Capítulo 13
Capítulo 13
¡Mamá!
—¡Imposible! —gritó sorprendida.
—¡Pues no lo fue! —renegó exaltada. Necesitaba conversar de su lío a alguien y quién mejor que su amiga.
—Tú evitando a dos y yo queriendo que tan solo uno se decida amarme —rio a carcajadas. Si bien era cierto, y su comentario estuvo acompañado de nostalgia, ya había mejorado su ánimo.
Su mirada ya no se encontraba perdida, y sonreía con mucha sinceridad. Y aunque constantemente veía a su amor no correspondido, ya las aguas se habían calmado. No lo odiaba, pero de todos modos debían aparentar una buena comunicación cuando llegaban a casa. Sabía que, si su padre se enteraba de todo lo que había ocurrido con ellos, lo mejor sería que él se fuera y realmente no quería eso. Alex no tenía a nadie más y dejarlo solo y sin trabajo sería algo imperdonable para ella, así que decidió aguantar, a pesar de que en ocasiones creyera que no se lo merecía.
—¿Has hablado con Alex? —inquirió Isabela, abrazando a Liu.
—No más de lo necesario —suspiró—, pero está bien. Sería extraño hablar mucho más.
Su amiga asintió y Támara la siguió. Quiso cambiar de tema, y recordando una extraña escena vista el día en que su amiga tuvo su primer beso, se atrevió a preguntar:
—Isa, ¿Quién era la mujer que vi charlando con tu abuela ese día? Jamás la había visto por aquí.
La joven no supo por dónde comenzar, todo era un completo lío en su mente y ya no quería lidiar con nada ni nadie. Sin embargo, si necesitaba conversarle todos sus problemas para no hacerse daño al retenerlos consigo.
—Dice ser mi madre y aún no logro comprender como logró convencer a mi abuela —contestó.
—¿Tú madre? —sorpresa era poco para lo que sentía.
La morena conocía casi todo de su amiga, su pérdida al ser una niña, sus gustos, y todo tipo de cosas que solían llamarle la atención, por lo que, recibir esa respuesta logró hacerla reír con mucha fuerza.
—¡No te rías! —ordenó, haciendo muecas— ¡Esto es serio!
—¡Perdón! —trató de calmarse, tapando su boca con una almohada.
—No sé qué hacer, Támara —se quejó— ¡Cada día es una tontería nueva! ¿Qué pasará el día de mañana? ¿Tendré hermanos? —bufó.
—Las cosas cambiaran para bien —le dijo, abrazándola—. Verás que sucederá cuando menos te lo esperes —se levantó de la cama, dispuesta a salir de la habitación—. Debo volver a casa, ¿Nos vemos mañana?
Isabela asintió más animada y la vio partir.
Ya no sabía que estaba bien o mal con respecto a su vida. Sus amigos, y su familia eran un tortuoso dolor de cabezas. Necesitaba dejar de pensar en muchas cosas y aclarar su mente, y como eso solo se daría en un único lugar sin ninguna interrupción, bajó de su habitación dejando a su cachorro en la cama, para luego salir de casa y echarse a correr en dirección al acantilado.
Cuando llegó sonrió recordando la vez en que se halló con una casita pequeña como regalo de Esteban. Sintió tanta melancolía al pensarlo. No quería terminar su amistad con él. Tenía pensado gritar sin controlarse para sacar todo lo que tenía guardado en su corazón, pero al considerar intentarlo, oyó un sonido la hizo caer en cuenta de que no estaba sola. Curiosa, se escondió tras un par de árboles, para averiguar quién osaba a interrumpirla.
—¿Qué hace esa mujer aquí?
Gisselle caminaba con cierta ilusión, admirando en el panorama. El sol en todo su esplendor, mientras aquellos colores cálidos y pintoresco lo empañaban entre las nubes, causando gran conmoción a todo aquel que lo observara. Las aves de un lado a otro, tomando las riendas de sus alas para echarse a volar como si no hubiera un mañana. Todos siendo libres en el cielo.
—Te extraño tanto —susurró con nostalgia, refiriéndose a su amor de juventud. Sus manos yacían juntas en su pecho, y su triste mirada se encontraba en el cielo.
Siempre se había preguntado la razón del porqué la había abandonado.
—Me has hecho mucha falta —su voz se quebró.
Vivir tanto tiempo sola, sin su familia, había sido lo peor que le había tocado vivir. Y ahora que volvía a reencontrarse con las pocas personas que le quedaban en el mundo, no sabía qué hacer para recuperar a una de ellas: la más importante.
—Nuestra hija no me cree —se agachó, dejando que los bordes de la fina tela de su vestido se ensuciaran—, cree que soy una loca ¡Y ya no sé qué hacer!
Ante aquella escena el corazón de la muchacha se hizo chiquito. Su mente y corazón estaban en total confusión.
—¡Tenerla lejos ha sido una tortura, ayúdame, por favor!
...
Tamara había llegado a casa y aunque sabía que sus padres habían salido y estaría sola, se mantenía tranquila. Necesitaba un poco de paz, bailar en su habitación, llorar, sonreír y hasta gritar. No había un motivo, solo sentía que era su necesidad.
Estando en uno de sus rincones favoritos se propuso ser feliz esa tarde, por lo que, con mucha ilusión y entusiasmo se acercó a la grabadora y presionó aquel botón que decía reproducir. Y de inmediato la música comenzó a sonar y a todo pulmón empezó a cantar.
—¡Una guitarra y mi niñez! ¡La escuela y mi primera vez! ¡Amigos que no he vuelto a ver, se van quedando tras de mí! —subió del sofá—, ¡Un cigarrillo, una canción! ¡Las fotos del primero amor! ¡Recuerdos en mi habitación, se van quedando tras de mí!
Amaba esa canción, no más que a su familia, pero de verdad la amaba. Con ella, todas sus penas se esfumaban y sentía que volvía a ser la de antes. Y por tanto bullicio, aquel espectáculo no pasó desapercibido por el joven de cabellos rizados que la observaba con sumo detenimiento, desde la lejanía.
Verla feliz era todo lo que quería y ahora que ella lo era, aunque sea por un segundo, le llenaba en el alma. La amaba, la admiraba y sabía que sin ella estaría perdido y solo. Nunca supo cómo no se había dado cuenta de lo encantadora y decidida que era. Sin embargo, se sentía un despreciable por rechazarla sus sentimientos. Moría de ganas por ir a ella y pedirle que lo aceptara, pero para él ya era tarde.
La indiferencia que ella le proporcionaba cuando estaban solos era mucha y de no ser porque su jefe, ella ni siquiera le dirigiría la palabra. No obstante, apreciaba su empatía. Su lealtad y transparencia. Estaba cumpliendo sus promesas.
Tenía conocimiento de cuan estúpido era. Quería un futuro a su lado, pero no tenía que ofrecerle. Se estaba adelantando mucho, eso lo sabía perfectamente, y ellos siguieran con su amorío unos años más, sabía que los problemas los atacarían. Él era un don nadie y ese título lo tenía muy presente. Muchas veces, pensó que su decisión había sido la mejor, que si ella conociera a alguien más, no la detendría, la dejaría vivir tranquila y feliz. Solo deseaba que aquel hombre le pudiera todo lo que él no, que la respetara y valorara.
Volviendo su atención a ella, se fijó en el baile improvisado hacía y río para sí mismo. Quería seguir mirándola, pero prefirió volver a sus asuntos para no encontrarse con su fría y distante mirada.
—Eres todo lo que amo —susurró, echándole un último vistazo, antes de seguir con sus deberes.
...
Después de tanto llanto, la mujer optó por reponerse. Ya era muy tarde y la noche estaba por caer. Sentía que la agonía se apoderaba de su cuerpo, pero debía mantenerse fuerte para no preocupar a nadie. Isabela, aun conmovida y asombrada por todas las palabras que gritó al viento la mujer que decía ser su madre, sintió una sensación extraña recorrerle el cuerpo. Gisselle había tocado su pequeño y frágil corazón.
No podía negar que una parte de ella se cuestionaba el no cree una sola palabra, pero cómo creerle después de tanto. Le parecía tonto e imposible. Pero descartando la posibilidad de que todo fuera una broma de mal gusto, decidió abandonar su refugio para ir a casa. Era mucha información que procesar, y tenía tantos problemas que lo único que realmente quería era dormir.
Estaba convencida de que debía hablar con ella, pero no ahora. Quizás después, en unas horas, días o semanas. En otro tiempo, pero no ahora.
Aún en su estado, rápida y cautelosa corrió en el bosque con dirección a casa, esperando que su tía y su abuela no se interpusieran en su camino. No quería probar bocado, de hecho, nada, solo llegar y dormir. Una larga siesta le caería bien, eso era lo más seguro. Y para su suerte, cuando llegó a casa ni siquiera se encontró con Liu, y aprovechó eso para subir a su habitación a recostarse a dormir. Deseaba que al despertar sus tormentos acabaran, y que la calma llegara su vida para quedarse prendada en ella.
Le urgía desprenderse de la realidad para dejar de sufrir. Pero horas más tardes supo que ni siquiera en sus sueños podía estar tranquila. Nuevamente tuvo otra de sus pesadillas. Isabela se levantó de la cama y se acercó a la ventana para ver el amanecer, recordando su mal sueño, su realidad:
—¿Mamá?
—Dime, cariño —escuchó decir, mas no vio a nadie. Todo estaba oscuro.
—¿D-dónde estás? No puedo verte —aseguró con temor en sus palabras.
—Estoy aquí.
—Mami —llamó y esta vez se no hubo respuesta —. Mami, tengo miedo —sollozó.
Sus lágrimas empezaron a recorrer por toda su mejilla. No sabía en dónde estaba, no sabía nada, solo que tenía miedo. Quería y necesitaba a su madre. De un momento a otro su llanto cesó al notar una alta figura no muy lejos de ella y eso bastó para hacerla correr en aquella dirección. Ahora estaba feliz y el miedo se había ido. Había reconocido tal porte. Corría tanto como sus piernas podían, y en rostro se iba reflejando la alegría de haberla encontrado; más esto no duró mucho porque al momento de estar cerca, su madre desapareció, dejándola totalmente asustada y confundida.
—¿Mami? ¡No me dejes! ¿Dónde estás?
Aquel escenario fue dejado en el olvido, y todo cambió. Recordó estar en el auto de sus padres, cantando a todo pulmón su canción favorita. Su padre conducía alegre y su madre seguía su canto. Todo rebosaba de dicha y sentía que nada ni nadie podía arruinar su momento, pero en el momento menos esperado, estaba dando vueltas junto con sus padres y el auto. Los golpes habían dejado marcado su pequeño cuerpo y la sangre bajaba por su frente en un hilillo.
Su llanto y el choque alertaron a todo aquel que se encontraba cerca de la carretera y juntos, dispuesto a ayudar. Un grupo de personas la sacó para conservar su vida, sin saber que ella sentía que moría al no verlos. Minutos después el auto explotó.
—¡Mamá, papá! —gritó, horrorizada.
La gente, preocupada, llamó al cuerpo de bomberos más cercanos.
—¡Ellos están ahí dentro! ¡Tienen que sacarlos! ¡Por favor!
Pronto, a su lado, notó la presencia de ambos, demacrados e incompletos, y eso fue lo que la hizo despertar abruptamente de su sueño.
Mientras veía las estrellas, Liu se recostó a su lado y ella vio la oportunidad para decirle a su amigo lo que le ocurría.
—Tuve otra pesadilla. Mis padres... —no se aguantó las ganas de llorar.
Pero lo que parecía ser solo llanto, se volvió pánico cuando a lo lejos notó sus figuras, sus sombras, en medio del monte, a la luz de la luna. Sus ojos se abrieron tanto de la impresión, que sintió una ligera molestia en ellos. Se limpió el rostro y volvió la vista al mismo lugar, encontrándolos nuevamente allí.
—¡Mamá, papá! —gritó, para luego salir de su habitación e ir a su reencuentro.
Salió de casa muy veloz y se adentró al monte, con la esperanza de verlos y abrazarlos para no soltarlos jamás. Pero cuando llegó al sitio no vio a nadie, solo sintió el viento abrazarla de pies a cabeza. Isabela cayó al suelo otra vez y se echó a llorar sin consuelo. Su respiración se volvió entrecortada, su pecho subía y bajaba con muchos temblores y las lágrimas no dejaron de salir.
Estaba asustada. Tenía miedo, mucho miedo como aquella vez.
Tomó la hierba y comenzó a arrancarla, sintiendo la rabia recorrerle las venas. Odiaba su destino, sus malos días, sus decisiones y pérdidas. Pero al menos consideró que alguien se había apiadado de ella y su sufrimiento; a su lado llegó Gisselle, tan dolida como ella.
—¿Qué hace aquí?
—Yo... escuché un grito, y me preocupé —contestó—. ¿Puedo? —inquirió para sentarse a su lado.
Ella se encogió de hombros y Gisselle lo tomó como una aceptación.
—¿Por qué sigue aquí, si sabe que no le creo una sola palabra? —la observó.
La mujer miró hacia el frente y sonrió al horizonte.
—Ya me perdí muchos años —emitió—. Además, es lo que hace una madre, ¿No? Estar presente, velar, amar, cuidar.
Isabela suspiró.
—Todo es tan... —no encontró la palabra correcta—. Todo ha pasado tan rápido.
—Comprendo que haber llegado así de la nada, es muy conflictivo para ti, pero no me arrepiento —le tomó la mano—. No quiero volver a separarme de ti, Isa. Soy mamá, soy mamá aunque haya cambiado, aunque no recuerde todo de ti, aunque no me creas y te niegues a aceptar la realidad.
Isabela se soltó del agarre y se vio en la necesidad de abrazarla, así qué sin más esperar, lo hizo. La envolvió en sus brazos, buscando amor y comprensión. No detuvo su llanto, por el contrario, aumentó la fluidez de sus lágrimas. Desde que llegó a su hogar se prohibió llorarles a sus padres para no preocupar a sus abuelos. Y toda esa carga de sentimientos había colapsado.
—No llores, cielo. Todo estará bien —besó su coronilla—. Mamá está aquí.
La pequeña subió la mirada y con ojos aún cristalinos, preguntó:
—¿Realmente eres mamá? —necesitaba oírla—. ¿Realmente eres tú?
Ella asintió, manteniendo la esperanza de que le creyera.
—Soy yo, soy quien te trajo a este mundo, soy quien escuchó tu primera palabra.
—No te vayas otra vez —suplicó—, por favor.
—Jamás lo haré —ambas volvieron a abrazarse después de tantos años.
La mujer sintió la calidez de su abrazo y sonrió al cielo por el milagro.
—Te amo, mamá.
—También yo, cielo.
Hola, querido/a. ¿Cómo estás? 💅💗
Dejo un a imagen que me gustó mucho de Isabela.
Melany V. Muñoz.
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