Capítulo 18
Capítulo 18
¿Egoístas?
Las dudas tocaron a su puerta, abriendo paso a la pésima idea de no decirle nada a absolutamente nadie de su huida; porque eso era lo que haría. Iba a huir como una cobarde de sus situaciones, de sus problemas, pero ¿Quién podría culparla? ¿Estaba siendo egoísta? ¿Sí? ¿Por qué razón? ¿Por no permitir que nadie se enterara de sus decisiones? ¿Por querer pensar en ella, aunque sea una sola vez? No importaba, ella no se consideraba egoísta, es más, se creía una de las pocas mujeres que tenía la valentía de ponerse en primer lugar, y si sabía que eso le traería calma y una buena estabilidad emocional, lo haría.
Ante los ojos de su familia era la decisión correcta, la mejor que pudo escoger. Ante los ojos de sus amigos sería una locura, cobardía, egoísmo. Ante los ojos de aquel par de muchachos que aun suspiraban por ella en silencio y a pesar de todo, era solo olvido, pero ante los ojos de ella era la oportunidad para empezar a sanar desde adentro. No iba a detenerse por nada ni nadie. Si su amiga la quería como decía, entendería sus motivos y no la cuestionaría.
O eso fue lo que pensó.
La mañana era tranquila, tanto así que ningún pájaro se animaba a despertar a nadie con su agudo canto, el cielo tenía un hermoso fondo, unas inmensas nubes y un viento muy frío. Parecía que verían el sol y para cierta persona sería un día melancólico, aunque también uno muy emocionante.
Aun yacía en su pequeña y muy cómoda cama, giraba en ella tratando de conciliar el sueño. La noche anterior no había podido dormir como hubiese querido, seguía llenándose la cabeza de ideas que posiblemente sus amigos tendrían una vez que supieran de su viaje, quizá aquellos comentarios podrían destruirla; pero, también podían fortalecerla.
—¡Demonios! —espetó desesperada.
Se levantó molesta y se dispuso a abrir la ventana, para luego sentir como un frío viento la envolvía. Sintió dicha frescura, pero volvió a cerrar la ventana, le había dado mucho frío.
—Abuelo... —le llamó en el cielo—, te ruego me des una señal de que lo que haré será lo mejor, que será lo correcto.
Isabela se propuso observar el fondo que tenía por cielo, y empezó a disponer de la calma que le brindaba la situación. No poseía argumentos para enfrentar los de Támara, puesto que, seguramente no dejaría que se fuera tan fácil sin una buena explicación. Muchos dirían que no tenía motivo para dársela, pero Isabela sabía muy en el fondo que si debía; Támara era más que una amiga, era su hermana y a las hermanas no se la deja de repente.
Aun algo cansada se volvió a la cama, y esta vez abrazó a Liu, intentando conciliar el poco sueño que tenía, pues si viajaría al menos debía tener energía para llegar a su destino. Ya muy temprano por la mañana, una irritante voz reclamaba ciertas cosas que no eran claras para ella, debido a que aun dormía. Escuchaba como los ecos eran de reproches, uno tras otros, provenientes de una figura melancólica y destruida.
Despertando de una buena vez, se detuvo a escuchar con sumo detenimiento cada palabra emitida por la joven y calló en cuenta de que aquello que temía, ahora era su realidad: una cruel y tortuosa realidad.
—¿No pensabas decirme nada? —espetó con enojo—, ¡Ibas a irte, sin siquiera despedirte!
Támara echaba humo por todas partes, después de saber semejante noticia.
—¡Di algo! —volvió a gritar—. ¡Al menos, niégalo!
—¿Quieres dejar de gritar por un momento? —trató de pedir amablemente. No quería ser una grosera y menos con ella, pero ni siquiera se dignaba a escucharla.
—Bien —se cruzó de brazos—, ¿Qué tienes que decir al respecto?
La chica de cabellos de fuego suspiró.
—Escuché a mamá y a la abuela discutir mientras bajaba de mi habitación —empezó a relatar—, me dio curiosidad así que me acerqué más, y al hacerlo pude escuchar algo sobre mí. Mamá quiere que nos vallamos por un tiempo, dice que quiere recuperar cada segundo perdido. Támara, yo necesito dejar de pensar en muchas cosas. Será lo mejor para todos —sonrió, sin embargo, la cara de su amiga solo mostraba desconcierto.
—¿Para todos? —rio con desgano—, solo estás hablando por ti. ¿Dónde quedo yo? Me dejarás, te irás, y quizá vuelvas o quizá no. ¡Lo harás como Lucas!
—No digas eso. No importa dónde estemos... siempre seremos amigas.
—¡Estas siendo egoísta! —Támara se acercó.
—¿Egoísta? —ahora ella se molestó—, ¡Egoísta dices! ¡Sabes muy bien que siempre he pensado en los demás, sobre todo en ti! ¡Conoces mi situación, no me siento bien estando aquí! Deberías entenderme, ¡No cuestionarme!
—¡Lo hago! Pero tú deberías tener más consideración...
—¿Y quién la tiene conmigo? Creí que me entenderías, ¡Creí que eras mi... Amiga!
Isabela se apartó.
—Lo soy. Pero... —intentó acercarse.
—Es mejor que te vayas... —sus miradas decían lo mal que se encontraban cada una. Estaban totalmente desechas.
—¿Eso quieres? —preguntó con una punzada en el corazón.
—Yo —titubeó, despegando la mirada de ella—, creo que es lo mejor...
—De acuerdo —respondió de inmediato—, adiós —Támara aun dolida, salió huyendo de la habitación, mientras Isabela se disponía a romper en llanto.
Se echó a la cama desesperada.
—¿Por qué Támara, por qué tú? —se abrazó tan fuerte que el aire le empezaba a faltar de algún modo—. ¡Todo esto es mi culpa! —sus manos empezaron a encorvarse sin que ella pudiera controlarlas—, ¡Mi culpa, es mi culpa! —había perdido la razón, no escuchaba absolutamente nada que no fuera su conciencia diciéndole cada cosa mal hecha, recordándole cada momento lleno de terror —¡Solo mi-mía!
Había perdido el control de sus palabras, pensamientos y ni hablar de ella misma. La joven estaba colapsando otra vez, y en esta ocasión la ayuda no era tan certera.
—¡No, ya no! —sus manos fueron directamente a su cabeza, especialmente a sus oídos—. ¡Ya cállate! ¡Cállate, cállate! —le decía a la nada.
La locura había ocupado el lugar de su cordura. Pero un sentimiento de angustia azotó el cuerpo de Gisselle, quien al ver a Támara salir corriendo sin decir una palabra, subió a la habitación de su pequeña para socorrerla. Desesperada abrió la puerta que hace algún momento la privaba de ver lo que había tras ella, y que ahora le mostraba una devastadora escena: a Isabela echada, desprotegida y marchitándose lentamente.
Alarmada se abalanzó sobre ella, tratando de ayudarla en lo que le fuera posible y hasta imposible.
—¡Cariño! —pidió sosteniendo su cara—, tranquila amor, ya pasó. Ya pasó.
Isabela lloraba, lloraba mucho. Su cabeza le dolía y su cuerpo también. Sentía que moría de a poco y si aquello no llegaba siquiera al verdadero dolor de la muerte entonces no sabía cómo describirlo. El aire le faltaba.
—¡Ma-mamá! —llamó hipando—, quie-ro ir-irme de aquí.
—Está bien, amor —besó su frente—, nos iremos. Lo haremos. Ya pasó.
Hola, querido/a.
¿Qué piensas de su amistad? ¿Tienes o tuviste una igual?
Nos leeremos en el siguiente y último capítulo.
Melany V. Muñoz.
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