Capítulo 11
Capítulo 11
Situaciones
Sus planes se asemejaron a la grata compañía de sus abuelos en un día soleado. Un viaje muy importante y esperado, que la tuvo sin dormir varias noches, le brindó alegría y entusiasmo, un cielo de tonos cálidos: los que más amaba. Sus risas y lágrimas se debieron a las anécdotas que contaba su padre junto a su madre, tanto así que hasta lloraba.
Imaginó las caras de sus abuelos al verle llegar. Le gustaba la ciudad, pero amaba más el campo. Sus bellos ojos vieron con sorpresa el panorama a su alrededor. Por un momento, se sintió dichosa y afortunada, sin siquiera imaginar que un desagradable suceso marcaría su vida para siempre.
De un momento a otro el hermoso cielo se oscureció. Sus lágrimas dejaron de ser por la risa, sus lágrimas pasaron a ser de dolor. El temor habitó su corazón. No quiso estar allí, solo quería desaparecer. Una carretera, sangre y gritos vio completamente espantada. Y eso le estrujó el corazón, tanto así que se levantó de un grito, y sintió la desesperación recorrer todo su cuerpo.
—¡Mamá, papá! —despertó de su pesadilla.
Su mirada viajó a todas partes, buscándolos con angustia, en medio de la habitación. Una lágrima rodó por su mejilla y ella la secó rápidamente, cuando Liu llegó a su lado. Tomó una bocana de aire y un tanto más tranquila, vio la ventana y notó el amanecer, por lo que se designó tomar un poco de aire.
Sin hacer que los demás notaran su presencia, sigilosamente salió de su habitación y bajó a la primera planta. Observó como la pared conservaba sus recuerdos; y al hacerlo, notó algo que le llamó mucho la atención: la puerta del sótano estaba abierta. Con mucha cautela se acercó y escuchó un pequeño bullicio dentro de ella.
Entró y de inmediato reconoció la figura que provocó, anteriormente, aquel ruido: la mujer de anoche. Isabela notó que su no-invitada llevaba una de las batas de dormir de su abuela, y sintió molestia, así que anunció su presencia con un carraspeo de garganta bien autoritario. La mujer pegó un brinquillo y de al instante se volteó con un cuadro en sus manos.
Isabela se acercó y le arrebató el marco con la foto de su familia, el sótano era un lugar privado, una habitación llena de cosas y recuerdos familiares que no le pertenecían.
—¿Me podría decir qué hace usted aquí? —sus ojos chocaron con los de la mujer.
—Solo veía mis cosas... —contestó—Esta también es mi casa.
La joven hizo una mueca.
—Señora, no siga. Mi abuela podrá ser fácil de engañar y mi tía, por lo visto también —suspiró—, pero yo no.
—No es un juego. Realmente soy yo, cariño —intentó tocarla, pero la muchacha retrocedió.
—¿Porque se empeña en mentir? —se cruzó de brazos— yo vi morir a mis padres. ¡No trate de engañarme!
—Entiendo que estés confundida. Yo también lo estaría en tu lugar —dijo—. ¡Pero mírame! ¡Soy yo: mamá!
Isabela la quedó viendo sin decir una sola palabra. No es que dudara de su posición, pero admitía que tenía parecido con su madre. Su piel, sus ojos, sin embargo...
—No le creo. Tiene parecido, pero no es ella. Ella ya no existe. ¿Y sabe qué? Si esto es un juego que usted y mi abuela planearon para hacerme que creer que en verdad lo es —se giró para salir—... Están muy equivocadas de que lo creeré.
Molesta salió de la habitación. Su madre ya no existía en este mundo. Cuando subió a su habitación sintió una ligera sensación de temor, pero realmente no supo realmente porqué: porque jugaban con la memoria de su madre o porque no lograba reconocer que la había olvidado, a su voz, sus ojos... Isabela estaba perdiendo el rastro de su madre.
—No... no dejes que te engañen —se reprendió—. Tu madre murió, Isa.
Se asomó a su ventana y observó el cielo todavía un poco oscuro. No pudo conciliar el sueño, por lo que volvió a bajar para tomarse un vaso de leche bien fría; eso la pondría a dormir. Se apoderó de un par de galletas que vio guardadas por ahí y se encaminó nuevamente a su lugar seguro, sin esperar que una persona inesperada estuviese a punto de cometer una violación a su privacidad.
—Liu, traje algo para... —anunció, una vez que entró a su habitación—. ¿¡Está esculcando en mis cosas!?
—¡No es así...! Yo solo... —se excusó sorprendida. Se apartó de la cajonera y negó con nervios.
—Señora... usted no tiene derechos aquí y menos a estar en mi habitación... ¡Menos sin mi consentimiento!
—Solo escúchame —pidió, nerviosa—, por favor.
Isabela suspiró resignada y prosiguió a cerrar la puerta de su habitación para sentarse en la cama y esperar cualquier mentira de la mujer.
—La escucho. Sea breve —Gisselle se alegró. Era su oportunidad para arreglar las cosas.
—Estuve en coma por tres años... —confesó, ganándose su atención—, yo no morí en ese accidente. Todos me dieron por muerta, incluso tus abuelos, pero no fue así cariño, yo sigo aquí. ¡Yo salí antes de que el carro explotara! ¡Me sentía perdida y desorientada! —relató, llorando—. Caí y rodé en el bosque... luego, un hombre me encontró y me desmayé. Cuando desperté, no sabía quien era, no recordaba nada de mí.
Isabela la dejó proseguir.
—Padecí de amnesia, hago tratamientos, tomo pastillas —se acercó—. Tienes que creerme, Isa. Hasta hace poco recordé que tengo una hija y una familia que me lloró y me veló.
—Esto no es lógico. Y muy conveniente a su favor... Señora —se levantó de la cama—, yo lo siento, pero quiero dormir y necesito que se marche.
La mujer asintió, limpiando sus lágrimas, sabía que ella tenía mucha información que procesar. Isabela vio sinceridad en sus palabras, pero... ¿Qué podía hacer? No podía creerle a la primera persona que le dijera «Soy tu madre». Durante mucho tiempo creyó que su madre fue enterrada bajo tierra, como su padre y su abuelo. Teniendo en vida como único familiar a su abuela, y ahora a su tía.
Todo en ella era muy confuso.
...
Las clases volvieron y como tal, las parejas que se sentaban juntas sintieron una leve incomodidad por la actitud del otro, en especial Támara. Su mirada se volvió todo un enigma, y su comportamiento dejó de ser el mismo. Evitaba mirarlo y se mantenía muy al margen de algo que tuviese que ver con él.
Luego de que el viaje escolar concluyó, pasó noches enteras en completo llanto, deseando no amarlo para dejar de sufrir. Sin embargo, su corazón no se dejó mandar. Esa primera noche de torturo fue la peor, él le hizo mucha falta, demasiada.
Sin embargo, no fue la única. Mía se convirtió en una sombra que no reía, no lloraba. Era un cuerpo sin vida, y no necesariamente porque Lucas no correspondió a sus sentimientos, sino porque colapsó. Mía llegó a un punto de encuentro total con su soledad. Desde su regreso, Lucas jamás intentó entablar alguna conversación con ella, e internamente lo agradeció. No quiso volver a oírle sus excusas baratas, supo que sería capaz de golpearle la cara por cínico.
Pensó en empezar de nuevo. Necesitaba paz, como Isabela. Las se metieron, sin saberlo, en lío desde que le abrieron la puerta al amor, in-conscientemente. Para la chica de cabellos de fuego, Esteban y Lucas significaban mucho y perderlos por una mala decisión, la atormentaba constantemente. Pero, ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Huir? ¿Aceptar a alguno sin saber si lo ama? ¿Rechazarlos? Su única respuesta era un «No sé».
Hola, querido/a. ¿Cómo estás?
¿Qué piensa de la dirección de esta obra? ¿Cuál de las tres jóvenes te agrada/o sus actitudes con relación al romance (in)existente que tienen?
Muchas gracias,
Melany V. Muñoz.
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