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Capítulo 16

Capítulo 16

No mires atrás

—¡No mires atrás! —regañó Tamara.

—¡Lo siento!

—Debes jugar limpio —sugirió Anny, escondiéndose de ella—, o siempre serás así.

Ella asintió apenada.

—Bien, bien. Otra vez —continuó Isabela.

—Si, pero antes tengo que hacer algo para que todo marche bien —se quetó el listón verde de su cabello—. Te vendaré los ojos, solo será por unos minutos. Luego te los puedes quitar.

Isabela suspiró y asintió. Támara se acercó y prosiguió a vendarle los ojos. Cuando terminó, cada una, sigilosamente huyó del lugar, mientras ella le avisaba a la joven que ya podía dedicarse a buscar. Las chicas se escondieron tras los grandes árboles, sabiendo que sus pisadas confundirían a la joven. El bosque, era muy extenso y sabían que le costaría mucho hallarlas y más aún si tenía vendados los ojos. Pero todo lo hacían por la diversión. Se habían propuesto ablandar su corazón, ayudarla a no privarse o reprimirse del mundo que la rodeaba, tan solo porque no le iba bien en el amor.

—Diecisiete, dieciocho, diecinueve... ¡Veinte! —finalizó de contar—. ¡Listas o no, aquí voy! —se volteó muy emocionada.

Buscaba a oído agudo algún ruido que le ayudara a encontrarlas o al menos a guiarse. Empezó a recorrer por todo el lugar con sus hermosos orbes grisáceos vendados. Llevaba puesto un vestido hasta las rodillas y su cabello de fuego, enredado entre pequeñas rosas. Sus zapatos eran bajitos.

Se veía hermosa.

—¿Chicas? —llamó curiosa. Por un momento pensó en que todas se habían ido.

El atardecer que le brindaba el sol era hermoso, algo único, sus colores, su belleza. Era distintos a comparación de aquellos días en los que estuvo destruyéndose y reconstruyéndose continúa y difícilmente. Se había olvidado que cuan bonito era el cielo, y también que lo era gracias a su familia, o parte de ella. Se sentía confundida e incomprendida y creía que nada tenía solución.

—¡Por aquí! —escuchó decir y se giró al lado contrario.

—¡No nos encuentras!

—¡No es justo! No puedo verlas —se quejó con justa razón.

—No seas llorona... ¡Esto es divertido!

Todas rieron, hasta ella. Siguieron jugando por un largo rato y como era de esperarse no dio con ninguna de sus amigas, sin embargo, a pesar de tal difícil tarea, no pudo negar que le sobraron risas.

—¡Yo me voy!

—¡No! —gritaron juntas.

Sigilosamente Mery susurró algo en el oído de Támara y está asintió muy feliz.

—Isa... ¿Por qué no vamos al acantilado un momento?

—¿Qué tienes planeado?

—Nada en especial, solo... Caminar. Lo decía por qué es el único lugar cerca. Además, así te despejas un rato.

Isabela aceptó y todas se encaminaron al lugar.

Una vez dicho esto, sus amigas volvieron a vendarle los ojos y prosiguieron a encaminarla hasta el lugar, y entre risas y cotorreos mantenían entretenida a la joven que no sabía lo que le esperaba, o más bien, quien la esperaba allí.

Isabela sentía una sensación extraña en el estómago. Y su mente le decía que algo había de extraño en que sus amigas tuvieran tal comportamiento. No le parecía extraña su locura, no. Ella ya sabía que eran locas. Lo que le preocupaba mucho era el murmullo que había entre ellas, y que preferían no revelar en voz alta y más en su presencia, deduciendo que ellas la estaban excluyendo. Y, aunque eso no le caía nada bien, temía quedarse más sola por causa de algún reclamo.

La tensión había tomado posesión en cada paso que daba, unos raros e indescriptibles nervios tomaron su cuerpo para albergarse en él y causar estragos en su interior. No tenía una razón, si quiera una sola idea. Sin embargo, no puso más objeción y siguió avanzando a su lugar de inspiración.

Una vez que llegaron a su destino, las sonrisas de las chicas se agrandaron demasiado; tanto así que querían saltar y dar un grito de alegría. La persona que yacía en frente de ellas se encontraba penosa y sonriente. También tenía nervios, pero no iba a detenerse. Y, decidiendo romper el silencio, las chicas le hablaron para avisarle que ya habían llegado. Segundos después, al quitarle la venda, sus ojos quedaron atentos a dicha presencia; admiraban cada aparte de él, sus facciones, pero principalmente sus labios; aquellos que ya tuvo la dicha de probar. Parecía un pequeño pajarito temblando, pero no de miedo sino de ansias.

Sus amigas sintieron una mirada llena de reproche, pero poco les importó. Solo querían que ella fuera feliz. Y esperando no discutir por esta locura, todas abandonaron la estancia, deseándole a través de sus sonrisas buena suerte. Ella las quería y mucho, pero todas habían ignorado que se encontraban vulnerable frente a él. Sus emociones la traicionaban.

—¿Cómo has estado? —le preguntó él.

—P-pues bien... supongo —se sintió estúpida— ¿Tú?

—Bien, también —rio ante su juego de palabras, seguido ella.

—Y.... ¿Entonces? —dijo esperando que entendiera—... ¿Qué haces aquí?

Lo sabía. Perfectamente lo sabía.

—Oh, bueno... bueno yo solo quería hablarte y saber cómo estabas. Tenía tiempo sin hacerlo ¿Te molesta?

—¡No, no! —se apresuró a decir—, es solo que me tomó por sorpresa —se dispuso a ver el panorama a la par que jugaba con sus manos para apaciguar el sentir tan tormentoso que tenía su pecho.

—Lo sé, lo noté desde el principio —admitió, admirando sus alrededores—. La última vez dije... dije muchas cosas.

No quería tocar el tema.

—Lucas —le observó, rogándole con la mirada que no se fuera por allí.

—Te pido que me escuches —la tomó de los hombros.

Ella asintió contra su voluntad.

—Te sigo amando a pesar de que tú no sepas que sientes por mí —confesó tomando sus manos—, pero solo quiero que sepas que jamás me separaré de ti, aunque sea como un amigo, estaré junto a ti. Aunque aceptes mí no amor —las beso con delicadeza—, porque tú eres muy importante, demasiado.

Sus palabras la conmovieron tanto que sintió sus ojos picar.

—No merezco nada de esto —intentó soltar sus manos y él negó con su cabeza repetidas veces.

—Isa... tú mereces todo. ¡Todo lo que el mundo te puede ofrecer!

Ella negó.

—¡No! ¡Ya basta! —se exaltó— ¡Déjenme tranquila, no quiero amor de nadie, no quiero que me ame!

Él se limitó a decir palabra alguna, observaba cómo la joven rompía en llanto, desplomándose en el suelo.

—Ya no quiero llorar, Lucas. Ya no. Estoy confundida, cansada —enterró sus manos en la tierra—. Necesito respirar y no puedo hacerlo aquí.

Lucas sintió cierta culpa y se colocó a su altura para abrazarla.

—No sé qué siento, no sé qué quiero, ¡Soy una egoísta! —gritó—. ¿Por qué debe ser así? ¿Qué pasa si acepto a alguno de los dos? ¿Qué ocurrirá con el otro? ¿Crees qué podré vivir con eso? ¡No! No podría.

—Uno de los dos deberá entender entonces.

Ella le miró abrumada.

—No quiero saber nada del amor, quiero que todo sea como antes, quiero que Esteban y tú dejen de amarme —pidió, levantándose.

—No me pidas eso, porque no lo haré.

—Ahora entiendo a mía. Ella me lo advirtió y fui una tonta porque nunca la escuché —Lucas arrugó sus cejas—. Ella te amaba Lucas, por eso me gané su desprecio. ¡Porque no la aceptaste por mí!

—¡Yo no la quería!

—No quiero que todo empeore más. Por favor, te ruego, te suplico, te imploro que no me veas de ese modo. Destruye ese amor que dices tenerme.

—¿Cómo me pides que deje de amarte? ¡Yo te amo! ¡Te acabo de decir que no me importa si tú no lo haces, siempre me quedaré a tu lado!

—¡Pero no quiero que te sientas atado a mí! —se acercó—, quiero que sea feliz y no lo serás conmigo.

—¿Cómo lo sabes? Dame una sola razón; una muy buena —la tomó del rostro—. Dámela y te prometo que me arrancaré el corazón si es necesario.

Ambos se miraron fijamente.

—No te amo —dijo—, nunca lo he hecho, y ... —miró aquel par de ojos avellanas que le observaban decepcionados—, nunca lo haré. Lucas, eres un buen muchacho, un excelente amigo, y te aseguro que cualquier chica querría ser amada por ti.

Él la soltó.

—Cualquiera menos tú ¿No es cierto?

—Así es.

—De acuerdo. Lamento todas y cada unas de las molestias.

—Lo lamento... de verdad yo...

—Te arrancaré del corazón, Isabela. Lo juro —la interrumpió y empezó a caminar rumbo al bosque—, lo haré y tú vas a verlo.

Sus lágrimas fueron cayendo cual cascada. No tenía idea del porqué y cómo pudo decir tantas cosas con ese valor, pero lo que si sabía era que debía alejarse de ellos y proteger su corazón. Había mentido y mucho. Ella los amaba, pero no tenía corazón para dejar a uno de ellos sufriendo. No podía quedarse tranquila en brazos de uno, aun sabiendo que también amaba a otro. No podía engañarlos.

Era sufrir por amor o amar y hacerlos sufrir, y ella eligió su sufrimiento por sobre el de ellos.

Hola, querido/a. ¿Cómo estás?

Melany V. Muñoz

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