra.

—Adiós —Mary miró al par que se iba de su lado.

—Hasta pronto —corrigió Isabela.

El tren paró frente a ellas, y ambas empezaron a subir en él, junto con las distintas personas que saldrían del pueblo. La joven se sentó en el lado que daba a la ventana, para apreciar el paisaje, cuando a lo lejos pudo observar una figura yendo hacia ella a toda prisa. Curiosa achicó sus ojos grises y un remolino de emociones la embargó desde adentro al reconocer aquella figura.

—¡No inventes! —gritó alarmando a su madre.

—¿Qué? —inquirió ella con extrañeza.

—¡Támara, mamá! —le dijo con emoción—. ¡Es Támara!

—¿Y qué estas esperando? —llamó su atención—. ¡Ve a verla!

Tanta fue la euforia, que a toda prisa se bajó del tren y como un correcaminos se dirigió a ella. Se sentía más que feliz, no podía describir aquella sensación con las palabras correctas. No obstante, eso no era lo importante.

El viento en su cara le decía que esta era una nueva oportunidad para volver a empezar con ella y su gran amistad. Le mismo le susurraba al oído cuanto la iba a extrañar y ella con desesperación solo corría y corría. Ella goteaba con una sonrisa de consuelo que pronto se convertiría en un grito de ilusión.

—¡Isabela! —llamó, aliviada de haberla alcanzado.

—¡Támara!

Pronto, de un solo golpe, ambas se unieron en un caluroso y confortante abrazo, sosteniéndose la una a la otra y olvidando aquella discusión que las hizo herirse.

—¡Eres una tonta! —reprendió sin soltarte—, ¿De verdad te ibas a ir sin despedirte?

—Creí que... —la miró con ternura—, creí que no vendrías.

—Y como una tonta egoísta no lo iba a hacer —confesó, bajando la mirada—, pero alguien me abrió los ojos y ahora estoy muy segura de que este es un buen momento para darte mi apoyo —la tomó de las manos—. Te voy a extrañar como nunca.

Isabela le sonrió enternecida.

—Gracias por entenderme. No sabes lo que significa para mí —lloriqueó—. También te echaré de menos —la volvió a abrazar.

Tamara empezaba a reunir lágrimas en sus cuencas.

—Me iré a Washington, aún no sé específicamente el lugar que será mi nuevo hogar, pero la tía Mai lo sabe, es su casa. Quizá podrían visitarme —afirmó.

—Lo haré. Iré pronto —sonrió.

El aviso de que el tren estaría por partir hizo acto de presencia y ambas se miraron con una sonrisa que, muy en el fondo, les agrietaba el corazón.

—Ya debo irme —se separó.

—Nos veremos pronto.

—Te escribiré a menudo —aseguró Isabela, caminando de espaldas.

—También yo —Támara se abrazó a sí misma, admirándola por última vez.

—¡Cuida a Liu por mí!

—¡Lo haré, adiós!

—¡Adiós! —le gritó, para subirse en el tren.

Su conciencia estaba tranquila al igual que todo su espíritu. Así que, entusiasmada se asomó en la ventana del tren, pero esta vez con una gran sonrisa, le hizo mano y le lanzó un beso a aquel ser que le había traído paz a su alma otra vez.

—Adiós, mi Támara. Adiós a todos —miró el horizonte—. No decaigan, y nunca olviden que la adolescencia, únicamente, es sinónimo de decisión.

Hola, querido/a. ¿Cómo estás? ¿Qué tal te pareció este final? ¿La obra en general?

Espero te haya gustado como a mí. 

Recuerden, corazones: la adolescencia es sinónimo de decisión. 

Muchas gracias por todo, 

Se me cuidan, 

Take care, bye bye, 

Melany V. Muñoz

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