Capítulo 15
Capítulo 15
Náufrago de emociones
La desesperación se apoderó de su alma y desató un tormentoso caos en todo su ser. En este momento no tenía una sonrisa, ni siquiera una mirada que propinara paz y tranquilidad a cualquiera que se dedicara a observarla. Su vista permanecía a un costado en la ventana; deseando ser todo lo de allí fuera: una nube, un ave o una flor tal vez, y dejar de ser ella. Una mujer que juega con dos a la vez. Porqué si, ella creía eso. Creía ciega e ingenuamente que no merecía a dichos muchachos, que por su causa, sufrían en este momento.
Dejando de sentirse tan patética y miserable, se propuso no llorar más y prestar atención a la segura clase que estaba por empezar. Gisella entró por y todos tomaron sus lugares, para luego ser partícipe de un laborioso día como los anteriores.
—Buenos días, chicos. Me alegro verlos nuevamente, ¿Cómo están? —todos la saludaron—. Comunico que su compañera Mía ha tenido que trasladarse a otra ciudad y por ello no asistirá más a la institución. Esperemos le vaya bien.
Muchos se impresionaron, incluyendo a Lucas, quien jamás se aseguró de que después de todo lo que había ocurrido; ella estuviera bien. En ese instante se sintió culpable de su partida. Sin embargo, la noticia no causó demasiado impacto para detener las vidas de los demás. Isabela se sumergió como de costumbre en sus pensamientos. No tenía ni la menor idea de que hacer; creía que en esas cosas del amor era un desastre.
La maestra empezó su discurso referente al tema de la clase y ella sin ánimos ni ganas de atenderla, se recostó en su escritorio para intentar conciliar el sueño, ya que en los últimos días no lo había logrado. Había evitado las reuniones con sus amigas, conversaciones con Lucas y hasta se había prohibido ir al acantilado. Solo permanecía en casa, sola y encerrada en su habitación. Comía, pero poco, y en ocasiones lloraba... bueno, siempre.
Dejó su mente en blanco, y se acurrucó un poco para luego empezar con su segura ensoñación. Pero, un recuerdo vino a su memoria: el día en el que ambos se habían quedados solos. En su mente se proyectaba el momento exacto en que se unieron y se abrazaron con fuerza. Había pasado más de una semana desde aquel suceso y no había tenido el valor de acercarse a él en lo absoluto. Simplemente sentía vergüenza, sabía que lloraría con tan solo tratar de hablarle.
El muchacho no la miraba como antes, es decir, evitaba su mirada. No estaba enojado con ella, por supuesto que no. Pero admitía que se sentía dolido, que le hacía mucha falta y que se había vuelto algo indispensable en su vida; y eso, era muy malo. En ocasiones, quería ir a por ella y decirle que no le importaba si ella amaba a Lucas, solo quería pedirle que no lo dejara nunca... Que no fueran unos extraños. No obstante, se sentía cobarde y prefería refugiarse en la desilusión y agonía.
Al final creyó que eso era lo mejor. Una separación definitiva. El desamor había cegado su razón.
Y así pasó la mañana para ambos: Isabela, en medio de ruidosas voces que espantaban su tan necesitado silencio, que bien provocó que, al salir de clases, apresurara el paso para ir a casa sin esperar a su amiga. En cambio, para Esteban fue muy distinto. Al terminar sus clases huyó de todos y se perdió en el acantilado para calmar su enojo consigo mismo por esperar demasiado, por no tenerla como quiso.
Cuando la joven estuvo en casa le sonrió a Liu; quien se encontraba en echado en media puerta. Y, al oír las voces de su familia, conversando en la sala, se alejó más para no anunciar su presencia. Necesitaba pasar desapercibida. Subió a su habitación sin hacer algún ruido, y estando dentro se sentó en el suelo, para martirizarse con sus pensamientos como cada día.
Pero, minutos después oyó el toque en su puerta, ella la abrió y vio a su madre al con un rostro lleno de preocupación. Gisselle sabía que tenía problemas, y que su pequeña siempre se encerraba en su habitación sin querer tratar de comunicárselos para obtener ayuda, quizá por medio o falta de confianza. Pero quería acabar con eso.
—¿Cómo te fue hoy? —intentó conversación.
Isabela hizo una mueca.
—Bien —contestó, bostezando—, estoy cansada. ¿Podemos hablar luego?
Gisselle asintió y pronto salió de la habitación. No quería incomodarla, pues a pesar de que se habían acercado un poco, conocía muy bien que ella reservada con sus cosas y que no le sería muy fácil lograr que se las contara por voluntad. Y por ello, al notar que estaba obstinada a dicho comportamiento, prefirió dejarla descansar como pidió. Horas más tarde, cuando el sol ya se estaba escondiendo, volvió a la habitación de la muchacha para intentar, una vez más, averiguar qué era lo que le sucedía. Se acercó hasta la habitación, y tocando un par de veces sin respuesta, entró.
Al dar con ella, saliendo de la ducha le informó que la cena ya estaba lista y todas la estaban esperando. Isabela le dijo que no tenía apetito, pero la mujer insistió en que debía probar bocado y ella aceptó. Minutos después todas se encontraban en la mesa, mirándose con incertidumbre, pero sin decir una palabra. Las mujeres empezaron a comer, pero Isabela no lograba tomar la cuchara ni para aparentar. El malestar del corazón no la dejaba ni comer.
—¿Hija? —llamó Gisselle—, ¿No piensas comer nada?
—No tengo hambre.
—Cariño —su abuela intervino, tomando su mano para frotarla cómo consuelo—, no está bien que te guardes todo. Algunas veces... Debes sacarlo.
Le agradecía el gesto, pero quería olvidar todo.
—Estoy bien, abuela —intentó convencerla, mirándola.
—Creo que deberíamos tener una noche de chicas —sugirió esplendida, Mai.
—¿Lo harían? —preguntó divertida.
Su madre sonrió, su abuela asintió y Mai alzó su pulgar. El que aceptara la propuesta era un gran avance. Había olvidado su náufrago de emociones por un momento. Luego de que todas cenaran, cada una se ocupó de sus cosas y por las diez y más, se adentraron en la habitación de la pequeña. La noche de chicas tenía como temática toda una colección de terror.
A pesar de ser un poco más mayores, Mai y Mari no perdían aquella costumbre de diversión. Eso era muy característico de ambas. Por otro lado, Gisselle no era de las personas que amara con locura el terror. De hecho, le temía a todo aquel que tenía movimiento, siendo los insectos y más, su peor pesadilla, pero haría lo que fuera por su pequeña.
Al parecer estar tantos años en un bosque acostumbró a la joven a no temerle a nada, más que a su abuela y la lengua del pueblo. Por tanto, ella permanecía totalmente tranquila. Se repetía que era valiente. Y no pasó mucho tiempo en que se dispusieron a contar historias de terror, de sus vidas y más. Cada aventura vivida era la viva prueba de que se podía ser libre, y no solo físicamente, sino que también podría considerarse el ámbito espiritual.
Un alma no es libre por no tener ataduras, un alma es libre por ser feliz a pesar de sus cadenas.
—¿Entonces? —dijo su madre—. ¿Qué es eso tan importante que te tiene mal?
Isabela suspiró.
—Le gusto a dos chicos —las observó atentas—, y ellos a mí.
En menos de un segundo, las mujeres gritaron de felicidad. Estaban muy emocionadas y eso le causó gracia a la joven, ya que para ser sincera, esperaba una reacción muy diferente.
—Nuestra pequeña ya creció —dramatizó Mai—, ¡está enamorada!
—¿Quienes? —preguntó su madre. Estaba preocupada. No conocía mucho de su entorno y temía que ella cometiera sus mismos errores.
—Mis dos amigos: Lucas y Esteban.
Antes aquellas menciones todas notaron el tono con el que venían acompañados. Sabían que nada andaba bien.
—No sé qué hacer, esto es muy complicado —se notaba la tristeza y cansancio en ella.
—¿Quieres un consejo, cariño? —intervino su madre, acercándose a ella—. A tu edad también me enamoré, aunque solo de un hombre, tu padre. Sentía muchas cosas cuando estaba junto a él —sonrió recordando dichos momentos—, pero la pregunta que deberías hacerte es si realmente amas a ambos o si quizás es cariño o atracción.
Todos permanecieron en silencio.
—Cuando estoy con Lucas siento cosas en mi estómago y de alguna manera me siento bien. Nos conocemos desde hace mucho y de chica me interesó más —aclaró—, pero cuando estoy con Esteban... Me siento diferente, me pierdo en el tiempo y sé que lo conozco muy poco a diferencia de Lucas, pero es un buen chico y... —las lágrimas empezaron a empañar su rostro— mamá no quiero que ellos sufran por mi culpa, por mi indecisión.
—Tranquila, mi niña —susurró la abuela, acercándose a ellas.
—Dale tiempo a tu mente, razón y corazón —agregó Mai—, verás que todo pasará.
Todas se unieron en un fuerte abrazo, mientras la menor agradecía el apoyo.
—Gracias a todas, de verdad. Las amo.
Ese te amo les llenó el corazón.
Las horas pasaron, y para ese entonces eran más de las dos se la madrugada, sus bostezos eran la viva prueba del aburrimiento y de que las aventuras habían concluido. Todas cerraban sus ojos para tratar de conciliar el más necesitado sueño que les llegó pasado de las doce. La edad les jugó en contra.
La primera en caer dormida fue Mai. Con tantas historias, se cansó de recordar y prometió seguir después. La segunda fue la abuela, echada encima del edredón. La tercera en caer rendida fue la Isabela, quién de tanto reír sintió dolores en su cara. Y Gisselle, por su parte, admiraba cuanto había crecido su pequeña. Le atemorizaba que tal problema del corazón le hiciera tanto daño, así que pensó en una cosa que quizá la haría mejorar en todos los aspectos, pues supo que ella era la muestra de que la razón no interviene en asuntos del corazón.
Hola, querido/a. 🤪💗
Melany V. Muñoz (mev/y)
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